domingo, 9 de octubre de 2016

Valora lo que tienes y da gracias a Dios (Padre Javier Martín)

Duración 10:51 minutos

En la primera parte de la homilía, hasta el minuto 3:45 el padre Javier Martín explica la razón del cambio a pro multis que tendrá lugar a partir del 4 de marzo de 2017. A ello he aludido ya en mi otro blog (Pinchar aquí)

El Conmonitorio a cámara lenta (32):INTERVENCIONES DE SIXTO III Y DE CELESTINO I CONTRA LAS INNOVACIONES IMPÍAS


32. Aunque todos estos ejemplos son más que suficientes para destrozar y aniquilar las novedades impías, sin embargo, para que no pueda parecer que falta alguna cosa a tan gran número de pruebas, añadí al final dos documentos de la Sede Apostólica: uno del Santo Papa Sixto (1), que en la actualidad ilustra la Iglesia de Roma, y el otro de su predecesor de feliz memoria, el Papa Celestino (2). He creído necesario reproducir aquí también estos dos documentos.

En la carta que el santo Papa Sixto envió al obispo de Antioquía (3) a propósito de Nestorio, le escribía: «Puesto que el Apóstol ha dicho que una es la fe (cfr. Efes 4, 5), la fe que se ha impuesto abiertamente, creamos lo que debemos hablar y prediquemos lo que debemos mantener». ¿Queremos saber qué es lo que debemos creer y predicar? Oigamos lo que sigue diciendo: «Nada le es lícito a la novedad, porque nada es lícito añadir a la antigüedad. La fe límpida de nuestros padres y su religiosidad no deben ser enturbiadas por ninguna mezcla de cieno». Sentencia verdaderamente apostólica, que describe la fe de los Padres como limpidez cristalina y las novedades impías como mezcla de cieno.

En el Papa Celestino encontramos el mismo pensamiento. En la carta que envió a los obispos de las Galias, les reprocha que, de hecho, estaban en connivencia con los propagadores de novedades, en cuanto que su silencio culpable venía a envilecer la fe antigua y permitía, por consiguiente, que se difundieran las novedades impías. 

«Con toda razón -dice- debemos considerarnos responsables, si con nuestro silencio favorecemos el error. Estos hombres deben ser reprendidos; ¡no tienen la facultad de predicar libremente!». A algunos podría planteársele la duda acerca de la identidad de las personas a quienes les está prohibido predicar según les plazca: si serán los predicadores de la antigua fe o los inventores de novedades. Que el propio Papa hable y resuelva los dudas de los lectores. 

En efecto, añade: «Si eso es verdad...», es decir si es verdad eso de lo que algunos os han acusado, es decir, que vuestras ciudades y provincias se suman a las novedades, «si eso es verdad, que la novedad cese de lanzar improperios y acusaciones contra la antigüedad»

El venerando parecer del bienaventurado Celestino no fue, pues, que la fe antigua dejase de oponerse con todas sus fuerzas a la novedad, sino más bien que ésta acabase ya de molestar y de perseguir a la antigüedad.

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(1) San Sixto III: Obispo de Roma desde el año 432 al 440. Se conservan siete cartas suyas. En memoria de la definición dogmática que se hizo en el Concilio de Éfeso de la maternidad divina de María, rehízo y amplió la Basílica Liberiana, y la adornó de espléndidos mosaicos que todavía existen.

(2) San Celestino I: Fue obispo de Roma durante diez años, desde el 422 al 432. Hizo frente al pelagianismo. Reunió un Concilio en Roma el año 430 para juzgar las homilías de Nestorio, en las que exponía errores; comisionó a San Cirilo de Alejandría para que obtuviese la retractación de Nestorio.

(3) Se refiere a Juan de Antioquía, amigo de Nestorio, que en el Concilio de Éfeso opuso a San Cirilo y al mismo Concilio un conciliábulo.

El Conmonitorio a cámara lenta (31): EL CONCILIO DE ÉFESO PROCLAMA LA FE ANTIGUA


31. Además, he consignado las palabras del bienaventurado Cirilo, tal como están contenidas en las mismas Actas eclesiásticas. Ellas refieren que, apenas fue leída la carta de Capreolo (ver nota final) el Santo obispo de Cartago, quien no pedía ni deseaba más que se rechazase la novedad y se defendiese la antigüedad, tomó la palabra el obispo Cirilo.

No parece inútil que cite aquí de nuevo sus palabras. Según está escrito al final de las Actas, él dijo: «La carta del venerando y religiosísimo obispo de Cartago, Capreolo, que nos ha sido leída, debe ser incluida en las Actas oficiales. Pues su pensamiento es clarísimo: quiere que sean confirmados los dogmas de la antigua fe y reprobadas y condenadas las novedades inútilmente excogitadas e impíamente predicadas. Todos los obispos lo aprobaron con grandes voces: esas palabras son las nuestras, expresan el pensamiento de todos nosotros, éste es el voto de todos».

¿Cuáles eran, pues, las opiniones de todos? ¿Cuáles los deseos comunes? Que se mantuviese todo lo que había sido transmitido desde la antigüedad y se rechazase lo que recientemente se había añadido.

He admirado y proclamado la humildad y la santidad de ese Concilio. Los Obispos reunidos allí en gran número, la mayor parte de los cuales eran metropolitanos, poseían una tal erudición y doctrina, que podían casi todos discutir acerca de cuestiones dogmáticas, y el hecho de encontrarse todos reunidos habría podido animarles y afirmarles en su capacidad para deducir por sí mismos. No obstante, no tuvieron la osadía de introducir ninguna innovación, ni se arrogaron ningún derecho. Al contrario, se preocuparon por todos los medios de transmitir a la posteridad solamente lo que habían recibido de los Padres. con el fin no sólo de resolver bien las cuestiones del presente, sino también de ofrecer a las generaciones futuras el ejemplo de cómo se deben venerar los dogmas de la antigüedad sagrada y condenar las novedades impías.

También he impugnado la criminal presunción de Nestorio, que se ufanaba de haber sido el primero y el único en comprender la Sagrada Escritura, tachando de ignorantes a todos aquellos que, antes de él, investidos del oficio del Magisterio, habían explicado la Palabra Divina, o sea, a todos los obispos, a todos los confesores, a todos los mártires. Algunos de éstos habían explicado la Ley de Dios, otros habían aceptado las explicaciones que les habían dado y les habían prestado fe. En cambio, según el parecer de Nestorio la Iglesia se había equivocado siempre, y continuaba equivocándose, por haber seguido, según él, a doctores ignorantes y heréticos.

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San Capreolo era obispo de Cartago (430-437). Envió una carta a Éfeso excusando su ausencia y la de otros obispos africanos. En la carta rogaba a los Padres del Concilio que no cambiasen nada de lo que ya había sido definido y enseñado antes. Su carta fue incluida en las Actas del Concilio, tanto en su original latín como en una traducción griega.

El Conmonitorio a cámara lenta (30):LOS PADRES CITADOS EN ÉFESO


 30. He aquí, pues, los nombres de aquellos cuyos escritos fueron citados en aquel Concilio como jueces y testigos.

San Pedro, obispo de Alejandría, doctor insigne y mártir (1) ; San Atanasio, obispo de la misma ciudad, maestro fidelísimo y confesor eximio (2); San Teófilo, también él obispo de Alejandría, célebre por su fe, vida y ciencia (3); su sucesor, el venerable Cirilo, que actualmente ilustra la iglesia alejandrina (4).

Y para que no se pensara que aquélla era la doctrina de una sola ciudad o de una sola provincia, se recurrió también a las celebérrimas luminarias de Capadocia: San Gregorio, obispo de Nazancio y confesor (5); San Basilio, obispo de Cesárea de Capadocia y confesor (6); el otro Gregorio, obispo de Nisa, por fe, costumbres y sabiduría realmente digno de su hermano Basilio (7).

Además, para demostrar que no sólo Grecia y Oriente, sino también Occidente, el mundo latino, había mantenido siempre la misma fe, fueron leídas algunas cartas de San Félix Mártir (8) y de San Julio (9), obispos de la ciudad de Roma.

Pero no solamente la cabeza del mundo, también las partes secundarias proporcionaron su testimonio a aquella sentencia. De los meridionales fue citado el beatísimo Cipriano, obispo de Cartago y mártir; de las tierras del Norte, San Ambrosio (10), obispo de Milán y confesor.

Estos fueron los que en Éfeso, según el número sagrado del Decálogo, fueron invocados como maestros, consejeros, testigos y jueces. Manteniendo su doctrina, siguiendo su consejo, creyendo su testimonio, obedeciendo su juicio, aquel santo sínodo se pronunció sobre las reglas de la fe, sin odio, presunción ni condescendencia alguna. Sin duda se habría podido citar un número mayor de Padres, pero no fue necesario. No era, en efecto, conveniente ocupar el tiempo en una multitud de textos, desde el momento en que nadie dudaba de que la opinión de aquellos diez era la de todos los demás colegas

(1) San Pedro de Alejandría: Fue elevado a la sede de Alejandría hacia el año 300, probablemente después de haber sido director de la Escuela de esa ciudad. Tuvo que abandonar su diócesis durante la persecución de Diocleciano y murió mártir el año 311. De sus escritos sólo se conservan pequeños fragmentos de sus cartas y tratados teológicos.

(2) San Atanasio: La historia del Dogma en el siglo IV tuvo como uno de sus grandes forjadores a San Atanasio (295-373). Su existencia heroica discurrió en medio del fragor del incesante combate doctrinal, que en repetidas ocasiones le acarreó la persecución y el destierro. Atanasio es el símbolo de la ortodoxia católica frente al Arrianismo, y nadie podría serlo con mejor derecho, porque toda su vida y su obra las consagró apasionadamente a ese gran empeño. Como teólogo, su doctrina fundamental es la defensa del Hijo consustancial -homoousios- al Padre, que contribuyó a hacer prevalecer en el Concilio de Nicea (325) y expuso después ampliamente en su principal obra dogmática, los tres "Discursos contra los Arrianos" . San Atanasio, al explicar la naturaleza y la generación del Verbo, puso las bases del futuro desarrollo de la doctrina trinitaria. Pero la atención prestada a la Teología de la Trinidad, entonces en primer plano, no le impidió abordar cuestiones propiamente cristológicas, que pronto alcanzarían vivísima actualidad. Atanasio jugó también un papel preponderante en la propagación del ascetismo cristiano, gracias a su "Vida de san Antonio", que se difundió ampliamente y consiguió enorme éxito.

(3) San Teófilo era tío de san Cirilo, a quien sucedió en el patriarcado de Alejandría. De sus obras se ha perdido prácticamente todo, pues sólo se conservan algunas cartas y unos cuantos fragmentos de otros escritos. Su doctrina era perfectamente ortodoxa y por eso fue citado en Éfeso.

(4) El nombre de San Cirilo de Alejandría está inseparablemente unido a las disputas cristológicas del siglo V y a la historia de la Mariología. Frente a la doctrina nestoriana de la existencia en Cristo de dos personas separadas, Cirilo afirmó la unión hipostática y la única Persona de Cristo; frente a la negativa de Nestorio y de ciertos antioquenos a confesar la Maternidad divina de María, madre tan solo, según ellos, del hombre Cristo, Cirilo, haciendo uso de la expresión empleada ya por los dos Gregorios de Nacianzo y de Nisa, designó a María con el título de Theotokos -Madre de Dios- y promovió la sanción oficial de esta doctrina en el Concilio de Éfeso (año 431)

(5) San Gregorio de Nacianzo: Ver San Basilio

(6) San Basilio: La batalla doctrinal del Arrianismo, combatida en sus momentos más duros por San Atanasio, fue definitivamente vencida gracias, sobre todo, a tres Padres del Asia Menor, estrechamente vinculados entre sí, que la fama ha bautizado con el título común de «los grandes Capadocios»: los hermanos Basilio de Cesárea (330-79) y Gregorio de Nisa (335- 94?) y su amigo Gregorio de Nacianzo (328/29-89/90). Los tres desarrollaron su principal actividad en la segunda mitad del siglo IV. Y aunque eran muy distintos por su personalidad y temperamento, estuvieron estrechamente unidos en la doctrina y servicio de la Iglesia.

San Basilio, al que se apellidó el «Grande», fue un eminente hombre de gobierno, legislador monástico y, desde el año 370, obispo de Cesárea. Sus escritos sobre la Teología de la Trinidad fueron muy importantes, porque de una parte refutaron categóricamente el Arrianismo puro, representado por Eunomio, y por otra, al esclarecer algunos conceptos teológicos fundamentales, abrieron el camino para que los semi-arrianos fueran nuevamente atraídos a la Iglesia y la doctrina trinitaria de Nicea se aceptara universalmente en el Concilio I de Constantinopla (381).

Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa, obispos también, carecían sin embargo de las dotes pastorales de Basilio, y el primero renunció a la sede constantinopolitana, después de un breve pontificado. Fueron, en cambio, grandes teólogos, especialmente el Niseno, y en cuanto tales hicieron avanzar sobre manera la doctrina de la Trinidad y sostuvieron de modo expreso la divinidad del Espíritu Santo, proclamada por el Concilio I de Constantinopla (381). Su doctrina cristológica preparó también el camino a las futuras definiciones dogmáticas del siglo V.

(7) San Gregorio de Nisa: Ver San Basilio.

(8) San Félix I: Fue obispo de Roma del 269 al 274. Las Actas del Concilio de Éfeso contienen un extracto de una carta del Papa Félix al obispo Máximo de Alejandría y a su clero. Trata de la divinidad y perfecta humanidad de Cristo. Además se conservan dos fragmentos sobre la naturaleza de Cristo, que se atribuyen al Papa Félix, pero se ha demostrado que tanto la carta citada en Éfeso como el fragmento más pequeño de los referidos son una falsificación hecha por los apolinaristas.

(9) San Julio: Fue obispo de Roma durante los años 337 al 352

(10) San Ambrosio: La serie de los grandes Padres occidentales se abre propiamente con San Ambrosio, gobernador primero y luego obispo de Milán (333-397). San Ambrosio fue, sin duda, uno de los hombres más influyentes de su época, que vivió en el epicentro mismo de la historia de aquel tiempo y actuó como protagonista en varios episodios trascendentales. Por eso su importancia deriva, mucho más que de sus escritos, de su personalidad y de sus obras memorables. Ambrosio influyó poderosamente en la conversión de San Agustín; y en las difíciles circunstancias por las que atravesaba el Imperio Romano le tocó respaldar, con su ayuda y su consejo, a varios emperadores; a Graciano, que le veneraba como a un padre; a Valentiniano II, asesinado a los veinte años, cuyas exequias celebró en el 392; a Teodosio, a quien tuvo que excomulgar por un pecado de gobernante, la matanza de Tesalónica, pero que fue su amigo y a cuya muerte pronunció la oración fúnebre. El prestigio de san Ambrosio fue tanto que trascendió hasta lejanas Iglesias; y se comunicó a su propia sede de Milán -la Iglesia ambrosiana- una posición de preponderancia en toda la Italia del norte.

NOTA: San Vicente da los nombres de sólo diez Padres citados en el Concilio de Éfeso, aunque también fueron citados Atico de Constantinopla y San Anfiloquio de Iconio; al reducir los nombres a diez, San Vicente se deja llevar por el simbolismo imperante todavía en su época: así el número de los Padres citados coincide con el número diez de los Mandamientos.