miércoles, 24 de abril de 2013

Presentación de "Il Trovatore"

Este blog viene a ser, en realidad, un anexo del "Blog católico de José Martí" en el que escribo normalmente. La presentación de este blog viene ya dada, de alguna manera, en mi blog habitual, aunque seré más explícito.

La idea de este "nuevo" blog  es, básicamente, la de hacer un especial hincapié en la importancia de la poesía como medio para llegar a Dios pues, en definitiva, esa es la meta que da sentido a la vida de toda persona, sépalo ésta o no lo sepa.

Estoy convencido de que la poesía, si es verdadera y auténtica poesía, tiene como misión la de conducir  siempre a Dios, a Aquel que es la Verdad, la Bondad y la Belleza. 



De lo que se tratará en este blog es de hacer uso de la poesía, como modo particular de expresión de la belleza, al objeto de llegar al conocimiento y al amor de Dios, en la medida en la que esto es posible aquí, en el presente eón. 

Y es que cuando no se encuentran las palabras adecuadas para expresar determinado tipo de realidades, es lo propio  en las personas acudir a la belleza que encontramos a nuestro alrededor, tanto en la naturaleza como también, y sobre todo, en nosotros mismos, pues somos la obra maestra de Dios.

De una buena parte de esa poesía ya he hablado en el "Blog Católico de José Martí", aunque ese contenido ya no se encuentra en dicho blog sino que es aquí donde debe buscarse. Esa es la razón por la que, aun cuando el blog comienza ahora, se encuentran entradas que datan de octubre de 2010, que fue la fecha en la que comencé a escribir en mi blog inicial.

Básicamente, lo que se pretende en este blog es, además de lo que ya se ha  dicho, la redacción y comentario a algunas poesías que escribí hace algún tiempo y que publiqué en un folleto titulado El encanto de tu mirada. La influencia directa en la confección de dichas poesías (que son liras)  se encuentra en la lectura de Garcilaso de la Vega y de San Juan de la Cruz, sobre todo de este último. Dichas poesías se encuentran también muy influidas por la lectura del libro  bíblico El Cantar de los Cantares.

La única razón por la que quiero introducir aquí esas poesías es que a mí, personalmente, me ha hecho mucho bien tanto la redacción de las mismas, como su relectura posterior.   Respecto a su belleza literaria no me cabe duda de que está muy por debajo de lo normal, por la sencilla razón de que no soy literato ni domino la lengua española en toda su riqueza de figuras retóricas (metáforas, hipérboles, metonimias, epítetos, alegorías, pleonasmos, etc). 

Lo que sí puedo honradamente decir es que para mí son bellas... no todas, pero sí unas pocas a las que podía llamar mis hijas predilectas. Pues bien. Y esto es lo más importante: si algo de esa belleza que yo he intentado expresar (aunque no lo haya conseguido como quisiera, ni muchísimo menos) le sirviera a alguien, aunque sólo fuese a una persona, para querer más a Jesús y enamorarse de Él, daría por muy bien empleado todo el esfuerzo realizado que, ademas, me parecería muy pequeño.

José Martí

viernes, 12 de abril de 2013

LA ALEGRÍA CRISTIANA (3 de 3) [José Martí]



Es por eso que si sólo cuenta el placer, el confort y el pasarlo bien como las únicas motivaciones para vivir, entonces la vida pronto deja de tener  sentido... y aparece el vacío y el aburrimiento. A lo largo de toda una vida hay más problemas que situaciones agradables. Y si hacemos depender nuestra felicidad de que las cosas nos salgan bien, ... , es que tenemos un problema ... ¡y un problema gordo! Nos estamos engañando a nosotros mismos... ¡y lo sabemos!... Esa igualación felicidad = ausencia de dolor y de problemas, se corresponde con una visión hedonista de la vida que, por desgracia, es muy frecuente. Son pocos los que no la tienen.

El problema reside en que esa idea es falsa y no se corresponde con la realidad. Todos sabemos que son pocos los momentos placenteros en esta vida: si dependemos de ellos para ser o no ser felices, nos estamos condenando, de antemano, a vivir amargados. Esto lo vemos en muchas personas, entre las que nosotros podríamos también contarnos. Hoy es muy raro encontrarse con personas que sean felices, de verdad. Abundan poco, pero las hay. Yo tengo la satisfacción de conocer a personas así. Y me siento feliz de conocerlas: viéndolas entiendo que la felicidad en esta vida también es posible. Y se trata de personas sencillas, humildes y trabajadoras, que no piensan continuamente en sí mismas ni se quejan constantemente de sus problemas o dolencias, y me consta que los tienen ... Toda la gente tiene problemas, pero no toda la gente es feliz. ¡Qué pocos hay que sean felices de verdad!


¿Por qué algunos son felices y otros no? Desde luego no es por el dinero, ni el poder, ni la fama, ... Esas cosas no dan la felicidad... Pero son muchos los que piensan que sí la dan. Y se consumen por tener más dinero, más poder, más fama..., por tener... ¡siempre tener y tener cada vez más!. Esto es un grave error de perspectiva. Esta idea es radicalmente mentirosa... Y el vivir en la mentira no da la felicidad. Nunca es bueno vivir en el autoengaño. Es cierto que podemos hacerlo, por aquello de la libertad,  pero no podemos evitar las consecuencias de nuestras decisiones: Vivir en la mentira nos perjudica y nos esclaviza.

Sólo la verdad (en este caso la verdad acerca de lo que produce la felicidad) nos puede sacar de nuestra abulia y de nuestra  apatía. Como hizo Poncio Pilato, podríamos preguntarnos también nosotros... ¿qué es la verdad?... ¿Existe esa cosa que llaman verdad?  Y la respuesta es afirmativa. Nos la da el propio Jesucristo cuando dice de Sí Mismo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí  (Jn 14,6). Y nos habla también de la importancia de la verdad para nuestra vida: Si permanecéis en mi Palabra, seréis en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8,32). De modo que esa es la respuesta.  Por una parte, la Verdad (escrita con mayúsculas) es el propio Jesús. Y por otra, sólo la unión con Él nos puede dar la verdadera libertad.

El hombre de hoy vive instalado en la mentira y, por lo tanto, como un esclavo, aunque él considere otra cosa, puesto que todo el que comete pecado es esclavo del pecado (Jn 8,34). Ante sí tiene la solución a todos sus problemas, a sus verdaderos problemas, siempre (claro está) que admita primero que tiene problemas y que de verdad quiera solucionarlos.  El gran problema, el problema gordo y, en realidad, el único problema, propiamente dicho, es el pecado. Cuando uno admite que ha pecado y lo lamenta profundamente, en lo más hondo de su corazón, arrepintiéndose de todos sus pecados, es entonces (y sólo entonces) cuando podrá escuchar de boca del mismo Jesús: Tus pecados te son perdonados (Mt 9,5). Y  es entonces cuando se verá libre de la esclavitud que lo dominaba porque, como decía Jesús: sólo si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres (Jn 8,36).

De modo que sólo, única y exclusivamente el encuentro con Jesucristo puede transformar nuestra vida de raíz y hacernos libres de la esclavitud del pecado (esclavitud ésta que es la verdadera esclavitud y la causa de todos los males que padecemos) consiguiéndonos así la perfecta Alegría que proviene de estar junto a Él. Sólo el encuentro con Jesús puede curarnos de la tristeza que nos inunda. Sólo en Él podemos encontrar esa Alegría (con mayúsculas) que el mundo no puede darnos, bajo ninguna de las maneras. En el fondo (y en la superficie) la raíz de la tristeza que padece hoy el mundo se encuentra en la falta de amor

Sin amor no hay alegría: la alegría va siempre de la mano del amor. La nueva pregunta, ahora, sería ... ¿Y por qué falta el amor? La respuesta no se hace de esperar: falta el amor porque falta Dios... ¡por una sencilla razón: porque Dios es Amor ! (1 Jn 4,8). El rechazo de Dios que se da en la sociedad actual es el rechazo del Amor y es, por lo tanto, el rechazo de la Alegría. De modo que la solución a nuestra tristeza pasa, necesariamente, por el encuentro con Dios. Y al hablar de Dios me estoy refiriendo, por supuesto a Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Cuando Felipe le dijo a  Jesús: Señor , muéstranos al Padre y nos basta, Jesús le contestó: Felipe, tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me has conocido? El que me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14, 8-9). Y en otro lugar dijo también Jesús: Yo y el Padre somos uno (Jn 10,30).


Así pues, se trata tan solo de encontrar al Señor, de encontrar a Jesús. Pero, ¿qué tenemos que hacer para encontrar a Jesús y encontrar, de paso, esa alegría de la que carecemos? Pues parece ser que no hay otro modo de encontrarlo si no es a través de la cruz. Suyas son estas palabras:  Quien no carga con su cruz y viene tras de Mí no puede ser mi discípulo. (Lc 14,27).  Y también: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha... (Lc 13, 24), ... porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella (Mt 7, 13).  En cambio: ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran! (Mt 7,14)

Es por esta razón por la que privar a los niños de todo esfuerzo y de toda contrariedad y darles todos sus caprichos,  es el camino seguro para que no puedan conocer nunca lo que es la alegría, lo que es la verdadera alegría. Y esto es muy grave. El Señor es tajante, a este respecto, pues tiene un aprecio especial  y un cariño muy grande por los niños: Dejad que los niños vengan a Mí y no se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt 19,14). Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en Mí, más le vale que le cuelguen al cuello una piedra de molino de las que mueven los asnos y lo hundan en el fondo del mar (Mt 18,6)... Tan importantes son los niños para Jesús, que no duda en afirmar, con  gran contundencia: Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18,3). ¡Hasta ese punto es importante el ser como niños! No debemos olvidarlo, pues nos va en ello nada menos que la felicidad, ya en esta vida, y luego la Vida Eterna.

Por lo tanto: Si en algún momento de debilidad nos parece que la cruz es triste, sabemos que eso no es verdad. Es una tentación en la que no debemos caer (¡por nuestro propio bien!). No debemos tener miedo de la cruz, aunque eso sí: estamos hablando de la cruz de Jesús, no de cualquier cruz, la que Él nos envía para que nos santifiquemos, no la que nos buscamos nosotros mismos. Esta confusión ha dado lugar a que mucha gente haya pensado, y algunos siguen pensándolo todavía, que un cristiano es un tipo raro y un masoquista, que ama la cruz por la propia cruz. Esto es un grave error... y un pecado. Nadie, en su sano juicio, quiere sufrir, empezando por el mismo Jesús, que en esto, como en todo, es nuestro modelo: Padre mío, si es posible, aleja de Mí este cáliz; pero que no sea como Yo quiero, sino como quieres Tú (Mt 26,39)

Jesús que, además de ser verdadero Dios, que lo era, era también verdadero hombre como cualquiera de nosotros, en cuanto hombre experimenta un fuerte rechazo ante el sufrimiento. ¿Cómo va a querer sufrir? Es absurdo. Pero, debido al pecado y al rechazo de los hombres, y queriéndonos del modo en que nos quería, y nos quiere (como sólo Él  sabe querer), por amor a nosotrosaceptó libremente la entrega de su propia Vida, para que aquellos que quisiéramos (y, sobre todo, que lo quisiéramos a Él) pudiéramos alcanzar la salvación. Esa Vida que Él, libremente, entregó porque quiso (nadie se la podía quitar) la recuperó de nuevo cuando resucitó, pues Él es el Señor de la Vida. De este modo, venciendo con su muerte al pecado, venció también a la muerte, consecuencia funesta del pecado, haciendo posible que nosotros, unidos a Él, podamos también vencer el pecado y la muerte.


Así es: Jesús dio su Vida por mí, para salvarme, porque quería mi amistad, porque para Él yo era y soy importante. Si rechazo Su cruz lo estoy rechazando a Él, estoy rechazando su Amor, no estoy apreciando hasta qué punto Él me ha amado y me ama: Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin(Jn 13,1). Un hasta el fin que significó la entrega de su propia Vida en la cruz, como manifestación del máximo amor posible: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos. (Jn 15, 13-14). Cuando prendieron a los apóstoles por enseñar en el nombre de Jesús y los azotaron, ellos se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa de Su Nombre (Hech 5,41). ¿Acaso los apóstoles deseaban sufrir? En absoluto. Pero, claro...¡si es por amor a Jesucristo! ...¡Eso lo cambia todo!

¡No es triste la cruz, si se lleva por amor al Señor y unidos a Él! La cruz del Señor es la máxima manifestación posible de su Amor por cada uno de nosotros. Despreciar su cruz es despreciar su Amor. Nos vendrá muy bien el traer a la memoria estas palabras que nos dirigió Jesús: Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera ( Mt 11,29-30). ¡Su cruz no es pesada! Y también estas otras: Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por Mi causa. Alegraos y regocijaos (Mt 5, 11-12). Finalmente traigamos a la memoria aquellas palabras tan bellas de Jesús (aunque en realidad todas lo son) que nos servirán de consuelo, de fortaleza y de esperanza: Ahora tenéis tristeza, pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría (Jn 16,22). La mirada del Señor es lo más hermoso que hay, en esta vida y en la otra. Esa mirada suya amorosa es la que causa nuestra alegría:

Mi sonrisa brotaba
al sentir en sus ojos la alegría,
ojos  que yo amaba
porque en ellos veía
aquello que antes sólo lo sabía.

sábado, 6 de abril de 2013

LA ALEGRÍA CRISTIANA (2 de 3) [José Martí]



Me viene a la mente una expresión que escuché cuando era joven y que no entendí: alegría aun en las contrariedades. Siempre he  pensado  que las contrariedades (que suponen esfuerzo, dolor, negación de uno mismo, etc.) y la alegría eran cosas opuestas y, por lo tanto, irreconciliables. Así que me devanaba los sesos, intentando buscar una respuesta a esta cuestión: ¿Cómo es posible que se pudiera estar alegre aun en las contrariedades?. No terminaba de creer (y mucho menos entender) que tal cosa fuera posible... Es más: todavía hoy no lo acabo de entender del todo, aunque no sin cierta culpa por mi parte.

Y, sin embargo, resulta que... no sólo es posible tal conciliación sino que, de alguna maneraes precisamente gracias a las contrariedades como aprendemos a ser felices. Parece un disparate lo que acabo de decir... Tal vez mediante algún ejemplo podamos entenderlo, vosotros y yo mismo, ...,


Para ello vamos a realizar un  experimento hipotético en el que compararemos las experiencias de cuatro personas que, inicialmente, se desconocen entre sí. Dos de ellas se conocieron en  situaciones difíciles y muy duras, pero se ayudaron mutuamente a superar las dificultades a medida que éstas iban surgiendo, incluso a costa de realizar grandes sacrificios, tanto la una como la otra. Las otras dos personas, en cambio,  se conocieron en unas circunstancias completamente diferentes y, además, mucho más agradables. De hecho, coincidieron en varias fiestas, en casinos y en discotecas ...  y se rieron, jugaron y bailaron al son de la música. ¡Vamos, que se lo pasaron estupendamente!

¿Por cuál de las dos experiencias os gustaría pasar? Está claro que por la segunda. Si me decís otra cosa, mentiríais como bellacos. Pues bien: Aun siendo eso así, que lo es, a mí no me cabe la menor duda (¡no sé a vosotros!) de que entre las dos primeras surgió una profunda amistad, mientras que es muy probable, por lo que atestigua la experiencia de aquellos que han vivido mucho y saben mucho (¡los viejos!) que las segundas estuvieron viéndose sólo unos pocos días y al principio: luego cada una siguió su propio camino. ¿Por qué saco esta conclusión?


El razonamiento que hago es el siguiente: Dado que la alegría va siempre unida a la amistad (alegría tanto mayor cuanto más grande sea la amistad). Dado que las dos primeras personas llegaron a ser muy amigas, precisamente compartiendo juntas momentos muy duros y muy difíciles. Y dado que las otras dos que, aunque se lo habían pasado muy bien juntas compartiendo situaciones placenteras, no llegaron a entablar una amistad duradera... con estas premisas parece que la conclusión se impone por sí misma:  las contrariedades compartidas, unen mucho más a las personas que la ausencia de esas contrariedades... aunque parezca mentiraDe ahí la alegría que experimentan las dos primeras cuando se ven (alegría consecuencia de la amistad que surgió entre ellas cuando compartieron juntas pruebas muy duras);  alegría que no se dio, ni podía darse, en el caso de las otras dos. Es cierto que estas últimas se lo pasaron muy bien durante un cierto tiempo, pero en eso quedó todo ... acabando por olvidarse y viviendo cada una su propia vida. Así es como funcionamos. Es verdad que esto es una historia imaginada. Pero el que haya vivido un poco (incluso el que no haya vivido tanto, pero razone bien) sabe perfectamente que tengo mucha razón en lo que estoy diciendo.


(Continuará)

viernes, 5 de abril de 2013

LA ALEGRÍA CRISTIANA (1 de 3) [José Martí]


¿Hay verdadera alegría en este mundo? Es difícil contestar a esta pregunta con un simple sí o un simple no. Pero lo que sí podemos hacer es observar lo que está ocurriendo. Y al hacerlo nos encontramos con el hecho, asombroso por otra parte, de que jamás ha habido tanta incomunicación entre la gente como la que se da hoy en día en el mal llamado mundo de las comunicaciones. Y esto es así por la sencilla razón de que la gente no dialoga. Nunca se había hablado tanto de diálogo como ahora y nunca la gente dialoga tan poco como ahora. Y si las personas no dialogan no pueden entenderse, ni puede haber una verdadera comunicación entre ellas.

Es muy frecuente hoy en día ver a los jóvenes (y no tan jóvenes) continuamente enfrascados y ensimismados en su móvil, como lo más normal... cuando eso no es lo normal. Se trata de un vicio que, además, se está extendiendo por todo el mundo a una velocidad de vértigo, y que está llegando también a los más pequeños... ¡No, esto no es normal!... Lo normal es encontrarse en la calle a niños jugando, riéndose sanamente y divirtiéndose... y esto, que es lo normal y que es algo muy hermoso, se ha convertido en un raro fenómeno de la Naturaleza... ¡por desgracia!  Se podrían buscar muchas explicaciones a este hecho, aunque hay una que cae por su propio peso:  ¡es que no hay niños! ... cada vez hay menos niños porque nacen muy pocos niños..., lo que es una pena muy grande y un indicativo inequívoco de que esta sociedad en la que vivimos está cada día más enferma... es una sociedad de viejos, con todo lo que eso conlleva (y no parece que esta situación vaya a ir a mejor).

Pues bien. Como decía, hoy la mayoría de la gente apenas si dialoga, vive de tópicos y de frases hechas, piensa poco por su cuenta, si es que piensa (las ideas ya vienen dadas por lo que se dice o se ve en la televisión y en otros medios de comunicación), se deja llevar y cambia de opinión según los vientos que corren (espíritu borreguil)... Este modus vivendi no es bueno, ni para las personas en particular ni para la sociedad en su conjunto.


La escala de valores está distorsionada. Se considera que lo más importante es tener cosas  y  pasárselo  bien: prima el sentido consumista y hedonista de la vida sobre otro tipo de consideraciones. Salvo excepciones ... a los niños se les priva de todo esfuerzo y de toda contrariedad, la gente discurre por los senderos del bienestar, del buen vivir, de la comodidad, del dinero, del placer, de la fama y de cosas por el estilo. ¡Y no digamos ya si a toda esta caterva de ejemplos le añadimos el alcohol, el sexo y las drogas! ... Pero el hecho innegable es que la gente no es feliz ... ¡todas estas cosas, en mayor o en menor grado, sólo producen un tremendo vacío y una insatisfacción aún mayor! ¿Por qué esta infelicidad?  ¿Hay algo en común en todos esos casos? Pienso que sí: yo he encontrado dos características que son comunes  a todos los ejemplos citados más arriba. En primer lugar el egoísmo y la avaricia, el excesivo mirarlo todo (¡y a todos!) con el único objeto de tener cosas o de conseguir algo de los demás.

Los que así proceden (que son mayoría) sólo piensan en sí mismos y, por supuesto, siempre para recibir... nunca para dar. ¿Son, por ello, más felices? Todo lo contrario. La insatisfacción va subiendo: el que tiene dinero quiere más dinero,  el que tiene poder quiere aún más poder, el que tiene fama, quiere más fama todavía, ... Y así viven angustiados... siempre quieren más... y lo único que encuentran es un vacío cada vez mayor, lo que se agudiza en el caso de los que eligen el camino del alcohol, del sexo o de la droga: situaciones especialmente lamentables en las que las personas se convierten en auténticos esclavos, cada vez más necesitados y cada vez más vacíos, en un proceso que puede llevarles incluso al suicidio como, de hecho, así está ocurriendo hoy en muchas partes del mundo: son auténticos enfermos, del cuerpo y del espíritu. 

En segundo lugar, es también una característica común a todos estos ejemplos que, quienes así actúan, por las razones que sean, son precisamente aquellas personas que tienen una visión chata y materialista de la vida, una visión que se queda sólo en el más acá, pues han decidido que no existe el más allá. Y se dedican a aplicar en su vida la conocida máxima pagana: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Y lo hacen muy bien, por cierto): Los resultados están a la vista. Sobran los comentarios.


Pues bien: aun a riesgo de parecer exagerado y disparatado, me atrevo a afirmar que no sólo las cosas que son malas objetivamente producen vacío en los seres humanos (como ya se ha visto) sino que... ni siquiera las cosas buenas son capaces de producir en nosotros toda la satisfacción plena que buscamos... Estoy pensando en la lectura de un buen libro, en escuchar una buena música, en la degustación de un vino exquisito, en la visión de un bello paisaje o la contemplación de un hermoso amanecer, en una tertulia agradable entre amigos, en una buena comida,..., cosas todas ellas buenas, deseables y sanas... que producen alegría verdadera en las personas, una alegría no sólo no desdeñable (¡faltaría más!) sino envidiable ... pero es una alegría pasajera y efímera. Ninguna de estas cosas y ni siquiera todas juntas, son capaces de llenar nuestro corazón, porque éste siempre aspira a más y a más ... Hemos sido creados con una aspiración de infinito... tal es nuestra naturaleza... Nada finito, por verdadero, bueno y hermoso que sea, puede colmarnos.  


Esta realidad está muy bien expresada en la conocida frase de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Tí; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí. Así es: sólo Jesucristo puede saciar nuestras ansias de amor, pues para eso hemos sido creados: para amar y para ser amados. Seremos mucho más felices dando que recibiendo pues, como dijo Jesús, "hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20, 35). Y por supuesto, no pensando que aquí se acaba todo, cuando nos llega la muerte. No, no es así: nuestra verdadera patria está en el cielo, junto al Señor.
(Continuará)