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La cruz de Cristo única salvación posible (1 de 11)
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La cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11)
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Se podrían citar muchísimos más versículos con respecto a la divinidad de Jesucristo. Antes de continuar citaremos algunos más tomados ahora del libro del Apocalipsis. Este libro es "Revelación de Jesucristo" y "nos muestra las cosas que van a suceder pronto, dadas a conocer por medio de un ángel a su siervo Juan, el cual atestigua que todo lo que ha visto es Palabra de Dios y Testimonio de Jesucristo" (Ap 1, 1-2). Fue escrito estando el apóstol san Juan desterrado en la isla de Patmos, hacia el año 95 d.C.
"Yo soy el Alfa y la Omega -dice el Señor Dios- aquel que es, el que era, el que va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1, 8).
"Yo soy el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17b-18a)
"Esto dice el Hijo de Dios, el que tiene los ojos como una llama de fuego y los pies como el metal precioso" (Ap 2, 18)
"Yo soy el que escudriña los corazones y las entrañas y os daré a cada uno según vuestras obras" (Ap 2, 23)
"Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar; y cierra y nadie puede abrir" (Ap 3, 7)
"Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios" (Ap 3, 14)
"Al que venza le concederé sentarse conmigo en mi trono, igual que Yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono" (Ap 3, 21)
Este Dios-hombre, que es Jesucristo, vendrá. Y no tardará en hacerlo:
"Mira, he aquí que vengo pronto; y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según haya sido su conducta. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin" (Ap 22, 12-13)
Ante la Palabra de Dios nos encontramos indefensos. Y así tiene que ser: ante ella tenemos que rendirnos y confesar a Dios que se ha manifestado en Jesucristo. El poder de esta Palabra es el mismo poder de Dios:
"La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquél a quien hemos de rendir cuentas" (Heb 4, 12-13)
Por eso "ninguno puede poner otro cimiento fuera del que ya está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3, 11). Esto es sumamente importante. Nuestro Maestro y Señor nos ha dejado claro el Camino a seguir para no ser nunca confundidos ... ni siquiera aun cuando fuesen miembros de la misma Jerarquía Eclesiástica quienes nos dijesen lo contrario de lo que viene en las Sagradas Escrituras.
Y, sin embargo, Cristo se fue ... ¡y nos quedamos solos! ... aunque ¿estamos realmente solos?. No, no lo estamos. Él está con nosotros: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Y lo está realmente: lo está en la Eucaristía, con Presencia Real. Lo está en sus sacerdotes, otros Cristos en medio del mundo, aunque no todos se comportan como tales; y debería de estarlo en todos los que nos llamamos cristianos, que dejamos mucho que desear, la mayoría de las veces ... porque nos falta fe; pero la gente debería de ver a Jesús presente en todos y cada uno de nosotros.
El contacto con un cristiano que lo fuera de verdad tendría que transformarse en un contacto con Jesucristo. Y si no es así, como ocurre con frecuencia, es porque estamos aún muy lejos del Señor; pero es a eso, precisamente, a lo que estamos llamados. Eso es lo que quiere Dios de nosotros, los que nos llamamos cristianos. Así lo decía san Pablo: "Estáis muertos; y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3).
Esa es la inmensa labor que se nos ha encomendado a todos los cristianos: la de reproducir en nosotros la misma Vida de Jesucristo. Se trata de una meta a conseguir. Nunca podremos decir que hemos llegado al final; pero lo que no podemos hacer nunca (¡no debemos!) es tirar la toalla y decaer en nuestra lucha por conseguirlo. Dios no nos pide otra cosa, pues no se trata tanto de ser buenos, como de intentar ser buenos. Lo primero es imposible: "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 18). Lo segundo sí que depende de nosotros, al menos hasta cierto punto: nunca por nosotros mismos. Eso sería pelagianismo. Pero si estamos junto a Él y Él está junto a nosotros entonces estamos en el buen camino y no hay nada imposible: "Todo es posible para el que cree" (Mc 9, 23).
Por supuesto que todo esto lo sabemos por la fe. Pero la seguridad que proporciona la fe es superior, incluso, a la que nos proporcionan los sentidos. Éstos pueden errar. En cambio, el que haya recibido el don de la Fe (que, como tal don, es pura gracia) tiene la absoluta seguridad de que Jesucristo está con Él y de que Él está con Jesucristo; y de que este "estar el uno con el otro" será para siempre, atravesando las fronteras de la muerte.
No puede dejar de llamar la atención el hecho de que Jesucristo dijera a sus apóstoles, tal y como suena: "Os conviene que Yo me vaya" (Jn 16, 7a). ¿Cómo es posible que Su ausencia nos convenga? ... No podemos entenderlo. ¿Qué haremos si Él se va? ... Pero la explicación viene enseguida. Él mismo se encarga de dárnosla: "... porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 7b).
(Continuará)
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