viernes, 11 de enero de 2013

APUNTES SOBRE LA FE (2 de 3) [José Martí]


Cuando la fe es grande no se tiene miedo, aunque se sufra mucho y se sufra horriblemente. El sufrimiento, por muy fuerte que sea, nunca es un motivo para desesperar y decaer en nuestra alegría. Y eso por una razón muy sencilla:  el Señor está junto a nosotros, como estaba junto a los apóstoles cuando parecía que la barca se hundía y que iban a perecer todos.




Él jamás dejará que nos hundamos. Pero es preciso que acudamos a Él con fe. Esto es muy importante. En realidad, el discípulo de Jesús, el cristiano que quiere serlo de verdad, no tiene otra arma para combatir al mundo y poder vencerlo: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4).Una fe que supone, entre otras cosas, una gran confianza en Dios, un dejarlo todo en sus manos y no abatirse cuando uno se sienta invadido por el mal y la oscuridad. Al contrario, acudir entonces con más fuerza al Señor: "Señor, auméntanos la fe" (Lc 17,5). Tal vez el Señor nos diga, como les dijo a sus apóstoles: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza , diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería" ( Lc 17, 6).

El vernos tan necesitados y con tan poca fe, sin embargo, no debe hundirnos. Por el contrario, debemos acudir al Señor, con insistencia;  y cuando Él nos diga: "¿Crees tú en el Hijo del Hombre?" (Jn 9,35), responderle como lo hizo el ciego de nacimiento: "Creo, Señor" (Jn 9,38).Y si no llegamos a tanto, al menos decirle, como hizo el padre del muchacho lunático: "¡Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad!" (Mc 9,24). Podemos estar completamente seguros de que Él nos concederá esa fe que tanto necesitamos y de la que, con demasiada frecuencia, carecemos.

Lo que está claro, o debería de estarlo,  es que tenemos la urgente necesidad de acudir al Señor en busca de ayuda; y, además, con la absoluta seguridad de que Él nos escuchará y nos dará todo lo que le pidamos, y mucho más. Ya en el Antiguo Testamento aparece esa ternura de Dios hacia nosotros: "Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias" (Sal 34,7).  Pero es en el Nuevo Testamento donde esta ternura de Dios para con nosotros alcanza su máxima expresión en Jesucristo: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24). "Todo lo que pidáis en mi Nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13).

No es necesario hablar mucho para ser escuchados. Él mira directamente al corazón, ve nuestra necesidad y acude en nuestra ayuda: "Bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis" (Mt 6,8). Además, "el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene;  pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rom 8,26).

Y, por supuesto, conociendo que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8,28), debemos actuar, en nuestra vida, como el Señor nos decía que teníamos que hacerlo: "No andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados" (Mt 6, 31-32).  Nuestra única preocupación ha de ser la de "buscar primero el Reino de Dios y su justicia", pues "todas esas otras cosas" que, ciertamente, necesitamos, "se nos darán por añadidura" (Mt 6,33). Ésta, y no otra, es la actitud genuinamente cristiana, la propia de un cristiano que sigue a Jesús, que se fía de Él, de un modo absoluto,  y que pone en Él el destino de su vida: ninguna otra cosa mejor le puede ocurrir que ésto.



Sí, decididamente necesitamos la ayuda del Señor, le necesitamos a Él, y de un modo tal que afecta hasta las entrañas más profundas de nuestro ser. Él mismo nos lo dijo: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5). Eso sí: para que el Señor acuda en nuestra ayuda, debemos de tener fe en Él, tener fe en que sólo Él nos puede salvar: "No hay ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Act 4,12). Sólo mediante la fe podremos vencer al mundo, un mundo del que nosotros mismos formamos parte, y cuya realidad negativa experimentamos en nuestra propia carne, hasta el punto de llevarnos a decir, con San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rom 7,19). Ante esa realidad non grata, consecuencia del pecado, sólo nos queda, como remedio, la paciencia; aunque, más importante todavía, es el fiarnos de las palabras que el mismo San Pablo escuchó de Jesús: "Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza" (2 Cor 12,9). Sólo mediante la fe podemos vencer a ese mundo que es enemigo de Dios y que se opone a Él: "¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5,5).
(continuará)