jueves, 3 de marzo de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (7 de 11) [José Martí]


Enlaces a las distintas entradas sobre este tema:


La cruz de Cristo única salvación posible (1 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (2 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (3 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (4 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (5 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (6 de 11)




La cruz de Cristo única salvación posible (8 de 11)

La cruz de Cristo única salvación posible (9 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (10 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11)



--------


La misión atribuida al Espíritu Santo es la de hablarnos de Jesús y la de dárnoslo a conocer ... pero no de cualquier manera o de un modo teórico, sino haciendo que podamos vivir la misma Vida de Jesús en nosotros, hasta el punto de que, con san Pablo, podamos decir, con verdad: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). O también: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21). Esa es la labor del Espíritu Santo en nuestra alma, cuando es verdaderamente el Espíritu de Cristo ... ¡y no cualquier espíritu! 

Y aquí se impone tener cautela y no dejarse engañar ... ¡Esto es muy importante! No podemos albergar ninguna duda acerca de lo que dice san Juan: "El espíritu que no confiese a Jesús no es de Dios; ése es el Anticristo, el cual oísteis que viene; y ahora ya está en el mundo" (1 Jn 4, 3). Todo el que reniega de Cristo, reniega de Dios ... Y esto es, por desgracia, bastante frecuente ... Por eso puede decirse, con verdad, que el anticristo está ya en acción. Ya lo estaba cuando san Juan escribió esas palabras. Hoy en día, en que la apostasía se ha generalizado, la influencia del anticristo está llegando a unos niveles fuera de lo acostumbrado. Pero no debemos inquietarnos: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en Mí" (Jn 14, 1). "Vosotros, hijitos, sois de Dios y los habéis vencido, porque el que está en vosotros es más fuerte que el que está en el mundo" (1 Jn 4, 4). 

Es decir, si algo podemos conocer de Dios es a través de la Persona de su Hijo, que se encarnó, haciéndose uno de nosotros por Amor. No es, pues, un Dios distante ni un Dios abstracto sino que es Amor en Sí mismo y lo es también con relación a nosotros. Dice san Juan que "habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1b), conforme a lo que dijo el mismo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

Y así, frente al misterio de iniquidad, que es el pecado, tenemos un misterio aún mayor , un misterio de fe, que es el misterio del Amor que Dios nos tiene, "amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5, 5), de manera que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). Y así "nadie puede decir Jesús es el Señor si no es por el Espíritu Santo"  ( 1 Cor 12, 3). 


Señala san Juan que "Dios es Amor; y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él"  ( (1 Jn 4, 16b) . Ahora bien: "Conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros en que nos ha hecho participar de su Espíritu" ( (1 Jn 4, 13).  ¿Cómo sabemos si permanecemos en Él y si tenemos su Espíritu? Ésta es la respuesta: "Si alguien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" ( (1 Jn 4, 15).  Y es que en Jesús -y sólo en Jesús- se ha hecho patente, de modo inequívoco, el Amor que Dios nos tiene: "En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por Él la vida" (1 Jn 4, 9).  


Ciertamente el tener esa conciencia del amor de Dios sólo es posible mediante la fe. De ahí que diga san Juan: "Nosotros hemos conocido y creído en el Amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4, 16 a). La fe es, pues, necesaria. Ahora bien: la fe es un don de Dios que nadie puede alcanzar por sus solas fuerzas. Esto es así. La fe nos la concede Dios. Pensar de otro modo nos llevaría a la herejía de Pelagio. Sin embargo, tenemos las palabras de Jesús, para no caer en el desaliento: "Os lo aseguro: si pedía algo al Padre en mi Nombre os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 23-24).


El Amor de Dios, con relación a nosotros, está fuera de toda duda: "Nosotros hemos visto y damos testimonio -decía san Juan- de que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). No cabe amor mayor. Además, decía Jesús a sus discípulos, "el Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado y habéis creído que Yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16, 27-28).


Ahora sólo falta nuestra respuesta, nuestro sí sin condiciones a todo lo que Él quiera de nosotros, pues sólo con amor puede responderse al Amor. De ahí la necesidad de que el Espíritu Santo habite en nosotros. Y, en cierto modo, eso depende de nosotros. Oigamos  de nuevo a Jesús: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13).

Como ya sabemos, el Espíritu Santo es Espíritu de Amor, es el "corazón" mismo de Dios. Sólo en el Espíritu (que es Espíritu del Padre e igualmente Espíritu del Hijo) es posible el Amor, el verdadero amor; y sólo viviendo según el Espíritu de Jesús es posible nuestra salvación. No hay otro camino para llegar al Padre: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6).

El amor verdadero -no debemos de olvidarlo nunca- va unido siempre al amor a Jesucristo. Separados de Jesucristo nos hacemos incapaces de amar, al menos si se entiende el amor tal y como Dios lo entiende, que es el único modo verdadero de entenderlo, puesto que Cristo es "la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en Él fueron creadas todas las cosas" (Col 1, 15-16a) y "todo ha sido creado por Él y para Él" (Col 1, 16 c). 


(Continuará)