miércoles, 19 de marzo de 2014

EL PECADO, causa de todos los males (por José Martí)

La causa de todas las injusticias y de la pobreza (entendida como miseria) es el pecado: ¡no le demos más vueltas!  San Pablo llamaba al pecado "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7). ¿Para qué vino Dios al mundo, y se encarnó en la Persona del Hijo, sino para librarnos del pecado y hacer así posible nuestra salvación, si nosotros lo aceptábamos?: "Sobre el madero cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo, para que muertos al pecado, viviéramos para la justicia, con cuyas heridas habéis sido sanados" (1 Pet 2,24). 

Y siendo esto de tanta trascendencia e importancia capital, hoy apenas si se habla del pecado: incluso hay quien lo niega abiertamente. Y hay muchos que, aunque no lo niegan, no le conceden demasiada importancia. Dios, en cambio, piensa de otro modo acerca del pecado (y en concreto, acerca del pecado original). Dice San Pablo que "nuestro Señor Jesucristo se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo malo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre" (Gal 1,4).

De donde se desprende que el pecado original que hirió de muerte a toda la humanidad, y con el que todos nacemos, tiene mucha más importancia de la que le concedemos y de la que pensamos... a menos que consideremos (lo que, por desgracia, está ocurriendo) que la verdad acerca de las cosas es lo que nosotros pensamos de ellas ... pero esto es falso de toda falsedad. ¡El azúcar es dulce!...Esto es real. Si yo digo que el azúcar es dulce estoy en la verdad. Si digo que no es dulce estoy en la mentira. Es así de sencillo. Y ya sabemos quién es el padre de la mentira: Lucifer, el Diablo. ¿A quién le vamos a hacer caso, a Dios o a Satanás? ¿A lo que se le ocurre a cualquiera o a lo que Dios nos ha revelado en Jesucristo?




Malo es ser pecadores (y nadie hay que no lo sea) pero Dios es misericordioso y nos perdona"Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo" (Ef 2,4-5) ...siempre que reconozcamos nuestros pecados, como tales pecados, y nos arrepintamos de ellos"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que TODO EL QUE CREA EN ÉL no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16). 


De modo que se requiere de una condición "sine qua non" para que los pecados puedan ser perdonados, pues no todo pecado se perdona"Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero(Mt 12, 31-32). Estas palabras son duras, pero son verdad, pues han sido pronunciadas por Jesucristo, que es Dios y que es puro Amor... así que el problema no está en Dios, sino en el retorcimiento de nuestra voluntad, cuando queremos hacer blanco lo que es negro, y al revés. El pecado que no se perdona es aquel que no se reconoce como tal pecado, sino que incluso se alardea de cometerlo. Es la nueva caída en el pecado de Adán ante la tentación diabólica: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5). Una tentación tan vieja como la humanidad y en la que se sigue cayendo, porque el hombre quiere decidir, por sí mismo, lo que es bueno y lo que es malo. Es la tentación de soberbia: el hombre no admite que exista un Dios que le diga lo que está bien y lo que está mal


Ante el requerimiento de amor por parte de Dios, la respuesta de muchos es el rechazo. Frente a la sencillez y a la humildad, frente al amor a la verdad, se elige la mentira y la soberbia. El hombre es quien decide lo que está bien y lo que no lo está. Dios es un mito: Bien, pues éste es el pecado contra el Amor, el pecado contra el Espíritu Santo, el pecado que ni siquiera Dios puede perdonar, aunque quiera, porque al crearnos nos hizo libres, con verdadera libertad... Y lo hizo así porque verdadero es el amor que nos tiene (a cada uno) ... Y dado que el amor, para serlo de verdad, ha de ser libre, y no se puede imponer, Dios nos creó libres, con verdadera libertad, para que verdaderamente pudiéramos amarlo. El amor precisa siempre de un yo y un tú, nunca es unilateral, sino que es recíproco. Y si no es así no puede hablarse de amor

El problema reside, pues, en que podemos hacer mal uso de nuestra libertad. En razón precisamente de haber sido creados libres podemos también rechazar el amor de Dios y no querer saber nada de Él. Dios nos da cada día, en cada instante, la posibilidad de cambiar y de volvernos a Él. Pero tenemos sólo esta vida para hacerlo. Pensamos que, eligiéndonos a nosotros mismos, vamos a ser más felices. Esto es un grave error y un engaño del Maligno. Pero si caemos (¡no lo olvidemos!) es porque, en el fondo, queremos caer: nadie es engañado que no quiera ser engañado. Dios no lo permitiría "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13)

Teniendo en cuenta la naturaleza del amor, que es siempre bilateral, y siendo Dios esencialmente Amor, es imposible tener parte con Dios si rechazamos, hasta el final de nuestra vida, su ofrecimiento amoroso. De modo que no es por voluntad de Dios, sino por propia voluntad, por lo que se hace imposible el perdón de este tipo de pecados.



Me vienen a la mente aquellas palabras que María Magdalena dirigió a dos ángeles cuando estaba junto al sepulcro vacío, llorando, porque no estaba allí Jesús. Viéndola llorar ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" . Y ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20:13). Era el suyo un llanto de amor, llanto que provocó que Jesús mismo se le hiciera presente: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (Jn 20:15). Ella pensó que era el hortelano y le dijo: "Señor, si te lo has llevado tú dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré"(Jn 20,15). Ante esas palabras, Jesús se conmovió y le dijo: "¡María!" (Jn 20,16a). ¡Con qué cariño serían dichas esas palabras es algo que ni siquiera podemos imaginar! Fueron palabras dirigidas al corazón de María Magdalena, quien no tuvo ya ninguna duda acerca de que se hallaba en presencia de Jesús. Y exclamó: "¡Rabboni!", que quiere decir:  "¡Maestro!" (Jn 20, 16b)


El Señor se deja ver siempre por aquellos que le aman de verdad y que le buscan con un corazón sincero; por aquellos que lloran su ausencia, porque ninguna otra cosa les puede consolar. La realidad que vivimos hoy en día es la de ausencia de Dios. Y, además, no sabemos dónde lo han puesto, no sabemos dónde se encuentraLa crisis actual afecta no sólo al mundo sino también a la Iglesia. "El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia" -dijo el Papa Pablo VI hace ya más de 40 años (el 15 de noviembre de 1972). Esas palabras tienen hoy aún más actualidad que cuando fueron dichas. San Pedro, en su primera carta, ya nos advertía de ello: "Vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quién devorar" (1 Pet 5,8b). 

Pero nos daba también la solución: "Descargad sobre Él (es decir, sobre Dios) todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros. Sed sobrios y vigilad" (1 Pet 5,7-8a), recomendaciones que coinciden, como no podía ser de otra manera, con las que nos daba el mismo Señor: "Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mt 26,41). "Llevad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera" (Mt 11, 29-30).

En la Sagrada Biblia; y de modo especial en el Nuevo Testamento, tenemos la respuesta a todos nuestros problemas personales, y a todos los problemas del mundo y de la Iglesia. El verdadero problema es que no nos lo acabamos de creerNos falta fe. María Magdalena tenía esa fe y ese amor hacia Jesús, al que Jesús no podía menos que responder con un amor mayor, dejándose ver por ella; y ella fue entonces a comunicárselo a los apóstoles: "¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas" (Jn 20, 18b). 

El mundo y la Iglesia necesitan de la oración, clamorosa y ardiente, con abundantes súplicas y lágrimas, de todos los cristianos, en unión con Jesucristo y con su verdadera Iglesia, mediante el Espíritu Santo. Sólo Jesucristo -y nosotros con Él- es quien vence al mundo: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5) ¡Tremendo y maravilloso misterio es éste del Cuerpo Místico de Cristo, por el que formamos con Cristo un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza y nosotros los miembros! (ver 1 Cor 12, 12-31). Por eso decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24). 

Como siempre, la Cruz por amor y en unión con Jesucristo, es nuestra única salvación. Podemos tener la seguridad de que, si nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos provienen de un verdadero amor al Señor, Él se nos manifestará, de alguna manera, y se dejará ver, como hizo con María Magdalena: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). 

Eso sí: es preciso que estemos siempre vigilantes; y ayudar a los demás a hacer lo mismo ... porque viendo la situación de crisis actual no sólo del mundo, sino de la propia Iglesia en su misma Jerarquía, podríamos preguntarnos, razonablemente, si es que no estaremos asistiendo ya al final de los tiempos, ése del que "no sabemos ni el día ni la hora" (Mt 24,36) y del que Jesús dijo: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc 18,8), aunque ése es otro tema del que, probablemente, hablaremos en otra ocasión.
José Martí

domingo, 16 de marzo de 2014

La cruz y la Alegría [José Martí]

La situación, hoy en día, es difícil pero apasionante. Ahora, más que nunca, tenemos la oportunidad de demostrarle al Señor que lo queremos. Sí, ahora precisamente. Porque es en la máxima oscuridad donde la luz brilla con más resplandor. En los momentos críticos por los que atraviesa la Iglesia, el Señor está necesitando de gente que no tenga miedo, que se fíe de Él completamente, hasta dar la vida, si es necesario"No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10,28). Ahora es el momento de dar testimonio con nuestra vida: "El que se avergüence de Mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria  y en la del Padre y en la de los santos ángeles" (Lc 9,26) ... Se puede ser feliz aunque se sufra si se está junto al Señor"Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos" (Mt 5, 10). "Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien y os expulsen, os insulten y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo de Dios" (Lc 6,22).

El amor se manifiesta con más perfección en el sufrimiento. La máxima felicidad se da junto al máximo sufrimiento... eso sí: no cualquier sufrimiento, lo que sería absurdo, sino aquel que se tiene por causa de Jesús. Gran misterio es éste, el de la cruz. Pero es nuestra única esperanza. Y esto no es algo negativo. Recordemos las palabras de Jesús: "Cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia Mí". (Jn 12, 32). Y eso ¿por qué?. ¿Por qué esa atracción? Es sencillo de explicar (aunque no de vivir), pues la alegría y la felicidad van siempre unidas al amor. Y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13) Jesucristo nos manifestó el máximo amor posible, dando voluntariamente su vida por nosotros, para salvarnos. Y lo hizo, además, mediante la muerte más ignominiosa que entonces existía, que estaba destinada a los criminales, una muerte de cruz. Pues bien: su muerte en la cruz fue su gran victoria sobre el pecado, porque fue la máxima manifestación posible de amor


Allí nos lo dio todo, y se quedó completamente sin nada, hasta el extremo de sentirse solo, realmente solo: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46). Es cierto que Él era Dios (es Dios) y no podía ser abandonado por el Padre, pues Padre e Hijo son consustanciales; pero su sentimiento y su sufrimiento eran reales, como verdadero hombre que eraNos entregó también a su madre"Viendo Jesús a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo'. Luego dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu madre' " (Jn 19,26-27) . Y finalmente nos entregó su Espíritu" 'Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu'. Y diciendo esto expiró" (Lc 23,46). 




La máxima entrega, la máxima pobreza, el máximo amor. No existe una entrega mayor ni un amor mayor: "Se hizo obediente (a su Padre) hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le dio un Nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos; y toda lengua confiese: '¡Jesucristo es Señor!', para gloria de Dios Padre" (Fil 2,8-11).



Jesucristo nos atrae precisamente por el Amor total que nos manifestó, a todos y a cada uno, tomando sobre sí los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares. "¡Oh feliz culpa, que nos mereciste tal Redentor!", se canta en la liturgia de la Misa del Sábado Santo. La muerte de Jesús en la cruz fue la más grandiosa manifestación de amor posible. Allí, en el árbol de la Cruz, fue vencido el pecado

Camino del Calvario "le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: 'Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos" (Lc 23, 27-28). Porque esa fue la causa de la muerte de Jesús: el pecado. No era Él digno de pena, sino nosotros, por nuestros pecados, por los que deberíamos apenarnos y llorar. Y, sin embargo, ocurre que apenas si le concedemos importancia al pecado (esto en el "mejor" de los casos, porque para muchos ni existe). No es éste el pensamiento de Dios quien "no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8,32) Y en otro lugar: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito para que el que crea en Él no muera, sino que tenga Vida Eterna" (Jn 3,16). San Pablo, hablando del pecado, le llama  "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7) Deberíamos preocuparnos si nuestra conciencia se ha vuelto insensible al pecado, porque éste es la causa de todos los males que existen. Y todos somos pecadores. Sólo el amor de Dios, expresado mediante la muerte de su Hijo en la Cruz, es capaz de librarnos de yugo del pecado:


Creer en Dios o amar a Dios, viene a ser lo mismo. Y el amor es siempre cosa de dos. Esto vale también para el amor entre Dios y nosotros. Para que la redención objetiva, realizada de una vez para siempre por Jesucristo, pueda hacerse realidad en nosotros (redención subjetiva) es preciso una respuesta amorosa a Dios por nuestra parte. El amor de Dios no se nos impone; no se nos puede imponer, pues precisamente nos ha creado libres para que el verdadero amor entre Él y nosotros fuera posible. Si nos impusiera su Amor, no se podría hablar realmente de amor, porque el Amor es esencialmente libertad. Si Dios nos impusiera su amor no nos estaría tratando como personas. Y ésta es, precisamente, la razón fundamental por la que no se puede hablar de salvación universal. Pues si libremente se puede aceptar el amor que Dios nos ofrece en Jesucristo, libremente también se puede rechazar . De ahí la posibilidad de condenación (cuya causa se encontraría en nuestra voluntad y no en la suya). 


¡Es tan grande el amor de Dios por nosotros....(por cada uno)...!, que llega hasta el extremo de decirnos: "Me robaste el corazón, hermana mía, esposa, prendiste mi corazón en una de tus miradas" (Cant 4,9).  "Dame a ver tu rostro, dame a oir tu voz, porque tu voz es suave y es amable tu rostro" (Cant 2,14). Es increíble que Dios nos quiera (de un modo genérico), pero aún lo es más que ese amor sea el máximo amor posible, que sea un amor propio de dos personas enamoradas (pero con intensidad infinita), porque ¡Dios está, verdadera y realmente, enamorado de nosotros, de una manera personal y única! Todo esto es tan bello que no nos lo acabamos de creerPor eso nos va tan mal y por eso no somos todo lo felices que deberíamos de ser, y que Dios quiere que seamos ... ¡ya en este mundo, como un adelanto del futuro! Ahora no podemos disfrutar de la visión beatífica, que está reservada a para aquellos que han llegado ya a la meta y que se encuentran en el cielo, junto a Jesús. 


Siendo esto así, ¿a qué estamos esperando? Podremos pensar, con verdad, que todo esto sobrepasa nuestras fuerzas, lo que es cierto. Pero es más cierto aún (si se puede hablar así) que si se lo pedimos al Señor, con insistencia, Él nos lo concederá. Acerca de esto no nos debe caber la menor duda, "pues si vosotros- dice el Señor- , siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11,13). Sabiendo que el tiempo es breve, deberíamos tener grabadas en nuestro corazón estas palabras de San Pablo: "Ya es hora de que despertéis del sueño, pues ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando creímos" (Rom 13,11). Si ponemos todo cuanto está de nuestra parte, mediante la vigilancia y la oración constantes, Dios no dejará de escucharnos. Y ojalá que el Señor nos concediera la gracia de que pudiéramos, nosotros también, llegar a decir, como la esposa del Cantar: "Yo soy de mi amado y mi amado es mío; él pastorea entre azucenas" (Cant 6,3). "Mi amado es para mí y yo soy para Él" (Cant 2,16). "Yo soy para mi amado y a mí tienden todos sus anhelos" (Cant 7,11). Ésta es la respuesta perfecta de amor que Él está esperando, con anhelo, de cada uno de nosotros.

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En este blog, desde que comencé a escribir, siempre he procurado mantenerme fiel a la doctrina de la Iglesia. Y todo cuanto he escrito ha sido movido por mi deseo de conocer yo mismo un poquito más al Señor, al objeto de quererlo cada vez más... Esto que deseo para mí lo deseo también para todos. ¡Ojalá que la lectura de algún capítulo de este blog pudiera ayudar a alguien a conocer y a querer más a Jesús!...Siempre he sostenido (y sigo sosteniendo) que si, por un casual, hubiese alguna idea en este blog que se opusiera a lo que la Iglesia católica ha enseñado siempre, lo considero como falso o no dicho. Y rogaría y agradecería al lector que encontrase algún gazapo de esa índole, que me lo hiciese saber, de alguna manera, para corregir ese error inmediatamente. Gracias.

lunes, 3 de marzo de 2014

La nueva criatura [José Martí]

Según San Pablo, Jesucristo "murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí sino para Aquél que por ellos murió y resucitó" (2 Cor 5, 15); de modo que "si uno murió por todos, todos murieron" (2 Cor 5,14). Por eso dice: "habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Ya no tenemos vida propia. O mejor, nuestra vida es realmente nuestra verdadera vida cuando no es nuestra, sino que se la hemos entregado completamente a Él, cuando estamos unidos a Jesucristo por su Espíritu, que es el Espíritu Santo (lo que es pura gracia); entonces su Vida es también la nuestra: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6, 19). "Por tanto, si uno está en Cristo es nueva criatura. Lo antiguo pasó: todo se ha hecho nuevo" (2 Cor 5,17). "Nada vale... sino la nueva criatura" (Gal 6,15)

Lo que dice San Pablo no es sino otro modo de expresar lo que dijo Jesús en la oración sacerdotal hablando con su Padre y refiriéndose a sus discípulos: "Ellos no son del mundo, como Yo no soy del mundo" (Jn 17,16). Y prosigue: "Como me enviaste al mundo así Yo los he enviado al mundo" (Jn 17, 18). "Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo, y Yo voy a Tí" (Jn 17, 11a). Sin embargo, no los deja solos (no nos deja solos): "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20b) y los consuela (nos consuela) con su Palabra: "En el mundo tendréis tribulación; pero CONFIAD: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). 


Los discípulos de Jesús tienen (tenemos) la misión de hacerle presente en toda la faz de la tierra: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28,19-20a). Él se va: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Pero nos deja con la esperanza y la seguridad de su venida, de su segunda y definitiva Venida, la que tendrá lugar al final de los tiempos: "Vosotros ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría" (Jn 16,33). Por eso no debemos  (¡no podemos!) estar tristes: "Os digo la verdad: OS CONVIENE QUE ME VAYA, porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16, 7). 




Los cristianos no son del mundo, puesto que son miembros del Cuerpo Místico de Cristo;  y Cristo no es del mundo: "Yo no soy de este mundo" (Jn 8,23 b). Y a sus discípulos les dice: "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como NO SOIS DEL MUNDO, SINO QUE YO OS ESCOGÍ DEL MUNDO, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 19).  Él es la Cabeza y nuestro destino es el de configurarnos con Él en un solo Cuerpo, una labor que supone toda una vida, una vida que tiene que desarrollarse mediante la fidelidad a Sus palabras, si es que de verdad queremos ser sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y que me siga. Pues quien quiera salvar su vida la perderá; mas quien pierda su vida por Mí, ése la encontrará" (Mt 16, 24-25; Lc 9, 23-24). Ese es el sentido de la vida cristiana: la identificación con Jesucristo, una identificación que pasa por la muerte como la máxima manifestación posible de amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Y Jesucristo, "sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos, que estaban en el mundo, LOS AMÓ HASTA EL FIN" (Jn 13,1). Jesús nos amó hasta el fin en intensidad; y hasta el fin, en el sentido de entregar su vida por completo, por amor a nosotros, para salvarnos. No cabe un amor mayor.

Todo lo que no sea amarle (y dejarse amar por Él) es una verdadera pérdida de tiempo. El amor siempre produce fruto, pero en el presente eón tal fruto es imposible sin el sacrificio de uno mismo, para vivir en nosotros la Pasión del Señor. Recordemos sus Palabras: "Os lo aseguro: si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto" (Mt 12,24). ¿A qué fruto se refiere el Señor? Él mismo nos da la respuesta: "El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5b). Hablar más claro es imposible. El Señor no se anda con paños calientes. Sus palabras no son ambiguas. Lo que dice es lo que quiere decir. Y añade: "En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos" (Jn 15,8). 


San Pablo, como buen discípulo de Jesús, tenía muy clara esta idea, tanto para sí mismo, cuando decía: "Con Cristo estoy crucificado; y VIVO, PERO NO YO, sino que ES CRISTO QUIEN VIVE EN MÍ" (Gal 2, 19b-20), como también para todos aquellos a quienes evangelizaba: "Hijitos míos, por quienes SUFRO de nuevo dolores de parto HASTA QUE CRISTO SE FORME EN VOSOTROS" (Gal 4,19). 


Y así es: es el mismo Jesús quien, a través de los cristianos (y de un modo especial a través de sus sacerdotes), está presente en este mundo. La gente tendría que ver a Jesús en un cristiano que lo fuese de veras; o mejor, que intentase vivir la vida de Cristo en su propia vida, pues ¿quién se atreve a considerarse un buen cristiano?: "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Mc 10, 18b); pero, al menos, que se vea que luchamos, día a día y minuto a minuto, por asemejarnos a Jesús y ser también luz del mundo, como Él lo fue: "Yo soy la luz del mundo; QUIEN ME SIGUE no andará en tinieblas, sino que TENDRÁ LA LUZ DE LA VIDA" (Jn 8,12). Esa es nuestra misión en el mundo (no tenemos otra) en conformidad con el mandato que Él mismo nos dio: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). "Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5,16). Y esto sólo será posible si nuestra vida se asemeja a la suya, si vivimos conforme a su Voluntad, rogándole que nos conceda su Espíritu para que seamos capaces de esta labor que nos sobrepasa, que es sobrehumana, a menos que Él acuda en nuestra ayuda... Pero, ¿cómo no va a acudir si nos amó hasta dar su Vida por nosotros? Tenemos la seguridad de su ayuda, porque tenemos la seguridad de su amor. Tan solo tenemos que pedírselo. Y Él, que no desea otra cosa que nuestro amor, nos lo concederá: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24). Y en otro lugar: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?" (Lc 11,13)