jueves, 21 de mayo de 2015

Dios es Justo y Misericordioso (José Martí)


Es muy importante tener en cuenta que Dios es Justo y Misericordioso: ambas cosas son verdad. No es sólo Misericordioso, ni es sólo Justo. Es más: en Dios, Justicia y Misericordia son la misma cosa, dada la simplicidad de su Ser. Si hubiese una palabra para definir a Dios, que no la hay, tendríamos que decir, con san Juan: "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). 



En el Amor está todo ...  teniendo en cuenta las dos notas distintivas del verdadero amor, cuales son la libertad y la reciprocidad. El amor no se puede imponer a nadie. Ésa es la verdad acerca del amor: el que ama debe hacerlo con libertad, sin ningún tipo de coacción. De haberla sería un amor falseado, no sería amor. Y luego está la nota de reciprocidad: aunque Dios me ame y desee mi amor, es necesario que yo, libremente, le dé una respuesta amorosa al amor que Él me tiene, para que pueda hablarse propiamente de amor, el cual supone siempre un tú y un yo, que mutuamente se dicen libremente su amor. 

Dios no puede obligarme a que lo ame, aunque sea todopoderoso, porque ello iría en contra de la naturaleza misma del amor. Por eso es posible la condenación. No que Dios quiera que me condene. Eso es imposible: Dios ama todo cuanto ha creado y, de un modo particular, al hombre, creado a su imagen y semejanza. Pero el hecho de habernos creado realmente libres, único modo de que pudiéramos amarlo, conlleva la posibilidad de que decidamos no amarle. Y ahí está Él, indefenso. No puede obligarnos a amarle, aunque desea intensamente nuestro amor y nuestra correspondencia a su amor. 

La relación de Dios con nosotros siempre es una relación de amor. Él nos ama de verdad y siempre está dispuesto a perdonarnos. Por eso es infinitamente Misericordioso. Pero nunca nos perdonará si no queremos ser perdonados, si no reconocemos que hemos actuado mal. No puede, por la misma naturaleza del amor, por las reglas del amor, a las que Él mismo está sometido, por decirlo de alguna manera. Él es la Verdad y no puede contradecirse a Sí mismo. No puede decir que hay amor donde no lo hay. Por eso es infinitamente Justo.

Ahora pueden entenderse, quizás, esas misteriosas palabras de Jesús: "Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12, 31-32).

El Espíritu Santo es el Amor que Padre e Hijo se tienen mutuamente. Un pecado contra el Espíritu Santo es un pecado contra el Amor. Puesto que es esencial al Amor la reciprocidad entre los que se aman y, además, el Amor es esencialmente libre ... siendo ciertas ambas cosas, es evidente que si nosotros, haciendo uso de la libertad real que Dios nos ha dado, rechazamos a Dios y no queremos saber nada de Él; y esto por más que Él insista y llame a la puerta de nuestro corazón y nos suplique: su Amor le ha hecho indefenso contra nuestra libre voluntad. No puede usar de su Poder y obligarnos a que lo amemos. 

La consecuencia que de esto se sigue es evidente: al no haber reciprocidad, no hay amor. Y puesto que Dios es, esencialmente, Amor, metafísicamente hablando es imposible que quien así proceda, y se empecine en su pecado, pueda tener parte con Él. Y esto es así, por muy misericordioso que sea Dios, que lo es, y lo es de un modo infinito. Pues, aun cuando su misericordia sea infinita y Dios emplee toda su misericordia para conseguirnos el perdón, si nosotros no queremos ser perdonados, porque no deseamos su Amor ...

Dado que Dios no puede negarse a Sí mismo siendo, como es, la Verdad y siendo, como es, infinitamente Justo, ello le "obliga" por así decirlo, a dejar en su pecado a todos aquellos que prefieren y eligen, libremente, vivir de esa manera. 

Infinitamente Justo e infinitamente misericordioso: ambas cosas. Pero, ante todo, Amor infinito. Todo Él es Amor ... y el Amor rechazado conlleva la separación de ese Amor que se rechaza, o sea, la separación de Dios. El que rechaza a Dios se queda sin Dios. Ese es su mayor castigo, porque se sitúa, a sí mismo, en las antípodas de la Verdad, de la Bondad y de la Belleza. El que, haciendo uso de su libertad, se separa  del Ser, elige entonces el anti-Ser, o sea, todo lo contrario al Ser; y, por lo tanto, elige la Mentira, la Maldad y la Fealdad. Una elección, además, que es sin retorno. Ya no cabe la vuelta atrás. 

Mientras vivimos podemos cambiar nuestra opción, siempre ayudados por la Gracia, que nunca nos va a faltar, pues Dios no lo permitirá, porque a todos nos quiere.  Pero si, a pesar de la insistencia amorosa de Dios, una y otra vez, en todo momento y en toda ocasión, nos tapamos el oído y el corazón ... Dios queda indefenso ... e infinitamente misericordioso como es no podrá perdonarnos, por las propias exigencias del Amor. 

Ése es el gran pecado que no se perdona, el pecado contra el Espíritu Santo, el pecado contra el Amor.