lunes, 10 de enero de 2011

RESPUESTA DEL HOMBRE Y SONETOS SACROS (6 de 11)



Hemos visto, en los escritos anteriores, cómo la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros es siempre para el momento presente. "A cada día le basta su propio afán " (Mt 6:34). Recordamos también el consejo del Señor para que no estemos inquietos por las cosas de este mundo: "Buscad el Reino de Dios y esas otras cosas [por las que se afanan las gentes del mundo] se os darán por añadidura" (Lc 12:31). 

Ante la llamada de Dios -una llamada que se nos hace patente en la Persona del Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor-, no valen las dilaciones, el dejarlo para después, como se dice en el soneto de Lope de Vega: "Mañana le abriremos -respondía- //para lo mismo responder mañana". El amor, cuando es verdadero, no entiende de demoras, porque "no busca lo suyo" (1 Cor 13:5), sino tan solo el estar con Aquel a quien ama, y por el que se sabe amado.

Si cada día, cada instante, procuramos ser fieles al Señor, poniendo todos los medios a nuestro alcance, puesto que contamos con su gracia y con su ayuda, cuando Él venga, nos encontrará esperándole, y podremos entrar con Él al banquete nupcial, como les ocurrió a las vírgenes prudentes.

El Señor nos lo recuerda repetidas veces, porque sabe lo importante que es para nosotros el vivir con esta esperanza vigilante, propia del verdadero amor: "Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 26:42). "...estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 26:44).

Y no debemos tener miedo, ni ponernos tristes, porque el que llega, cuando llegue, es nuestro amigo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando" (Jn 15:14); y aunque es verdad que ahora no le vemos, confiamos en su Palabra; sabemos que le volveremos a ver, cuando llegue nuestra hora, cuando llegue ese momento que Él ha pensado para nosotros; y ya no habrá más ausencias: "Os volveré a ver y se os alegrará el corazón, y nadie os quitará vuestra alegría" (Jn 16:22).

El soneto que sigue está también relacionado con otro tipo de  respuesta que el hombre suele dar al Señor. 

Nunca, Señor, pensé que te ofendía
porque jamás creí que a tu pureza
alcanzase la mísera torpeza
de quien, aun de quererlo, ¡no podría!

Triste de mí, tampoco concebía
que pudiera caber en tu grandeza
amar la nulidad y la pobreza
de este gusano vil, que dura un día.

Pero, al llegar la Navidad, y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado...

Sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también -y en ello solo espero-
que más que te he ofendido, me has amado
(Manuel Machado, 1874-1947)