sábado, 2 de marzo de 2013

AUDI, FILIA (San Juan de Ávila)



Como ya sabemos, las palabras de la Biblia son siempre actuales: valen para todos los hombres de todos los lugares y de todas las épocas. Y, concretamente, valen para nosotros, aquí y ahora. Al fin y al cabo, es Dios mismo quien nos habla en la Sagrada Escritura. Los distintos autores bíblicos escribieron inspirados por el Espíritu Santo quien, respetando su estilo personal de escribir, nos transmite todo lo que necesitamos conocer y vivir, si queremos ser felices, primero en este mundo y luego por toda la eternidad. "Porque todas las cosas que ya están escritas fueron escritas para nuestra enseñanza, con el fin de que mantengamos la esperanza, mediante la paciencia y la consolación de las Escrituras" ( Rom 15,4).


Por supuesto que debe quedar claro, si no lo estuviera, que la lectura de la Biblia debe hacerse siempre desde el conocimiento de que sólo la Iglesia Católica posee la garantía de su recta interpretación, pues está asistida por el Espíritu Santo. Así lo dice San Pedro, el primer Papa: "Debéis saber, ante todo, que ninguna profecía de la Escritura depende de la interpretación privada, porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, aquellos hombres hablaron de parte de Dios" (2 Pet 1, 20-21)

Ocurre, sin embargo, que nosotros, los pobres mortales, leemos muchas veces la Biblia y no nos acabamos de enterar bien de lo que quiere decirnos Dios con sus palabras; al menos, no siempre. Recordemos aquel relato bíblico en el que Felipe, impulsado por el Espíritu Santo, se acercó al carro de un eunuco que había venido de Etiopía a Jerusalén para adorar a Dios; y estaba leyendo al profeta Isaías. Felipe le dijo: "- ¿Entiendes lo que lees? Él respondió: -¿Cómo lo voy a entender si no me lo explica alguien?. Rogó entonces a Felipe que subiera y se sentase junto a él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: Como oveja fue llevado al matadero, y como mudo cordero ante el esquilador; así no abrió la boca.." (Hch 8, 30-32). Cuando el eunuco preguntó a Felipe si ese pasaje se refería al propio profeta Isaías o a otra persona "Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús" (Hch 8,35). A raíz de esta conversación con Felipe, el eunuco pidió ser bautizado y siguió alegre su camino.

Hoy, como siempre, hay mucha gente que desconoce a Jesús y que necesita, con urgencia, de alguien que le hable de Jesús. Lo necesitan para vivir y para ser felices, y la mayoría ni siquiera es consciente de esta necesidad. ¿Dónde se encuentran esas personas? Ciertamente que las hay. Dios nunca nos abandona. Pero, en fin, dando por sentado de que sólo es en la lectura de la Biblia, sobre todo, en la del Nuevo Testamento (interpretada a la luz de la doctrina católica) donde tenemos la seguridad de encontrar la Palabra Revelada por Dios, sería una imprudencia (y tal vez un pecado de soberbia) el no acudir a la lectura de las obras de aquellas personas sabias que meditaron acerca de dicha Palabra y que la hicieron vida propia; y cuya doctrina ha sido declarada como digna de toda confianza por el Magisterio de la Iglesia: es el caso de los santos.

En particular, es conveniente la lectura de las obras de aquellos santos que han sido declarados Doctores de la Iglesia. Pues bien, entre ellos se encuentra San Juan de Ávila. Como persona sabia y enamorada de Jesús, como persona que hizo propia la vida de su Maestro, de cuyo Espíritu estaba impregnado, la lectura de sus libros nos puede ayudar a conocer y a comprender mejor a Jesús y a quererlo mucho más de lo que lo queremos. Encontrarnos con su obra es, en cierto modo, encontrarnos con él mismo en persona; y, sobre todo, puede ser una ocasión y una ayuda para que nos encontremos con el Señor, pues esto es lo único que realmente importa, en esta vida y en la otra. Todo lo demás es accesorio, por muy importante que nos pueda parecer.




Recojo aquí alguna idea sobre el comienzo del libro "Audi Filia" que es uno de los que componen las obras completas de San Juan de Ávila, editadas por la BAC, tomo I. Este libro, todo él, es tan solo un comentario a los versículos 11 y 12 del Salmo 44, que dice así: "Escucha, hija, y mira, inclina el oído, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre: y el Rey se prendará de tu belleza".

El lenguaje es el propio de la época en que lo escribió (hace casi 500 años) pero su contenido es de una perenne actualidad, como corresponde a todo lo que es auténtico y genuino. Transcribo, a continuación, parte de ese contenido:

1. Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oyamos. Y es la causa, porque, como todo el fundamento de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en la ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír (Rom 10,17), razón es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer; porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro...

2. A las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que sepamos a quién tenemos de oír...

3. Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del aplacimiento del mundo... Y así, hecho el hombre esclavo de la vanidad, pierde la amistad del Señor, cumpliéndose lo que Santiago dice: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, el que desee ser amigo de este mundo, se hace enemigo de Dios" (Sant 4,4).

4. Mas mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad que los hombres apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios, siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la de su Criador... De ellos dice Cristo nuestro Señor: "el mundo no puede recibir el Espíritu de la verdad" (Jn 14,17) porque, si este corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recebir la verdad del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay del uno al otro, que quien de Cristo y de su Espíritu quisiere ser, es necesario que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser, a Cristo ha perdido...

5. Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus palabras, que dicen así: "Confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33)... Pues mire el cristiano que, como los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque ahora halague, ahora persiga, ahora prometa, ahora amenace, ahora espante, ahora parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar.