viernes, 9 de mayo de 2014

Breves comentarios a la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz (2)

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5 a 8

2. A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada

Esta estrofa es muy semejante a la anterior, en lo que se refiere a la oscuridad, a la ventura dichosa y al sosiego. Los versos 3º y 5º son los mismos. Viene a ser como una insistencia o, si se quiere, una profundización mayor en lo que ya se ha dicho antes con respecto a la oscuridad que es mucho más densa de lo que podríamos imaginar. Y aparece aquí, como algo nuevo, la seguridad que tiene la amada en el amor de su amado, una seguridad que raya la certeza absoluta, lo que me recuerda las palabras de San Pablo: "La fe es una convicción de las cosas que se esperan" (Heb 11,1), convicción que, en este caso, es seguridad plena.


Con relación a la salida de la esposa, que tiene lugar en la oscuridad, para buscar a su amado, se señala ahora que tal salida se realiza "por la secreta escala disfrazada". ¿Qué significa esto? Yo entiendo que el disfraz viene a ser como un velo que nos oculta a Dios (en esta vida) y nos impide verlo; sería el equivalente al espejo del que hablaba San Pablo que nos lleva a no ver con la claridad que quisiéramos: "Ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara" (1 Cor 13,12). Y la secreta escala es el camino que debe seguirse para llegar a Dios; aunque se dice que tal escala es secreta, en realidad, estrictamente hablando, no hay tal secreto pues Jesús proclamó a todos claramente que la senda que conduce a la Vida es estrecha (Mt 7,14) [la Vida es Él mismo (Jn 14, 6].  Pero dado que, de hecho la inmensa mayoría de la gente suele ignorar u olvidar estas palabras de Jesús, como si nunca hubiesen sido dichas, (¡y eso en el caso de que las conozcan!), en ese sentido sí que se podría hablar de que esta senda es secreta, pues es de pocos conocida. La idea de escala nos lleva a imaginarnos algo elevado adonde se asciende con dificultad y mediante grandes esfuerzos. Se encierra aquí -una vez más- el hecho de que vivir, con seriedad, una vida cristiana no es -ni ha sido nunca- un camino fácil.  El camino que conduce a Dios no es ancho ni cuesta abajo sino estrecho y cuesta arriba. Lo que mucho vale mucho cuesta, dice el refrán. 



Y por si no fuera suficiente recorrer ese camino estrecho y escarpado en medio de una densa oscuridad, propia de una noche sin luna y sin estrellas, la esposa lo recorre, además, disfrazada; pues, como dice San Juan de la Cruz,  la esposa va a oscuras y en celada. 



Todas estas cosas nos pueden llevar a pensar que el amado está completamente ausente (o que si está presente no le importamos demasiado). El sufrimiento que se experimenta es tan grande que se puede incluso dudar de que el amado exista. La tentación contra la fe llega a extremos insospechados ... y, sin embargo, es precisamente entonces, en esas circunstancias, cuando la esposa llega a encontrar la máxima seguridad y dicha que se pueden concebir en esta tierra, en este valle de lágrimas.

¿Cómo es esto posible? Diríamos, balbuceando y sin acabar de entenderlo del todo, que porque es así como le demuestra a su amado la intensidad del amor que le tiene, un amor que "todo lo cree, todo lo soporta y todo lo espera"  (1 Cor 13,7). Además, y esto es lo que la hace capaz de actuar así, es consciente de haber sido hallada digna de participar en los sufrimientos y en la suerte de su amado quien, por amor a ella, se entregó a la muerte, y una muerte de cruz ... hasta el extremo, completamente inconcebible para nosotros, de pronunciar esas tremendas y misteriosas palabras: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27,46). 


Y todo lo que hizo fue por amor a mí: "Me amó y se entregó por mí" como dice San Pablo en Gal 2,20. Recordemos que también los apóstoles "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa del nombre de Jesús" (Hech 5,41). Según dice el refrán: no es bien nacido quien no es agradecido. ¿Y cómo no íbamos a estar agradecidos a Aquél que nos ha creado, nos ha perdonado y nos ha redimido para que podamos estar con Él, amándole por toda la eternidad y siendo amados por Él?

La oscuridad propia de la fe produce, a pesar de todo, y posiblemente gracias a eso [ porque así participa más perfectamente de la cruz del Señor], una gran seguridad interior de la esposa en Aquél a quien espera. La esposa sale de sí misma en busca de su amado a quien no ve, pero se trata de una búsqueda en la que tiene la absoluta seguridad, por la fe, de que su amado la está esperando con más ansias que ella a Él. Su confianza en Aquél que es el amado de su alma es total y absoluta. Por eso su corazón no pierde la paz interior ni el sosiego. Tal vez esa sea la razón por la que el santo vuelve a repetir el último verso en cada una de las dos primeras estrofas de su "Noche oscura del alma": estando ya mi casa sosegada