miércoles, 30 de abril de 2014

Breves comentarios a la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz (1)


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5 a 8

1. En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada

La oscuridad de la noche no es un obstáculo serio para un alma enamorada. Y no sólo no es un obstáculo sino que es un reto en el que puede demostrar a su amado que lo quiere de verdad y que sus palabras de amor no son falsas. El versículo del Cantar: "la bandera que [mi amado] ha levantado contra mí es una bandera de amor" (Cant 2,4) se lo aplica a sí misma y acepta el reto, en un acto de valentía y confianza. Y lo hace, además, "con ansias en amores inflamada" (todo lo contrario a una actitud mediocre, rutinaria y calculada) pues no desea otra cosa (¡y lo desea ardientemente!) que estar junto a su amado, que es lo único que hace que su vida tenga sentido. 

Por eso no se dedica a mirarse el ombligo, sino que quiere salir de sí misma ... y lo hará, pero no "con bombo y platillo", porque su más ferviente anhelo  (¡y en realidad el único!) es establecer una relación íntima de amor con aquel que es su vida. Por eso dice: "salí sin ser notada": los ruidos, las distracciones, etc, ..., la pueden perturbar y alejar de ese objetivo. Para llevar a cabo esta "salida" necesita paz y sosiego interior ("estando ya mi casa sosegada") ... y no deja de ser curioso (¡y digno de ser muy tenido en cuenta!) que este sosiego lo ha encontrado, precisamente, en medio de grandes oscuridades y sufrimientos, ... y es que la oscuridad aceptada pone de manifiesto la autenticidad del amor que dice tener

No  importa que el camino que conduce hacia el amado sea angosto, oscuro y lleno de todo tipo de dificultades. Elegir ese camino supone embarcarse en una auténtica aventura, que es la gran aventura de su vida, con todo lo que ello supone de riesgo, de caídas, de heridas, de emoción, etc... ¡Esto hace que la vida sea cualquier cosa menos aburrida! Y lo más maravilloso ("¡oh dichosa ventura!") es que, siguiendo este camino oscuro y difícil, tiene la total seguridad de que conseguirá alcanzar la meta que persigue, conforme a las palabras de su amado: "Qué angosta es la senda que lleva a la vida" (Mt 7,14). Entonces se hará realidad en ella tanto la petición de Jesús a su Padre en la oración sacerdotal de la Última Cena: "Padre, quiero que donde Yo estoy estén también conmigo los que Tú me has confiado" (Jn 17,24) como la promesa que les hizo a sus discípulos: "De nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá quitaros vuestra alegría" (Jn 16,22).

Por eso podría decir (y podría también decirlo todo el que estuviese enamorado de Jesús)



Por estrechos senderos
he buscado, sin tregua, a aquél que amo,
entre los limoneros:
suspirando le llamo
y acude, presuroso, a mi reclamo.
(J. Martí)

Siempre la senda estrecha ("Por estrechos senderos"): no hay otro camino para encontrar a Jesús, si es que de veras queremos encontrarlo. Y esta búsqueda no admite paradas ni descansos ("he buscado, sin tregua, a aquél que amo"). No se ama a intervalos: hoy sí, mañana no, otra vez sí, etc... ¡O se ama en totalidad, sin ningún tipo de reservas, o es que no se ama realmente! Porque, además, esta totalidad supone también la máxima intensidad posible; no se puede amar a medias, de cualquier modo; todos nuestros afectos y deseos deben estar implicados, desde lo más profundo de nuestro ser ("suspirando le llamo"). 

Por otra parte, la búsqueda amorosa, si quiere llegar a ser efectiva ("Buscad y hallaréis" Mt 7,7) debe realizarse en un ambiente de silencio ("entre los limoneros") para que ningún ruido (externo o interno) nos pueda distraer de lo que, con ansias, perseguimos ... que no es un algo, sino un alguien muy concreto: Jesús. 

Y, desde luego, no nos debe quedar la menor duda de que lo encontraremos, pues el deseo que Él tiene de encontrarnos es infinitamente mayor que el que tenemos nosotros con relación a Él. De ahí que, ante la insistencia y la tenacidad de mi búsqueda Él "acude, presuroso, a mi reclamo". En realidad, de verdad, la iniciativa en esta búsqueda ha sido suya: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno (¡alguno!) oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré y cenaré con él y él cenará conmigo" (Ap 3,20). ¡Hasta ese extremo llega la intimidad de amor y de amistad que Él quiere tener conmigo! ( en este "conmigo" nos podemos incluir todos). Eso explica la premura con que Él acude a mi reclamo. Este anhelo amoroso del Señor hacia cada uno de nosotros viene reflejado muy bellamente en el Cantar de los Cantares:

"Paloma mía,
en los huecos de las peñas,
en los escondites de los riscos,
dame a ver tu rostro,
dame a oír tu voz,
que tu voz es suave,
y es amable tu rostro" (Cant 2,14)