La noche dichosa guía al poeta con la única luz que en su corazón ardía; y lo guía con una seguridad mayor que la que podría proporcionarle la luz del mediodía. Pero, ¿adónde lo guía?
... adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
El poeta busca a Dios pero Dios lo está esperando antes a él, con verdaderas ansias ... algo que va más allá de toda imaginación, pero cuya realidad hemos podido constatar: "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20) nos dice San Pablo. O también: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1b). De manera que, por incomprensible que nos parezca, es un hecho, conocido por la fe, que a Dios le interesamos. Somos importantes para Él (¡ y hasta qué punto!).
Porque así es: Jesús desea estar a mi lado, porque me quiere. Los que se quieren desean estar juntos y decirse el uno al otro su amor. La luz que guía a la esposa hacia su Amado es más luminosa que la luz del mediodía, como decimos, pero esa luz se manifiesta en la noche oscura del alma, en el sufrimiento, en la cruz, mediante la cual se autentifica el amor que decimos tener al Señor. No hay otro camino. La negación de uno mismo es condición "sine qua non" para que podamos encontrarnos con Jesús, según sus propias palabras dirigidas a nosotros: "El que quiera venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y que me siga" (Lc 9, 23).
Por supuesto que, en este camino a recorrer, es necesaria la fe: "Sin fe es imposible agradar a Dios, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11,6). Una fe que debemos pedirle continuamente al Señor: "Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad" (Mc 9, 24), con la absoluta seguridad de que nos la concederá: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan" (Mt 7, 11).
En el mundo en el que vivimos, en el que se ha perdido la fe, un mundo que lucha contra Dios y contra todo lo sobrenatural, nuestra petición de fe al Señor debemos hacerla con todas las fuerzas de nuestro ser e insistentemente, porque nadie puede considerarse seguro: "Quien piense estar en pie, mire no caiga" (1 Cor 10, 12). Pero no debemos de tener miedo, pues "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que, con la tentación, os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13).
En el mundo en el que vivimos, en el que se ha perdido la fe, un mundo que lucha contra Dios y contra todo lo sobrenatural, nuestra petición de fe al Señor debemos hacerla con todas las fuerzas de nuestro ser e insistentemente, porque nadie puede considerarse seguro: "Quien piense estar en pie, mire no caiga" (1 Cor 10, 12). Pero no debemos de tener miedo, pues "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que, con la tentación, os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13).
La situación actual es de apostasía general y esto se da a nivel mundial y cada vez con mayor celeridad, como si hubiese prisa en el mundo por arrojar a Dios de la faz de la tierra. Imposible evitar que se nos pase por la mente aquellas terribles palabras del Señor, relativas al fin de los tiempos: "¿Pensáis que cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe en la tierra?" (Lc 18, 8). Y también estas otras: "Seréis odiados por todos a causa de mi Nombre" (Lc 21, 17). Todo esto se está cumpliendo.
Frente a lo cual las palabras de Jesús son, como siempre, consoladoras. Y nos llenan de fortaleza. Nos sitúan en la verdad: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). La receta sigue siendo la vigilancia y la oración: "Velad, pues, orando en todo tiempo, para que podáis escapar de todo lo que va a suceder, y podáis estar firmes ante el Hijo del Hombre" (Lc 21, 36).
Por supuesto, la oración ha de ser personal, de tú a tú, en la intimidad: "Cuando te pongas a orar entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará" (Mt 6, 6).
Por eso dice el poeta, cuando habla del encuentro con el Señor, que éste tendría lugar ...
... en sitio donde nadie aparecía.
Solamente en la intimidad de la oración -y, si puede ser, preferentemente, junto al Sagrario- en el recogimiento, donde nada nos perturbe en nuestro diálogo con el Señor, sólo ahí será posible el encuentro con Jesús: un encuentro dichoso. Dichoso para nosotros y también dichoso para Él: "Mi alegría es estar con los hijos de los hombres" (Prov 8, 31).
En realidad de verdad esto es lo único que importa. Todo lo que no sea amar a Dios y dejarse amar por Él, en una relación de intimidad amorosa y recíproca, es una pérdida de tiempo. La mayor desgracia del hombre de hoy es que no conoce a Jesucristo. Y ni el mundo, y ni siquiera la Iglesia (en algunos casos) están por la labor de darlo a conocer. El rechazo de Dios, que existe hoy a niveles insospechados, se debe al hecho innegable del rechazo de Jesucristo. Una vida sin Jesucristo es una vida perdida, una vida en la que falta lo más importante, lo esencial, que es el Amor. El vacío y la tristeza que consume a este mundo está íntimamente relacionado con el desconocimiento y el rechazo de Jesucristo en la sociedad actual. En el pecado se lleva la penitencia.
En realidad de verdad esto es lo único que importa. Todo lo que no sea amar a Dios y dejarse amar por Él, en una relación de intimidad amorosa y recíproca, es una pérdida de tiempo. La mayor desgracia del hombre de hoy es que no conoce a Jesucristo. Y ni el mundo, y ni siquiera la Iglesia (en algunos casos) están por la labor de darlo a conocer. El rechazo de Dios, que existe hoy a niveles insospechados, se debe al hecho innegable del rechazo de Jesucristo. Una vida sin Jesucristo es una vida perdida, una vida en la que falta lo más importante, lo esencial, que es el Amor. El vacío y la tristeza que consume a este mundo está íntimamente relacionado con el desconocimiento y el rechazo de Jesucristo en la sociedad actual. En el pecado se lleva la penitencia.