lunes, 14 de marzo de 2016

Realidad del pecado: la cruz de Cristo única salvación posible (8 de 11) [José Martí]


Enlaces a las distintas entradas sobre este tema:


La cruz de Cristo única salvación posible (1 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (2 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (3 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (4 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (5 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (6 de 11)




La cruz de Cristo única salvación posible (8 de 11)

La cruz de Cristo única salvación posible (9 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (10 de 11)


La cruz de Cristo única salvación posible (11 de 11)



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Fijémonos cómo toda la vida de Jesús fue un acto de Amor hacia su Padre. Desde el principio, a los doce años, cuando se perdió en el Templo, le contestó a sus padres: "¿No sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49). En su vida pública: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4, 34). Jesús no vive para sí: "Os lo aseguro: el Hijo no puede hacer nada por Sí mismo sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que Él hace, lo hace igualmente el Hijo" (Jn 5, 19). Y también: "Lo que Yo hablo, lo digo como me lo ha dicho el Padre" (Jn 12, 50). Ésta es la misión del Hijo, misión que cumplió a la perfección: "El mundo ha de saber que amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha mandado" (Jn 14, 31)

Una relación que es biunívoca, pues igualmente "el Padre ama al Hijo" (Jn 5, 20).  Cuando dijo: "¡Padre, glorifica tu Nombre!" (Jn 12, 28a) "vino una voz del cielo que dijo: Lo glorifiqué y de nuevo lo glorificaré" (Jn 12, 28b). De hecho, "el Padre había puesto en su mano todas las cosas" (Jn 13, 3a). El Padre está pendiente del Hijo de la misma manera que el Hijo está pendiente del Padre, porque -en realidad- ambos son Uno y el mismo Dios, aunque, en cuanto Personas sean diferentes. Uno es el Hijo y Otro es el Padre

Era tal la Unión entre el Hijo y el Padre que las expresiones de este tipo son frecuentes en el Nuevo Testamento:


"Jesús clamó y dijo: 'Quien cree en Mí, no cree en Mí sino en Aquél que me ha enviado; y quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado' " (Jn 12, 44)

"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6)

Y cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta, Jesús le contesta: Tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe? El que me ve a Mí, ve al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre?¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí?" (Jn 14, 8-10)

En muchas ocasiones hace referencia a su Padre, por quien se juega su Vida. Por ejemplo cuando expulsó a los vendedores del Templo: "¡Quitad esto de aquí! No hagáis de la casa de mi Padre una casa de negocios" (Jn 3, 16). Todo lo hacía en nombre de su Padre: "Las obras que Yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de Mí" (Jn 10, 25) ... y decía a los judíos: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed por las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre" (Jn 10, 37-38). 

Antes de resucitar a Lázaro, "elevando los ojos al Cielo, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que Tú me enviaste" (Jn 11, 41-42). Padre e Hijo son Uno hasta el punto de que podemos escuchar a Jesús que dice: "Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre" (Jn 15, 23). 


El odio y el rechazo de Jesucristo es un odio y un rechazo a Dios. El hombre de hoy no admite otro "dios" que él mismo. Y en esto reside su propia condena, incluso ya para esta vida, porque dar la espalda a Dios es dar la espalda al amor y condenarse, por lo tanto, al aislamiento y a la tristeza más absolutas. Los paganos, que aún no habían oído hablar de Jesús, no son tan culpables como los judíos. Así lo dice Jesús: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15, 22). 


Por eso el llamado "diálogo" entre "religiones" no tiene ningún sentido y es una ofensa a Dios, encarnado en la Persona de su Hijo. No es cierto que todas las religiones tengan el mismo Dios. Sólo hay un Dios verdadero. Y éste es el que se manifestó en Jesucristo: "Quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 16). Y esas palabras de Jesús no son válidas sólo para el momento en que las dijo. Al ser verdaderamente Dios, sus Palabras tienen un carácter de eternidad y valen para todos los tiempos y todas las culturas. 


Según las corrientes historicistas, tan de boga en estos tiempos -y que son auténticas herejías- lo que era válido en un momento de la historia ahora no tiene por qué ser válido. Nuestro tiempo presenta unos problemas diferentes a los de otras épocas. Este modo de razonar, que puede ser válido en algunos aspectos, como los relativos a la ciencia y a la técnica, no lo es cuando nos referimos a Jesucristo. No se puede juzgar con criterios meramente humanos o humanistas, a Aquél que ha hecho todo cuanto existe y que dijo expresamente: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35)


Pero no se queda todo ahí: Jesús va aún mucho más lejos y quiere que esas mismas relaciones que Él tiene con su Padre las tengamos también nosotros, en unión con Él. Y así, en la oración sacerdotal de la última cena le dice a su Padre, hablándole de sus discípulos: "Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo daré a conocer, para que el Amor con el que Tú me has amado esté en ellos y Yo en ellos" (Jn 17, 26). Y también: "Padre, quiero que los que me diste estén también conmigo, donde Yo estoy" (Jn 17, 24). 


Las citas pueden multiplicarse: "Cuando me vaya y os haya preparado un lugar -le dice a sus apóstoles- de nuevo vendré y os llevaré conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14, 3). "Como el Padre que me envió vive y Yo vivo por el Padre, así quien me come también él vivirá por Mí" (Jn 6, 57)


Este Amor de Jesús hacia nosotros es el mismo Amor que el Padre nos tiene. Así lo leemos en el Evangelio de san Juan, cuando Jesús les dice a sus apóstoles: "No os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, ya que el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que Yo salí de Dios" (Jn 16, 26-27). 


Y porque el Padre nos ama nos señala qué es lo que tenemos que hacer. ¿Acaso el Padre nos ha hablado alguna vez, de modo directo, que no sea a través de su Hijo, hecho hombre? Bueno, al menos en dos ocasiones, que yo recuerde. La primera ocurrió  inmediatamente después de ser bautizado Jesús por Juan cuando, al salir del agua, "una voz desde los cielos dijo: "Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido" (Mt 3, 17). En este caso nos habla el Padre del Amor que tiene por su Hijo, en quien se complace. Pero fue la segunda vez, aquella en la que Jesús se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan a un monte alto y se transfiguró delante de ellos cuando, al final, "una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo: 'Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido:  escuchadle' " (Mt 17,5). La novedad de esta frase con respecto a la anterior es ese "escuchadle" que aparece al final y que nos indica la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, expresada en forma de mandato, ya que el verbo viene en imperativo. 


Y, en verdad, este escuchar a Jesucristo es lo único que puede dar sentido a nuestra vida. Habría que completar estas palabras del Padre con estas palabras de Jesucristo: "Si estas cosas entendéis [porque me habéis escuchado] seréis dichosos si las ponéis en práctica" (Jn 13, 17). ¿A qué cosas se refiere el Señor? Simplemente a que nos parezcamos a Él y a que hagamos de su Vida la nuestra, como Él ha hecho de nuestra vida la Suya: "Os he dado ejemplo para que, como Yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros" (Jn 13, 15). 


Ciertamente, el llevar a cabo esta empresa nos supera, humanamente hablando: es preciso poseer el Espíritu de Jesús (Espíritu del Padre y del Hijo) de quien recibiremos la fuerza necesaria para ello: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26). Jesús mismo nos enviará su Espíritu, al igual que lo hará el Padre (recordemos que es Espíritu del Padre y es Espíritu del Hijo, un único Espíritu): "Os conviene que me vaya -les dijo Jesús a sus discípulos- porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 7).


"Y el Espíritu todo lo escudriña, incluso las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 10); "... las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu que viene de Dios" (1 Cor 2, 11). "Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios" (1 Cor 2, 12). "El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él y no puede conocerlas, porque sólo se pueden enjuiciar según el Espíritu" (1 Cor 2, 14). Y acaba diciendo san Pablo: "Nosotros tenemos la mente de Cristo" (1 Cor 2, 16).


Veremos en las próximas entradas lo que significa, desde un punto de vista práctico, el tener el Espíritu de Dios que es, ni más ni menos, el compartir su propia Vida y tomar la cruz: único modo de vencer el pecado, en unión con Jesucristo, pues es en la cruz y en la entrega de nuestra vida donde el amor se manifiesta como auténtico.



(Continuará)