jueves, 27 de septiembre de 2012

Oración de agradecimiento [José Martí]

Gracias, Señor, porque eres bueno. Tu bondad me ha dado el ser, la vida. Mis padres han sido colaboradores tuyos, los que tú has escogido para que yo venga a este mundo. Pero Tú eres la verdadera causa, la causa última de mi existencia. Tú, Señor: pues sin Tí nada sería. 

Por eso levanto a Tí mi corazón y todo mi ser: toma mi vida y haz de mí lo que quieras. Te pertenezco, porque Tú eres mi Dios y mi Señor y yo soy tu criatura y, por lo tanto, absolutamente dependiente de Tí. ¡Oh, Señor: Tú eres lo que da sentido a todo cuanto es!.Todo recibe de Tí su consistencia. Por eso te doy gracias y me alegro de vivir.

Durante el día y durante la noche, Tú, Señor, siempre estás conmigo. Tu Presencia a mi lado me fortalece y me ayuda a vivir, ilumina mi vida y me llena de una profunda alegría.

La conciencia, Señor, de que Tú eres real, más real que todo lo que me rodea, me conforta; e impide que me desespere en los peores momentos.

Quiero, Señor, amar las cosas y a las personas, porque Tú estás en todo y en todos. Quiero que este amor sea real, auténtico, no fingido; y, por lo tanto, desprovisto de interés personal. Quiero que sea un amor puro, sincero, sencillo y verdadero.

Que ame lo bello, Señor, porque la hermosura de la Creación y las invenciones de los hombres, todo habla de Tí. Pero que no me apegue a nada. Que mi único, verdadero y profundo deseo sea, Señor, amarte. Dame una mirada limpia y pura; y una confianza en Tí muy grande, total y absoluta, que nada ni nadie pueda destruir jamás.

Acércame a Tí cuando yo me separe de Tí, Señor. No me dejes, aunque yo te deje. Compadécete de mí y perdóname cuando no soy bueno. Aunque sea un proceso lento y doloroso, concédeme, Señor, la gracia que necesito para dejarme transformar por Tí del modo y manera que Tú quieres para mí. 

Sólo el acercamiento a Tí, Señor, hace posible que yo pueda compadecerme, de verdad, de las miserias y sufrimientos de los demás.

Que me dé cuenta, de una vez por todas, de que las frases bonitas (si se quedan sólo en frases bonitas) no sirven para nada. Más bien son contraproducentes y desalentadoras. Las frases bonitas son realmente bonitas (y verdaderas) cuando se hacen vida. Como Tú has dicho, Señor, y no quiero olvidarlo nunca: "Si estas cosas entendéis, seréis dichosos si las ponéis en práctica" (Jn 13, 17)

Ayúdame a entender tu Palabra, que eres Tú mismo, y a dejarme transformar por ella. Sin Tí mi vida no tiene ningún sentido; y todo es absurdo. Pero contigo la vida es bella.

Tengo presente tus palabras: "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5) y también las palabras esperanzadoras del apóstol Pablo, palabras bíblicas inspiradas por el Espíritu Santo, palabras de Dios, en definitiva; y, por lo tanto, palabras verdaderas: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4,13).

Como el apóstol Pablo desearía escuchar de Tí, Señor, esas palabras alentadoras que me ayuden en los momentos difíciles y, en realidad, en todos los momentos: "Te basta mi gracia, pues mi fuerza se hace perfecta en la flaqueza" (2 Cor 12,9)

Con tu gracia, me gustaría poder decir también, y decirlo de corazón: "Cuando soy débil es cuando soy fuerte" (2 Cor 12, 10), pues "habita en mí la fuerza de Cristo" (2 Cor 12, 9)

No hundirme cuando lleguen las pruebas y las tentaciones; incluso alegrarme y desearlas, pues al fin y al cabo  sirven "para que no tengamos puesta la confianza en nosotros mismos, sino en Dios" (2 Cor 1,9).  

Ser muy consciente, como cristiano, y en unión con todos los cristianos en el seno de la única Iglesia católica, de que "Dios ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que irradien el conocimiento de la gloria de Dios, que está en el rostro de Cristo" (2 Cor 4-6); pero sin olvidar nunca que "llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se reconozca que la sobreabundancia del poder es de Dios y que no proviene de nosotros" (2 Cor 4,7) y de que "nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3,5).

Te pido que me concedas la gracia de vivir conforme a estas profundas verdades contenidas en el Nuevo Testamento, y el convencimiento de que me concederás lo que te pido, pues cuento, para ello, con tu Palabra: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre; pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 24) ... "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11,13)

Esa es la razón por la que un cristiano, aunque sufra, puede ser inmensamente feliz, porque tiene a Jesús; y con Él lo tiene todo. De ahí el profundo agradecimiento que brota de su corazón, dirigido a Aquel que "es la imagen del Dios invisible y primogénito de toda creación" (Col 1, 15), Jesucristo, nuestro Señor, de quien dice la Biblia que es "el Alfa y la Omega, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso" (Ap 1, 8); y que nos interpela directamente al corazón: "Mira, he aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22,11).

Ante lo cual sólo nos queda inclinarnos, con sincera humildad y agradecimiento,  y responder a ese deseo amoroso de Jesús de estar con cada uno de nosotros, cuando dice: "Sí, voy enseguida" (Ap 22,20a),  con esas hermosas palabras contenidas en el penúltimo versículo del Nuevo Testamento, que compendian lo que debe ser la actitud de un cristiano ante la vida, una actitud basada en la confianza en el Señor y en la esperanza segura, amorosa y alegre, de su venida definitiva: "¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20b)