sábado, 30 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (5 de 5) [José Martí]

Existen casos, que conocemos por la historia, de personas que optaron contra Dios, claramente... y, sin embargo, algunos llegaron incluso a ser grandes santos. El caso más típico, conocido como "la caída del caballo" (¡hay muchos más!) es el de la conversión de Saulo:


"Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó ante el Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar detenidos a Jerusalén a cuantos encontrara, hombres y mujeres, que fuesen seguidores de este camino. Pero mientras se dirigía allí, al acercarse a Damasco, de repente lo envolvió de resplandor una luz del Cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que decía: 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?' Respondió: '¿Quién eres tú, Señor?'. Y él: 'Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer' "(Hech 9, 1-6). 

Saulo quedó ciego y lo condujeron a Damasco, a la casa de Judas. Allí estuvo orando durante tres días sin vista y sin comer ni beber hasta que un discípulo de Jesús llamado Ananías, que tuvo una visión, se acercó a él y le impuso las manos diciéndole: "Saulo, hermano, el Señor Jesús, el que se te ha aparecido en el camino por donde venías, me envía para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". Al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista; se levantó y fue bautizado, y tomando algo de comer recuperó las fuerzas" (Hech 9, 17-19). Luego estuvo algunos días con los discípulos que había en Damasco y fue cobrando cada vez más fuerza "y desconcertaba a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús es el Cristo" (Hech 9,22),hasta el punto de que, después de bastantes días, "los judíos tomaron la decisión de matarlo" (Hech 9,23).


Brevemente hemos relatado aquí el caso de la conversión de Saulo, el que sería San Pablo, una de las personas que mejor, y más profundamente, ha escrito sobre Jesús, en sus conocidas Epístolas, que forman parte esencial del Nuevo Testamento y que son, por lo tanto, Palabra de Dios, al igual que lo son los Evangelios.

No olvidemos, sin embargo, que este caso, como otros parecidos, es excepcional. Normalmente, a Dios no le gusta hacer milagros. La caída del caballo no es su modo ordinario de proceder. ¡Por supuesto que puede hacer milagros, y de hecho los hace todos los días, pero no suelen ser de ese tipo, aunque también! Como digo, no es lo habitual. En cualquier caso, hay algo que siempre es cierto y que urge actualizar en nuestra mente, y es que Dios da siempre  a todos la gracia que necesitan para que se salve todo el quiera ser salvado. Si alguien no se salva es porque rehúsa la salvación. De esto no nos debe caber la menor duda.

Es preciso que nos fijemos en el hecho de que la vida de San Pablo se transformó por completo...  ¡porque se arrepintió del mal que había cometidoDejó de ser enemigo de Jesús y se convirtió en su amigo. Encontró en Jesús su mejor amigo: en adelante, el sentido de su vida no fue otro sino el de compartir la vida de Jesús, pudiendo decir, con verdad que para él la vida era Cristo (Fil 1,21). Vemos aquí cómo el cambio (la conversión), incluso en casos desesperados o de odio a Cristo, es posible. Y es que Dios desea ardientemente nuestra conversión, que nos volvamos a Él, porque nos quiere y desea que también nosotros lo queramos..., pero siempre respetando  nuestra libertad y nuestra responsabilidad personal. Esta idea aparece infinidad de veces en los textos bíblicos: "Yo juzgaré a cada uno según su conducta... ¡Convertíos, apartaos de todas vuestras iniquidades y así no serán para vosotros causa de vuestra ruina!" (Ez 18,30). "¡Convertíos y vivid!" (Ez 18,32). Jesús, en el Nuevo Testamento, comienza su ministerio con estas palabras: "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca" (Mt 4, 17). De este modo tenemos esperanza de que nunca está todo perdido, de que si lo deseamos, podemos cambiar, pero en nosotros está la responsabilidad de nuestra propia vida; y así nos lo dice también Jesús: "Si no os convertís, todos pereceréis igualmente" (Lc 13,5).


Tal es, y ha sido siempre, la Doctrina de la Iglesia, en este sentido. El Papa Francisco, siguiendo la tradición de veinte siglos de catolicismo, nos lo ha recordado,  al terminar el Vía Crucis de este Viernes Santo, 29 de Marzo de 2013: "Dios nos juzga amándonos. Si recibo su amor me salvo; si lo rechazo, me condeno. No por Él, sino por mí mismo, porque Dios no condena sino que ama y salva". Y esta misma noche, 30 de Marzo, en la Vigilia Pascual, también nos lo ha recordado. Ha dicho: "no hay pecado que Dios no perdone, si nos abrimos a Él". Como cabeza visible de Cristo en la Iglesia, nos dice lo mismo que Cristo nos ha dicho siempre; y es que para que podamos salvarnos es necesario que nos arrepintamos de nuestros pecados y que nos convirtamos a Dios. Si se lo pedimos a Jesús, con todas nuestras fuerzas, es seguro que nos lo concederá. Tenemos su palabra: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24)


Hoy, desgraciadamente, hay muchísima gente que ha optado por ir contra Dios en quien, por una parte, no cree y a quien, por otra parte, curiosamente, combate y odia. Debemos rezar por ellos, porque cada día es una oportunidad nueva que Dios nos da, a todos, para que recapacitemos, nos convirtamos y podamos así lograr la salvación. Si no le dejamos, Él no podrá salvarnos, aunque quiera: Dios cuenta siempre con nosotros para nuestra propia salvación, pues esta salvación, que es lo mismo que decir Su Amor, no nos la  puede imponer, sino que libremente debemos acogerla.

Las personas solemos complicarnos la vida con demasiada frecuencia, perdiendo tontamente el tiempo, en el mejor de los casos; y, sin embargo, tenemos a nuestra disposición una inmensa riqueza: la que nos viene de la posibilidad que tenemos de conocer a Jesús... si nos dejáramos querer por Él. No es tan complicado. Lo que ocurre -eso pienso- es que nos puede parecer que, llegados a cierta edad en nuestra vida,  y dado que nos sentimos y nos encontramos muy lejos del Señor, es fácil que se nos pase por la mente que no tenemos remedio. Y que nos desanimemos. 



Pero proceder así sería un grave error, y nos haría mucho daño, innecesariamente, pues si bien es cierto que "el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34) y este versículo es palabra de Dios, necesita, sin embargo, ser completado con otros versículos de la Biblia: jamás hemos de desesperar. Son infinitos los textos bíblicos que nos hablan del Amor de Dios y de su perdón, y esto ya en el Antiguo Testamento: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve" (Is 1,18). Y en el Nuevo Testamento hay gran cantidad de citas en este sentido. Así, por ejemplo, se nos dice que "Dios nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 10), de modo que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Y que "Cristo murió por nuestros pecados" (1 Cor 15,3)...   "pero no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2,2). Cuando Jesús instituyó la Eucaristía dejó esta idea muy clara: "Ésta es mi sangre de la Nueva Alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28)

Eso sí: debemos de fijarnos en la palabra muchos. No dice todos sino muchos: ésta es la traducción correcta. Y, ¿por qué? ¿A qué se refiere el Señor? Está claro que todos tenemos la posibilidad de salvarnos, aunque no con nuestras solas fuerzas, pues la salvación viene de Dios. Pero esto no significa que todos nos vamos a salvar necesariamente, queramos o no queramos, porque Dios es bueno y no puede consentir en que nos condenemos. No, no es así... pues fue el mismo que dio su vida para salvarnos, es decir, Jesús,  el que dijo: "Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados" (Jn 8, 24). 

Es decir: existe un condicional para nuestra salvación, un condicional que se encuentra en nosotros mismos, en nuestra propia libertad. Y puesto que la voluntad de Dios con relación a nosotros es muy clara: "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó a Sí mismo en redención por todos" (1 Tim 2,3-6), resulta entonces que Dios ha dejado en nuestras propias manos el que nos salvemos o no. Y tenemos una gran confianza, pues "si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1,9). Pero no lo olvidemos: "Al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12,32). Y ya se ha hablado en este post acerca de este tipo de pecados. A ellos se refiere también San Pablo cuando dice: "Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no nos queda ningún sacrificio por los pecados, sino la tremenda espera del juicio y el ardor del fuego que va a devorar a los rebeldes" (Heb 10, 26-27). Tremendas palabras éstas, que se refieren a los que no desean ser perdonados ni se arrepienten de nada, ni creen en Dios y odian todo lo que se refiere a Dios. Para ellos el perdón es imposible.

No quisiera acabar este capítulo, sin recordar (a los demás, y a mí mismo en primer lugar) que, en realidad, el camino hacia el Cielo está ya muy bien trazado por Jesús. Aunque parece que no acabamos de darnos cuenta del todo, como si algo se nos escapara. El secreto se encuentra, en mi opinión, en meditar, con total disponibilidad y a ser posible delante del Sagrario, estas palabras del Evangelio: "En aquel tiempo, exclamó Jesús y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25). En ellas se nos revela, con toda claridad, que tenemos que ser pequeños,  sencillos y humildes para acercarnos a Dios. Ésta es la única solución eficaz; no hay otra, en realidad.


Me viene ahora a la mente lo que dijo Jesús a Nicodemo, cuando éste vino de noche a verle, por miedo a los judíos: "En verdad, en verdad te digo, que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios" (Jn 3,3). Y cuando Nicodemo le responde: "Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?" (Jn 3,4), Jesús le responde y se lo aclara: "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del Agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5). No habla Jesús de nacer según la carne, sino de nacer según el Espíritu, refiriéndose con ello, como diría más adelante, al sacramento del bautismo en el Espíritu Santo. Por el bautismo es infundida una nueva vida, se nace a la vida del Espíritu, a la vida de Dios y entramos a formar parte de la familia de los hijos de Dios, verdaderos hijos, por pura gracia divina. Se trata de un nacimiento a la vida sobrenatural y, por ello, es aún más importante que el nacimiento a la vida según la carne, que es un nacimiento natural. Por otra parte, toda verdadera conversión, en la medida en que supone una vuelta a la gracia, se puede considerar también como un nacer de nuevo.



Pero no quiero desviarme del tema. A lo que me refiero es a la necesidad que tenemos, todos, de hacernos sencillos, pequeños y humildes. Y hasta tal punto esto es fundamental que Jesús llega a decir: "Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3). ¿En qué sentido tenemos que hacernos como niños? La respuesta viene a renglón seguido: "El que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos" (Mt 18,4). Así debe de ser nuestra relación con Dios, como la de un niño con sus padres... pero un niño muy pequeño, que aún no ha "aprendido" a mentir, que pone su confianza completamente en sus padres y se fía de ellos: sabe que sus padres lo quieren; y que no van a permitir que le ocurra nada malo. Así ha de ser también nuestra actitud con relación a Dios. De Jesús hemos aprendido que Dios es nuestro Padre. Nos lo ha enseñado en multitud de ocasiones y, en particular,en el padrenuestro. 

Confiados en que realmente somos hijos de Dios (hijos en el Hijo, por el Espíritu Santo), si queremos que se produzca un cambio radical en nuestra vida,  hagamos caso del consejo que nos da el Señor, cuando dice: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos , ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quienes se las pidan!" (Mt 7,11). Pidámosle, de corazón, que nos convierta, y seguro que Él se apresurará a hacerlo.