sábado, 30 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (5 de 5) [José Martí]

Existen casos, que conocemos por la historia, de personas que optaron contra Dios, claramente... y, sin embargo, algunos llegaron incluso a ser grandes santos. El caso más típico, conocido como "la caída del caballo" (¡hay muchos más!) es el de la conversión de Saulo:


"Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó ante el Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar detenidos a Jerusalén a cuantos encontrara, hombres y mujeres, que fuesen seguidores de este camino. Pero mientras se dirigía allí, al acercarse a Damasco, de repente lo envolvió de resplandor una luz del Cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que decía: 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?' Respondió: '¿Quién eres tú, Señor?'. Y él: 'Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer' "(Hech 9, 1-6). 

Saulo quedó ciego y lo condujeron a Damasco, a la casa de Judas. Allí estuvo orando durante tres días sin vista y sin comer ni beber hasta que un discípulo de Jesús llamado Ananías, que tuvo una visión, se acercó a él y le impuso las manos diciéndole: "Saulo, hermano, el Señor Jesús, el que se te ha aparecido en el camino por donde venías, me envía para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". Al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista; se levantó y fue bautizado, y tomando algo de comer recuperó las fuerzas" (Hech 9, 17-19). Luego estuvo algunos días con los discípulos que había en Damasco y fue cobrando cada vez más fuerza "y desconcertaba a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús es el Cristo" (Hech 9,22),hasta el punto de que, después de bastantes días, "los judíos tomaron la decisión de matarlo" (Hech 9,23).


Brevemente hemos relatado aquí el caso de la conversión de Saulo, el que sería San Pablo, una de las personas que mejor, y más profundamente, ha escrito sobre Jesús, en sus conocidas Epístolas, que forman parte esencial del Nuevo Testamento y que son, por lo tanto, Palabra de Dios, al igual que lo son los Evangelios.

No olvidemos, sin embargo, que este caso, como otros parecidos, es excepcional. Normalmente, a Dios no le gusta hacer milagros. La caída del caballo no es su modo ordinario de proceder. ¡Por supuesto que puede hacer milagros, y de hecho los hace todos los días, pero no suelen ser de ese tipo, aunque también! Como digo, no es lo habitual. En cualquier caso, hay algo que siempre es cierto y que urge actualizar en nuestra mente, y es que Dios da siempre  a todos la gracia que necesitan para que se salve todo el quiera ser salvado. Si alguien no se salva es porque rehúsa la salvación. De esto no nos debe caber la menor duda.

Es preciso que nos fijemos en el hecho de que la vida de San Pablo se transformó por completo...  ¡porque se arrepintió del mal que había cometidoDejó de ser enemigo de Jesús y se convirtió en su amigo. Encontró en Jesús su mejor amigo: en adelante, el sentido de su vida no fue otro sino el de compartir la vida de Jesús, pudiendo decir, con verdad que para él la vida era Cristo (Fil 1,21). Vemos aquí cómo el cambio (la conversión), incluso en casos desesperados o de odio a Cristo, es posible. Y es que Dios desea ardientemente nuestra conversión, que nos volvamos a Él, porque nos quiere y desea que también nosotros lo queramos..., pero siempre respetando  nuestra libertad y nuestra responsabilidad personal. Esta idea aparece infinidad de veces en los textos bíblicos: "Yo juzgaré a cada uno según su conducta... ¡Convertíos, apartaos de todas vuestras iniquidades y así no serán para vosotros causa de vuestra ruina!" (Ez 18,30). "¡Convertíos y vivid!" (Ez 18,32). Jesús, en el Nuevo Testamento, comienza su ministerio con estas palabras: "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca" (Mt 4, 17). De este modo tenemos esperanza de que nunca está todo perdido, de que si lo deseamos, podemos cambiar, pero en nosotros está la responsabilidad de nuestra propia vida; y así nos lo dice también Jesús: "Si no os convertís, todos pereceréis igualmente" (Lc 13,5).


Tal es, y ha sido siempre, la Doctrina de la Iglesia, en este sentido. El Papa Francisco, siguiendo la tradición de veinte siglos de catolicismo, nos lo ha recordado,  al terminar el Vía Crucis de este Viernes Santo, 29 de Marzo de 2013: "Dios nos juzga amándonos. Si recibo su amor me salvo; si lo rechazo, me condeno. No por Él, sino por mí mismo, porque Dios no condena sino que ama y salva". Y esta misma noche, 30 de Marzo, en la Vigilia Pascual, también nos lo ha recordado. Ha dicho: "no hay pecado que Dios no perdone, si nos abrimos a Él". Como cabeza visible de Cristo en la Iglesia, nos dice lo mismo que Cristo nos ha dicho siempre; y es que para que podamos salvarnos es necesario que nos arrepintamos de nuestros pecados y que nos convirtamos a Dios. Si se lo pedimos a Jesús, con todas nuestras fuerzas, es seguro que nos lo concederá. Tenemos su palabra: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24)


Hoy, desgraciadamente, hay muchísima gente que ha optado por ir contra Dios en quien, por una parte, no cree y a quien, por otra parte, curiosamente, combate y odia. Debemos rezar por ellos, porque cada día es una oportunidad nueva que Dios nos da, a todos, para que recapacitemos, nos convirtamos y podamos así lograr la salvación. Si no le dejamos, Él no podrá salvarnos, aunque quiera: Dios cuenta siempre con nosotros para nuestra propia salvación, pues esta salvación, que es lo mismo que decir Su Amor, no nos la  puede imponer, sino que libremente debemos acogerla.

Las personas solemos complicarnos la vida con demasiada frecuencia, perdiendo tontamente el tiempo, en el mejor de los casos; y, sin embargo, tenemos a nuestra disposición una inmensa riqueza: la que nos viene de la posibilidad que tenemos de conocer a Jesús... si nos dejáramos querer por Él. No es tan complicado. Lo que ocurre -eso pienso- es que nos puede parecer que, llegados a cierta edad en nuestra vida,  y dado que nos sentimos y nos encontramos muy lejos del Señor, es fácil que se nos pase por la mente que no tenemos remedio. Y que nos desanimemos. 



Pero proceder así sería un grave error, y nos haría mucho daño, innecesariamente, pues si bien es cierto que "el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34) y este versículo es palabra de Dios, necesita, sin embargo, ser completado con otros versículos de la Biblia: jamás hemos de desesperar. Son infinitos los textos bíblicos que nos hablan del Amor de Dios y de su perdón, y esto ya en el Antiguo Testamento: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve" (Is 1,18). Y en el Nuevo Testamento hay gran cantidad de citas en este sentido. Así, por ejemplo, se nos dice que "Dios nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 10), de modo que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Y que "Cristo murió por nuestros pecados" (1 Cor 15,3)...   "pero no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2,2). Cuando Jesús instituyó la Eucaristía dejó esta idea muy clara: "Ésta es mi sangre de la Nueva Alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28)

Eso sí: debemos de fijarnos en la palabra muchos. No dice todos sino muchos: ésta es la traducción correcta. Y, ¿por qué? ¿A qué se refiere el Señor? Está claro que todos tenemos la posibilidad de salvarnos, aunque no con nuestras solas fuerzas, pues la salvación viene de Dios. Pero esto no significa que todos nos vamos a salvar necesariamente, queramos o no queramos, porque Dios es bueno y no puede consentir en que nos condenemos. No, no es así... pues fue el mismo que dio su vida para salvarnos, es decir, Jesús,  el que dijo: "Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados" (Jn 8, 24). 

Es decir: existe un condicional para nuestra salvación, un condicional que se encuentra en nosotros mismos, en nuestra propia libertad. Y puesto que la voluntad de Dios con relación a nosotros es muy clara: "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó a Sí mismo en redención por todos" (1 Tim 2,3-6), resulta entonces que Dios ha dejado en nuestras propias manos el que nos salvemos o no. Y tenemos una gran confianza, pues "si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1,9). Pero no lo olvidemos: "Al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12,32). Y ya se ha hablado en este post acerca de este tipo de pecados. A ellos se refiere también San Pablo cuando dice: "Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no nos queda ningún sacrificio por los pecados, sino la tremenda espera del juicio y el ardor del fuego que va a devorar a los rebeldes" (Heb 10, 26-27). Tremendas palabras éstas, que se refieren a los que no desean ser perdonados ni se arrepienten de nada, ni creen en Dios y odian todo lo que se refiere a Dios. Para ellos el perdón es imposible.

No quisiera acabar este capítulo, sin recordar (a los demás, y a mí mismo en primer lugar) que, en realidad, el camino hacia el Cielo está ya muy bien trazado por Jesús. Aunque parece que no acabamos de darnos cuenta del todo, como si algo se nos escapara. El secreto se encuentra, en mi opinión, en meditar, con total disponibilidad y a ser posible delante del Sagrario, estas palabras del Evangelio: "En aquel tiempo, exclamó Jesús y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25). En ellas se nos revela, con toda claridad, que tenemos que ser pequeños,  sencillos y humildes para acercarnos a Dios. Ésta es la única solución eficaz; no hay otra, en realidad.


Me viene ahora a la mente lo que dijo Jesús a Nicodemo, cuando éste vino de noche a verle, por miedo a los judíos: "En verdad, en verdad te digo, que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios" (Jn 3,3). Y cuando Nicodemo le responde: "Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?" (Jn 3,4), Jesús le responde y se lo aclara: "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del Agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5). No habla Jesús de nacer según la carne, sino de nacer según el Espíritu, refiriéndose con ello, como diría más adelante, al sacramento del bautismo en el Espíritu Santo. Por el bautismo es infundida una nueva vida, se nace a la vida del Espíritu, a la vida de Dios y entramos a formar parte de la familia de los hijos de Dios, verdaderos hijos, por pura gracia divina. Se trata de un nacimiento a la vida sobrenatural y, por ello, es aún más importante que el nacimiento a la vida según la carne, que es un nacimiento natural. Por otra parte, toda verdadera conversión, en la medida en que supone una vuelta a la gracia, se puede considerar también como un nacer de nuevo.



Pero no quiero desviarme del tema. A lo que me refiero es a la necesidad que tenemos, todos, de hacernos sencillos, pequeños y humildes. Y hasta tal punto esto es fundamental que Jesús llega a decir: "Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3). ¿En qué sentido tenemos que hacernos como niños? La respuesta viene a renglón seguido: "El que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos" (Mt 18,4). Así debe de ser nuestra relación con Dios, como la de un niño con sus padres... pero un niño muy pequeño, que aún no ha "aprendido" a mentir, que pone su confianza completamente en sus padres y se fía de ellos: sabe que sus padres lo quieren; y que no van a permitir que le ocurra nada malo. Así ha de ser también nuestra actitud con relación a Dios. De Jesús hemos aprendido que Dios es nuestro Padre. Nos lo ha enseñado en multitud de ocasiones y, en particular,en el padrenuestro. 

Confiados en que realmente somos hijos de Dios (hijos en el Hijo, por el Espíritu Santo), si queremos que se produzca un cambio radical en nuestra vida,  hagamos caso del consejo que nos da el Señor, cuando dice: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos , ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quienes se las pidan!" (Mt 7,11). Pidámosle, de corazón, que nos convierta, y seguro que Él se apresurará a hacerlo.

jueves, 28 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (4 de 5) [José Martí]



Debemos, sin embargo, tener mucho cuidado, porque podría ocurrir que, más o menos conscientemente, nos estuviéramos considerando a nosotros mismos como los "buenos"; en cuyo caso, deberíamos meditar, con mucha atención, ciertos pasajes del Evangelio y del Nuevo Testamento que nos lleven a conocernos como realmente somos. En esto conviene que seamos muy sinceros con nosotros mismos y que no nos llevemos a engaño.

Entre los muchísimos textos que podrían salir a colación, se me pasan ahora unos cuantos por la mente. En primer lugar tenemos la ya conocida, aunque nunca suficientemente meditada, parábola del fariseo y el publicano, parábola que dijo Jesús "a algunos que confiaban en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los demás" (Lc 18,9). Nos sería de provecho releerla, despacio, y delante del sagrario, a ser posible. En ella se ve que aquel que se humilló y reconoció sus pecados, ése salió justificado. No así el soberbio, que se las daba de ser justo.


Leemos también en el Libro del Apocalipsis: "Porque dices: 'Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad', y no sabes que eres un desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap 3,17). Estas palabras apuntan a lo que verdaderamente somos, ante Dios; o sea, a nuestro verdadero ser, radicalmente indigente, porque, como decía San Pablo:  "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4,7). Esa es la cuestión: cuando tenemos algo, nos lo apropiamos como si fuera nuestro, en propiedad, cuando lo cierto es que lo tenemos como recibido, en usufructo. Y pensamos ser algo. Lo que es un gran error, pues "si alguno se imagina que es algo, siendo nada, a sí mismo se engaña" (Gal 6,3). Este autoengaño, que nos hace sentirnos seguros, es peligroso, porque nos aleja de Dios, ya que "todo el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado" (Lc 14,11). Es muy importante caer en la cuenta de que, por nosotros mismos, no podemos hacer nada: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5b). Ya sabemos lo que piensa el Señor de aquellos que se tienen por justos. Y San Pablo también nos exhorta, en el mismo sentido: "Trabajad por vuestra salvación, con temor y temblor" (Fil 2,12); "el que piense estar en pie, que tenga cuidado de no caer" (1 Cor 10, 12), etc... ¡Y es que nuestro apoyo es sólo el Señor! ¿Qué haríamos nosotros sin Él? "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Hijo de Dios" (Jn 6, 68-69).

Por otra parte, ¿quién puede considerarse como bueno? De hecho, cuando el joven rico vino corriendo y se arrodilló ante Jesús, diciéndole: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?, Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 17-18). Y es que Jesús atribuía todo a su Padre, también la bondad; su misión en la Tierra fue la de glorificar a Su Padre en todas y en cada una de sus acciones, una misión que llevó a cabo en plenitud. Por supuesto que Jesucristo era bueno, pues Él mismo era Dios: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30); "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14, 9). Jamás hombre alguno ha podido decir, con verdad, estas palabras que pronunció Jesús: "¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado?" (Jn 8,46). Nadie absolutamente. Pero Jesús, que era realmente justo y bueno, el Justo (con mayúsculas), jamás se las dio de tal. Recordemos que, cuando se presentó como ejemplo a seguir, fue con estas palabras: " Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón... " (Mt 11,29)


La llave que nos abre el corazón de Dios, cuando nos relacionamos con Él, es la humildad. El episodio evangélico que mejor muestra esta realidad es el Canto de la Virgen María, en el Magnificat, cuando exclama:  "... Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava" (Lc 1, 47-48). Nada agrada tanto a Dios como esta virtud de la humildad, que es la que abre el camino a las demás virtudes. El exceso de confianza en nosotros mismos, así como el adaptarnos demasiado a las cosas de esta Tierra, es peligroso, puesto que, como decía San Pablo "somos ciudadanos del Cielo" (Fil 3,20). 


Esto no debemos olvidarlo. Nos viene muy bien, a este propósito, leer de nuevo la parábola del rico insensato, que dice así: "Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. Y se puso a pensar para sus adentros: ¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?' Y se dijo: 'Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo el trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: "Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; y lo que has preparado ¿para quién será?" Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios.(Lc 12, 16-21).


Es éste un problema en el que no solemos caer en la cuenta. Nos aferramos tanto a esta vida que llegamos a pensar que no hay otra (o a vivir como si no hubiera otra, que viene a ser lo mismo, o peor), con lo que nos colocamos en una situación harto peligrosa; y podemos incluso llegar a perder la fe en Dios. Al llegar aquí, alguien pudiera pensar que eso está bien para los demás pero no para él. Esta presunción no es buena. Supone una excesiva confianza en las propias fuerzas y, en cierto modo ( y "sin cierto modo") nos estamos considerando "mejores" que los demás, como si la posibilidad del pecado no fuera con nosotros. No es eso lo que nos dice el apóstol Juan: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8).

No tenemos más que pensar en lo que le sucedió a Pedro, uno de los predilectos, que tanto amaba a Jesús. Cuando Jesús le advirtió: "Simón, Simón, mira que Satanás os busca para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por tí para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos" (Lc 22,31-32), Pedro, fiado en sus propias fuerzas y en el amor que profesaba a su Maestro le contestó: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y hasta la muerte. Pero Jesús le respondió: Te aseguro, Pedro, que no cantará hoy el gallo sin que hayas negado tres veces haberme conocido" (Lc 22, 33-34) como, efectivamente, ocurrió.


En otro sentido, también es bueno recordar que, en lo que al Señor se refiere, no es suficiente ser un mero cumplidor de los mandamientos. Esto se refleja muy bien en el episodio del joven rico, cuando éste preguntó a Jesús lo que debía hacer para heredar la vida eterna. Una vez que oyó Jesús que el joven guardaba los mandamientos desde su adolescencia, "fijó en él su mirada y quedó prendado de él. Y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Luego, ven y sígueme" (Mc 10,21). Ante esas palabras el joven, afligido,"se marchó triste, porque tenía muchos bienes" (Mc 10,22). Y dijo entonces Jesús a sus discípulos aquello de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos" (Mc 10,25). Ante esta afirmación, los discípulos se quedaron asombrados e impresionados y dijeron:  "Entonces, ¿quién puede salvarse?" Jesús, con la mirada fija en ellos, les dijo: Para los hombres esto es imposible; para Dios, sin embargo, todo es posible'" (Mc 10, 26-27). 


Hay algo en este episodio que me llama la atención y es el hecho de que los discípulos se quedasen tan asombrados. No es mucha la gente rica que existe. ¿Por qué asustarse, entonces, a menos que... a menos que ellos se estén contando también, de alguna manera, entre los "ricos"? Posiblemente, es así como lo entendieron: ¿Por qué, si no, le hicieron esa pregunta? Y, por lo que parece, lo habían entendido bastante bien, pues Jesús no sólo no se asombra de que le hagan esa pregunta sino que, teniendo en cuenta el modo en que les responde, está reafirmando esa interpretación. Parece como si les dijera: "¡Tenéis toda la razón del mundo en lo que estáis pensando: para los hombres es imposible poseer nada, aunque sea muy poco, sin apegarse a lo que poseen! Se aferran con fuerza a sus bienes terrenos; y en esa misma medida hacen muy difícil su salvación." 

Pero también podemos oírle decir, si afinamos el oído: "Sin embargo, no os preocupéis, porque si ponéis en Mí vuestra confianza tendréis en vosotros la misma fuerza de Dios. Así pues, no amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad, en cambio, tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6, 19-21)

De aquí se deriva la gran consigna que debemos seguir todos los cristianos, llevados de una confianza, completa y absoluta, en la divina Providencia, y es la de "buscar, ante todo, el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que todas las demás cosas se nos darán por añadidura" (Mt 6,33).
(Continuará)

lunes, 25 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (3 de 5) [José Martí]

Ciertamente el cambio es posible, pero esto no significa que sea sencillo o que sea fácil. Todo lo contrario. Es más: si, como creo, estoy en lo cierto, tal cambio, humanamente hablando, sería imposible. ¿Por qué digo esto? Hablo así no llevado de razonamientos meramente teóricos, sino basado en una experiencia secular: la historia es una buena maestra en este sentido, como en tantos otros. En teoría no habría ningún problema en que tal cambio se produjera. Pero el hecho es que raramente se produce. Como hemos dicho, cada persona se va forjando a sí misma en un determinado sentido a lo largo de su vida, mediante la toma de decisiones personales libres; observar a una persona es observar, en cierto modo, toda su trayectoria vital. Somos, aquí y ahora, lo que hemos decidido ser y hemos ido llevando a cabo en nuestra vida, un día tras otro. Esto no se puede cambiar. Lo que ha sido, ha sido.

El problema se plantea cuando ese "lo que ha sido" no ha sido, precisamente, ejemplar. Más bien, todo lo contrario. ¿Es posible que una persona que se ha ido dejando dominar, poco a poco, por sus pasiones, por sus apetencias, por su dejadez, por su avaricia, por su afán de poder ... y otras cosas por el estilo, de pronto se vea libre de ese dominio... un dominio que, por otra parte, él mismo ha buscado, siendo consciente de lo que estaba haciendo? Tal vez, tal vez sea "posible". Se han dado algunoscasos en la historia en los que así ha ocurrido. Pero han sido casos muy excepcionales, como veremos. No es lo corriente. Lo habitual es, más bien, aquello de "genio y figura hasta la sepultura".


¿Significa esto que estamos determinados? ¿Y que no somos libres para cambiar y ser de otra manera? Genéticamente, es indiscutible que estamos determinados: "somos como somos", pero no nos estamos refiriendo aquí a ese tipo de cambio que, obviamente, no es posible. Tomada la palabra cambioen un sentido más amplio, al menos teóricamente, somos libres para cambiar. De hecho, eso es lo que ocurre cuando el hombre se propone metas y las va llevando a cabo a lo largo de su vida... va cambiando, se va desarrollando. ¡Y esto es bueno y necesario!... Se va configurando como persona, en el recto sentido de la palabra persona.


Ahora bien: ¿Nos vamos configurando siempre como personas en todas nuestras acciones? La respuesta es contundente: ¡No! Eso sería lo ideal. Lamentablemente, nos encontramos, (con demasiada frecuencia) con personas cuya "configuración" como tales personas, como seres creados por Dios a su imagen y semejanza, deja mucho que desear: vagos, egoístas, avaros, corruptos, que sólo piensan en medrar, ladrones, lujuriosos, mentirosos, incapaces de hacer nada bueno por los demás, dados al alcohol o a la droga, desleales, etc... Pues justamente es a estos casos a los que yo me refiero en este escrito. Las personas que así son, ¿pueden cambiar? ¿O están también determinadas?

La verdad es que, a poco que se piense, y visto lo visto, considerando los casos que conocemos (o bien personalmente, o bien por la historia) la experiencia nos lleva a concluir que tales personas "no tienen remedio". ¿Es acaso Dios injusto por consentir que eso ocurra? Bueno, lo primero de todo sería distinguir entre permitir y querer: Dios permite el mal pero no lo quiere.  Así aparece en la Biblia, en donde se dice claramente que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Dios no quiere que nadie se condene: "La voluntad de Dios es vuestra santificación" (1 Tes 4,3)



La voluntad de Dios con relación a nosotros es muy clara: que nos santifiquemos, que nos salvemos y que estemos con Él. Pero, y esto lo sabemos muy bien, Él no obliga a nadie a que lo quiera. Su Amor se nos brinda, pero no se nos impone, porque el Amor que nos ofrece espera ser correspondido. La reciprocidad es una nota esencial del verdadero amor: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. SI ALGUNO ESCUCHA MI VOZ, Y ABRE LA PUERTA, Yo entraré a él, y cenaré con él, y él cenará conmigo" (Ap 3,20). La ternura del Amor de Dios hacia cada uno de nosotros es indescriptible. Dios ha querido necesitar de nosotros. Y, por lo tanto, realmente nos necesita, necesita de nuestro amor, igual que nosotros necesitamos del suyo. Y  es por eso que, siendo Dios, se ha hecho un niño, para que podamos responderle en reciprocidad total de amor, lo que sería imposible si Él no se hubiera hecho, verdaderamente, uno de nosotros. Dios ha querido hacer suya nuestra vida para que nosotros hagamos nuestra Su Vida. Pero todo ello en perfecta libertad, sin ningún tipo de imposiciones. No nos obliga: "Si alguno escucha mi voz..." (Ap 3,20)

Y es aquí donde aparece el tremendo misterio del pecado. El hombre reniega de Dios, no quiere saber nada de su Amor: "Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). "En Él estaba la Vida, y la Vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron" (1 Jn 4-5). Recordemos, por ejemplo, la escena en la que cuando Pilato les dijo a los judíos: "Aquí está vuestro Rey" ellos gritaron: "¡Fuera, fuera, crucíficalo!". Y cómo cuando les dijo: "¿A vuestro Rey voy a crucificar?", los príncipes de los sacerdotes le respondieron: "No tenemos más rey que al César". Y fue entonces cuando Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran. (Jn 19, 14-16)



Dios no es injusto. El problema no es de Dios, sino nuestro. El nos quiere y desea que nos salvemos, y que estemos a su lado, porque nos quiere. Y esto hasta el extremo de dar su Vida por nosotros para que, SI QUEREMOS, podamos también salvarnos. No puede haber un amor mayor: "Nadie tiene amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Y Él la dio, voluntariamente, por todos nosotros, y además una muerte de Cruz. Pero nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Somos sensibles al hecho maravilloso del Amor que Él nos tiene y le correspondemos también amándole o más bien nos tiene sin cuidado lo que Él hizo por nosotros y pasamos de Él y no queremos saber nada de su Amor?  

Parece ser que es esto último lo que está ocurriendo hoy en día, y además de un modo alarmante. El mundo entero le ha declarado la guerra a Dios. Rechaza su Amor. Pues bien: dado que el Amor no se puede imponer, aun queriéndonos Dios como nos quiere, por el inmenso respeto que tiene por nuestra libertad (una libertad que Él mismo nos ha dado para que hagamos un recto uso de ella), nos deja en nuestras propias manos... nos deja solos, sencillamente. Ése es, en verdad, nuestro mayor castigo... un castigo del que somos nosotros mismos los únicos responsables. Y es de aquí de donde se derivan los males que hoy estamos  padeciendo: todos ellos son una consecuencia clara y directa de nuestros pecados...


Y ciertamente son permitidospor Dios (¡pues nada puede ocurrir si Él no lo permite!), pero no queridos por Él: "Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en Mí no quede en tinieblas... Yo no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (Jn 12, 46-47). "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero quien rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él" (Jn 3,36). Dios ha hecho posible que podamos salvarnos, en su Hijo y con su Hijo, pero, porque es Amor, ha querido contar con nosotros en ese proceso de salvación: no obliga a nadie a permanecer junto a Él, que en eso consiste la salvación; de modo que no todo el mundo se salvará, sino sólo aquellos que deseen salvarse. Dios no nos impone su salvación, que es lo mismo que decir que no nos impone su Amor, aunque no desea otra cosa para nosotros. El que no cree en Él ni quiere tener nada con Él, se queda fuera. No es Dios quien lo juzga. Es el propio hombre el que decide quedarse fuera, el que renuncia a su salvación.

De lo que venimos diciendo queda claro que el cambio al que me estoy refiriendo, en todo momento, es lo que se llama conversión. Todos tenemos necesidad de convertirnos. Y todos podemos cambiar, si queremos. Tan solo es necesario abrir nuestro corazón al Amor de Dios, manifestado en Jesucristo, quien dijo de Sí mismo, con relación a nosotros: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Reconocer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos; y confiar en Jesús, confiar en todo lo que Él dijo: "las palabras que os he hablado son espíritu y son vida" (Jn 6,63). "Yo no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores" (Lc 5,32).Y actuar conforme a las palabras del salmo 95: "¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95, 8). Si procedemos así, el cambio es posible... ¡y seguro!... pues tenemos su Palabra:  "Un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias" (Sal 51,19).


En cambio, para las personas que rechazan abiertamente a Dios, esto es, a Jesucristo, y no quieren saber nada de Él ni de sus Leyes, ni oír de su Amor por ellos, para las personas que no confiesan sus pecados y se arrepienten de ellos, entre otras cosas porque no creen que tales pecados existan, para las personas que consideran que son ellos los únicos que deciden lo que está bien y lo que está mal, para los que son así y no quieren oír, en absoluto, de cambio o de conversión, para ellos el cambio es imposible.

Es más: en estos casos, ni siquiera Dios, aun siendo Dios, podría cambiarlos, aunque quisiera. Dios no puede imponer a nadie su Amor; si tal hiciera no podría hablarse ya de amor, pues la libertad y la reciprocidad son las señas propias del amor. Si éstas no se dan, es que sencillamente no hay amor. Y las relaciones con Dios o son relaciones de amor o no son nada, pues "Dios es Amor" (1 Jn 4,8). ¡Hasta tal extremo Dios se ha hecho "impotente" con relación a nosotros: hasta el extremo de no poder salvarnos, aunque quisiera, y esto tan solo porque verdadero es su Amor para con nosotros!



Recordemos que esto ya nos ha sido anunciado por el Señor:  "En verdad os digo que todo se les perdonará a los hijos de los hombres: los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reto de delito eterno" (Mc 3,29). O también: "A todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará" (Lc 12, 10).Pero, no lo olvidemos ¿qué son los pecados contra el Espíritu Santo sino pecados contra el mismo corazón de Dios, que es Amor? Imposible entrar en el Amor de Dios obligados; imposible entrar en el Amor de Dios rechazandoese Amor. Imposible que en el mismo Dios, que es todo Amor, haya un rechazo de ese mismo Amor: ¡imposibilidad metafísica! Dios no puede ser Dios (¡todo Amor!) y simultáneamente ¡no ser Amor! (es decir, dejar de ser Dios), lo que ocurriría si alguien que odia a Dios, estuviera en el mismo seno de Dios.

Claro que... existen los milagros... ¡en esta vida!

(Continuará)

viernes, 22 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (2 de 5) [José Martí]


La clave para un posible cambio (estamos hablando de un cambio a mejor) se encuentra en la humildad, esa virtud que consiste en la aceptación y afirmación de la verdad, sea ésta la que fuere. El que es humilde se deja decir cosas. Escucha con atención a aquellos que él sabe que lo quieren de verdad y que tienen más experiencia y más conocimiento que él en aquellos temas, precisamente los más importantes, que se refieren a su verdadera felicidad y a su salvación. Y este "dejarse decir cosas" no lo entiende como un entrometerse del otro en su vida, sino como una posibilidad de enriquecimiento personal consecuencia de ese diálogo abierto a la verdad.

El problema, sin embargo, queda planteado de la siguiente manera: ¿quién se deja decir cosas? ¿Quién posee esa docilidad y esa disposición a aprender de sus errores? ¿Quién acepta la verdad, en su propia persona, una vez que se le ha hecho ver, o que él mismo ha visto, que está actuando mal? Conviene ser aquí realistas y no engañarse. Al fin y al cabo, no debemos olvidarlo, las personas que han llegado a la situación en la que se encuentran es, normalmente, porque así lo han querido; son sus continuas decisiones personales, tomadas día a día, a lo largo de toda su vida, las que los han configurado de una determinada manera, con un carácter y una personalidad muy definidas, que expresan cómo son realmente; y de esas decisiones, tomadas libremente, son ellos - y sólo ellos- quienes tienen que responder.



La responsabilidad de la propia vida nunca se le puede atribuir a los demás. ¡Claro que estamos influenciados  TODOS por los demás y por las circunstancias en las que nos hemos desenvuelto: éstas siempre deben de ser tenidas en cuenta! Nadie ha dicho lo contrario. La influencia de los demás en nosotros es una realidad, propia, por otra parte, del hecho de que somos seres que vivimos en sociedad, y no aislados. Todos influimos y somos influidos por las personas que nos rodean. Esto es evidente. Pero lo que debemos de tener muy claro en nuestra mente es que ninguna circunstancia, por dura y difícil que sea, puede considerarse como causa de nuestras reacciones personales. Distintas personas que atraviesan por circunstancias parecidas reaccionan de modo diferente. Su reacción es de ellos. Si somos honrados con nosotros mismos, y hemos madurado lo suficiente,  jamás acusaremos a los demás de habernos hecho desgraciados. Como decía Aristóteles: No son las cosas las que nos perturban sino la interpretación que hacemos de las cosa. Según la visión de la vida que tengamos, nuestra reacción será muy diferente, aunque el hecho externo sea el mismo. Y de esa reacción personal nuestra, sólo nosotros mismos somos responsables. Nadie puede responder por nosotros. Tal es nuestra condición, tal es nuestra naturaleza humana.

Evidentemente, cada caso debe de ser estudiado de modo individual, ya que cada persona es única e irrepetible; y hay muchos matices que desconocemos. Sólo Dios conoce todos los datos para poder emitir un juicio justo. Además, aquí estamos hablando de reacciones libres, no de situaciones enfermizas o de coacción de libertad, en donde la reacción sería de la persona pero no sería personal. En estos casos anormales no se puede hablar de responsabilidad, propiamente dicha. Donde no hay libertad no puede haber responsabilidad. Dado que en un breve artículo, como éste, no se puede profundizar demasiado en tantos aspectos como habría que considerar en cada caso; y que, además, tampoco es ése el propósito de este post, sólo nos referiremos, de pasada, a algunos de ellos, cuando proceda y si es que procede.

 En situaciones normales, como se ha dicho, las personas se van haciendo a sí mismas, en la medida en que van tomando decisiones. Nadie ha nacido tal y como es ahora, sino que todos vamos cambiando en el transcurso de nuestra vida, en un determinado sentido, conforme actuamos y adquirimos hábitos o maneras de ser. Es de admirar la sabiduría, por otra parte de sentido común, que se refleja en las palabras que pone Cervantes en boca de Don Quijote, cuando afirma que "cada uno es hijo de sus obras" (I, 4). Esto es muy cierto. Cuando se es niño y se ha vivido poco, el cambio es relativamente sencillo: se es más moldeable. Pero de mayor, y esto es tanto más cierto cuanta más edad se tiene, se va adquiriendo una cierta rigidez, de la que es muy difícil de salir (por no decir imposible). Y aquí viene el dilema: ¿En qué quedamos? ¿Es o no es posible el cambio? ¿Tiene solución esta pregunta?

(Continuará)

lunes, 18 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (1 de 5) [José Martí]



No tenemos la exclusiva de los problemas. Ciertamente, se nos puede pasar, a veces, por la mente, que los demás no tienen problemas; y que si los tienen, son pequeñeces. Nosotros sí que sabemos lo que son verdaderos problemas... Este pensamientoes enfermizo, y no se corresponde con la realidad de las cosas. Aunque, dicho sea de paso, quien así piense, sí que tiene un grave problema, no tanto el problema que cree  tener (por importante que éste sea) cuanto el hecho de razonar de este modo tan ridículo.

Los que proceden de esta manera suelen darse el aire de mártires e incomprendidos; y, sin embargo, lo que hay en la mayoría de estos casos, si se profundiza un poquito, tiene un nombre: es, sencillamente, soberbia. El sujeto en cuestión se mira excesivamente a sí mismo como si fuese el centro del Universo, como la única referencia importante a tener en cuenta. Sólo vale lo que a él le ocurre y lo que a él se le ocurre. Todo lo demás, todo lo que no pase por el tamiz de su cerebro, todo lo que su mente rechace, no tiene ningún valor... Así, sin más.


Este error, como todos los errores, más tarde o más temprano (más bien temprano que tarde) siempre pasa factura. El ejemplo citado más arriba es sólo una muestra que indica, por otra parte, muy poca inteligencia en el que así razona. Se podrían citar ejemplos mucho más serios y  muy actuales, de gente supuestamente inteligente (o sea, que se las dan de inteligentes), afirmando auténticos disparates y contradicciones, como si tal cosa, sin el menor rubor. Y apoyados, en sus mentiras y dislates, por el gran público, por una sociedad que se ha vuelto completamente loca.

Y así se ve como algo normal cosas tan aberrantes como el matrimonio entre homosexuales, (¡no hay tal matrimonio!), la legalización  del aborto (¡un crimen no puede ser nunca legal!), el adoctrinamiento de los niños en la ideología de género (¡mentira radical acerca de la naturaleza humana), etc... Todos estos engendros tienen algo en común; y es el considerar que sólo está bien aquello que el hombre (¡unos cuantos hombres, en realidad..., los que están arriba!)  decide que está bien (si es que tiene algún sentido hablar de bien o de mal desde esta perspectiva), sin otra referencia que él mismo, sus apetencias en cada momento. Es lo que se ha llamado Dictadura del relativismo. En otras palabras: de nuevo lo único que prima es la soberbia, el mirarse el propio ombligo, el no pensar en los demás si no es para sacaralgo de ellos. O dicho aún más claramente y de un modo más radical y definitivo: la ausencia completa de amor. Éste (y no otro) es el gran mal que nos asola.


Este modo de ser, como actitud vital, tan frecuente hoy, por desgracia, es tremendamente perjudicial. Perjudica, en primer lugar, al propio sujeto, impidiéndole progresar y crecer como persona, al ser incapaz de reconocer sus defectos, pues su egose lo impide. Y en segundo lugar, aquellos que son así hacen sufrir mucho, consciente o inconscientemente, a quienes los aprecian y los quieren de verdad, gente que está siempre dispuesta a ayudarles ..., si se dejaran ayudar (lo que es muy raro que ocurra).

El empobrecimiento personal al que llega el sujeto que procede así es mucho mayor de lo que pudiera parecer a una simple mirada superficial. ¿Por qué? Pues porque, siendo de este modo, se incapacita para "comunicarse", de verdad, con los demás; se hace incapaz de tener auténticas relaciones humanas. La cerrazón que se produce en él es de tal calibre que se va asfixiando paulatinamente, impidiéndose  a sí mismo el desarrollo de su personalidad: cada vez es más incapaz de salir de su propio "yo", porque el caparazón que le recubre se va endureciendo a medida que pasa el tiempo, haciendo prácticamente imposible el dar marcha atrás: incluso aunque lo quisiera, no podría.

Pues bien: si, por un casual, llegado ese momento, el sujeto reconsidera su vida y toma verdadera conciencia de lo mal que se encuentra, si se ve completamente perdido y piensa que su vida no tiene remedio y que no merece la pena luchar para cambiar, porque tal cambio es impensable,... ¡Entonces, justamente entonces, es cuando puedevislumbrar, aunque sea muy de lejos, que tal cambio es posible!


Aparentemente estoy incurriendo en una afirmación contradictoria. Y, sin embargo, no hay tal contradicción. Procuraré explicarme. En cierto modo, es relativamente sencillo de explicar, pues si el sujeto en cuestión ha llegado a este punto y se ha hecho consciente de su lamentable situación... es, ahora precisamente, cuando se encuentra en las mejores condiciones para admitir su error y lamentarlo, en lo más profundo de su corazón. Y si esto ocurre, entonces se puede decir, con verdad, que acaba de dar un paso de gigante para el posible cambio; se ha situado en el camino que podría hacer efectivo dicho cambio. Esto es muy importante. No es aún suficiente, pero es fundamental y condición necesaria para que dicho cambio pueda operarse en él y transformarlo.

(Continuará)

sábado, 2 de marzo de 2013

AUDI, FILIA (San Juan de Ávila)



Como ya sabemos, las palabras de la Biblia son siempre actuales: valen para todos los hombres de todos los lugares y de todas las épocas. Y, concretamente, valen para nosotros, aquí y ahora. Al fin y al cabo, es Dios mismo quien nos habla en la Sagrada Escritura. Los distintos autores bíblicos escribieron inspirados por el Espíritu Santo quien, respetando su estilo personal de escribir, nos transmite todo lo que necesitamos conocer y vivir, si queremos ser felices, primero en este mundo y luego por toda la eternidad. "Porque todas las cosas que ya están escritas fueron escritas para nuestra enseñanza, con el fin de que mantengamos la esperanza, mediante la paciencia y la consolación de las Escrituras" ( Rom 15,4).


Por supuesto que debe quedar claro, si no lo estuviera, que la lectura de la Biblia debe hacerse siempre desde el conocimiento de que sólo la Iglesia Católica posee la garantía de su recta interpretación, pues está asistida por el Espíritu Santo. Así lo dice San Pedro, el primer Papa: "Debéis saber, ante todo, que ninguna profecía de la Escritura depende de la interpretación privada, porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, aquellos hombres hablaron de parte de Dios" (2 Pet 1, 20-21)

Ocurre, sin embargo, que nosotros, los pobres mortales, leemos muchas veces la Biblia y no nos acabamos de enterar bien de lo que quiere decirnos Dios con sus palabras; al menos, no siempre. Recordemos aquel relato bíblico en el que Felipe, impulsado por el Espíritu Santo, se acercó al carro de un eunuco que había venido de Etiopía a Jerusalén para adorar a Dios; y estaba leyendo al profeta Isaías. Felipe le dijo: "- ¿Entiendes lo que lees? Él respondió: -¿Cómo lo voy a entender si no me lo explica alguien?. Rogó entonces a Felipe que subiera y se sentase junto a él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: Como oveja fue llevado al matadero, y como mudo cordero ante el esquilador; así no abrió la boca.." (Hch 8, 30-32). Cuando el eunuco preguntó a Felipe si ese pasaje se refería al propio profeta Isaías o a otra persona "Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús" (Hch 8,35). A raíz de esta conversación con Felipe, el eunuco pidió ser bautizado y siguió alegre su camino.

Hoy, como siempre, hay mucha gente que desconoce a Jesús y que necesita, con urgencia, de alguien que le hable de Jesús. Lo necesitan para vivir y para ser felices, y la mayoría ni siquiera es consciente de esta necesidad. ¿Dónde se encuentran esas personas? Ciertamente que las hay. Dios nunca nos abandona. Pero, en fin, dando por sentado de que sólo es en la lectura de la Biblia, sobre todo, en la del Nuevo Testamento (interpretada a la luz de la doctrina católica) donde tenemos la seguridad de encontrar la Palabra Revelada por Dios, sería una imprudencia (y tal vez un pecado de soberbia) el no acudir a la lectura de las obras de aquellas personas sabias que meditaron acerca de dicha Palabra y que la hicieron vida propia; y cuya doctrina ha sido declarada como digna de toda confianza por el Magisterio de la Iglesia: es el caso de los santos.

En particular, es conveniente la lectura de las obras de aquellos santos que han sido declarados Doctores de la Iglesia. Pues bien, entre ellos se encuentra San Juan de Ávila. Como persona sabia y enamorada de Jesús, como persona que hizo propia la vida de su Maestro, de cuyo Espíritu estaba impregnado, la lectura de sus libros nos puede ayudar a conocer y a comprender mejor a Jesús y a quererlo mucho más de lo que lo queremos. Encontrarnos con su obra es, en cierto modo, encontrarnos con él mismo en persona; y, sobre todo, puede ser una ocasión y una ayuda para que nos encontremos con el Señor, pues esto es lo único que realmente importa, en esta vida y en la otra. Todo lo demás es accesorio, por muy importante que nos pueda parecer.




Recojo aquí alguna idea sobre el comienzo del libro "Audi Filia" que es uno de los que componen las obras completas de San Juan de Ávila, editadas por la BAC, tomo I. Este libro, todo él, es tan solo un comentario a los versículos 11 y 12 del Salmo 44, que dice así: "Escucha, hija, y mira, inclina el oído, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre: y el Rey se prendará de tu belleza".

El lenguaje es el propio de la época en que lo escribió (hace casi 500 años) pero su contenido es de una perenne actualidad, como corresponde a todo lo que es auténtico y genuino. Transcribo, a continuación, parte de ese contenido:

1. Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oyamos. Y es la causa, porque, como todo el fundamento de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en la ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír (Rom 10,17), razón es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer; porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro...

2. A las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que sepamos a quién tenemos de oír...

3. Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del aplacimiento del mundo... Y así, hecho el hombre esclavo de la vanidad, pierde la amistad del Señor, cumpliéndose lo que Santiago dice: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, el que desee ser amigo de este mundo, se hace enemigo de Dios" (Sant 4,4).

4. Mas mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad que los hombres apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios, siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la de su Criador... De ellos dice Cristo nuestro Señor: "el mundo no puede recibir el Espíritu de la verdad" (Jn 14,17) porque, si este corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recebir la verdad del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay del uno al otro, que quien de Cristo y de su Espíritu quisiere ser, es necesario que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser, a Cristo ha perdido...

5. Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus palabras, que dicen así: "Confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33)... Pues mire el cristiano que, como los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque ahora halague, ahora persiga, ahora prometa, ahora amenace, ahora espante, ahora parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar.