viernes, 5 de abril de 2013

LA ALEGRÍA CRISTIANA (1 de 3) [José Martí]


¿Hay verdadera alegría en este mundo? Es difícil contestar a esta pregunta con un simple sí o un simple no. Pero lo que sí podemos hacer es observar lo que está ocurriendo. Y al hacerlo nos encontramos con el hecho, asombroso por otra parte, de que jamás ha habido tanta incomunicación entre la gente como la que se da hoy en día en el mal llamado mundo de las comunicaciones. Y esto es así por la sencilla razón de que la gente no dialoga. Nunca se había hablado tanto de diálogo como ahora y nunca la gente dialoga tan poco como ahora. Y si las personas no dialogan no pueden entenderse, ni puede haber una verdadera comunicación entre ellas.

Es muy frecuente hoy en día ver a los jóvenes (y no tan jóvenes) continuamente enfrascados y ensimismados en su móvil, como lo más normal... cuando eso no es lo normal. Se trata de un vicio que, además, se está extendiendo por todo el mundo a una velocidad de vértigo, y que está llegando también a los más pequeños... ¡No, esto no es normal!... Lo normal es encontrarse en la calle a niños jugando, riéndose sanamente y divirtiéndose... y esto, que es lo normal y que es algo muy hermoso, se ha convertido en un raro fenómeno de la Naturaleza... ¡por desgracia!  Se podrían buscar muchas explicaciones a este hecho, aunque hay una que cae por su propio peso:  ¡es que no hay niños! ... cada vez hay menos niños porque nacen muy pocos niños..., lo que es una pena muy grande y un indicativo inequívoco de que esta sociedad en la que vivimos está cada día más enferma... es una sociedad de viejos, con todo lo que eso conlleva (y no parece que esta situación vaya a ir a mejor).

Pues bien. Como decía, hoy la mayoría de la gente apenas si dialoga, vive de tópicos y de frases hechas, piensa poco por su cuenta, si es que piensa (las ideas ya vienen dadas por lo que se dice o se ve en la televisión y en otros medios de comunicación), se deja llevar y cambia de opinión según los vientos que corren (espíritu borreguil)... Este modus vivendi no es bueno, ni para las personas en particular ni para la sociedad en su conjunto.


La escala de valores está distorsionada. Se considera que lo más importante es tener cosas  y  pasárselo  bien: prima el sentido consumista y hedonista de la vida sobre otro tipo de consideraciones. Salvo excepciones ... a los niños se les priva de todo esfuerzo y de toda contrariedad, la gente discurre por los senderos del bienestar, del buen vivir, de la comodidad, del dinero, del placer, de la fama y de cosas por el estilo. ¡Y no digamos ya si a toda esta caterva de ejemplos le añadimos el alcohol, el sexo y las drogas! ... Pero el hecho innegable es que la gente no es feliz ... ¡todas estas cosas, en mayor o en menor grado, sólo producen un tremendo vacío y una insatisfacción aún mayor! ¿Por qué esta infelicidad?  ¿Hay algo en común en todos esos casos? Pienso que sí: yo he encontrado dos características que son comunes  a todos los ejemplos citados más arriba. En primer lugar el egoísmo y la avaricia, el excesivo mirarlo todo (¡y a todos!) con el único objeto de tener cosas o de conseguir algo de los demás.

Los que así proceden (que son mayoría) sólo piensan en sí mismos y, por supuesto, siempre para recibir... nunca para dar. ¿Son, por ello, más felices? Todo lo contrario. La insatisfacción va subiendo: el que tiene dinero quiere más dinero,  el que tiene poder quiere aún más poder, el que tiene fama, quiere más fama todavía, ... Y así viven angustiados... siempre quieren más... y lo único que encuentran es un vacío cada vez mayor, lo que se agudiza en el caso de los que eligen el camino del alcohol, del sexo o de la droga: situaciones especialmente lamentables en las que las personas se convierten en auténticos esclavos, cada vez más necesitados y cada vez más vacíos, en un proceso que puede llevarles incluso al suicidio como, de hecho, así está ocurriendo hoy en muchas partes del mundo: son auténticos enfermos, del cuerpo y del espíritu. 

En segundo lugar, es también una característica común a todos estos ejemplos que, quienes así actúan, por las razones que sean, son precisamente aquellas personas que tienen una visión chata y materialista de la vida, una visión que se queda sólo en el más acá, pues han decidido que no existe el más allá. Y se dedican a aplicar en su vida la conocida máxima pagana: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Y lo hacen muy bien, por cierto): Los resultados están a la vista. Sobran los comentarios.


Pues bien: aun a riesgo de parecer exagerado y disparatado, me atrevo a afirmar que no sólo las cosas que son malas objetivamente producen vacío en los seres humanos (como ya se ha visto) sino que... ni siquiera las cosas buenas son capaces de producir en nosotros toda la satisfacción plena que buscamos... Estoy pensando en la lectura de un buen libro, en escuchar una buena música, en la degustación de un vino exquisito, en la visión de un bello paisaje o la contemplación de un hermoso amanecer, en una tertulia agradable entre amigos, en una buena comida,..., cosas todas ellas buenas, deseables y sanas... que producen alegría verdadera en las personas, una alegría no sólo no desdeñable (¡faltaría más!) sino envidiable ... pero es una alegría pasajera y efímera. Ninguna de estas cosas y ni siquiera todas juntas, son capaces de llenar nuestro corazón, porque éste siempre aspira a más y a más ... Hemos sido creados con una aspiración de infinito... tal es nuestra naturaleza... Nada finito, por verdadero, bueno y hermoso que sea, puede colmarnos.  


Esta realidad está muy bien expresada en la conocida frase de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Tí; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí. Así es: sólo Jesucristo puede saciar nuestras ansias de amor, pues para eso hemos sido creados: para amar y para ser amados. Seremos mucho más felices dando que recibiendo pues, como dijo Jesús, "hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20, 35). Y por supuesto, no pensando que aquí se acaba todo, cuando nos llega la muerte. No, no es así: nuestra verdadera patria está en el cielo, junto al Señor.
(Continuará)