sábado, 15 de diciembre de 2012

Carta a un ateo de hoy (José Martí)



Mi querido amigo ateo:

Me comentas que hoy en día todo es relativo, que nadie tiene la verdad absoluta, y que la Iglesia impone sus dogmas. Te escribo algunas ideas que me han venido, reflexionando acerca de este comentario que me haces.

Si bien se piensa… este relativismo de los “tiempos modernos” constituye, en realidad, un nuevo dogma. Podríamos hablar, en cierto modo, de la dogmática del relativismo.

Todo se mueve en torno a los consensos y a las estadísticas (casi siempre falseadas) acerca de lo que es bueno y de lo que no lo es. La “mayoría” es la que dicta lo que es verdad o no, si es que tiene algún sentido hablar de “verdad”, en este supuesto, en el que la verdad de hoy es mentira mañana. Y eso sí: una vez que se ha procedido a la votación (aunque ésta esté amañada y manipulada de modo muy inteligente) el consenso de mínimos al que se llegue, se impone a todos, de modo absoluto y contundente. Prohibido discrepar. La mayoría ha hablado. Todo tiene que sujetarse a las decisiones de la mayoría. El Gobierno de turno representa a esta mayoría. Y las decisiones que tome el Gobierno en cuestión se considera que son avaladas por dicha mayoría. Y es ese aval el que se considera que legitima todas las decisiones gubernamentales. ¡Craso error!

En principio no habría demasiado que objetar a este sistema de gobierno democráticoEl único problema, y no pequeño, surge cuando el Gobierno se arroga competencias que no le pertenecen. Todo comienza cuando el gobernante se olvida de que su misión, como político, es la de procurar el bien común. Ha sido elegido por una gran mayoría, ciertamente…, pero para servir a su nación, para que ésta se desarrolle correctamente y progrese, con una noción de progreso rectamente entendida.

Claro que, desde el momento en que se ha perdido la noción de bien, la pérdida del estado de derecho queda asegurada. Aunque no “de iure”, sí de facto”, los tres poderes básicos (el legislativo, el ejecutivo y el judicial) quedan reducidos a un solo poder, el ejecutivo. La justicia, rigurosamente hablando, desaparece, pues todo queda al arbitrio del gobernante, el cual puede proceder como le plazca, sin ningún tipo de responsabilidad por la gestión que realice. Hemos llegado al totalitarismo, partiendo de la democraciaque fue lo que ocurrió en el caso de Hitler, por poner un ejemplo que todo el mundo conoce. Para Hitler, los judíos no eran personas, luego nadie podía pensar lo contrario. ¡Ay de aquel que lo hiciera!

Hoy sucede otro tanto, aunque sutilmente escondido. Por ejemplo: ¿cómo puede estar legislado, así como suena, que existe un derecho al aborto? ¿Acaso lo que hay en el vientre de una madre embarazada no es una persona? Pues lo es. Y lo es desde el instante mismo de haber sido concebida.  Una persona en su primer estado de desarrollo, pero una persona, al fin y al cabo; y por lo tanto, merecedora de respeto, comenzando por respetar su derecho a seguir viviendo.

No se pueden manipular embriones humanos (¡son personas, como personas eran los judíos; y siguen siéndolo!) y esto es así, independientemente de lo que al gobernante de turno le parezca; e incluso de lo que a la mayoría le parezca; e incluso aun cuando todos se volviesen locos y pensaran que en el vientre de la madre no hay una persona sino un “algo”, “un ser vivo” que no se sabe exactamente lo que es (por más que la genética haya demostrado que sí que se sabe).

Se podrían poner infinidad de ejemplos: la ideología de”género”, el mal llamado “matrimonio” entre homosexuales (que no es tal), el divorcio “express”, la eutanasia (que está a la puerta), etc… PUES BIEN: TODOS ESTOS CONSENSOS SE IMPONEN. 

¡Y cuidado con el que se atreva a pensar en público de otra manera! Será vilipendiado, insultado, degradado, humillado, considerado como persona “non grata”. Será tildado de fascista, retrógrado, intolerante y mil cosas más por el estilo, que no significan nada. Y no significan nada porque no son verdad. Da qué pensar el hecho de que los que proceden a base de insultos eso es precisamente lo único que saben hacer, porque ¡de razonar y de argumentar, con fundamento, nada de nada! El insulto a la razón nunca puede suponer un progreso. La historia es una buena maestra, en este sentido. Pero hoy se desconoce la historia; y lo poco que se conoce proviene de fuentes que han manipulado la realidad histórica, con medias verdades y medias mentiras (sobre todo éstas últimas).

Un ejemplo más, para enlazar con el tema que nos ocupa. ¿Por qué se persigue tanto, hoy en día más que nunca,  a los cristianos, y de un modo particular y con mucho más odio, a los que son católicos? Posiblemente sea porque el cristiano, discípulo de Jesucristo, les mantiene siempre en la memoria la ley natural, para que no olviden que “es preciso hacer el bien y evitar el mal”. Lo más curioso de todo, sin embargo, y por decirlo de alguna manera, es que tachan de intolerantes a los católicos siendo así que, como hemos visto más arriba, son ellos, precisamente ellos, los intolerantes.

En el Catolicismo no se impone nada. La verdad (que se cree) es revelada. Si se cree –y se cree de verdad-, y se conoce que es bueno aquello en lo que se cree; y si se es consecuente, tiene sentido y es normal, de toda normalidad, que se intente infundir esa creencia en los demás, pero siempre con el mayor respeto y delicadeza con su libertad, y sin imponer nunca nada a nadie. 

“Es impropio de la Religión obligar a la Religión” (creo que esta frase es de Pascal). Otra cosa, bien distinta, es que algunos cristianos hayan procedido, alguna vez, de ese modo; pero actuando así, han ido en contra de su propia Religión, que es una Religión de Amor y de Libertad. No son, precisamente, un ejemplo a imitar. Nuestra auténtica referencia (la única, en realidad) está en Jesucristo y en sus santos; y siempre bajo la fidelidad a la Iglesia Católica, instituida por Jesucristo para nuestra salvación.

Los que, por la gracia de Dios, somos católicos, no nos inventamos nada. Sencillamente, aceptamos con humildad y agradecimiento, que Dios se nos haya querido revelar a Sí Mismo, como Amor, en la Persona de su Hijo, Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre.

¿Qué nuestra Religión es un misterio? Por supuesto que lo es.  Es un Misterio de Amor. Y por eso mismo no es nunca una imposición. El amor no se impone, o no sería amor. Así somos los seres humanos. Hemos sido creados por el Amor y para el Amor. Sólo amando de verdad, según el modo en el que Dios entiende el amor, es como nos realizamos como personas. Esto es lo normal y lo natural. Esa es nuestra naturaleza. Lo que salga de esto no es natural.

La realidad no es algo que nosotros inventamos, sino algo con lo que nos encontramos. Nuestra misión es la de razonar e investigar, con los medios de que dispongamos a nuestro alcance, para conocer esa realidad que ya existe, independientemente de lo que a nosotros nos pueda parecer. Y así podemos usar, sin temor a equivocarnos, aplicando sencillamente el sentido común (que es, por cierto, el menos común de los sentidos), expresiones como las siguientes (proposiciones verdaderas):

Un cerdo es un cerdo. 
Un aborto es un asesinato de un ser humano inocente e indefenso. 
El matrimonio lo es, por definición, entre un hombre y una mujer, con vistas a la procreación.


Cuando falta el Amor, es decir, cuando falta Dios, nos fabricamos nosotros nuestros propios ídolos y decidimos lo que está bien y lo que está mal. Eso es lo que está ocurriendo hoy en día. Y así nos va. Habrá, entonces, que elegir: ¿Elegimos a Dios, que conoce todo tal y como es, porque es quien lo ha creado? ¿O nos elegimos a nosotros mismos, declarándonos dioses y afirmando DE UN MODO ABSOLUTO que todo es relativo; y que todo está bien siempre que esté consensuado, en un consenso que puede variar de un día para otro?

Sí, es cierto que podemos elegir entre esas dos opciones fundamentales. Pero no todo podemos elegirlo, a saber: no podemos elegir las consecuencias de nuestra elección. Porque si hay algo que está claro es que esas dos opciones son incompatibles (principio de no-contradicción).

La felicidad, a la que todos aspiramos, siempre llega como un regalo, en función de lo que hayamos decidido; aunque, ciertamente, si una elección nos coloca en el camino de la felicidad, la otra nos separa de la felicidad. Esto es obvio. No es igual, por lo tanto, elegir el camino del Amor, que elegir el camino del egoísmo. Las consecuencias son diferentes. Por supuesto que podemos seguir pensando que da igual elegir una cosa u otra. Pero nuestro pensamiento no crea la realidad. Conviene no olvidarlo.

Pues bien: ¡Que ese Dios, en quien no crees, te ilumine! Y si es verdad que luchas con sinceridad, estoy convencido de que, en tu vida, Dios se te hará patente algún día. Por ello pido.

Un sincero y sentido abrazo