viernes, 12 de febrero de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (6 de 11) [José Martí]


Enlaces a las distintas entradas sobre este tema:


La cruz de Cristo única salvación posible (1 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (2 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (3 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (4 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (5 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (6 de 11)




La cruz de Cristo única salvación posible (8 de 11)

La cruz de Cristo única salvación posible (9 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (10 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11)



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Paráclito es uno de los Nombres que se le dan al Espíritu Santo y significa Consolador. El Espiritu Santo, el Gran Desconocido es igualmente Dios, como lo son el Padre y el Hijo. El Padre no procede de nadie, el Hijo procede del Padre por generación intelectual y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por espiración amorosa: tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Eso es lo que nos enseña nuestra fe. Este misterio de la Santísima Trinidad nos revela a Dios como Amor en Sí mismo, pues el Amor, por esencia, es interpersonal al mismo tiempo que unitivo. Unidad y Diversidad se dan en Dios de un modo Perfecto.

Por expresarlo de alguna manera, se podría decir, puesto que nos es preciso usar el lenguaje para poder entendernos, que aunque todo Dios es Amor, como nos dice san Juan, el Espíritu Santo sería como el Corazón mismo de Dios. Esto es un modo de hablar ya que no existen palabras para expresar la inmensidad del misterio de Dios quien, siendo Uno, es igualmente Trino: Uno en Esencia y Trino en Personas. La intimidad de Dios, su Amor, se le atribuye al Espíritu Santo. Pero este Amor de Dios, su intimidad, es Dios mismo: Dios es simplicísimo. Podríamos decir, para entendernos, que aunque Dios -todo Él- es Amor, expresa ese Amor, con relación a nosotros, dándonos su Espíritu. De ahí llas palabras del apóstol Pablo a los romanos: "el Amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5, 5).


El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es Espíritu del Padre y es, igualmente, Espíritu del Hijo. Un Único Espíritu, que se identifica con el Amor que Padre e Hijo se profesan. Resulta, sin embargo, que a Dios, es decir, al Padre nadie lo ha visto jamás (Jn 1, 18a). Y, en cambio, al Hijo sí que lo hemos podido ver y conocer: "Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien os lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18b) pues "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).


Antes de la venida de Jesucristo, en el Antiguo Testamento, el conocimiento de Dios por parte del hombre era muy imperfecto, pues Dios es Espíritu. Nadie es capaz de imaginar a un espíritu. Está fuera de nuestras posibilidades como personas humanas que somos. En cambio, cuando Dios, en la Persona de su Hijo, "se hizo carne", todo cambió. Desde el momento en el que el Hijo tomó nuestra naturaleza humana, haciéndose real y verdaderamente uno de nosotros, Dios nos es accesible. Ahora ya nos es posible verlo y también imaginarlo, pues este Dios-hombre, que es Jesucristo, tiene un cuerpo como el nuestro. Es realmente hombre, como nosotros, además de ser Dios. Y por eso pudo decir a Felipe, cuando éste le preguntó por el Padre: "El que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 9). Esta idea es esencial al Cristianismo. Sin ella no se entiende ni se puede entender nada. En el Hijo, Dios nos lo ha dado todo: se ha dado todo Él, puesto que Padre e Hijo son una sola cosa: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10, 30). "Quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 45)


De manera que, en lo que sigue, y con fines didácticos, cuando nos refiramos al Espíritu Santo hablaremos del Espíritu de Jesucristo (que, por supuesto, es el Espíritu de Dios, es Dios mismo) teniendo "in mente" que sólo Ése es el Espíritu de Dios, ése es el Espíritu Santo, conforme a lo que se ha explicado ya más arriba. De manera que todos nuestros problemas, con relación a Dios, se reducen a uno solo: el conocimiento de Jesucristo. Y no lo olvidemos: "Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2, 23). "El que no honra al Hijo, no honra al Padre, que lo ha enviado" (Jn 5, 23).


El mensaje de Amor que nos trajo Jesús incluía, como esencial a dicho mensaje, a un Dios único, el mismo Dios del Antiguo Testamento, Aquén en el que los judíos creían, pero traía una novedad fundamental que es la que los judíos, en su mayoría, no creyeron. Y es la de que Dios, aun siendo único, se había revelado en su Hijo, quien era también Dios (además de ser hombre) y, en cuanto Dios, idéntico al Padre, sin confundirse con Él. Esto ni lo podían entender (lo que es lógico, tratándose de un misterio; Dios nos supera y eso es lo propio) ni lo podían admitir (aunque esto ya no es tan lógico; su única explicación es la soberbia de quien no admite ninguna otra verdad que la que su mente estrecha entienda). Por eso, "aunque había hecho tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él" (Jn 12, 37)


Y no sólo eso, sino que además "buscaban el modo de matarle porque no sólo violaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (Jn 5, 18). Que Jesús llamaba Padre a Dios en un sentido completamente diferente al que usamos nosotros cuando  llamamos también  Padre a Dios, lo podemos comprobar en el episodio que siguió después de que Jesús dijera: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10, 30). Se lee en el Evangelio que "de nuevo los judíos tomaron piedras para apedrearle; y Jesús les replicó: 'Muchas obras buenas os mostré de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?' Los judíos le respondieron: 'No te apedreamos por obra alguna buena, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios' " (Jn 10, 31-33). Jesús no se amilana y les responde: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed por las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre" (Jn 10, 37-38).


¿Cuál fue la reacción de los judíos ante los milagros de Jesús? ¿Creyeron en Él por eso? Todo lo contrario. De hecho, después de haber resucitado Jesús a Lázaro, "los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron en consejo y decían: ¿Qué hacemos, porque ese hombre hace muchos milagros? Si le dejamos, todos creerán en Él" (Jn 11, 47-48). "Y desde aquel día decidieron darle muerte" (Jn 12, 53). Y, además, "los príncipes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos, por su causa, se apartaban de los judíos y creían en Jesús" (Jn 12, 11).


Ante la obcecación de los judíos, en la que se manifiesta claramente aquello de que "vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11) Jesús no hace alarde de su condición divina ni les obliga a creer en Él. ¿Por qué? Pues porque el Amor, que es Dios, no se impone. Y por eso nos encontramos a Jesús llorando sobre Jerusalén. Nos lo relata san Lucas: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: "¡Si supieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42). Aquí se manifiesta, con toda claridad, cómo es Dios y cómo es su Espíritu. Fijándonos en Jesucristo descubrimos a Dios. Y no hay otro camino para llegar a Dios sino es a través de su Hijo encarnado, quien nos dijo, en cumplimiento de la Voluntad de su Padre: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6). 

Ahora bien: Jesucristo, una vez cumplida la misión que el Padre le había encomendado, tiene que marcharse. Y les habla claramente a sus apóstoles: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16, 28).  "Cuando me vaya y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14, 3). Y sigue: "no os dejaré huérfanos, volveré a vosotros" (Jn 14, 18). Es importante que nos creamos estas palabras de Jesús, que son las que nos dan la vida.  


Y, sin embargo, aunque son palabras de consolación, es un hecho que los apóstoles -y también nosotros- nos quedaremos sin su Presencia física "visible" hasta que Él vuelva de nuevo, al final de los tiempos. Jesús lo sabe muy bien y sabe que su Ausencia les hará sufrir, como bien les dice: "Ahora tenéis tristeza" (Jn 16, 22a) ... pero ahí no acaba todo. Por el contrario, les da ánimo para que no desfallezcan: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en Mí" (Jn 14, 1). Porque, además, "os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón, y nadie podrá quitaros vuestra alegría" (Jn 16, 22b).


¿Pero qué haremos mientras tanto? ¿De dónde sacaremos la fuerza que necesitamos para perseverar en la fe y ayudar a los demás a hacer lo mismo? ¿Dónde queda aquello que dijo: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20b)? 
Tenemos, por supuesto su presencia Real en la Eucaristía, que Él instituyó (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20; 1 Cor 11, 23-26), aunque oculta a nuestros sentidos bajos las especies del pan y del vino ... un misterio al que sólo puede accederse desde la fe. Pero, ¿quién nos dará esa fe de la que dijo Jesús que era "la victoria que vence al mundo" (1 Jn 5, 4) ... si Él se ha ido, si ya no podemos verlo.


Y es aquí donde hace su presencia el Espíritu Santo: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre, el Espíritu de Verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni le conoce. Vosotros le conocéis porque permanece en vosotros y en vosotros estará" (Jn 14, 15-17). El primer Paráclito, en este sentido, sería el propio Jesucristo, puesto que Paráclito significa también abogado y dice san Juan que "tenemos  un abogado ante el Padre, Jesucristo, el justo" (1 Jn 2, 1). De ahí que Jesús les diga a sus discípulos: "Estas cosas os las he dicho estando con vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que Yo os he dicho" (Jn 14 26).


¿Y cómo sabemos, con seguridad, si tenemos Su Espíritu?



(Continuará)

martes, 9 de febrero de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (5 de 11) [José Martí]

Se podrían citar muchísimos más versículos con respecto a la divinidad de Jesucristo. Antes de continuar citaremos algunos más tomados ahora del libro del Apocalipsis. Este libro es "Revelación de Jesucristo" y "nos muestra las cosas que van a suceder pronto, dadas a conocer por medio de un ángel a su siervo Juan, el cual atestigua que todo lo que ha visto es Palabra de Dios y Testimonio de Jesucristo" (Ap 1, 1-2). Fue escrito estando el apóstol san Juan desterrado en la isla de Patmos, hacia el año 95 d.C. 

"Yo soy el Alfa y la Omega -dice el Señor Dios- aquel que es, el que era, el que va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1, 8). 

"Yo soy el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17b-18a)

"Esto dice el Hijo de Dios, el que tiene los ojos como una llama de fuego y los pies como el metal precioso" (Ap 2, 18)

"Yo soy el que escudriña los corazones y las entrañas y os daré a cada uno según vuestras obras" (Ap 2, 23)

"Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar; y cierra y nadie puede abrir" (Ap 3, 7)

"Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios" (Ap 3, 14)

"Al que venza le concederé sentarse conmigo en mi trono, igual que Yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono" (Ap 3, 21)

Este Dios-hombre, que es Jesucristo, vendrá. Y no tardará en hacerlo: 

"Mira, he aquí que vengo pronto; y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según haya sido su conducta. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin" (Ap 22, 12-13)


Ante la Palabra de Dios nos encontramos indefensos. Y así tiene que ser: ante ella tenemos que rendirnos y confesar a Dios que se ha manifestado en Jesucristo. El poder de esta Palabra es el mismo poder de Dios:



"La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquél a quien hemos de rendir cuentas" (Heb 4, 12-13)



Por eso "ninguno puede poner otro cimiento fuera del que ya está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3, 11). Esto es sumamente importante. Nuestro Maestro y Señor nos ha dejado claro el Camino a seguir para no ser nunca confundidos ... ni siquiera aun cuando fuesen miembros de la misma Jerarquía Eclesiástica quienes nos dijesen lo contrario de lo que viene en las Sagradas Escrituras. 

Y, sin embargo, Cristo se fue ... ¡y nos quedamos solos! ... aunque ¿estamos realmente solos?. No, no lo estamos. Él está con nosotros: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Y lo está realmente: lo está en la Eucaristía, con Presencia Real. Lo está en sus sacerdotes, otros Cristos en medio del mundo, aunque no todos se comportan como tales;  y debería de estarlo en todos los que nos llamamos cristianos, que dejamos mucho que desear, la mayoría de las veces ... porque nos falta fe; pero la gente debería de ver a Jesús presente en todos y cada uno de nosotros. 

El contacto con un cristiano que lo fuera de verdad tendría que transformarse en un contacto con Jesucristo. Y si no es así, como ocurre con frecuencia, es porque estamos aún muy lejos del Señor; pero es a eso, precisamente, a lo que estamos llamados. Eso es lo que quiere Dios de nosotros, los que nos llamamos cristianos. Así lo decía san Pablo: "Estáis muertos; y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). 

Esa es la inmensa labor que se nos ha encomendado a todos los cristianos: la de reproducir en nosotros la misma Vida de Jesucristo. Se trata de una meta a conseguir. Nunca podremos decir que hemos llegado al final; pero lo que no podemos hacer nunca (¡no debemos!) es tirar la toalla y decaer en nuestra lucha por conseguirlo. Dios no nos pide otra cosa, pues no se trata tanto de ser buenos, como de intentar ser buenos. Lo primero es imposible: "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 18). Lo segundo sí que depende de nosotros, al menos hasta cierto punto: nunca por nosotros mismos. Eso sería pelagianismo. Pero si estamos junto a Él y Él está junto a nosotros entonces estamos en el buen camino y no hay nada imposible: "Todo es posible para el que cree" (Mc 9, 23). 

Por supuesto que todo esto lo sabemos por la fe. Pero la seguridad que proporciona la fe es superior, incluso, a la que nos proporcionan los sentidos. Éstos pueden errar. En cambio, el que haya recibido el don de la Fe (que, como tal don, es pura gracia) tiene la absoluta seguridad de que Jesucristo está con Él y de que Él está con Jesucristo; y de que este "estar el uno con el otro" será para siempre, atravesando las fronteras de la muerte.

No puede dejar de llamar la atención el hecho de que Jesucristo dijera a sus apóstoles, tal y como suena: "Os conviene que Yo me vaya" (Jn 16, 7a). ¿Cómo es posible que Su ausencia nos convenga? ... No podemos entenderlo. ¿Qué haremos si Él se va?  ... Pero la explicación viene enseguida. Él mismo se encarga de dárnosla: "... porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 7b).

(Continuará)

lunes, 8 de febrero de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (4 de 11) [José Martí]


Enlaces a las distintas entradas sobre este tema:


La cruz de Cristo única salvación posible (1 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (2 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (3 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (4 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (5 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (6 de 11)




La cruz de Cristo única salvación posible (8 de 11)

La cruz de Cristo única salvación posible (9 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (10 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11)



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Para nosotros es imposible llegar a percibir la inmensa malicia del pecado, como "misterio" de iniquidad que es. Deberíamos adentrarnos en la inmensa bondad de Dios, en ese otro "misterio" aún mayor y más inmenso, cual es el del Amor de Dios. Sólo en la medida en la que Dios nos haga entender algo de su Amor hacia nosotros, en esa misma medida llegaremos a percibir también algo de aquello en lo que consiste el pecado, pues éste es la antítesis del Amor. Sólo desde el conocimiento de Dios, que es el Ser, podemos llegar a entender lo que supone el rechazo de Dios, el rechazo del Ser, el anti-Ser, que no otra cosa es el pecado.

Quisiera realizar aquí algunas reflexiones, que siempre serán muy pobres, acerca de este tremendo misterio que es el del Amor de Dios. En tanto en cuanto Dios nos dé a entender su Amor (porque se lo permitamos) y seamos conscientes de su relación personal amorosa con cada uno de nosotros, sólo en esa medida, podremos hacernos cargo también de la inmensa gravedad y de la malicia del pecado. El misterio de iniquidad, que es el pecado, sólo es comprensible desde el misterio del Amor de Dios.


El mundo no conoce a Dios y ni siquiera puede conocerle, pues le ha dado la espalda y no quiere oír hablar de Él, no quiere oír hablar de Jesucristo, el Único que le podría dar la felicidad a la que aspira. Una vez que Dios ha sido descartado de la propia vida, ¿qué sentido puede tener ya el pecado? El hombre de hoy ha decidido que Dios no existe y vive como si Dios no existiera. Cada uno se fabrica su propio "dios": el dinero, el placer, las drogas, etc... El resultado salta a la vista: jamás el hombre ha sido más desgraciado de lo que lo es ahora. Se ha alejado de la fuente de toda felicidad y se ha condenado a sí mismo, ya en este mundo, como un anticipo de lo que será su eterna condenación, si no cambia su enfoque de la existencia y se vuelve hacia Dios.


La realidad siempre se impone. El ansia de felicidad, que es connatural a todo ser humano, es infinita: así hemos sido creados por Dios, para que sea Él el objeto de nuestra vida. Sólo Él puede darle algún sentido. Ninguna criatura, absolutamente nada -por bueno que sea- es capaz de llenar nuestro corazón, pues hemos sido creados por el Amor y para el Amor y éste no sólo se encuentra en Dios, sino que se identica con Dios. Comenzaremos a salir de nuestra oscuridad y de nuestro vacío cuando comencemos a amar de verdad y nos abramos al Amor de Dios.


San Agustín lo expresó muy bellamente cuando, en diálogo con el Señor, pronunció esa famosa frase que todos conocemos y que expresa una realidad, la gran realidad de la vida: "Nos hiciste, Señor, para Tí. Y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí". Esa sed de infinito está en nosotros y no podemos evitarla, pues tal es nuestra condición como personas. Así hemos sido creados por Dios. Sólo Él, que es infinito, puede satisfacer todas nuestras inquietudes ... lo que ninguna otra criatura podrá hacer nunca.


Santo Tomás de Aquino definió el pecado como "aversio a Deo et conversio ad creaturas", es decir, como un dar la espalda a Dios y un volverse a las criaturas para que éstas cubriesen el hueco dejado por Dios ... lo que, como muy bien sabemos por experiencia personal, es completamente imposible. No existe criatura alguna que pueda sustituir al Creador. Por eso necesitamos convertirnos y volvernos a Dios, único modo de poder encontrar algún sentido a nuestra pobre vida. Sin Él estamos, simple y llanamente, perdidos. Y esto es así lo reconozcamos o no. 


Si nos abrimos a la Verdad, esto es, a Dios, Él no nos rechazará nunca, porque nos ama; y no nos ama de cualquier manera, sino que nos ama con locura de verdadero enamorado; para Dios cada uno de nosotros es único; y no desea otra cosa de nosotros que nuestro amor. Sale a buscarnos todos los días ... pero tenemos que dejarnos encontrar por Él, con la absoluta seguridad de que su respuesta, con relación a nosotros, será el abrazo más amoroso que jamás nadie nos haya dada nunca ni pudiera hacerlo, aunque quisiera. Por grandes que fueran nuestros pecados, es mucho mayor su Amor, ese Amor que es el Único capaz de destruirlos, como si éstos nunca hubieran existido ... pues, como dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). 


Si hubiera que encontrar alguna palabra que definiera a Dios, suponiendo que eso fuera posible, puesto que Dios es infinito y ningún concepto humano puede encerrarlo; repito, si eso pudiera ser, no tendríamos más remedio que acudir a la Sagrada Biblia. Ésta, aunque usa el lenguaje humano, es la que más se aproxima a la realidad de Dios, puesto que es divinamente inspirada. 


En ella se lee, por una parte, la revelación que el mismo Dios hace de su propio Nombre a Moisés, cuando le dice: "Yo soy el que soy. Esto dirás a los hijos de Israel: "Yo soy" me envía a vosotros" (Ex 3, 14). [En términos filosóficos, acuñados por santo Tomás de Aquino, diríamos que Dios es Aquél cuya esencia es "ser". Dios es el "Ipsum Esse subsistens", aquel que existe desde siempre y que no tiene el ser recibido de nadie]


Por otra parte, en el Nuevo Testamento, el apóstol san Juan, refiriéndose a Dios, hace esta otra afirmación: "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). Y dada la simplicidad de Dios, dado que su Ser se identifica con cualquiera de sus atributos, los cuales sólo nos sirven a nosotros para hacernos una idea, muy remota, de cómo es Él, en realidad, podemos concluir que estas dos afirmaciones ("Dios es" y "Dios es Amor") son una y la misma cosa. Por decirlo de algún modo: su "Ser" es su "Amor" y todo ello en grado infinito e imposible de imaginar por nosotros; por más que nos empeñáramos, Él nos sobrepasa.


Pues bien: este Dios, que lo es todo, no se ha quedado en una simple abstracción mental o filosófica. No sólo es Amor, en sí mismo, sino que también se nos ha revelado como Amor ... en su Hijo. Así podemos leerlo en el Nuevo Testamento: "En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el Universo" (Heb 1, 1-2). 


De manera, pues, que para Dios somos importantes. Y lo somos hasta el extremo de que, Él mismo, en la Persona de su Hijo, se ha hecho uno de nosotros: éste es Jesucristo, verdadero Dios (el único Dios, consustancial al Padre) y verdadero hombre. Siendo Dios no nos pudo dar más de lo que nos dió, puesto que se dio a Sí mismo por Amor: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no muera sino que tenga la Vida Eterna" (Jn 3, 16).


Pero, ¿quién es Jesucristo? Todo el Nuevo Testamento habla de Él. Necesitaríamos una vida entera -y nos faltaría vida- para llegar a entender algo de Jesucristo ... y acabaríamos sin entender nada ... por nosotros mismos, lógicamente, pues aunque es cierto que "vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11), tal circunstancia no ocurrió con todos los hombres, pues hubo quienes sí le recibieron ... y "a cuantos le recibieron les dio la capacidad de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su Nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios" (Jn 1, 12-13). A éstos últimos van dirigidas, en verdad, las palabras contenidas en las Sagradas Escrituras, pues son los únicos que, en el Espíritu, son capaces de entenderlas.


A continuación escribo algunas de las citas bíblicas que, referidas a Jesucristo, muestran claramente que Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios Él mismo (el único Dios, consustancial al Padre) y el Único que, por lo tanto, puede dar sentido a la vida de cualquier persona, siempre que ésta se abra a su Gracia. Son tan solo una pequeña muestra de todo un conjunto que expresa, en todos los casos, una misma y única realidad: Jesucristo es Dios. Téngase en cuenta que todas estas expresiones no son inventos personales, sino que son palabra de Dios y tienen por autor al Espíritu Santo, que inspiró a quienes las escribieron. Deben de ser leídas, pues, como provenientes de Él.


"El es la imagen del Dios invisible (...). Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en Él (...) (Col 1, 15-17)


"Todo se hizo por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3).


"Resplandor de la Gloria del Padre e impronta de su sustancia (Heb 1, 3) ... "por quien hizo también el Universo" (Heb 1, 2). 


"Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para hacer las obras buenas que Dios había preparado para que las practicáramos" (Ef 2, 10) ... 


"... conforme al plan eterno que ha realizado por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro, en quien tenemos la segura confianza de llegar a Dios, mediante la fe en Él" (Ef 3, 11-12) 


... pues "uno solo es Dios y uno solo también el Mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó a Sí mismo, en redención por todos" ( 1 Tim 2, 5)


"De su Plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia" (Jn 1, 16).



(Continuará)

domingo, 7 de febrero de 2016

Sólo puede ser feliz quien se enamora de Jesucristo (Padre Alfonso Gálvez)

Parte final de una homilía del padre Alfonso Gálvez, en la que asocia el misterio de la cruz al misterio del Amor y, en definitiva, a la verdadera felicidad que puede tener lugar, ya en este mundo, aunque sea tan solo en forma de primicias.

Duración 1:17 minutos

martes, 2 de febrero de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (3 de 11) [José Martí]

Por otra parte, nadie puede decir Jesús es el Señor [Jesús es Dios] si no es en el Espíritu Santo (1 Cor 12, 3). Si el Espíritu de Jesús no está en nosotros, somos absolutamente incapaces de nada. La misma Iglesia no hubiera llegado a florecer y todo habría desaparecido con la muerte de Jesús. Pero cuando Jesús resucitó, apareciénose a sus discípulos, éstos se llenaron de alegría al verlo (Jn 20, 20). Entonces sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22). Les dio su propio Poder: "A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Jn 20, 23). Los escribas y fariseos lo sabían muy bien: "¿Quien puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Lc 5, 21), decían ... y tenían toda la razón. Jesucristo, que era Dios, podía hacerlo y, de hecho, lo hizo (Lc 5, 20). Ese Poder lo transmitió más tarde a sus Apóstoles, cuando éstos recibieron el Espíritu Santo, haciendose realidad su Promesa: "Os lo aseguro: el que crea en Mí hará las obras que Yo hago e incluso las hará mayores, porque Yo voy al Padre" (Jn 14, 20)

Sólo la fuerza de Dios mismo, actuando realmente en ellos por medio de su Espíritu, hizo posible que sus Apóstoles pudieran emprender y llevar a cabo con éxito la misión que les fue encomendada: una misión que les sobrepasaba: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar TODO lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 18- 20a). Una labor que, junto a la de perdonar los pecados, les era absolutamente imposible de realizar ... ¡por sí mismos! Pero no estaban solos. Jesús había llevado a cabo la misión que su Padre le encomendó. Y ahora les tocaba a ellos hacer otro tanto: "Como el Padre me envió así os envío Yo a vosotros" (Jn 20, 21b). Y de la misma manera que "el Hijo nada puede hacer por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre ... pues lo que Él hace lo hace igualmente el Hijo" (Jn 5, 19) así también ahora nos ocurre a nosotros con relación a Jesús, quien dijo : "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 5, 5b) ... pero aun siendo esto cierto, no lo es menos aquello que decía san Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13). Ambas cosas son verdad: nada podemos y, sin embargo, lo podemos todo ... conforme a esta enseñanza y con los correspondientes matices.


Por eso el cristiano nunca puede estar triste ni desalentarse, aun cuando sufra, como también sufrió Jesús a causa de nuestros pecados. Por el contrario y conforme a las palabras de san Pablo a los corintios, los cristianos deberemos aparecer "como impostores, aun siendo veraces; como desconocidos, aunque conocidos; como a punto de morir, siendo así que vivimos; como castigados, pero no condenados a muerte; como tristes y, sin embargo, siempre alegres; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como quienes nada tienen, aunque poseyéndolo todo" (2 Cor 6, 8-10). Ciertamente tenemos que sufrir: la cruz es esencial para un cristiano que lo sea de verdadPero ha de tratarse de una cruz llevada junto a Jesús y por Jesús. Entonces se transforma en motivo de gozo, como le ocurría a san Pablo cuando dijo: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). 


El Espíritu de Cristo aparece bien reflejado en las siguiente palabras de san Pablo a los filipenses: "Tened, hermanos, entre vosotros, los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El cual, teniendo la forma de Dios, no consideró una presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de sievo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz" (Fil 2, 5-8). 


No tengamos miedo a la Cruz ... entendida ésta como la Cruz de Cristo; es decir, como la máxima manifestación posible de amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) ... que fue, precisamente, lo que Él hizo por nosotros. Hasta tal extremo nos amó. La Cruz, así entendida, no puede producir nunca en nosotros sentimientos de tristeza ni de abatimiento. De ocurrir tal cosa, no estaríamos entonces ante la verdadera cruz de Cristo, pues en el centro de nuestro pensamiento y de nuestra vida ya no estaría Él sino que estaríamos nosotros: sufrir por sufrir no tiene ningún sentido. El que piense en la Religión católica de ese modo está en un error, rayano en la herejía: se trata de un pensamiento que tiene sus raíces en el luteranismo, ya que para Lutero la naturaleza está corrompida y debe de ser castigada. Pero no, ese no es el modo de pensar ni de actuar de Jesús ni el de su Iglesia.


Todo lo contrario. Esto son las palabras de Jesús: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera" (Mt 12, 28-30). 


Qué bien entendieron estas palabras los Apóstoles cuando, después de haber sido azotados, "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa del Nombre de Jesús" (Hech 5, 41). Habían entendido muy bien lo que les dijo Jesús: "No es el siervo más que su señor. Si a Mí me persiguieron también a vosotros os perseguirán" (Jn 15, 20). Y "si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros" (Jn 15, 18).  "Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 19). Y dice el apóstol Santiago, por si quedara todavía alguna duda,  que "quien desee hacese amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (St 4, 4)


¿Por qué ese odio a Jesús por parte del mundo? ¿Qué es lo propio del mundo, lo que lo hace incompatible con Dios? En el lenguaje bíblico el mundo se refiere a todos aquellos que no recibieron sino que rechazaron la Palabra de Dios, manifestada en Jesucristo. De ellos dice Jesús: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado". Y continúa: "Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado. Ahora, sin embargo, las han visto y me han odiado a Mí y también a mi Padre" (Jn 15, 22-24). 


Sus discípulos, en cambio, reaccionaron de modo diferente ante los dichos y los hechos de Cristo. A ellos se refiere Jesús cuando se dirige a su Padre en la oración sacerdotal de la Última Cena: "Las palabras que me diste se las he comunicado; y ellos las recibieron y han conocido realmente que salí de Tí; y han creído que Tú me enviaste" (Jn 17, 8). Los apóstoles creyeron en Jesús. Le creyeron desde el principio cuando fueron llamados por Él y "al instante, dejando las redes, le siguieron" (Mc 1, 18). Y, con sus fallos y debilidades, le siguieron creyendo durante los tres años que estuvieron a su lado; por ejemplo, cuando dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4, 6) o "las palabras que os he dicho son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63), etc... De hecho, cuando muchos de sus discípulos se echaron atrás y no andaban ya con Él, ante la pregunta de Jesús a los Doce, Pedro, en representación de todos, dijo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna; y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 67-69). 


Ante la incredulidad de su pueblo Jesús les reprocha: "¡Ay de tí, Corazaín! ¡Ay de tí, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran realizado los milagros que se hicieron en vosotras, hace tiempo que, en saco y ceniza, hubieran hecho penitencia" (Mt 11, 21). A los escribas y fariseos, en concreto, les lanza terribles invectivas porque "ni entran ni dejan entrar a los que intentan pasar" (Mt 23, 14) hasta el punto de llamarles "¡Serpientes, raza de víboras!" (Mt 23, 33a) y amenazarles, si no cambiaban su conducta, con estas palabras: "¿Cómo podréis escapar a la condenación del infierno?" (Mt 23, 33b). [Obsérvese cómo Jesús hace referencia clara al infierno. Hoy mucha gente pasa por alto esta realidad, porque no la entiende ... pero no por ello deja de ser real]. Era tal la maldad de los príncipes de los sacerdotes y de los fariseos que después de que Jesús resucitara a Lázaro "decidieron darle muerte" (Jn 11, 53). Es más: decidieron "matar también a Lázaro, porque muchos, por su causa, se apartaban de los judíos y creían en Jesús" (Jn 12, 11). 


La falta de fe de los judíos en Jesús es consecuencia de su rechazo a la verdad: "Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?" (Jn 8, 46). Y, sin embargo, la reacción de Jesús ante esta increencia general por parte de los judíos es de queja amorosa: "¡Jerusalén, Jerusalén (...) ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido!" (Mt 23, 37). Aparece una frase en el evangelio de san Marcos en la que dice cómo Jesús, que es rechazado en Nazaret, pese a todos los milagros que había realizado entre los judíos, "se asombraba de su incredulidad" (Mc 6, 6), reacción muy humana por parte de nuestro Maestro y Señor, que nos está indicando, de alguna manera, el grado al que puede llegar un hombre cuando se empecina en no querer ver la verdad, por muy clara y manifiesta a todos que ésta sea. 


Hoy, por ejemplo, se niegan verdades evidentes. Y es que el que rechaza a Dios, rechaza igualmente la razón, que es un don de Dios. No quiere ver.  Hay bastante gente que piensa [¡ Bueno, piensa lo que los medios de comunicación quieren que piense, pero a lo que vamos!] que existe alguna incompatibilidad entre la fe y la razón. No hay tal. No sólo son compatibles sino que se exigen. El hilo de unión entre ambos es el amor a la verdad, adopte ésta la forma que sea. Una persona que, naturalmente, ama la verdad, la busca dondequiera que ésta se encuentre ... y nunca excluye lo sobrenatural, por principio. De hacerlo, tal búsqueda no sería sincera, sino con prejuicios: se quedaría a ras, a mitad de camino; al tomar la opción de cerrarse a las verdades que no entiende, deja de actuar como un verdadero amante de la verdad y lógicamente, tal cerrazón, le impide llegar a la Verdad (con mayúscula), que es Dios (y, en concreto, a Jesús), pues 
como bien decía santo Tomás de Aquino, lo sobrenatural  no se opone a lo natural, sino que lo supone y lo perfecciona, llevándolo a plenitud. El no comprender estas cosas, por otra parte tan elementales, es lo que ha llevado a muchos "ciéntificos", de ayer y de hoy, a no admitir a Dios ... y es que, previamente, ya habían decidido en su corazón que Dios no existía, sin darse cuenta (o quizás dándose cuenta) de que tal decisión no era, precisamente, racional sino arbitraria, descartando (y negando) aquel plano de la realidad (precisamente el más rico) cuya mente era incapaz de asimilar y de entender completamente.  


Algo semejante ocure con los hombres "progre" de nuestro tiempo, que son mayoría; y es que han optado por la mentira, mediante una opción que no se basa en razonamientos científicos, sino que es irracional y tiene su raíz en su propia voluntad; y esto lo han llevado hasta el extremo de rechazar la verdad, por muy clara y evidente que ésta se manifieste, incluso aun cuando esté demostrada científicamente. Todos los que así proceden rechazan, igualmente, a Dios; lo cual es lógico, dado que Dios es la suma Verdad y ellos odian la verdad. Muchos son los ejemplos que podrían ponerse y que saltan a la vista. Cito tan solo unos cuantos:

- Justificación del aborto como un derecho, aun estando más que demostrado que el aborto es un crimen y que es una persona humana la que es destruída: el hombre se arroga el poder de Dios, y es él quien decide quién tiene derecho a vivir y quien no.

- Ideología de género, que considera que no existe la naturaleza humana, en cuanto tal, sino que nuestras ideas son producto de la cultura recibida. Y así, aunque siempre se ha hablado de sexos en el caso del ser humano, conforme a lo que viene claramente especificado en el Génesis en el relato de la creación del hombre: "Hombre y mujer los creó" (Gen 1, 27) y aun cuando eso sea de sentido común y algo más que evidente ... aun así, se niega la evidencia en esta ideología: "
No existen los sexos masculino y femenino en el ser humano. No existen el hombre y la mujer como tales sino que el ser hombre o el ser mujer estará en función de cómo se perciba cada uno a sí mismo, de las inclinaciones que posea, que son las únicas que cuentan. Por cierto, esta "ideología" se quiere imponer en los colegios como si se tratase de algo objetivo y científico.


- Matrimonio entre personas del mismo sexo: clara aberración (y consecuencia lógica de la ideología de género). El matrimonio, por definición, lo es entre un hombre y una mujer; y está abierto a la procreación. Esto es ley natural. Cualquiera con dos dedos de frente puede entender que es así. De la relación sexual entre dos hombres o entre dos mujeres no puede haber descendencia.  Y esta idea de la familia natural que es, en realidad, el único tipo de familia que existe, es combatida. Un ejemplo más de opción por la mentira que llega hasta el extremo de que se legaliza y, además, se impone igualmente como materia de estudio en los colegios. La falsedad sustituyendo a la verdad. Y qué pocos son los que reaccionan ante estas anormalidades. 


Así podríamos continuar y no acabaríamos nunca. Y es que cuando el hombre se aparta de Dios, cualquier aberración es justificada, y los concepto de bien y de mal desaparecen. Observamos cómo se hacen realidad hoy en día aquellas palabras que le dirigió el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: "Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad, volviéndose a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4).

(Continuará)