lunes, 21 de enero de 2019

Nuestra Señora de la Altagracia, patrona de la República Dominicana (Javier Navascués)



Ntra, Sª. de la Altagracia, es Patrona de la R. Dominicana, junto con Ntra. Sª. Merced. Su nombre: “de la Altagracia” nos recuerda que por Ella recibimos la mayor Gracia que es tener a JESUCRISTO Nuestro SEÑOR. En el año 1506, en la Isla de Santo Domingo, ya se daba culto a la Virgen bajo esta advocación.

La imagen, una pintura al óleo, fue traída de España por los hermanos Alfonso y Antonio Trejo. Se cuenta que la hija de un mercader pidió a su padre que le trajese de Santo Domingo un cuadro de N. Sª. de la Altagracia. El padre trató inútilmente de conseguirlo por todas partes; su esfuerzo fue en vano. Ya de vuelta a Higüey, el comerciante decidió pasar la noche en una casa amiga. Allí compartió su tristeza con los presentes relatándoles su infructuosa búsqueda.

Mientras hablaba, un hombre de edad avanzada que también iba de paso, sacó de su alforja un pequeño lienzo enrollado y se lo entregó al mercader diciéndole: “Esto es lo que usted busca”. Era la Virgen de la Altagracia. Al amanecer el anciano desapareció misteriosamente.

Pero la Imagen desapareció de la casa del mercader y se apareció en un naranjo que había en la ermita parroquial. La retomaron a la casa, pero el hecho se repitió varias veces. Esto se interpretó como un deseo de la Virgen para que se le colocara en la ermita parroquial. Después en 1572 se construyó el llamado Santuario Antiguo y en 1971 la actual Basílica.

La imagen de Ntra. Sra. de la Altagracia en una pintura española del S. XV o inicios XVI, tiene 33 cm de ancho por 45 de alto. Aparece pintada la escena del nacimiento de JESÚS; la Virgen, hermosa y serena, ocupa el centro del cuadro y el Niño descansa sobre las pajas del pesebre. La cubre un manto azul y un blanco escapulario. Su cabeza, enmarcada por un resplandor y por doce estrellas, sostiene una corona dorada añadida a la pintura original. San José observa desde atrás y al otro brilla la estrella de Belén.

El marco del cuadro es obra de un desconocido artista dominicano del siglo XVIII; es una maravilla de oro, piedras preciosas y esmaltes. S. Juan Pablo II visitó  la imagen en 1979, año de su segunda coronación( ya había sido coronado el 15 de agosto de 1922 por Pío XI.) También visitó a la Virgen en su basílica en Higüey.

Preparado por P. Jorge Nelson Mariñez Tapia.
Fuente: Monseñor Ramón de la Rosa y Carpio (Tercer Obispo de la Diócesis de la Altagracia, Higüey).
Javier Navascués

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Nota: Puede ampliarse información en Wikipedia, Aciprensa, corazones.org, ...

Esta festividad se celebra el 21 de enero en varios lugares de Sudamérica así como también en España

Argentina

En el pueblo de Altagracia, de la Provincia de Córdoba, Argentina, la Virgen de la Altagracia dio origen al nombre de la población.

España

Patrona de la comunidad de Jobo Dulce, Los Santos, Panamá.

República Dominicana

Patrona de La Altagracia, República Dominicana.
Patrona de la parroquia en Loma de Cabrera, República Dominicana.
Patrona del municipio de Castañuelas, Montecristi, República Dominicana.
Patrona del municipio de Villa Altagracia, República Dominicana.

Venezuela

Altagracia de Orituco, está ciudad Venezolana, celebra las festividades à la virgen de Altagracia desdé el año 1705.
Los Puertos de Altagracia, población que toma su nombre de la Virgen.
Patrona de Curiepe, Edo. Miranda
Patrona de Quíbor, Edo. Lara

Perú

Patrona de Huamachuco .donde se realiza una gran fiesta patronal en su honor.

México

Patrona de la comunidad de Altagracia, Jalisco, México.

El martirio de Santa Inés, según las visiones de Ana Catalina Emmerick



A lo largo de su vida, la beata Ana Catalina Emmerick tuvo numerosas visiones religiosas en las que fue testigo de los principales episodios bíblicos. En el relato de sus visiones -puestas por escrito por Clemens Brentano- también se pueden encontrar pasajes de las vidas de algunos santos y mártires. Este es el caso de Santa Inés, cuyo martirio contempló la mística alemana.

En el día en el que la Iglesia recuerda a una de las mártires más veneradas desde los primeros siglos, publicamos un fragmento del libro Secretos de la Biblia que recoge la descripción que hace Ana Catalina Emmerick del martirio de Santa Inés:

«He visto a una graciosa y delicada virgen arrastrada por la soldadesca. Estaba cubierta con un largo vestido de lana de color oscuro y un velo sobre la cabeza, de cabellos entrelazados. Los soldados la llevaron, aferrándola por las faldas, de tal manera que algunas partes de su vestido estaban desgarradas. Mucho pueblo la seguía, entre él algunas mujeres. Pasando a través de una alta muralla y penetrando en un patio cuadrado fue llevada a una estancia, donde no había otra cosa que una caja grande con algunos almohadones. Metieron adentro a la santa virgen, y llevándola de un lado a otro, le arrancaron el manto y el velo. Ella estaba allí como un cordero inocente y paciente en medio de los verdugos, y se movía lista y ligera como un pajarillo. Mientras la empujaban de un lado a otro, parecía que volase. Le quitaron el manto y la dejaron. Inés permaneció entonces en un ángulo de la estancia, envuelta en una blanca túnica sin mangas, abierta a los lados; tenía levantada la cabeza y con las manos alzadas rezaba tranquilamente.

(…)

Después de algún tiempo vi de nuevo acercarse a algunos verdugos, que le trajeron un vestido oscuro y un velo ruin, como los que daban a los que estaban destinados al martirio. Ella se revistió, se recogió los cabellos sobre la cabeza, y fue conducida al Pretorio. Era un espacio cuadrado circundado de muros y edificios en los que había cámaras y cárceles; en lo alto se podía estar de pie y ver la plaza abajo. Había allí mucha gente. También muchas otras personas fueron llevadas ante el juez; las sacaban de una cárcel que parecía no estar muy lejos del lugar donde Inés había sido maltratada. Creo que aquellos prisioneros eran un viejo abuelito con dos yernos y sus hijitos; estaban atados juntos con cuerdas y nudos. Cuando fueron presentados al juez, sentado en aquel patio cuadrado sobre un sillón de mármol elevado, también Inés fue presentada y amonestada amigablemente y exhortada por el juez. Luego fueron interrogados y amonestados los otros. Fueron llevados allí solamente para ser examinados y asistir al martirio de otros. Las esposas de estos hombres eran aún paganas.

Tras ser examinados unos tras otros por el juez, fue presentada nuevamente Inés, por tres veces. La virgen fue conducida a un lugar elevado, de tres gradas; allí se alzaba un palo, donde se la quiso atar; pero ella no lo consintió. En torno de ella había una pira de leña a la cual se le aplicó fuego. Vi sobre ella una aparición alada que difundía sobre ella una gran cantidad de rayos luminosos que le servían de escudo y hacían que las llamas se inclinasen hacia los verdugos, que sufrieron mucho daño. Ella seguía ilesa. Entonces otros verdugos la sacaron de allí y la llevaron otra vez delante del juez. De nuevo fue conducida a un cepo de piedra, y se le quiso atar las manos; ella no loconsintió: las tenía juntas sobre el pecho. Vi en lo alto una figura luminosa que la sostenía por los brazos. Entonces un verdugo la aferró por los cabellos, y le cortó la cabeza, como a Cecilia. (…)

Durante el juicio y la ejecución he visto a algunos parientes y amigos que lloraban desde lejos. Muchas veces me pareció maravilloso que en semejantes martirios nada sucediese de malo a los amigos que tomaban parte en el acto, ayudando o consolando a los mártires. El cuerpo de Inés y sus vestidos no ardieron. He visto su alma, desprendida del cuerpo, volando al cielo cándida y luminosa como una luna. Esta ejecución se hizo, me parece, antes del mediodía, y antes de que cayese la tarde los amigos habían retirado el cuerpo de la hoguera y lo sepultaron honrosamente. Muchos asistieron a las exequias, pero cubiertos y ocultos con sus mantos, quizás para no ser reconocidos. Me parece que aquel joven, a quien había hecho levantar, se encontraba en el lugar del martirio, pero aún no se había convertido.

Después he visto a la santa, fuera del cuadro general, como una aparición aislada, cerca de mí, de una manera muy luminosa y resplandeciente con una palma en la mano. Aquel nimbo de gloria que circundaba toda su persona era rosado y terminaba en rayos de color azul. Me consoló amigablemente en mis intensos dolores y me dijo: «Padecer con Jesús y en Jesús, es cosa dulce». »

DEL CREDO: SUBIÓ A LOS CIELOS Y ESTÁ SENTADO A LA DIESTRA DE DIOS PADRE


Duración 7:58 minutos

SAN SEBASTIÁN por Andrés García-Carro



Porque tú eres el patrón
de Palma, donde resido,
este poema te escribo
con especial devoción.

Militar de vocación,
famoso por aguerrido,
supiste decir que no
a todo un Emperador,
al ser por él compelido
a renegar del buen Dios.

Por ello como castigo
a muerte te condenó.

Por mil saetas herido
fuiste, mas no te mató
ninguna; y restablecido,
volviste a hacer profesión
de Fe ante tu malhechor
que, atónito al verte aún vivo,
tu martirio consumó.

Sebastián, santo patrón
de Palma, donde resido,
infúndeme tu valor
en la lucha, te lo pido.

Andrés García-Carro

¿Por qué es más que conveniente empezar a leer el Quijote por el capítulo final? (Santiago Arellano)



He adquirido el convencimiento de que para descubrir la unidad de sentido que encierra la lectura de Don Quijote de la Mancha hay que comenzar por el capítulo último de la segunda parte. 

Aquel Hidalgo de un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, aquel Hidalgo de rocín flaco y galgo corredor del que el autor duda del apellido, “unos dicen que tenía de sobrenombre Quijada o Quesana aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana” y que nos presenta con tanta vacilación en el primer capítulo de la primera parte, en el último nos desvela abiertamente que se llama Alonso Quijano y, lo que es más significativo, que era llamado y conocido por sus convecinos como “El Bueno” a causa de sus costumbres.

Sólo desde esta bondad ontológica se puede comprender la raíz de su aventura y de su arriesgada itinerancia. El mundo está colmado de injusticias, huérfanos desamparados y viudas, maleantes, entuertos y malandrines, encantadores maléficos. Alguien tendrá que poner remedio a tanto desafuero. Su ideal no puede ser más noble y plausible: restablecer la justicia entre los hombres. 

Como en toda persona, independientemente del oficio en que se desenvuelva, Don Quijote manifiesta en su actuar la faceta verdadera de su ser, es un hombre bueno, incapaz de doblez y engaño. Su locura se manifiesta en el instrumento elegido y en el modo, ni uno ni otro exento de nobleza y de exigente sacrificio: restaurar el ideal caballeresco, imponiéndose a sí mismo el encarnarlo en su tiempo.Ideal anacrónico por los contravalores en que se mueve la sociedad, asentados incluso entre los que por linaje o condición de nobleza debían haber mantenido aspiraciones más concordes con su origen y posición.

Recuérdese el comportamiento de los Duques en su paso hacia las justas de Zaragoza, aunque diesen ocasión a aventuras tan portentosas, como las del Clavileño, la ínsula de Barataria o a que Don Quijote aleccionase a Sancho con consejos de validez intemporal que debían dar la bienvenida en el zaguán de nuestras viviendas. Anacronismo mayor que el que evidencian las armas antiguas o el lenguaje a veces arcaizante cuando imita la ficción literaria de los libros de caballería. 

Ese desajuste entre el modo y el fin será fuente constante del maravilloso humor que recorre toda la obra, humor y a la vez melancolía, quizás la aportación de mayor hondura humana que Cervantes ha aprendido en una biografía acosada tantas veces por la adversidad.

Recomiendo empezar por el final no sólo para conocer, desde el principio, el alma del protagonista tan de caballero cristiano en su vida como en su muerte. Serena, ejemplar y cristiana su definitiva salida, dejando cada cosa en su sitio: su confesión, su testamento, la recuperación de la razón, la valoración de su vida pasada y hasta el hecho de que no le mate otra causa sino la de la melancolía, rodeado de los suyos, serenamente, presagiando la cristiana muerte del propio Cervantes. El último capítulo encierra lecciones existenciales y aun filosóficas de gran calado.

Frente a la contienda de civililizaciones antagónicas Alonso Quijano optó por el campo de los grandes valores e ideales del espíritu, convertido en Don Quijote, y su espada y empresa quedaron derrotadas. El mundo del tener y de la búsqueda a cualquier precio de riquezas y placeres parecía imponerse. Contra este mundo es inútil la espada de los caballeros. Así lo entendió al final Alonso Quijano.

Ante esta realidad y tras tan doloroso desengaño ¿Qué actitud adoptar?La más elemental es la de la evasión. A ello le tientan Sansón Carrasco y Sancho y hasta el propio Don Quijote manifestó alguna veleidad [“vayámonos al monte, vistámonos de pastores que tras cualquier mata puede aparecer desencantada Doña Dulcinea y no habrá más que ver”]

Lo que a juicio del bachiller Sansón Carrasco les permitirá una vida regalada y cómoda [“viviremos como príncipes”], a Don Alonso le hubiera dejado desazonado y vacío.

¿Qué otra opción cabía? Don Alonso lo tiene claro: “ojalá hubiese dedicado mi vida a la lectura de libros que hubieran hecho bien a mi alma”. Su afirmación pone en sobre salto a sobrina, Sancho y Sansón: “¿Qué nuevas locuras son esas? Déjese de cuentos. ¿No irá ahora a hacerse ermitaño” Cervantes señala, como alternativa, otro camino: la aventura teresiana del hacia dentro.

Alonso Quijano fue un hidalgo de la España de su tiempo. Salió a la contienda como Caballero y lo conocemos como Don Quijote. Pudo haber sido pastor de una Arcadia imaginada y lo hubiéramos llamado Don Quijotiz. Al final lamenta no haber seguido el camino olvidado de la mística, quizás lo hubiéramos conocido como un ermitaño santo…

Santiago Arellano Hernández