lunes, 7 de febrero de 2011

RESPUESTA DEL HOMBRE Y SONETOS SACROS (8 de 11)



Como veníamos diciendo no hay ninguna “razón humana” que justifique o pueda justificar la acción de Dios de hacerse hombre realmente y tomar nuestra carne.

Dios no “aparece” como hombre (lo que sería una farsa, inconcebible en Dios, que es la Verdad) sino que se hace “realmente” hombre, se hace uno de nosotros, sin dejar de ser Dios, pues Jesucristo es “realmente” Dios (es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad). El gran misterio de la Encarnación de Dios, completamente inexplicable para la razón humana, porque no la hay. Ciertamente, hay una razón por la cual Dios se ha hecho hombre, pero es una “razón divina” y, por lo tanto, incomprensible para nosotros, pero no por ello menos real.

“Dios es Amor” y Dios es soberanamente libre. Porque quiso (“quiso” de libertad)  y porque nos quiso (“quiso” de amor), tomó nuestra naturaleza humana, se hizo un niño, uno de nosotros,  se hizo vulnerable por nosotros, para que así también nosotros pudiéramos amarle a Él.

Nosotros amamos a nuestra manera, y nos expresamos con nuestro cuerpo: no tenemos otro modo de amar ni de conocer: “Nihil est in intellectu quod Prius non fuerit in sensu” (Nada hay en la inteligencia que no haya pasado antes por los sentidos), decía Santo Tomás, gran conocedor del ser humano.

Y Dios, que nos conoce mucho mejor que Santo Tomás, puesto que nos ha creado, ha querido tener necesidad de nosotros, pues verdadero es el amor que nos tiene.  Y verdadero quiere que sea el amor que le tengamos. Y no se entiende el amor si no hay compartición de vidas.

Nosotros, dada nuestra naturaleza humana (con un alma espiritual, pero también con un cuerpo, unidos ambos en unidad sustancial) no podríamos querer a Dios, que es Espíritu Puro; al menos, no podríamos quererlo tal como Él desea ser querido,  es decir, tal como se entiende el amor para que sea verdaderamente amor, en perfecta reciprocidad entre aquellos que se aman, dándoselo todo al otro y recibiéndolo todo del otro.

No, no es sólo que le necesitemos como lo más hermoso que existe, como el fin de nuestra existencia, lo que es cierto, pero no lo es todo. Si, abría admiración y adoración hacia Él, pero no habría propiamente amor hacia Él. Él nos habría amado, dándonos la existencia, pero nosotros no podríamos corresponderle con nuestro amor, una incapacidad inherente a nuestra propia naturaleza humana.

Para que haya amor es preciso que también Él, de algún modo, nos necesite, como nosotros le necesitamos a Él. Por eso hizo lo que hizo, esto es, “se hizo un niño”, se hizo “visible”, tomó nuestra carne, haciéndose así vulnerable y necesitado de nuestro amor, que es lo que Él quería: quería sentirse necesitado de nosotros (por increíble o escandaloso que esto nos pueda parecer). “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos” se lee en la Biblia. (Is 55,8).

Se hizo, en principio, dependiente por completo de aquellos a los que eligió como “padres” ante la ley: José y María (aunque, como sabemos, en el caso de María, ella es también, real y verdaderamente, no sólo legalmente, la madre de Jesús y, por lo tanto, la madre de Dios, al ser Jesús verdaderamente hombre y verdaderamente Dios).

¿Quién no va a amar a un niño? Sí, ahora podemos amarlo y tocarlo y acariciarlo y besarlo; pero también es cierto, por desgracia, que podemos hacerle daño, pues haciéndose niño, se ha hecho capaz de sufrir y de sentir al modo humano, porque es un verdadero niño (no es que tenga apariencia de niño, sino que lo es realmente).

El poeta Manuel Machado así lo expresa en su soneto: 

Pero, al llegar la Navidad, y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado…
Sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también –y en ello solo espero-
que más que te he ofendido, me has amado.

Dios se siente ofendido ante nuestra falta de amor, bien sea porque le volvemos la espalda y no queremos saber nada de Él, o bien porque le atacamos directamente. Y le atacamos siempre que atacamos a su Iglesia, a la Iglesia que Él fundó. Siempre que se ataca a los cristianos se está atacando a Jesucristo. Esto no me lo he inventado yo, sino que son palabras del mismo Señor:

Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar detenidos a Jerusalén a todos cuantos encontrara, hombres o mujeres, seguidores de este camino. Pero mientras se dirigía allí, al acercarse a Damasco, de repente le envolvió de resplandor una luz del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía:

-          Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió:
-           “¿Quién eres, Señor?”. Y Él:
-          Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch 9, 1:5)

La persecución que se da hoy en día contra los cristianos, prácticamente en todo el mundo, pero de un modo muy especial aquí en España, no es otra cosa que una persecución contra Jesucristo. Se trata de una negación del Amor. Éste es el trasfondo de todo este tipo de persecuciones (mejor o peor disimuladas) contra los cristianos.

Se está perdiendo la fe, a marchas forzadas, porque nos avergonzamos del Amor que  Jesús nos tiene. No queremos ser llamados “amigos” de Aquel que dio su vida por nosotros para salvarnos. Nos fabricamos nuestros propios dioses y nos convertimos en idólatras de nosotros mismos.

La pena es que en el pecado llevamos la penitencia. Porque, si bien es cierto que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”  (1 Tim 2,4) no es menos cierto que “Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se dio a sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2, 5:6) quien dijo de Sí Mismo: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5b) y San Pedro:  “En ningún otro está la salvación, pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que podamos salvarnos” (Hch 4,12).

Se salvará todo el que quiera ser salvado y acoja a Jesucristo y a la Iglesia fundada por Él. Quien persigue a los cristianos, persigue a Jesucristo.

Y como decía el mismo Jesús: “Quien me odia a Mí, odia también al Padre” (Jn 15, 23).  Odiar a los cristianos y a la Iglesia es odiar a Jesucristo y es odiar a Dios. Y Dios, que es misericordioso y nos quiere y quiere nuestra salvación, es sumamente respetuoso con nuestra libertad y no salvará a aquél que no quiera ser salvado. La salvación se encuentra sólo en Jesucristo.

En todo caso no debemos escandalizarnos de todo lo que está pasando actualmente, pues el mismo Jesús nos previno acerca de ello: “Esto os lo he dicho para que no os escandalicéis…; más aún, se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios” (Jn 16, 1:2).

Aunque haya motivos de sufrimiento, no hay motivos para estar tristes, porque Él está con nosotros y “es nuestro amigo” (Jn 15, 14a). Estas son sus palabras: “En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33)