viernes, 22 de mayo de 2015

APOSTASÍA GENERALIZADA (José Martí)

Aunque son muchas las explicaciones que se dan a lo que está ocurriendo en la sociedad actual, yo no puedo evitar que acuda a mi mente esa idea, tan olvidada, pero tan real, de que la raíz de todos los males es el pecado. ..., por más que se quiera ignorar y ocultar. 

Tal como están las cosas -y esto no ha hecho más que empezar- la única explicación que llega a convencerme un poco -o tal vez, un mucho- se encuentra en el Nuevo Testamento. Y es la de que "el misterio de iniquidad está ya en acción" (2 Tes 2, 7). Por supuesto que esto no es demostrable: nadie conoce el fin de los tiempos, sino sólo Dios; y Dios no nos lo ha revelado. 

De modo que cuanto diga será tan solo a modo de hipótesis: eso sí, serán hipótesis con sentido, aunque imposibles de verificar. Lo primero en lo que podríamos caer en la cuenta es que, en realidad, Jesús nos dio la suficiente información (la que necesitamos) para llegar a averiguar algo acerca de ese fin. Nos habló, por ejemplo, de ciertas señales o signos que acontecerían cuando esos tiempos se acercaran. 


Uno de ellos, tal vez el más importante, sea la profecía, hecha por Jesús, de que antes de que llegue el fin, tendrá lugar la apostasía universal y "entonces se manifestará el hombre de iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza sobre todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta llegar a sentarse en el templo de Dios, manifestando que él es Dios." (2 Tes 3-4). ¿No nos suena esto como algo que está sucediendo precisamente ahora?


Jesús habla de que cuando llegue el fin "las potestades de los cielos se conmoverán. Y entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria" (Lc 21, 26-27). En su segunda y definitiva venida, que pondrá fin a este mundo, Jesús vendrá con su propio cuerpo (llagas incluidas) pero ahora glorioso y triunfante. Por eso lo podremos ver ... (a un espíritu no se le puede ver). En este caso no vendrá para padecer, como ya lo hizo en su primera venida, hace más de dos mil años, sino "para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22, 12) ... y, conforme a lo que dice san Pablo, "exterminará [al inicuo] con el soplo de su boca y lo destruirá con el esplendor de su venida" (2 Tes 2, 8).  No cabe duda de que esto es consolador. En esta vida los católicos tendremos muchos problemas, a causa de Jesús, pero habrá merecido la pena, porque la victoria final será suya: "Confiad. Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)


¿Es que estamos, entonces, en el fin de los tiempos? Tal afirmación no puede hacerse, puesto que eso no nos ha sido revelado. Pero Dios nos dio una inteligencia para que la usemos. Y es muy problable que si no estamos aún en ese momento, nos encontremos bastante cerca; pues l
o que está ocurriendo, hoy en día, en todo el mundo, a nivel planetario, es muy preocupante: el mal impera por todas partes. Y lo peor de todo, el mal no es reconocido como tal mal: La gente ha apostatado y no cree en Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre

A todo esto, Dios no interviene (al menos no lo vemos); parece como si lo que está ocurriendo no fuera con Él ... ¡Esto es una tentación! ¡Nada más lejos de la realidad!. Ahora, más que nunca, Él está a nuestro lado porque es ahora, más que nunca, cuando más lo necesitamos. Y, como es nuestro Amigo, no puede defraudarnos. Jesús está poniendo a prueba nuestra fe y nuestra confianza en Él y en el amor que nos tiene ... y todo ello en un ambiente hostil al cristianismo. Pero esto es algo que no debería de extrañarnos. Y es señal de que vivimos un cristianismo auténtico. Sus palabras resuenan en nuestros oidos: "Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20). Desde el principio estamos advertidos; esta condición de "extraños al mundo" es lo propio del cristiano: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6, 26)


Sin embargo, esto no es motivo de tristeza ... ¡no debe serlo! Recordemos cómo los Apóstoles "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín, por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa de su Nombre" (Hech 5, 41). Nunca debemos de poner en duda, ni por un momento, que la victoria definitiva es de Jesucristo. Por eso no debemos de tener tener miedo. Él está con nosotros: "No temáis, mi pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino" (Lc 12, 32). 




Escuchemos a Jesús: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se aproxima vuestra redención" (Lc 21, 28). Eso sí, es necesario que sigamos sus pasos y que hagamos de su Vida la nuestra, conociéndolo cada día más y siguiendo sus consejos cuando dice, por ejemplo: "Estad preparados, porque a la hora en que no penséis vendrá el Hijo del hombre" (Lc 12, 40); una preparación que consiste en "vigilar y orar para no caer en tentación" (Mt 26, 41)

Y no olvidemos que si alguno se pierde es porque él mismo así lo ha decidido, en contra de la voluntad de Dios. Dice san Pablo que "los que se pierden es por no haberse abierto al amor de la verdad para salvarse"(2 Tes 2, 10) ... "de modo que serán condenados todos los que no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad" (2 Tes 2, 12).