domingo, 29 de mayo de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11) [José Martí]


Enlaces a las distintas entradas sobre este tema:


La cruz de Cristo única salvación posible (1 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (2 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (3 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (4 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (5 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (6 de 11)




La cruz de Cristo única salvación posible (8 de 11)

La cruz de Cristo única salvación posible (9 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (10 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11)



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De todo lo dicho, resulta que:

(1) El pecado es una realidad misteriosa, única causa de todos los males que afectan a la humanidad. Es cierto que nadie puede querer lo malo ni ser desgraciado. Todos buscamos la felicidad; pero la verdadera felicidad, no sus sucedáneos, sólo se encuentra en la posesión y en el amor de Dios. "Nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí". Todos hemos sido creados con un deseo de eternidad, de absoluto. Nada, en este mundo, ni bueno ni malo, nos puede saciar. Siempre queremos más. Tal es nuestra condición, así hemos sido creados. Sólo la posesión de Dios podrá calmar esa ansia de felicidad que todos llevamos dentroPero el mundo rechaza a Dios. Volvemos, otra vez, a caer en la tentación con la que el Diablo engañó a nuestros primeros padres, cuando les dijo: "Seréis como dioses, conocedores de la ciencia del bien y del mal". (Gen 3, 4). Desde el momento en que el hombre ha desplazado a Dios, despreciándolo y erigiéndose a sí mismo en Dios, es imposible que pueda alcanzar la felicidad, pues va por caminos equivocados, que sólo pueden conducirle a su perdición.


(2) Cristo ha venido para salvarnos del pecado. No todos se salvan sino aquellos que responden con amor a su llamada amorosa.

"Sobre el madero, cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo" (1 Pet 2, 24a). ¡No existe amor mayor! Y además hemos sido hechos realmente capaces, por Su gracia -no por nuestros méritos- de amarlo a Él de igual manera, en perfecta reciprocidad de amor, de tú a tú.  "Por sus heridas -dice san Pedro- habéis sido sanados. Pues érais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas" (1 Pet 2, 24b-25).


Ésta -y no otra- es la razón por la que Jesús dijo a Pedro, cuando éste le reprendió y quería separarlo de su camino de cruz: "¡Apártate de Mí, Satanás! Eres para Mí escándalo, porque no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres" (Mt 16, 23). Y al diablo cuando quiere que Jesús monte un show lanzándose desde lo alto del templo, para que todos lo admiren y lo reconozcan como Mesías, le dice: "No tentarás al Señor, tu Dios"( Mt 4, 7). 


Decididamente, los pensamientos de Dios no son como los nuestros (Is 55, 8). No entendemos a Dios. No entendemos sus Palabras ni su manera de enfocar la existencia. ¿Por qué la cruz? Se nos escapa. Y es que, al pensar en la cruz, nos fijamos en su aspecto de dolor y no en su significado: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 


La causa del dolor, del sufrimiento y de la muerte (de la cruz, en definitiva) fue el pecado. Y Jesús cargó con las consecuencias del pecado en su propio cuerpo ... siendo así que Él no había cometido pecado ... y de esa manera nos redimió. Su amor por nosotros fue el que le llevó a actuar así, pues las puertas del cielo estaban cerradas para nosotros, a consecuencia del pecado original (misterio de iniquidad). 


Mediante la muerte de Jesucristo en la cruz, el pecado fue vencido y de esta manera, lo que siempre había sido considerado como inexplicable y horroroso (porque lo era) adquirió un sentido. La cruz fue la gran victoria de Dios sobre el pecado y en ella se manifestó el mayor amor posible. En ella fue vencido Satanás. Por eso no debemos de tener miedo al dolor ni a la muerte, en tanto en cuanto unamos nuestro dolor y nuestra muerte a los de Jesucristo. Ahora todo tiene sentido. Y la vida no es una pasión inútil, como pretendía Sartre. 


Esta es también la razón por la que decía san Pablo, con lágrimas en los ojos: "Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su fin es la perdición, su dios es el vientre y su gloria la propia vergüenza, pues son los que saborean lo terreno" (Fil 3, 18-19). 


... Y es que el que pretende arrancar la cruz del cristianismo para hacerlo asequible a la gente, lo desfigura. Lo que le presenta a la gente ya no es la palabra de Dios, sino otra cosa: hace un uso fraudulento de esta Palabra para engañarlos. Un cristianismo sin cruz es un cristianismo sin amor, porque esa huida de la cruz significa una huida de Jesús, cuya vida no queremos compartir. Y si no queremos compartir su Vida es que no lo amamos; y si no amamos a Jesús somos unos desgraciados y nada tiene sentido.


El gigantesco secreto del cristiano, como decía Chesterton, es la alegría y ésta proviene del amor a Jesús que se manifiesta en vivir agradecidos, porque Él nos amó primero y nos sigue amando. Si no estamos enamorados de Jesucristo, como Él lo está de nosotros, de cada uno de forma exclusiva y única, entonces nuestro cristianismo no tiene sentido alguno; es triste y aburrido ... y acabaremos, lógicamente, abandonando nuestra fe.


En el presente eón, la cruz y el amor van siempre unidos ... y junto al amor verdadero, la verdadera alegría, que proviene de la unión con el Señor: unión de pensamiento y unión de vida, siempre en el seno de la Iglesia Católica. Tan esencial es esta verdad al cristianismo (al Catolicismo, habría que decir) que san Pablo, al igual que Jesús, no se andaba con remilgos, en esta materia, pues nos jugamos nuestra salvación eterna: "Si alguien os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!" (Gal 1, 9)


Todas estas ideas que están contenidas en el Nuevo Testamento y que son, por lo tanto, Palabra de Dios, pues tienen al Espíritu Santo por autor,  han sido escritas para nuestro bien y para que podamos salvarnos. Cada día es una nueva oportunidad para cambiar. Cada día nos ofrece Dios su Amor. Si leemos el Evangelio con atención y confianza en Dios, si nos dejamos llevar y aconsejar de un buen director espiritual, sin ningún género de duda acabaremos creyendo en la inmensidad de ese Amor que Dios nos tiene (Dios encarnado en la Persona de su Hijo), sin mérito alguno por nuestra parte.


Tenemos las palabras de Jesucristo, que es Dios y que no puede engañarnos, pues Él mismo es la Verdad (cfr Jn 14, 6): "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad  y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. O, ¿quién hay entre vosotros al que si su hijo le pide pan le dé una piedra? O si le pide un pez, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan!" (Mt 7, 7-11). San Lucas es aún más explícito, al decir: "¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden? (Lc 11,13). Y si tenemos el Espíritu Santo, o sea, el Espíritu de Jesucristo, es que, entonces, Cristo vive en nosotros y nosotros en Él. ¿Se puede pedir algo más grande ... y, además, con la seguridad de que nos va a ser concedido?



José Martí

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