miércoles, 16 de julio de 2014

¿Pobreza o Pureza? (1 de 2) [José Martí]



La vida cristiana tiene como única finalidad la de conformarnos con Jesús. Todo ello supone una transformación radical en nuestra vida, una conversión constante, día a día, minuto a minuto, hasta hacer posible en nosotros el cumplimiento de las palabras del apóstol san Pablo: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20). Esto es tarea de toda una vida; y sólo se hará realidad completa después de la muerte. Pero, aunque sea en primicias, tenemos ya un adelanto en esta vida. "Os lo aseguro: nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por causa del reino de Dios, quedará sin recibir mucho más en el tiempo presente y, en el venidero, la vida eterna" (Lc 18, 29-30)

Esa transformación, que sólo Dios puede hacer realidad en nosotros, es posible si le dejamos intervenir en nuestra vida; y puestos en su Presencia, le decimos: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"  (Sal 40,8). Eso es lo que Jesús espera de nosotros: una disponibilidad total a lo que Él nos quiera pedir, sin mirar atrás: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios" (Lc 9,62).; y todo ello como consecuencia de que hemos creído en su Amor y nada hay ya que nos pueda interesar más que Él: "Nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí" -decía San Agustín.


La vida siempre es dura y está llena de dificultades para todas las personas, pero especialmente para aquellos que se deciden por hacer suya la vida de Jesús. Si ponemos nuestros ojos en Él, recibiremos la fortaleza que necesitamos para serle fieles, según se lee en la Biblia:  "Corramos con constancia la prueba que se nos propone, mirando a Jesús (...) para que no desfallezcáis por falta de ánimo" (Heb 12, 1-3). Merece la pena compartir su vida: darle nuestra vida y recibir a cambio la suya.. Nada hay más hermoso ni en este mundo ni en el otro. El amor a Dios, manifestado en la Persona de su Hijo hecho hombre (Jesucristo), es lo único que puede dar sentido a nuestra vida, aquello que  nos hace exclamar, como la esposa del Cantar:


"Mi amado es para mí y yo soy para él" (Cant 2,16). 
"Yo soy para mi amado y a mí tienden todos sus anhelos" (Cant 7,11)

¿Y qué debemos hacer si queremos vivir su vida, si queremos ser verdaderamente discípulos suyos? Pues hay una serie de condiciones, que el Señor mismo nos señala como fundamentales: "Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo" (Lc 14,33). "Si alguno quiere venir detrás de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por Mí, ése la salvará" (Lc 9, 23-24). 

Ésta es la pobreza cristiana. Una virtud clave que supone la renuncia por Amor a aquello que más se ama, incluída la propia vida: nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestro estudio, nuestra salud, etc. Absolutamente todo lo que somos y tenemos le pertenece al Señor quien, por otra parte, nos ha dicho que "somos sus amigos" (Jn 15,14) y nos ha abierto su corazón. Y dado el carácter de reciprocidad del amor, al  igual que nosotros le necesitamos a Él (y no podemos dejar de necesitarlo, porque así hemos sido creados: Él es Dios y nosotros sus criaturas), sin embargo, también Él nos necesita a nosotros: aunque, en este caso, libremente,  porque así lo ha querido ... Pero una vez que lo ha querido así, es así. Realmente nos necesita, porque verdadero es su amor por nosotros. 

Y podemos escuchar su Voz que dice a la esposa del Cantar (en la que debemos vernos reflejados cada uno de nosotros)



"Me robaste el corazón, hermana mía, esposa,
prendiste mi corazón en una de tus miradas" (Cant 4,9)  

Toda nuestra vida se transforma en una auténtica aventura de amor entre Dios y nosotros: Una aventura llena de riesgos, trabajos, dificultades, peligros, dudas, ..., aunque también alegrías, descansos,  etc... Debemos recordar aquí que se trata de una verdadera "pugna" entre el esposo y la esposa. Es un "¿quién da más?" "¿quién es más generoso?". Por eso dice la esposa:


"La bandera que ha alzado mi Amado contra mí es una bandera de amor" (Can 2,4)

(Continúa)