domingo, 12 de diciembre de 2010

RESPUESTA DEL HOMBRE Y SONETOS SACROS (3 de 11)



La llamada de Dios es para hoy. Es hoy cuando tengo que darle una respuesta. Como se ha dicho anteriormente, y expresa bellamente Lope de Vega en su soneto, el dejar la respuesta "para mañana" equivale a una negativa:

"Mañana le abriremos" -respondía-
para lo mismo responder mañana

La respuesta ha de ser generosa y rápida: el secreto para conseguirlo, en realidad es muy sencillo. Se trata, sin más, de querer al Señor. Nada más, y nada menos. Porque, si se le quiere, no se demora la respuesta.

En el Cantar de los Cantares, en el cuarto poema, canto sexto (Ca, 5, 2), dice la esposa:

"Yo duermo, pero mi corazón vigila.
La voz de mi amado llama a la puerta: "

y escucha, entonces, al amado, que dice:

 " ¡Ábreme, hermana mía, amada mía,
 mi paloma, mi preciosa!
Que mi cabeza está cubierta de rocío,
y mis cabellos de la escarcha de la noche"

Lo propio sería conmoverse ante esa llamada; y, sin embargo, nos encontramos, sorprendentemente, con la siguiente respuesta, por parte de la esposa:

Ya me quité la túnica,
¿cómo volver a vestirme?
Ya me lavé los pies,
¿cómo me los voy a ensuciar?

¿Qué ha ocurrido? La respuesta es clara: la esposa estaba pensando, egoístamente en ella misma; su comodidad era más importante que el hecho de que el Esposo estuviese congelado, llamándola con ternura, esperando que ella le abriera la puerta. Fue un fallo en el amor, pues la voz del amado debe estar por encima de cualquier otro afán o cuidado.

Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurrió con los primeros discípulos del Señor: en primer lugar con Simón y Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores; y luego con Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, que estaban en la barca con su padre, remendando sus redes. Cuando Jesús los vio les dijo: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres". Ellos, al instante, dejando las redes los primeros, y dejando la barca y a su padre los segundos, le siguieron (Mt 4, 18-22). La llamada de Jesús les importó más que las redes, la barca e incluso más que su propia familia (más que su padre) y más que ellos mismos. No se lo pensaron dos veces y, dejándolo todo, le siguieron.

La esposa del Cantar, en cambio, puso su comodidad por encima de la llamada de su amado. Bien es cierto que luego se estremecieron sus entrañas:

Me levanté 
 para abrir a mi amado... (Ca 5,5)

... Abrí a mi amado,
pero mi amado ya no estaba,
se había marchado (Ca 5,6)

Y es que la respuesta que demos, ante los requerimientos de amor que el Señor nos hace, si el amor que decimos tenerle es verdadero, debe ser una respuesta generosa, en totalidad y sin dilación de ningún tipo; pues nada, absolutamente nada puede ser más importante que el Señor. Y si algo fuera más importante que el Señor sería una señal, más que clara, de que nuestro amor por el Señor estaba fallando, y se estaba quedando sólo en palabras. Y que debíamos, por lo tanto, rectificar. De lo contrario, el amor se extinguiría y se quedaría en nada. 

En realidad es ésta la razón, la única razón por la que no somos todo lo felices que deberíamos de ser, todo lo felices que el Señor quiere que seamos, con esa alegría que Él anhelaba para nosotros, cuando oraba a su Padre: "Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros..." (Jn 17, 11). "...Y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi gozo completo" (Jn 17,13).

Recordemos también brevemente el pasaje del joven rico, en el que Jesús le dice: "Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes y dalo a los pobres... luego ven y sígueme". Cuando el joven oyó estas palabras se marchó triste, porque tenía muchas posesiones (Mt 19, 21-22)

La tenencia de tantas posesiones lo tenía esclavizado, pues era incapaz de desprenderse de ellas y quedarse sólo con el Señor. La perfección a la que Jesús lo llamaba era la del Amor, la del olvido de sí mismo y la de la entrega total y generosa. El joven rico no fue capaz de dar ese paso; y es que tenía admiración por el Señor, pero no estaba enamorado de Él; al menos, no lo suficiente como para desprenderse de aquellos bienes a los que prefirió antes que al Señor. El resultado, como se lee en el Evangelio, es que se marchó triste; lo que es completamente lógico, porque la Alegría (se entiende, la verdadera alegría) siempre va unida al Amor.

El amor es la clave de la existencia, pues hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor. El amor es lo unico que nos puede colmar y hacernos felices, ya en este mundo; de modo que la tristeza no es sino el resultado (completamente lógico) de la falta de amor, de no darlo todo, de estar apegados excesivamente a las cosas, prefiriéndolas a Dios.

San Juan de la Cruz lo entendió muy bien, y así lo refleja en esta bella estrofa de su Cántico Espiritual:

Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio:
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

Amar, por supuesto, pero el amar es para hoy. Es hoy, aquí y ahora, cuando tengo que amar. Y el amor no se puede quedar sólo en palabras, como ya hemos señalado antes, sino que se tiene que manifestar en la propia vida, de alguna manera; de lo contrario no puede hablarse propiamente de amor.  

Tenemos, por una parte, las palabras del mismo Jesús: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5). De Él recibimos la fuerza para poder actuar en todo aquello que concierne a nuestra salvación.  Pero también debemos de tener muy claro que, si tenemos fe y sabemos que Él está con nosotros y en nosotros, podemos decir, con San Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta".

Es importante darse cuenta de que, aunque Él está en nosotros, somos nosotros los que actuamos. Si Él lo hiciera todo, ¿dónde estaría, entonces, el amor? Tal amor sería imposible, al no existir un "tú" y un "yo". El amor siempre es bilateral, es cosa de dos; en este caso, es cosa de Dios y de cada uno de nosotros. Para Él cada uno es único. Dios nos ha creado verdaderamente libres, para que nuestro amor sea un amor verdadero. Él hace posible que podamos amar, dándonos su Espíritu, pero una vez que nos lo ha dado, es realmente nuestro; y podemos entregárselo, y nuestra entrega es realmente "nuestra".La conclusión es clara: puesto que tenemos su Amor, y esto es seguro, de nosotros depende (de nuestra respuesta)  el que nos salvemos o no. Pues aunque es verdad que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" no es menos cierto que "de Dios nadie se burla, porque lo que uno siembre eso recogerá" (Gal 6,7).

Dios ha querido hacer depender de nosotros nuestra propia salvación: "Cada uno recibirá su propia recompensa según su trabajo" (1 Cor 3, 8). "Mira que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según haya sido su conducta" (Ap 22,12). 

En cualquier caso, no debemos inquietarnos: "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación os dará también el modo de poder soportarla con éxito" (1 Cor 10, 13).

Y, por supuesto, siempre queda, y es fundamental, la confianza en la divina Providencia. Es preciso vivir conforme a las palabras de Jesús: "No andéis buscando qué comer o qué beber, y no estéis inquietos. Por todas estas cosas se afanan las gentes del mundo. Bien sabe vuestro Padre que estáis necesitados de ellas. Vosotros buscad su Reino, y esas cosas se os darán por añadidura" (Lc 12, 30-31)