jueves, 19 de enero de 2017

¿Qué es la Misa? (Adelante la Fe) [3 de 4]



Sacrificio cruento e incruento
Sin embargo, es conveniente advertir que la muerte mística de Cristo, mediante la representación de la separación de Su Cuerpo y de Su Sangre, toma su propia eficacia de la Inmolación física y cruenta sucedida en la Cruz, en la que la Sangre de Cristo se separó física y realmente de Su Cuerpo, provocando Su muerte real. La Muerte de Cristo, si pasó en su acto material, físico y cruento, está presente hasta el fin del mundo, con toda su virtud y eficacia de valor infinito.
La Inmolación real y cruenta, o sea, la muerte física de Jesús, se dio una sola vez (Heb., IX, 27), pero de ella toma toda su eficacia la Inmolación mística del Sacrificio de la Misa, el cual es un Sacrificio relativo a la Muerte en Cruz de Jesús (que es el Sacrificio absoluto).
La Misa no es una simple representación, memorial o conmemoración del Sacrificio del Calvario, sino que representando, reproduce, renueva y hace presente de nuevo, es decir hace presente la Muerte de Cristo con todos Sus méritos, que son aplicados a aquellos que participan en la Misa. Por lo tanto, se puede decir que la Muerte mística de Jesús es la esencia del Sacrificio de la Misa porque no conmemora o representa solamente el Sacrificio del Calvario, sino que lo reproduce, lo hace presente, lo renueva y lo representa aplicando sus frutos todos los días hasta el fin del mundo.
El Concilio de Trento condenó a los protestantes, que reducen la Misa a una pura conmemoración de la Ultima Cena y del Sacrificio del Calvario: “Si alguno afirma que el Sacrificio de la Misa es solamente la simple conmemoración o memorial del Sacrificio de la Cruz sea anatema” (sesión XXII, cap. 3). Enseña además que “en este Sacrificio divino que se realiza en la Misa está contenido e inmolado de manera incruenta el mismo Cristo, que se inmoló una sola vez cruentamente en el Altar de la Cruz” (sesión XXII, cap. 2). Véase el Catecismo del Concilio de Trento (II parte, § 3, n. 237. Cit., pp. 290-291).
La Misa no es ni siquiera solamente un simple “Sacrificio de alabanza y de acción de gracias” y un mero “banquete o comunión del Cuerpo de Cristo”, como quería Lutero, sino que es también un Sacrificio propiciatorio, expiatorio y satisfactorio, además de serlo de adoración y de acción de gracias, en el cual los fieles pueden (no deben) recibir la Comunión del Cuerpo de Cristo.
Por lo tanto, se puede concluir perfectamente que la Misa representa, renueva y hace presente de nuevo (“conmemorando vuelve a realizar”) el Sacrificio de la Cruz, aplicando a las almas que han vivido después del Sacrificio del Calvario sus frutos. Por ello, la Misa no quita nada a la virtud y eficacia infinitas del Sacrificio del Gólgota (como la Corredención secundaria y subordinada de María Santísima no quita nada a la Redención primaria de Cristo): asistir a la Misa es sustancialmente lo mismo que asistir a la Muerte de Jesús en la Cruz[vi].
La Redención de Cristo se realizó en el Calvario y es continuada por la iglesia hasta el fin del mundo mediante la Misa. Cruz y Misa no pueden ser separadas. La Redención no sería completa sin la Misa y esta no tendría ningún significado si no estuviera unida al Sacrificio de la Cruz[vii].
El mal y el diagnóstico
El padre Gabriele Roschini escribe: “la edad moderna, comenzada con el humanismo, es una marcha hacia la conquista del yo, que el Medioevo había mortificado en homenaje a Dios. Para reconquistar este yo, mortificado por Dios, el hombre se puso a recorrer frenéticamente los caminos de la emancipación del yo de la autoridad religiosa. Llegó Descartes y, con su famoso método filosófico, marcó la emancipación del yo de la filosofía tradicional, o sea, de la filosofía perenne que es la única verdadera; emancipación filosófica llevada después a su último término por Kant, por Hegel, etc. Llegó Rousseau y, con sus principios sociales revolucionarios, marcó la emancipación del yo de la autoridad civil. Esta continua, progresiva emancipación del yo es después culminada en la divinización del mismo yo y en la consiguiente humanización, o mejor, destrucción de Dios

Se dio así la muerte nietzscheana de Dios en homenaje al yo. Dios es luz, amor, alegría, cantó el Poeta: ‘luce intellettual, piena d’amore; amore di vero ben, pien di letizia; letizia que trascende ogni dolzore / luz intelectual, llena de amor; amor del verdadero bien, lleno de alegría; alegría que trasciende toda dulzura’ (Paraíso, XXX, 40-42)[viii]. Quitado de en medio Dios, se han quitado de en medio la luz, el amor y la alegría; y se ha dado todo lo opuesto, es decir: tinieblas, odio, tristeza. 

Se ha dado, de este modo, el hombre acabado, o sea, un cadáver ambulante, al que cuadra perfectamente el epitafio que había preparado Papini para sí mismo, antes de que fuera hecho resurgir por la fe de Cristo: ‘La ascensión metafísica de mí mismo ha fracasado. Soy una cosa y no un hombre. ¡Tocadme! Estoy frío como una piedra, frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre que no pudo llegar a ser Dios’. La conquista se transformó en derrota”[ix].
El remedio y la terapia
El padre Roschini nos da también el remedio“¿Quién podrá hacer salir de la tumba a este Lázaro, que es el hombre moderno, el cual yace desde hace cuatro días et jam foetet, para devolverle la luz, el amor, la alegría y el gozo de vivir? Ningún otro fuera de Aquel que es el Camino, la Verdad, la Vida, o sea, Cristo crucificado, junto a María Dolorosa, indisolublemente unida a El en la obra de la Redención. Solamente una adhesión y una vuelta completa, incondicional al Crucificado y a la Dolorosa puede liberarnos de las tinieblas, del odio y de la tristeza; puede devolvernos la luz, el amor y la alegría

Es necesario reconducir al mundo a los pies del Calvario. Ahora bien, los rayos salvíficos del Crucificado y de la Dolorosa se concentran en la Santa Misa, que es un puente entre el mundo y Dios, y alcanzan a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. […]. Cristo y la Dolorosa, en la obra de nuestra Redención constituyen una sola persona moral, como enseña el papa Benedicto XV: ‘la Dolorosa sufrió de tal manera y casi murió junto al Hijo (“commortua est”) que sufría y moría, e inmoló de tal manera a su Hijo a la justicia divina que la aplacó, por lo que le correspondía a ella, de modo que puede decirse justamente que Ella corredimió con Cristo y bajo Cristo al género humano’ (Carta Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918, AAS, X, 1918, p. 182)”[x].
El cardenal Ernesto Ruffini añade: “Perpetuándose en la Santísima Eucaristía el Sacrificio de la Cruz, es necesario admitir que María continúa en el Sacrificio del Altar el oficio que realizó con Jesús para la Redención de los hombres en el Calvario”[xi].
El padre Roschini concluye así su áureo librito: “Este será (María Dolorosa y la Cruz en la Misa) el medio más eficaz para salvar al hombre moderno, deteniéndolo eficazmente en su loca y ruinosa carrera a la conquista del yo, e incitándolo no menos eficazmente a la sapientísima conquista del yo a Dios (La Santa Messa, cit., p. 59).
Cómo participar en la Misa
El modo más conveniente de asistir a la Misa es “ofrecerla” a Dios a través del sacerdote celebrante para los cuatro fines para los cuales Jesús se inmoló en el Calvario (latréutico, eucarístico, propiciatorio /satisfactorio e impetratorio), pensando en el Sacrificio de la Cruz en el Gólgota, contemplándolo y reviviéndolo.

La comunión bien hecha, en gracia de Dios y con buenas disposiciones, que deben ser siempre más intensas de las de la comunión precedente, es la mayor participación en el santo Sacrificio de la Misa.
Continúa y acaba