viernes, 22 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (2 de 5) [José Martí]


La clave para un posible cambio (estamos hablando de un cambio a mejor) se encuentra en la humildad, esa virtud que consiste en la aceptación y afirmación de la verdad, sea ésta la que fuere. El que es humilde se deja decir cosas. Escucha con atención a aquellos que él sabe que lo quieren de verdad y que tienen más experiencia y más conocimiento que él en aquellos temas, precisamente los más importantes, que se refieren a su verdadera felicidad y a su salvación. Y este "dejarse decir cosas" no lo entiende como un entrometerse del otro en su vida, sino como una posibilidad de enriquecimiento personal consecuencia de ese diálogo abierto a la verdad.

El problema, sin embargo, queda planteado de la siguiente manera: ¿quién se deja decir cosas? ¿Quién posee esa docilidad y esa disposición a aprender de sus errores? ¿Quién acepta la verdad, en su propia persona, una vez que se le ha hecho ver, o que él mismo ha visto, que está actuando mal? Conviene ser aquí realistas y no engañarse. Al fin y al cabo, no debemos olvidarlo, las personas que han llegado a la situación en la que se encuentran es, normalmente, porque así lo han querido; son sus continuas decisiones personales, tomadas día a día, a lo largo de toda su vida, las que los han configurado de una determinada manera, con un carácter y una personalidad muy definidas, que expresan cómo son realmente; y de esas decisiones, tomadas libremente, son ellos - y sólo ellos- quienes tienen que responder.



La responsabilidad de la propia vida nunca se le puede atribuir a los demás. ¡Claro que estamos influenciados  TODOS por los demás y por las circunstancias en las que nos hemos desenvuelto: éstas siempre deben de ser tenidas en cuenta! Nadie ha dicho lo contrario. La influencia de los demás en nosotros es una realidad, propia, por otra parte, del hecho de que somos seres que vivimos en sociedad, y no aislados. Todos influimos y somos influidos por las personas que nos rodean. Esto es evidente. Pero lo que debemos de tener muy claro en nuestra mente es que ninguna circunstancia, por dura y difícil que sea, puede considerarse como causa de nuestras reacciones personales. Distintas personas que atraviesan por circunstancias parecidas reaccionan de modo diferente. Su reacción es de ellos. Si somos honrados con nosotros mismos, y hemos madurado lo suficiente,  jamás acusaremos a los demás de habernos hecho desgraciados. Como decía Aristóteles: No son las cosas las que nos perturban sino la interpretación que hacemos de las cosa. Según la visión de la vida que tengamos, nuestra reacción será muy diferente, aunque el hecho externo sea el mismo. Y de esa reacción personal nuestra, sólo nosotros mismos somos responsables. Nadie puede responder por nosotros. Tal es nuestra condición, tal es nuestra naturaleza humana.

Evidentemente, cada caso debe de ser estudiado de modo individual, ya que cada persona es única e irrepetible; y hay muchos matices que desconocemos. Sólo Dios conoce todos los datos para poder emitir un juicio justo. Además, aquí estamos hablando de reacciones libres, no de situaciones enfermizas o de coacción de libertad, en donde la reacción sería de la persona pero no sería personal. En estos casos anormales no se puede hablar de responsabilidad, propiamente dicha. Donde no hay libertad no puede haber responsabilidad. Dado que en un breve artículo, como éste, no se puede profundizar demasiado en tantos aspectos como habría que considerar en cada caso; y que, además, tampoco es ése el propósito de este post, sólo nos referiremos, de pasada, a algunos de ellos, cuando proceda y si es que procede.

 En situaciones normales, como se ha dicho, las personas se van haciendo a sí mismas, en la medida en que van tomando decisiones. Nadie ha nacido tal y como es ahora, sino que todos vamos cambiando en el transcurso de nuestra vida, en un determinado sentido, conforme actuamos y adquirimos hábitos o maneras de ser. Es de admirar la sabiduría, por otra parte de sentido común, que se refleja en las palabras que pone Cervantes en boca de Don Quijote, cuando afirma que "cada uno es hijo de sus obras" (I, 4). Esto es muy cierto. Cuando se es niño y se ha vivido poco, el cambio es relativamente sencillo: se es más moldeable. Pero de mayor, y esto es tanto más cierto cuanta más edad se tiene, se va adquiriendo una cierta rigidez, de la que es muy difícil de salir (por no decir imposible). Y aquí viene el dilema: ¿En qué quedamos? ¿Es o no es posible el cambio? ¿Tiene solución esta pregunta?

(Continuará)