martes, 17 de enero de 2017

San Antonio Abad (Padre Javier Martín)

Una homilía verdaderamente actual, cuya escucha nos puede hacer mucho bien.

Duración 5:43 minutos

¿Qué es la Misa? (Adelante la Fe) [1 de 4]




Naturaleza de la Misa
La Misa es el Sacrificio del Calvario que se renueva de manera incruenta en los altares de la Nueva y Eterna Alianza (Catecismo del Concilio de Trento, parte II, Los Sacramentos, § 3, La Eucaristía, n. 235. L’Eucarestia come Sacrificio, tr. it., a cargo del padre Tito S. Centi, Siena, Cantagalli, 1981, p. 289)[i].
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (III, q. 83, a. 1), enseña que “En la Eucaristía, Cristo se ofrece en Sacrificio como en la Cruz, y esto no sólo porque la Eucaristía es una conmemoración del Sacrificio de la Cruz, sino también porque se participa de sus frutos aplicándonos los méritos que Cristo ganó en el Calvario.
Jesús, como hombre, sufrió y murió por nosotros en el Calvario y como Dios dio a sus acciones y sufrimientos un valor infinito. 

Además, durante la Ultima Cena[ii], dispuso que el Sacrificio del Calvario se renovase para todos los hombres de todas las épocas mediante la Misa, que tiene un valor infinito como el Sacrificio del Calvario (Catecismo del Concilio de Trento, II parte, § 3, n. 237. Cit., pp. 290-291). 

En la Ultima Cena y en el Calvario, Jesús se ofreció sólo a Sí mismo ya que no había fundado todavía la Iglesia, que salió de su costado traspasado por la lanza solamente después de Su Muerte (Concilio de Vienne en Francia, DS, 901). Por el contrario, en la Misa, Jesús se ofrece a Sí mismo y a toda la Iglesia, o sea, el “Christus totus”, como lo llama San Agustín, ya que, después de Su Muerte, El es la Cabeza principal e invisible de la Iglesia, que es Su Cuerpo Místico (cfr. Pío XII, Encíclica Mystici Corporis Christi, 1943).
El Sacrificio del Calvario es sustancialmente diferente no sólo de los sacrificios de las religiones paganas, sino también de los del Antiguo Testamento, los cuales habían sido instituidos por Dios como figuras de la Muerte en Cruz de Jesús y de la Misa, en la cual Su Muerte se renueva de manera incruenta, o sea, sin derramamiento de Sangre.

Por ello el Sacrificio del Nuevo Testamento es permanente en el sentido de que durará hasta el fin del mundo y no será sustituido, mientras que los sacrificios del Antiguo Testamento eran transitorios porque debían ser sustituidos por el único Holocausto de valor infinito y agradable a Dios, el del Verbo Encarnado.
La Religión y el Sacrificio en la antigüedad pagana y en el Antiguo Testamento
En todo tiempo y en toda religión, el hombre ha ofrecido a Dios sacrificios: “Ofrecer a Dios sacrificios pertenece al derecho natural. Dicha ofrenda ha sido practicada por todos los pueblos y la sola razón natural demuestra que el hombre depende de un Ente superior y que dicha dependencia suya del Ser perfectísimo se manifiesta mediante signos sensibles, o sea, los sacrificios” (S. Th., II-II, q. 85, a. 1). Por ello, “siendo el sacrificio ofrecido a Dios de derecho natural, todos están obligados a ofrecerlo” (ivi, a. 4).
El Sacrificio es la ofrenda pública, hecha a Dios por el sacerdote, de una cosa sensible (una paloma, un cordero, un fruto), que se debe destruir para testimoniar el dominio absoluto del Creador sobre la criatura. 

Con el sacrificio, en efecto, se reconoce a Dios el derecho absoluto de vida y muerte sobre todas las criaturas, porque ellas son creadas y mantenidas en el ser por El, y se le adora (fin latreútico; latria = culto de adoración). Sin sacrificio no hay adoración de Dios, no hay religión.
Desde la antigüedad pagana, todos los pueblos y especialmente el israelita en el Antiguo Testamento, al cual Dios había prescrito positivamente[iii] las víctimas que debían ofrecerse y el modo de ofrecerlas, siempre ofrecieron algo a Dios y lo destruyeron (holocausto = destrucción total de la víctima) para profesar su fe en la Omnipotencia de Dios, que es Creador y Señor del cielo y de la tierra y para reconocer que todo bien viene de Dios y se refiere a El.

Como el hombre no puede sacrificarse a sí mismo o a otros hombres (por la Ley natural y divinamente Revelada en el 5º Mandamiento), ofrece en su lugar un animal o un fruto a Dio para demostrar a Dios que El tiene el derecho de dominio supremo sobre todas las criaturas y también sobre él y por ello estaría dispuesto a ofrecerse a sí mismo en holocausto para adorarle como le ofrece y destruye en homenaje una criatura no racional.
Los sacrificios del Antiguo Testamento eran agradables a Dios sólo porque prefiguraban el Sacrificio de la Cruz, que habría sido perpetuado y aplicado hasta el fin del mundo todos los días y en todas las partes de la tierra, y Dios concedía a quien participaba en ellos gracias espirituales (y también materiales, con la condición de que estuviesen dirigidos al bien del alma), pero solamente en vista del Sacrificio del Calvario.
“Umbram fugat veritas / la realidad disipe la sombra”: el Sacrificio del Nuevo Testamento
Para reparar las ofensas contra Dios, que es una Persona infinita, es necesaria una Víctima infinita. Ahora bien, Ella nos fue dada con la Encarnación del Verbo, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre

La ofrenda que Cristo realizó de Sí mismo en el Altar de la Cruz ...

- honró y dio gracias (FIN eucarísticoeucaristía = acción de gracias) a Dios de manera infinita,

- nos obtuvo el perdón del pecado (FIN propiciatorio,  propiciar = hacer amigo [a Dios]), pecado que tiene una malicia infinita en cuanto es cometido contra Dios, que es infinito (S. Th., I-II, q. 88), 

- la remisión de la pena debida a la culpa (FIN satisfactorio,  satisfacción = pagar la pena después de una culpa) (S. Th., I-II, q. 87)

- y la impetración (FIN impetratorioimpetrare = obtener algo) de todas las gracias espirituales (y materiales subordinadamente a la salvación del alma).[iv].
El papa León XIII, en la Encíclica Caritatis studium (25 de julio de 1898) enseña: “Como era necesario que un rito sacrificial acompañase la religión en todo tiempo, el Redentor quiso que el Sacrificio del Calvario, consumado cruentamente o con derramamiento real de Sangre una vez por todas, se hiciera perpetuo y perenne, renovado incruentamente (sin derramamiento de sangre) todos los días hasta el fin del mundo”.
Es por este motivo por lo que el Sacrificio del Calvario y el de la Misa son sustancialmente un solo e idéntico Sacrificio; difieren sólo en el modo: cruento el primero, incruento el segundo (Catecismo del Concilio de Trento, II parte, § 3, n. 238. Cit., p. 292).

Las cuatro causas del Sacrificio del Calvario y de la Misa
En efecto, en el Calvario y en la Misa son sustancialmente idénticas las cuatro causas o principios que los constituyen.
Causa eficiente
- La causa eficiente es Aquel o aquello por quien o por lo que es hecho algo. En el Calvario y en la Misa, la causa eficiente es idéntica porque idéntico es el Sacerdote principal, que es Jesucristo, el cual se ofreció por Sí mismo en el Calvario, mientras que en la Misa se ofrece mediante los sacerdotes.
- El Sacrificio de la Misa no es realizado eficientemente por todos los fieles junto con el Sacerdote consagrado, sino que solamente quien ha recibido el Sacramento del Orden sagrado es el Sacrificador o el Ministro del Sacrificio del Altar (cfr. Pío XII, Encíclica Mediator Dei, 20.XI.1947).
Los fieles bautizados pueden “ofrecer” a Dios, solamente a través del Sacerdote, la Víctima infinita y pura mediante su intención (o “in voto”), y no sacramentalmente, como causa eficiente secundaria y subordinada a Cristo, Causa primera del Sacrificium Missae

En pocas palabras, los fieles, gracias al Sacramento del Bautismo, pueden recibir todos los demás Sacramentos, que los no bautizados no pueden recibir, y además pueden participar “activamente” en el Sacrificio de la Misa, pero solamente a través del Sacerdote consagrado y válidamente ordenado, el cual consagra y hace presente a Jesús bajo las especies del pan y del vino.
Este y no otro es el sentido genuino de la frase de San Pedro que define a los cristianos como “un sacerdocio real” (I Pt., II, 9); sacerdocio no “ordenado”, común a todos los bautizados, que tienen el deber de presentarse a sí mismos a Dios como víctima espiritual a través de la imitación de Cristo y la asimilación a Jesús mediante la gracia santificante.
El Sacerdote, que ha recibido el sacramento del Orden sagrado, por el contrario, puede transustanciar el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo. Jesús se sirve de sus manos y de su voz para ofrecerse visiblemente al Padre y aplicar los frutos de la Redención merecidos en el Calvario hace dos mil años a las personas que asisten a la Misa todos los días hasta el fin del mundo.
El Concilio de Trento definió de Fe e infaliblemente: “El mismo Jesús, que se ofreció un día en la Cruz, se ofrece ahora [todos los días hasta el fin del mundo] por el ministerio de los sacerdotes” (sesión XXII, cap. 2). Por lo tanto, en la Misa como en el Calvario, es único e idéntico el Sacerdote, esto es, Cristo mismo, ya que los ministros celebrantes, cuando consagran, no actúan en nombre propio, sino en persona de Cristo.
En efecto, el Sacerdote no dice: “Esto es el Cuerpo de Cristo”, sino “Esto es mi Cuerpo”, no dice “Este es el cáliz del Sangre de Cristo”, sino “Este es el cáliz de mi Sangre” porque representa en ese momento a la Persona de Cristo y, de este modo, transforma la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo (cfr. Catecismo del Concilio de Trento, parte II, § 3, nn. 235-238. Cit., pp. 288-293).
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