martes, 31 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [6 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII 
promulgada el 29 de junio de 1943


48. Es también Cristo Cabeza de la Iglesia, porque, al sobresalir Él por la plenitud y perfección de los dones celestiales, su Cuerpo místico recibe algo de aquella su plenitud. Porque -como notan muchos Santos Padres- así como la cabeza de nuestro cuerpo mortal está dotada de todos los sentidos, mientras que las demás partes de nuestro organismo solamente poseen el sentido del tacto, así de la misma manera todas las virtudes, todos los dones, todos los carismas que adornan a la sociedad cristiana resplandecen perfectísimamente en su Cabeza, CristoPlugo [al Padre] que habitara en Él toda plenitud [Col 1, 19]. Brillan en Él los dones sobrenaturales que acompañan a la unión hipostática: puesto que en Él  habita el Espíritu Santo con tal plenitud de gracia, que no puede imaginarse otra mayor. A Él ha sido dada potestad sobre toda carne [Jn 17, 2]; en Él  están abundantísimamente todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia [Col 2, 3]. Y posee de tal modo la ciencia de la visión beatífica, que tanto en amplitud como en claridad supera a la que gozan todos los bienaventurados del Cielo. Y, finalmente, está tan lleno de gracia y santidad, que de su plenitud inexhausta todos participamos [Jn 1, 14-16].

49. Estas palabras del discípulo predilecto de Jesús, Nos mueven a exponer la última razón por la cual se muestra de una manera especial que Cristo Nuestro Señor es la Cabeza de su Cuerpo místico. Porque así como los nervios se difunden desde la cabeza a todos nuestros miembros, dándoles la facultad de sentir y de moverse, así nuestro Salvador derrama en su Iglesia su poder y eficacia, para que con ella los fieles conozcan más claramente y más ávidamente deseen las cosas divinasDe Él se deriva al Cuerpo de la Iglesia toda la luz con que los creyentes son iluminados por Dios, y toda la gracia con que se hacen santos, como Él  es santo.

50. Cristo ilumina a toda su Iglesia; lo cual se prueba con casi innumerables textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres. A Dios nadie jamás le vio; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer [Jn 1, 18]. Viniendo de Dios como maestro [Jn 3, 2], para dar testimonio de la verdad [Jn 18, 37], de tal manera ilustró a la primitiva Iglesia de los Apóstoles, que el Príncipe de ellos exclamó: ¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna [Jn 6, 69]; de tal manera asistió a los Evangelistas desde el cielo, que escribieron, como miembros de Cristo, lo que conocieron como dictándoles la Cabeza [San Agustín, De cons. evang., I, 35, 54. PL 34, 1070]. Y aun hoy día es para nosotros, que moramos en este destierro, autor de nuestra fe, como será un día su consumador en la patria celestial [Heb 12, 2]. Él infunde en los fieles la luz de la feÉl enriquece con los dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y a los Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía, lo expliquen y corroboren piadosa y diligentemente; Él, por fin, aunque invisible, preside e ilumina a los Concilios de la Iglesia [San Cirilo de Alejandría, Ep. 55 de Symb. PG77, 293].

51. Cristo es autor y causa de santidad. Porque no puede obrarse ningún acto saludable que no proceda de Él como de fuente sobrenatural. Sin Mí, nada podéis hacer [Jn 15, 5]. Cuando por los pecados cometidos nos movemos a dolor y penitencia, cuando con temor filial y con esperanza nos convertimos a Dios, siempre procedemos movidos por Él. La gracia y la gloria proceden de su inexhausta plenitud. Todos los miembros de su Cuerpo místico y, sobre todo, los más importantes, reciben del Salvador dones constantes de consejo, fortaleza, temor y piedad, a fin de que todo el cuerpo aumente cada día más en integridad y en santidad de vida. Y cuando los Sacramentos de la Iglesia se administran con rito externo, Él es quien produce el efecto interior en las almas [STh III, q.64. art. 3]. Y, asimismo, Él es quien, alimentando a los redimidos con su propia carne y sangre, apacigua los desordenados y turbulentos movimientos del alma; Él es el que aumenta las gracias y prepara la gloria a las almas y a los cuerpos. Y estos tesoros de su divina bondad los distribuye a los miembros de su Cuerpo místico, no sólo por el hecho de que los implora como hostia eucarística en la tierra y glorificada en el Cielo, mostrando sus llagas y elevando oraciones al Eterno Padre, sino también porque escoge, determina y distribuye para cada uno las gracias peculiares, según la medida de la donación de Cristo [Ef 4, 7]. De donde se sigue que, recibiendo fuerza del Divino Redentor, como de manantial primario, todo el cuerpo trabaja y concertado entre sí recibe por todos los vasos y conductos de comunicación, según la medida correspondiente a cada miembro, el aumento propio del cuerpo, para su perfección, mediante la caridad [Ef 4, 16; Col 2, 19].

Continuará
-->