domingo, 14 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DE DIOS Y LA RESPUESTA DEL HOMBRE (4 de 4) [José Martí]


El tema de la escucha es fundamental en nuestra relación con Dios. Mucho es lo que se ha dicho y lo que se puede decir acerca de la escucha, pero hay algo que siempre debe darse, para que tal escucha sea posible: el silencio.

Sólo en el silencio podemos escuchar la voz de Dios: un silencio exterior y un silencio interior. Así actuaba Jesús, buscando horas y lugares propicios: las madrugadas, altas horas de la noche, el monte, el desierto, etc... A sus discípulos les dijo, cuando regresaron a contarle lo que habían hecho y enseñado: "Venid vosotros solos a un lugar apartado y descansad un poco". Pues eran muchos los que iban y venían y no les quedaba tiempo ni para comer. Se fueron, pues, en la barca, a un lugar apartado, ellos solos (Mc 6, 30-32).

Esta necesidad es común a todos los seres humanos, pues todos necesitamos de Dios, necesitamos escuchar su voz, conocer su voluntad y responderle generosamente; lo que no es posible si no se dedican determinados momentos del día exclusivamente a hablar con Dios, o mejor, a escucharle, en el silencio de la oración.

Puesto que este artículo está dentro de una sección que he denominado "Nuevo Testamento y Poesía", pienso que viene a cuento insertar aquí una poesía que hace relación precisamente a la importancia del silencio y de la escucha activa. En su origen viene a ser una recopilación de párrafos sueltos de estrofas del poeta mejicano Amado Nervo (1870-1919). Posteriormente, introduje yo mismo alguna que otra estrofa o versos sueltos. Ahora mismo, no sabría decir exactamente qué es lo mío, propiamente dicho; y qué es lo que he tomado de Amado Nervo.

En todo caso, que es lo que verdaderamente importa, lo que pretendo transmitir, mediante la ayuda de este poeta, es la importancia esencial del silencio en el desarrollo de nuestra personalidad. Y esto por una razón muy sencilla: Sin silencio no hay escucha. Sin escucha no hay diálogo. Sin diálogo no hay amor.

Dios es Amor y hemos sido creados a su imagen y semejanza. Si nos apartamos del amor, nos alejamos de Dios; y en consecuencia de nuestro verdadero "yo", pues no debemos olvidar nunca que el sentido de nuestra existencia no es otro que el de amar y el de ser amados (en primer lugar a Dios; y luego, en Dios, a todo ser humano).

De aquí la enorme importancia del silencio para no malograr nuestra vida. Los versos que siguen, como digo, están compuestos sin retórica, sin técnica, sin procedimiento, sin literatura, pero con un inmenso cariño. Inspirados en la poesía de Amado Nervo, mi único mérito -si es que tengo alguno- consiste en la estructura que les he dado, así como en la inclusión de algunos versos personales que creo que enriquecen el conjunto.

A tientas y en la oscuridad,
antes de que comience la mañana,
busco anhelante el diálogo
con Aquél que, estando en mí, no soy yo.

Le busco para hablarle,
o mejor, para escucharle.
Le busco en mi interior,
porque ahí está Él, esperándome,
y esperando mi respuesta.

En silencio, sí, pero está ahí.
¡Qué pena que aún no lo hayamos descubierto!

Si lo encontráis, decídmelo,
porque quiero conocerlo.
Ayudadme a encontrarlo,
buscándolo conmigo.

No, no es triste la noche,
si se sabe aprovechar
para cerrar los ojos y mirar,
en el propio interior,
la Verdad escondida,
la Perla preciosa.

No hagáis ruido...
Dejadme sólo, a solas con Él...
No hagáis ruido...
...el ruido me aleja de mi único bien,
¿y qué será, entonces, de mí?

No habléis,
pero, si queréis, buscadle conmigo.
Él está también en vuestro corazón.
Tal vez juntos le encontremos mejor.

¿Mas, cómo encontrarle?
Nuestros ojos no pueden verle...
y quedamos algo tristes,
aunque no abatidos,
pues sabemos que Él está con nosotros.

¿Cómo descubrirlo? ¿Cómo es Él?...
... Él es un niño.
En el silencio de los ojos
de los niños muy pequeños...
... ahí está Dios.

En la soledad y en el silencio,
Él se manifiesta como lo que es: un niño.
Su sencilla mirada de niño,
que no se avergüenza de serlo,
colma nuestro corazón de una paz inefable.

Él es sencillo y humano,
tan sólo piensa en dar,
en darlo todo, en dar su sonrisa;
todo lo entiende, todo lo comprende,
... y no tiene prisa;
su tiempo no le pertenece.
Sólo Él sabe escuchar.

Siempre es igual y siempre diferente,
siempre dice lo mismo y nunca se repite:
hermosa paradoja del amor.

No hay que buscarlo fuera
porque todos lo llevamos dentro.
Él está en mí y está en tí,...
…está en cada uno.

Y siendo esto así...
...qué pena vivir encerrados
en la propia cárcel,
buscándolo donde no se encuentra.

Este Dios escondido
no hay grito al que no responda.
Su voz siempre llega...
... y produce una paz inmensa.

¿Por qué buscar fuera lo que llevamos dentro?
¡Cuánta palabra, Dios mío,
cuánto desencanto!
¿Por qué hablamos tanto?

Nos complicamos con palabras
y más palabras.
¡Tanto hablar...cuando es tan simple
callar y escuchar... y vivir... oh, Señor!

En adelante,
ya no habrá dolor humano que no sea mío,
ni ojos que lloren sin que yo lo haga.

En adelante,
no me pidáis ya palabras, porque nada diré...
...callaré, y mientras callo
sonreiré en mi interior,
porque sé muy bien que Él va conmigo...
... y nada más importa.

Será el silencio mi mejor poesía,
el silencio que, a través de mis ojos,
ayude a otros a descubrir
lo que es inexpresable: Dios mismo.

En mi silencio (que es oración)
sé que soy necesario.
Él cuenta conmigo, sin prisas,
respetando mi ritmo.

Este silencio (que es mi propia vida)
es hermoso y es fecundo,
porque es un bello canto;
es respuesta de agradecimiento
y de profundo reconocimiento
a Aquél que es mi Sumo Hacedor
y mi Padre amoroso.