lunes, 8 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DE DIOS Y LA RESPUESTA DEL HOMBRE (2 de 4) [José Martí]


Como veníamos diciendo el "silencio" de Dios es aparente. Dios nos ha hablado y nos sigue hablando. Decía Gustave Thibon que "no es la luz la que falta a nuestra mirada. Es nuestra mirada la que está ciega a la luz". El problema no está en Dios. Está en nosotros.

San Juan de la Cruz, si mal no recuerdo, decía algo así como esto : "Una sola Palabra dijo Dios, y en ella nos lo dijo todo y nada le quedó por decir". Dios se ha dicho a Sí Mismo en su Palabra.

Esa Palabra de Dios es "el Verbo de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Es Jesucristo, imagen perfecta del Padre y verdadero Dios: "Felipe, el que me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Y en otro lugar del Evangelio dice: "El Padre y yo somos uno".

Él ya se ha manifestado en un lugar determinado y en un tiempo determinado y nos ha dicho todo lo que necesitamos para salvarnos; nos lo ha dicho con sus palabras y con su vida. Murió y resucitó; y ahora se encuentra entre nosotros, realmente presente, en la Eucaristía (misterio de fe). Tal como nos lo dijo, no nos ha dejados solos: "No os dejaré huérfanos" (Jn 14,18). Y tenemos puesta en Él nuestra esperanza: "Sabed que Yo estoy con vostros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20), porque, además, en otro lugar nos dice: "Os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón. Y nadie os quitará ya vuestra alegría" (Jn 16,22).

Está claro que Dios nos ha hablado y nos habla continuamente. Nos habla de lo único que Él sabe, de lo único que Él es, es decir, de su amor, pues "Dios es Amor" (1 Jn 4,8); un amor que espera de nosotros el ser correspondido de la misma manera. Su "hablar" es una "llamada", una "súplica" de amor hacia nosotros, hacia cada uno personalmente, que espera una respuesta, que no puede ser otra sino la de que lo amemos con el mismo amor con el que Él nos ama: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15,15)

Ese es el deseo de Jesús acerca de nosotros, que seamos sus amigos. Pero, ¿cómo vamos a ser amigos de Alguien a quien no conocemos? Es preciso conocerle para amarle. ¿Cómo conocerle? Hagamos caso, simplemente, de las palabras que el mismo Padre nos ha dicho acerca de Jesús: "Éste es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9,35).

Es, sobre todo, en la lectura del Nuevo Testamento, en donde, con la ayuda del Espíritu Santo, a quien debemos siempre invocar, podremos conocer algo acerca de la Persona de Jesucristo; ese Espíritu que descendió sobre los apóstoles y la Virgen María el día de Pentecostés; y del que Jesús decía que "nos haría conocer todas las cosas"; ese Espíritu que es soberanamente libre y que "sopla donde quiere" (Jn 3,8) pero que ordinariamente nos llega a través del Magisterio de la Iglesia, instituida por Jesucristo.

Cuando Jesús resucito y se apareció a sus discípulos éstos se llenaron de alegría al ver al Señor, quien les dijo: "Como me envió mi Padre así os envío Yo". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dice: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Jn 20,22-23). "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16)

Esto viene a ser una confirmación de la promesa que le había hecho a Pedro antes de su resurrección de entre los muertos: "Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 18-19).

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