martes, 31 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [6 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII 
promulgada el 29 de junio de 1943


48. Es también Cristo Cabeza de la Iglesia, porque, al sobresalir Él por la plenitud y perfección de los dones celestiales, su Cuerpo místico recibe algo de aquella su plenitud. Porque -como notan muchos Santos Padres- así como la cabeza de nuestro cuerpo mortal está dotada de todos los sentidos, mientras que las demás partes de nuestro organismo solamente poseen el sentido del tacto, así de la misma manera todas las virtudes, todos los dones, todos los carismas que adornan a la sociedad cristiana resplandecen perfectísimamente en su Cabeza, CristoPlugo [al Padre] que habitara en Él toda plenitud [Col 1, 19]. Brillan en Él los dones sobrenaturales que acompañan a la unión hipostática: puesto que en Él  habita el Espíritu Santo con tal plenitud de gracia, que no puede imaginarse otra mayor. A Él ha sido dada potestad sobre toda carne [Jn 17, 2]; en Él  están abundantísimamente todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia [Col 2, 3]. Y posee de tal modo la ciencia de la visión beatífica, que tanto en amplitud como en claridad supera a la que gozan todos los bienaventurados del Cielo. Y, finalmente, está tan lleno de gracia y santidad, que de su plenitud inexhausta todos participamos [Jn 1, 14-16].

49. Estas palabras del discípulo predilecto de Jesús, Nos mueven a exponer la última razón por la cual se muestra de una manera especial que Cristo Nuestro Señor es la Cabeza de su Cuerpo místico. Porque así como los nervios se difunden desde la cabeza a todos nuestros miembros, dándoles la facultad de sentir y de moverse, así nuestro Salvador derrama en su Iglesia su poder y eficacia, para que con ella los fieles conozcan más claramente y más ávidamente deseen las cosas divinasDe Él se deriva al Cuerpo de la Iglesia toda la luz con que los creyentes son iluminados por Dios, y toda la gracia con que se hacen santos, como Él  es santo.

50. Cristo ilumina a toda su Iglesia; lo cual se prueba con casi innumerables textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres. A Dios nadie jamás le vio; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer [Jn 1, 18]. Viniendo de Dios como maestro [Jn 3, 2], para dar testimonio de la verdad [Jn 18, 37], de tal manera ilustró a la primitiva Iglesia de los Apóstoles, que el Príncipe de ellos exclamó: ¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna [Jn 6, 69]; de tal manera asistió a los Evangelistas desde el cielo, que escribieron, como miembros de Cristo, lo que conocieron como dictándoles la Cabeza [San Agustín, De cons. evang., I, 35, 54. PL 34, 1070]. Y aun hoy día es para nosotros, que moramos en este destierro, autor de nuestra fe, como será un día su consumador en la patria celestial [Heb 12, 2]. Él infunde en los fieles la luz de la feÉl enriquece con los dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y a los Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía, lo expliquen y corroboren piadosa y diligentemente; Él, por fin, aunque invisible, preside e ilumina a los Concilios de la Iglesia [San Cirilo de Alejandría, Ep. 55 de Symb. PG77, 293].

51. Cristo es autor y causa de santidad. Porque no puede obrarse ningún acto saludable que no proceda de Él como de fuente sobrenatural. Sin Mí, nada podéis hacer [Jn 15, 5]. Cuando por los pecados cometidos nos movemos a dolor y penitencia, cuando con temor filial y con esperanza nos convertimos a Dios, siempre procedemos movidos por Él. La gracia y la gloria proceden de su inexhausta plenitud. Todos los miembros de su Cuerpo místico y, sobre todo, los más importantes, reciben del Salvador dones constantes de consejo, fortaleza, temor y piedad, a fin de que todo el cuerpo aumente cada día más en integridad y en santidad de vida. Y cuando los Sacramentos de la Iglesia se administran con rito externo, Él es quien produce el efecto interior en las almas [STh III, q.64. art. 3]. Y, asimismo, Él es quien, alimentando a los redimidos con su propia carne y sangre, apacigua los desordenados y turbulentos movimientos del alma; Él es el que aumenta las gracias y prepara la gloria a las almas y a los cuerpos. Y estos tesoros de su divina bondad los distribuye a los miembros de su Cuerpo místico, no sólo por el hecho de que los implora como hostia eucarística en la tierra y glorificada en el Cielo, mostrando sus llagas y elevando oraciones al Eterno Padre, sino también porque escoge, determina y distribuye para cada uno las gracias peculiares, según la medida de la donación de Cristo [Ef 4, 7]. De donde se sigue que, recibiendo fuerza del Divino Redentor, como de manantial primario, todo el cuerpo trabaja y concertado entre sí recibe por todos los vasos y conductos de comunicación, según la medida correspondiente a cada miembro, el aumento propio del cuerpo, para su perfección, mediante la caridad [Ef 4, 16; Col 2, 19].

Continuará
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domingo, 29 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [5 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943


43. Por lo cual Nos sentimos grandísima pena cuando llega a Nuestros oídos que no pocos de Nuestros Hermanos en el Episcopado, sólo porque son verdaderos modelos del rebaño [
 1 Pedro 5, 3] y por defender fiel y enérgicamente, según su deber, el sagrado depósito de la fe [ 1Tim 6, 20] que les fue encomendado; sólo por mantener celosamente las leyes santísimas, esculpidas en los ánimos de los hombres, y por defender, siguiendo el ejemplo del supremo Pastor, la grey a ellos confiada, de los lobos rapaces, no sólo tienen que sufrir las persecuciones y vejaciones dirigidas contra ellos mismos, sino también -lo que para ellos suele ser más cruel y doloroso- las levantadas contra las ovejas puestas bajo sus cuidados, contra sus colaboradores en el apostolado, y aun contra las vírgenes consagradas a Dios. Nos, considerando tales injurias como inferidas a Nos mismo, repetimos las sublimes palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., San Gregorio Magno: Nuestro honor es el honor de la Iglesia universal; Nuestro honor es la firme fortaleza de Nuestros hermanos; y entonces Nos sentimos honrados de veras, cuando a cada uno de ellos no se le niega el honor que le es debido [Cf. Ep. ad Eulog., 30: Migne, P.L., LXXVII, 933.].


44. Mas no por esto se vaya a pensar que la Cabeza, Cristo, al estar colocada en tan elevado lugar, no necesita de la ayuda del Cuerpo. Porque también de este místico Cuerpo cabe decir lo que San Pablo afirma del organismo humano: No puede decir… la cabeza a los pies: no necesito de vosotros [1Cor 12, 21]. Es cosa evidente que los fieles necesitan del auxilio del Divino Redentor, puesto que El mismo dijo: Sin mí nada podéis hacer [Jn 15, 5]; y, según el dicho del Apóstol, todo el crecimiento de este Cuerpo en orden a su desarrollo proviene de la Cabeza, que es Cristo [ Ef 4, 16; Col 2 19.]. Pero a la par debe afirmarse, aunque parezca completamente extraño, que Cristo también necesita de sus miembros. En primer lugar, porque la persona de Cristo es representada por el Sumo Pontífice, el cual, para no sucumbir bajo la carga de su oficio pastoral, tiene que llamar a participar de sus cuidados a otros muchos, y diariamente tiene que ser apoyado por las oraciones de toda la Iglesia. Además, nuestro Salvador, como no gobierna la Iglesia de un modo visible, quiere ser ayudado por los miembros de su Cuerpo místico en el desarrollo de su misión redentora. Lo cual no proviene de necesidad o insuficiencia por parte suya, sino más bien porque El mismo así lo dispuso para mayor honra de su Esposa inmaculada.
Porque, mientras moría en la Cruz, concedió a su Iglesia el inmenso tesoro de la redención, sin que ella pusiese nada de su parte; en cambio, cuando se trata de la distribución de este tesoro, no sólo comunica a su Esposa sin mancilla la obra de la santificación, sino que quiere que en alguna manera provenga de ella. Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles -singularmente los padres y madres de familia- han de ofrecer a nuestro Divino Salvador.

45. A las razones expuestas para probar que Cristo Nuestro Señor es Cabeza de su Cuerpo social, hemos de añadir ahora otras tres, íntimamente ligadas entre sí.

46. Comencemos por la mutua conformidad que existe entre la Cabeza y el Cuerpo, puesto que son de la misma naturaleza. Para lo cual es de notar que nuestra naturaleza, aunque inferior a la angélica, por la bondad de Dios supera a la de los ángeles: Porque Cristo, como dice Santo Tomás, es la cabeza de los ángeles. Porque Cristo es superior a los ángeles, aun en cuanto a la humanidad… Además, en cuanto hombre, ilumina a los ángeles e influye en ellos.
Pero, si se trata ya de naturalezas, Cristo no es cabeza de los ángeles, porque no asumió la naturaleza angélica, sino -según dice el Apóstol- la del linaje de Abraham [Comm. in Ep.ad Eph  Cap. 1, Lect. 8; Hebr 2, 16-17.]. Y no solamente asumió Cristo nuestra naturaleza, sino que, además, en un cuerpo frágil, pasible y mortal se ha hecho consanguíneo nuestro. Pues si el Verbo se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo [Fil 2, 7], lo hizo para hacer participantes de la naturaleza divina a sus hermanos según la carne [ 2Pt 1, 4], tanto en este destierro terreno por medio de la gracia santificante, cuanto en la patria celestial por la eterna bienaventuranza.
Por esto el Hijo Unigénito del Eterno Padre quiso hacerse hombre, para que nosotros fuéramos conformes a la imagen del Hijo de Dios [Rom 8, 29] y nos renovásemos según la imagen de Aquel que nos creó [Col 3, 10]. Por lo cual, todos los que se glorían de llevar el nombre de cristianos, no sólo han de contemplar a nuestro Divino Salvador como un excelso y perfectísimo modelo de todas las virtudes, sino que, además, por el solícito cuidado de evitar los pecados y por el más esmerado empeño en ejercitar la virtud, han de reproducir de tal manera en sus costumbres la doctrina y la vida de Jesucristo, que cuando apareciere el Señor sean hechos semejantes a El en la gloria, viéndole tal como es [1Jn 3, 2].
47. Y así como quiere Jesucristo que todos los miembros sean semejantes a El, así también quiere que lo sea todo el Cuerpo de la Iglesia. Lo cual, en realidad, se consigue cuando ella, siguiendo las huellas de su Fundador, enseña, gobierna e inmola el divino Sacrificio. Ella, además, cuando abraza los consejos evangélicos, reproduce en sí misma la pobreza, la obediencia y la virginidad del Redentor. Ella, por las múltiples y variadas instituciones que son como adornos con que se embellece, muestra en alguna manera a Cristo, ya contemplando en el monte, ya predicando a los pueblos, ya sanando a los enfermos y convirtiendo a los pecadores, ya, finalmente, haciendo bien a todos. No es, pues, de maravillar que la Iglesia, mientras se halla en esta tierra, padezca persecuciones, molestias y trabajos, a ejemplo de Cristo.

Continuará

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [4 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943


36. Nos place, sin embargo, para común utilidad, tratar aquí sucintamente de esta materia. Y en primer lugar, es evidente que el Hijo de Dios y de la Bienaventurada Virgen María se debe llamar, por la singularísima razón de su excelencia, Cabeza de la IglesiaPorque la Cabeza está colocada en lo más altoY ¿quién está colocado en más alto lugar que Cristo Dios, el cual, como Verbo del Eterno Padre, debe ser considerado como primogénito de toda criatura?[Col 1, 15]. ¿Quién se halla en más elevada cumbre que Cristo hombre, que, nacido de una Madre inmune de toda mancha, es Hijo verdadero y natural de Dios, y por su admirable y gloriosa resurrección, con la que se levantó triunfador de la muerte, es primogénito de entre los muertos? [Col 1, 18; Ap 1, 5]. ¿Quién, finalmente, está colocado en cima más sublime que Aquel que como único… mediador de Dios y de los hombres[1 Tim 2, 5] junta de una manera tan admirable la tierra con el cielo; que, elevado en la Cruz como en un solio de misericordia, atrajo todas las cosas a sí mismo[Jn 12, 32]; y que, elegido -de entre infinitos millares- Hijo del Hombre, es más amado por Dios que todos los demás hombres, que todos los ángeles y que todas las cosas creadas?[San Cirilo de Alejandría, Com. in Joannem, I, 4. pg 73, 69; S Th, I, q.20 art 4 ad 1].

37. Pues bien: si Cristo ocupa un lugar tan sublime, con toda razón es el único que rige y gobierna la Iglesia; y también por este título se asemeja a la cabeza. Ya que, para usar las palabras de San Ambrosio, así como la cabeza es la ciudadela regia del cuerpo [San Ambrosio, Hexaem, VI, 55. PL 14, 265], y desde ella, por estar adornada de mayores dotes, son dirigidos naturalmente todos los miembros a los que está sobrepuesta para mirar por ellos[San Agustín, De Agone christiano, XX, 22. PL 40, 301], así el Divino Redentor rige el timón de toda la sociedad cristiana y gobierna sus destinos. Y, puesto que regir la sociedad humana no es otra cosa que conducirla al fin que le fue señalado con medios aptos y rectamente[STh I, q.22, art 1-4], es fácil ver cómo nuestro Salvador, imagen y modelo de buenos Pastores[Jn 10, 1-18; 1Pet 5, 1-5], ejercita todas estas cosas de manera admirable.

38. Porque Él, mientras moraba en la tierra, nos instruyó, por medio de leyes, consejos y avisos, con palabras que jamás pasarán, y serán para los hombres de todos los tiempos espíritu y vida [Jn 6, 64]. Y, además, concedió a los Apóstoles y a sus sucesores la triple potestad de enseñar, regir y llevar a los hombres hacia la santidad; potestad que, determinada con especiales preceptos, derechos y deberes, fue establecida por El como ley fundamental de toda la Iglesia.

39. Pero también directamente dirige y gobierna por sí mismo el Divino Salvador la sociedad por Él fundada. Porque Él reina en las mentes y en las almas de los hombres y doblega y arrastra hacia su beneplácito aun las voluntades más rebeldes. El corazón del rey está en manos del Señor; lo inclinará adonde quisiere [Prov 21, 1]. Y con este gobierno interior, no solamente tiene cuidado de cada uno en particular, como pastor y obispo de nuestras almas [1Pet 2, 25]; sino que, además, mira por toda la Iglesia, ya iluminando y fortaleciendo a sus jerarcas para cumplir fiel y fructuosamente los respectivos cargos, ya también suscitando del seno de la Iglesia, especialmente en las más graves circunstancias, hombres y mujeres eminentes en santidad, que sirvan de ejemplo a los demás fieles para el provecho de su Cuerpo místico. Añádase a esto que Cristo, desde el Cielo, mira siempre con particular afecto a su Esposa inmaculada, desterrada en este mundo; y cuando la ve en peligro, ya por sí mismo, ya por sus ángeles [Hech 8, 26; 9, 1-19; 10, 1-7; 12, 3-10], ya por Aquella que invocamos como Auxilio de los Cristianos, y por otros celestiales abogados, la libra de las oleadas de la tempestad, y, tranquilizado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que supera a todo sentido [Fil 4, 7].

40. Ni se ha de creer que su gobierno se ejerce solamente de un modo invisible [León XIII, Lettre encyclique Satis cognitum du 29 juin 1896. ASSXXVIII (1895-1896) 725. CF. svs n. 630] y extraordinario, siendo así que también de una manera patente y ordinaria gobierna el Divino Redentor, por su Vicario en la tierra, a su Cuerpo místico. Porque ya sabéis, Venerables Hermanos, que Cristo Nuestro Señor, después de haber gobernado por sí mismo durante su mortal peregrinación a su pequeña grey[60], cuando estaba para dejar este mundo y volver a su Padre, encomendó el régimen visible de la sociedad por Él  fundada al Príncipe de los ApóstolesYa que, sapientísimo como era, de ninguna manera podía dejar sin una cabeza visible el cuerpo social de la Iglesia que había fundado. Ni para debilitar esta afirmación puede alegarse que, a causa del Primado de jurisdicción establecido en la Iglesia, este Cuerpo místico tiene dos cabezas. Porque Pedro, en fuerza del primado, no es sino el Vicario de Cristo, por cuanto no existe más que una Cabeza primaria de este Cuerpo, es decir, Cristo; el cual, sin dejar de regir secretamente por sí mismo a la Iglesia -que, después de su gloriosa Ascensión a los cielos, se funda no sólo en Él, sino también en Pedro, como en fundamento visible-, la gobierna, además, visiblemente por aquel que en la tierra representa su persona. Que Cristo y su Vicario constituyen una sola Cabeza, lo enseñó solemnemente Nuestro predecesor Bonifacio VIII, de i. m., por las Letras Apostólicas Unam sanctam [Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam del 18 de noviembre 1302. Cf Corp. Iur. Can., Extr. comm., Denzinger n. 468]; y nunca desistieron de inculcar lo mismo sus Sucesores.

41. Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque, al quitar esta Cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.


42. Y lo que en este lugar Nos hemos dicho de la Iglesia universal, debe afirmarse también de las particulares comunidades cristianas tanto orientales como latinas, de las que se compone la única Iglesia Católica: por cuanto ellas son gobernadas por Jesucristo con la palabra y la potestad del Obispo de cada una. Por lo cual los Obispos no solamente han de ser considerados como los principales miembros de la Iglesia universal, como quienes están ligados por un vínculo especialísimo con la Cabeza divina de todo el Cuerpo -y por ello con razón son llamados partes principales de los miembros del Señor[San Gregorio Magno, Moralia, XIV, 35, 43. PL 75, 1062]-, sino que, por lo que a su propia diócesis se refiere, apacientan y rigen como verdaderos Pastores, en nombre de Cristo, la grey que a cada uno ha sido confiada [Cf. Concile du Vatican: Const. de Eccl, sess. IV, ch.3. Denzinger n. 1828]; pero, haciendo esto, no son completamente independientes, sino que están puestos bajo la autoridad del Romano Pontífice, aunque gozan de jurisdicción ordinaria, que el mismo Sumo Pontífice directamente les ha comunicado. Por lo cual han de ser venerados por los fieles como sucesores de los Apóstoles por institución divina [CDC C. 329,1], y más que a los gobernantes de este mundo, aun los más elevados, conviene a los Obispos, adornados como están con el crisma del Espíritu Santo, aquel dicho: No toquéis a mis ungidos [1 Par 26, 22; Sal 104, 15]. 


Continuará

jueves, 26 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [3 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943


26. Al querer exponer brevemente cómo Cristo fundó su cuerpo social, Nos viene ante todo a la mente esta frase de Nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria: La Iglesia, que, ya concebida, nació del mismo costado del segundo Adán, como dormido en la Cruz, apareció a la luz del mundo de una manera espléndida por vez primera el día faustísimo de Pentecostés 
[ LÉON XIII, Lettre encyclique Divinum illud du 9 mai 1897. ASS XXIX (1897) 649. Cf. SVS n. 9]. Porque el Divino Redentor comenzó la edificación del místico templo de la Iglesia cuando con su predicación expuso sus enseñanzas; la consumó cuando pendió de la Cruz glorificado; y, finalmente, la manifestó y promulgó cuando de manera visible envió el Espíritu Paráclito sobre sus discípulos.

27. En efecto, mientras cumplía su misión de predicar, elegía a los Apóstoles, enviándolos, así como El había sido enviado por el Padre [cfr Jn 17, 18], a saber, como maestros, jefes y santificadores en la comunidad de los creyentes; les nombraba el Príncipe de ellos y Vicario suyo [de Cristo] en la tierra [cfr. Mt 26, 18, 19], y les manifestaba todas las cosas que había oído al Padre [Jn 15, 15; Jn 17, 8.14]; establecía, además, el Bautismo [Jn 3, 5], con el cual los futuros creyentes se habían de unir al Cuerpo de la Iglesia; y, finalmente, al llegar el ocaso de su vida, celebrando la última cena, instituía la Eucaristía, admirable sacrificio y admirable sacramento.

28. Los testimonios incesantes de los Santos Padres, al atestiguar que en el patíbulo de la Cruz consumó su obra, enseñan que la Iglesia nació -en la Cruz- del costado del Salvador, como una nueva Eva, madre de todos los vivientes [Gen 3, 20]. Dice el gran Ambrosio, tratando del costado abierto de Cristo: Y ahora se edifica, ahora se forma, ahora… se figura, y ahora se crea…, ahora se levanta la casa espiritual para constituir el sacerdocio santo [San Ambrosio, In Lucam II, 87. PL 15, 1585]. Quien devotamente quisiere investigar tan venerable doctrina, podrá sin dificultad encontrar las razones en que se funda.

29. Y, en primer lugar, con la muerte del Redentor, a la Ley Antigua abolida sucedió el Nuevo Testamento; entonces en la sangre de Jesucristo, y para todo el mundo, fue sancionada la Ley de Cristo con sus misterios, leyes, instituciones y ritos sagrados. Porque, mientras nuestro Divino Salvador predicaba en un reducido territorio -pues no había sido enviado sino a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel [Mt 15, 24]- tenían valor, contemporáneamente, la Ley y el Evangelio [Santo Tomás, STh, I-II, q.103, art. 3 ad 2]; pero en el patíbulo de su muerte Jesús abolió la Ley con sus decretos [Ef 2, 15], clavó en la Cruz la escritura del Antiguo Testamento [Col 2, 14], y constituyó el Nuevo en su sangre, derramada por todo el género humano [Mt 26, 28; 1 Cor 11, 25]. Pues, como dice San León Magno, hablando de la Cruz del Señor, de tal manera en aquel momento se realizó un paso tan evidente de la Ley al Evangelio, de la Sinagoga a la Iglesia, de los muchos sacrificios a una sola hostia, que, al exhalar su espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente de arriba abajo aquel velo místico que cubría a las miradas el secreto sagrado del templo [San León Magno, Serm LXVIII, 3, PL 54, 374].

30. En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja, que en breve había de ser enterrada y resultaría mortífera 
[ Cf. S. JÉRÔME et S. AUGUSTIN, Epist. CXII, 14 et CXVI, 16. PL 22, 924 et 943; S. THOMAS, Somme théol. I-II, q. 103, art. 3 ad 2; art. 4 ad 1; Concile de Florence: Décret pro Iacobitis, MANSI XXXI, 1738. Denzinger n. 712], para dar paso al Nuevo Testamento, del cual Cristo había elegido como idóneos ministros a los Apóstoles [2 Cor 3, 6]; y desde la Cruz nuestro Salvador, aunque constituido, ya desde el seno de la Virgen, Cabeza de toda la familia humana, ejerce plenísimamente sobre la Iglesia sus funciones de Cabeza, porque precisamente en virtud de la Cruz -según la sentencia del Angélico y común Doctor-, mereció el poder y dominio sobre las gentes  [S. THOMAS, Somme théol. III, q. 42, art. 1.]; por la misma aumentó en nosotros aquel inmenso tesoro de gracias que, desde su reino glorioso en el cielo, otorga sin interrupción alguna a sus miembros mortales; por la sangre derramada desde la Cruz hizo que, apartado el obstáculo de la ira divina, todos los dones celestiales, y, en particular, las gracias espirituales del Nuevo y Eterno Testamento, pudiesen brotar de las fuentes del Salvador para la salud de los hombres, y principalmente de los fieles; finalmente, en el madero de la Cruz adquirió para sí a su Iglesia, esto es, a todos los miembros de su Cuerpo místico, pues no se incorporarían a este Cuerpo místico por el agua del Bautismo si antes no hubieran pasado al plenísimo dominio de Cristo por la virtud salvadora de la Cruz.

31. Y con su muerte nuestro Salvador fue hecho, en el pleno e íntegro sentido de la palabra, Cabeza de la Iglesia, de la misma manera, por su sangre la Iglesia ha sido enriquecida con aquella abundantísima comunicación del Espíritu, por la cual, desde que el Hijo del Hombre fue elevado y glorificado en su patíbulo de dolor, es divinamente ilustrada. Porque entonces, como advierte San Agustín [
 Cf. S. AUGUSTIN, De gratia Christi et peccato originali, XXV, 29. PL 44, 400.], rasgado el velo del templo, sucedió que el rocío de los carismas del Paráclito -que hasta entonces solamente había descendido sobre el vellón de Gedeón, es decir, sobre el pueblo de Israel-, regó abundantemente, secado y desechado ya el vellón, toda la tierra, es decir, la Iglesia Católica, que no había de conocer confines algunos de estirpe o de territorio. Y así como en el primer momento de la Encarnación, el Hijo del Padre Eterno adornó con la plenitud del Espíritu Santo la naturaleza humana que había unido a sí substancialmente, para que fuese apto instrumento de la divinidad en la obra cruenta de la Redención, así en la hora de su preciosa muerte quiso enriquecer a su Iglesia con los abundantes dones del Paráclito, para que fuese un medio apto e indefectible del Verbo Encarnado en la distribución de los frutos de la Redención. Puesto que la llamada misión jurídica de la Iglesia y la potestad de enseñar, gobernar y administrar los sacramentos deben el vigor y fuerza sobrenatural, que para la edificación del Cuerpo de Cristo poseen, al hecho de que Jesucristo pendiente de la Cruz abrió a la Iglesia la fuente de sus dones divinos, con los cuales pudiera enseñar a los hombres una doctrina infalible y los pudiese gobernar por medio de Pastores ilustrados por virtud divina y rociarlos con la lluvia de las gracias celestiales.

32. Si consideramos atentamente todos estos misterios de la Cruz, no nos parecerán oscuras aquellas palabras del Apóstol, con las que enseña a los Efesios que Cristo, con su sangre, hizo una sola cosa a judíos y gentiles, destruyendo en su carne… la pared intermedia que dividía a ambos pueblos; y también que abolió la Ley Vieja para formar en sí mismo de dos un solo hombre nuevo -esto es, la Iglesia-, y para reconciliar a ambos con Dios en un solo Cuerpo por medio de la Cruz [Ef 2, 14-16].

33. Y a esta Iglesia, fundada con su sangre, la fortaleció el día de Pentecostés con una fuerza especial bajada del cielo. Puesto que, constituido solemnemente en su excelso cargo aquel a quien ya antes había designado por Vicario suyo, subió al Cielo, y, sentado a la diestra del Padre, quiso manifestar y promulgar a su Esposa mediante la venida visible del Espíritu Santo con el sonido de un viento vehemente y con lenguas de fuego [Hech 2, 1-4]. Porque así como Él mismo, al comenzar el ministerio de su predicación, fue manifestado por su Eterno Padre por medio del Espíritu Santo que descendió en forma de paloma y se posó sobre Él [Lc 3, 22; Mc 1, 10], de la misma manera, cuando los Apóstoles habían de comenzar el sagrado ministerio de la predicación, Cristo nuestro Señor envió del cielo a su Espíritu, el cual, al tocarlos con lenguas de fuego, como con dedo divino indicase a la Iglesia su misión sublime.


Continuará
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martes, 24 de octubre de 2017

El Credo - 2 (Padre Santiago Martín)

La entrada inicial sobre el Credo en vídeos fue el 4 de noviembre de 2016. No pude localizar las siguientes entradas. Y lo dejé. He comprobado que, al menos, hay dos más. Conforme vayan saliendo, o mejor, conforme las vaya encontrando, las publicaré aquí. Son, en total, 13 entradas, o sea, 13 vídeos.

Duración 24:26 minutos

jueves, 19 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [2 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943



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12.  Al meditar esta doctrina, Nos vienen, desde luego, a la mente las palabras del Apóstol: Donde abundó el pecado, allí sobreabundó la gracia [Rom 5,20]. Consta, en efecto, que el padre del género humano fue colocado por Dios en tan excelsa condición que habría de comunicar a sus descendientes, junto con la vida terrena, la vida sobrenatural de la gracia. Pero, después de la miserable caída de Adán, todo el género humano, viciado con la mancha original, perdió la participación de la naturaleza divina [ 2 Pet. 1, 4. ] y quedamos todos convertidos en hijos de ira.[Ef 2, 3]

Mas el misericordiosísimo Dios, de tal modo amó al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito [Jn 3, 16], y el Verbo del Padre Eterno, con aquel mismo único divino amor, asumió de la descendencia de Adán la naturaleza humana, pero inocente y exenta de toda mancha, para que del nuevo y celestial Adán se derivase la gracia del Espíritu Santo a todos los hijos del primer padre; los cuales, habiendo sido por el pecado del primer hombre privados de la adoptiva filiación divina, hechos ya por el Verbo Encarnado hermanos, según la carne, del Hijo Unigénito de Dios, recibieran el poder de llegar a ser hijos de Dios  [Jn 1, 12].

Y por esto Cristo Jesús, pendiente de la cruz, no sólo resarció a la justicia violada del Eterno Padre, sino que nos mereció, además, como a consanguíneos suyos, una abundancia inefable de gracias. Y bien pudiera, en verdad, haberla repartido directamente por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran los hombres, para que todos cooperasen, con El y por medio de aquélla, a comunicarse mutuamente los divinos frutos de la Redención. Porque así como el Verbo de Dios, para redimir a los hombres con sus dolores y tormentos, quiso valerse de nuestra naturaleza, de modo parecido en el decurso de los siglos se vale de su Iglesia para perpetuar la obra comenzada [Concilio Vaticano, Constitución de Ecclesia, pról. También  puede verse Mc 16, 15; Mt 16, 19; Col 1, 20].

13. Ahora bien: para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo -que es la Iglesia santa, católica, apostólica, Romana [Const. de fide cath, c.1] nada hay más noble, nada más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo místico de Cristo; expresión que brota y aun germina de todo lo que en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres frecuentemente se enseña.

14. Que la Iglesia es un cuerpo lo dice muchas veces el sagrado texto. Cristo -dice el Apóstol- es la cabeza del cuerpo de la Iglesia [13] [Col 1, 18,1 Cor 12, 27; Ef 1, 22-23]. Ahora bien; si la Iglesia es un cuerpo, necesariamente ha de ser uno e indiviso, según aquello de San Pablo: Muchos formamos en Cristo un solo cuerpo [Rom 12, 5;1 Cor 12, 12]. Y no solamente debe ser uno e indiviso, sino también algo concreto y claramente visible, como en su encíclica Satis cognitum afirma Nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria: Por lo mismo que es cuerpo, la Iglesia se ve con los ojos.[Cf. A.A.S., XXVIII, p. 710] Por lo cual se apartan de la verdad divina aquellos que se forjan la Iglesia de tal manera que no pueda ni tocarse ni verse, siendo solamente un ser pneumático, como dicen, en el que muchas comunidades de cristianos, aunque separadas mutuamente en la fe, se junten, sin embargo, por un lazo invisible.

15. Mas el cuerpo necesita también multitud de miembros, que de tal manera estén trabados entre sí, que mutuamente se auxilien. Y así como en este nuestro organismo mortal, cuando un miembro sufre, todos los otros sufren también con él, y los sanos prestan socorro a los enfermos, así también en la Iglesia los diversos miembros no viven únicamente para sí mismos, sino que ayudan también a los demás, y se ayudan unos a otros, ya para mutuo alivio, ya también para edificación cada vez mayor de todo el cuerpo.

16. Además de eso, así como en la naturaleza no basta cualquier aglomeración de miembros para constituir el cuerpo, sino que necesariamente ha de estar dotado de los que llaman órganos, esto es, de miembros que no ejercen la misma función, pero están dispuestos en un orden conveniente; así la Iglesia ha de llamarse Cuerpo, principalmente por razón de estar formada por una recta y bien proporcionada armonía y trabazón de sus partes, y provista de diversos miembros que convenientemente se corresponden los unos a los otros. Ni es otra la manera como el Apóstol describe a la Iglesia cuando dice: Así como… en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, mas no todos los miembros tienen una misma función, así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros [Rom 12, 4; 1 Cor 12, 12].

17. Mas en manera alguna se ha de pensar que esta estructura ordenada u orgánica del Cuerpo de la Iglesia, se limita o reduce solamente a los grados de la jerarquía; o que, como dice la sentencia contraria, consta solamente de los carismáticos, los cuales, dotados de dones prodigiosos, nunca han de faltar en la Iglesia. Se ha de tener, eso sí, por cosa absolutamente cierta, que los que en este Cuerpo poseen la sagrada potestad, son los miembros primarios y principales, puesto que por medio de ellos, según el mandato mismo del Divino Redentor, se perpetúan los oficios de Cristo, doctor, rey y sacerdote.

Sin embargo, con toda razón los Padres de la Iglesia, cuando encomian los ministerios, los grados, las profesiones, los estados, los órdenes, los oficios de este Cuerpo, no tienen sólo ante los ojos a los que han sido iniciados en las sagradas órdenes; sino también a todos los que, habiendo abrazado los consejos evangélicos, llevan una vida de trabajo entre los hombres, o escondida en el silencio, o bien se esfuerzan por unir ambas cosas según su profesión; y no menos a los que, aun viviendo en el siglo, se dedican con actividad a las obras de misericordia en favor de las almas, o de los cuerpos, así como también a aquellos que viven unidos en casto matrimonio. Más aún, se ha de advertir que, sobre todo en las presentes circunstancias, los padres y madres de familia y los padrinos y madrinas de bautismo, y, especialmente, los seglares que prestan su cooperación a la jerarquía eclesiástica para dilatar el reino del Divino Redentor tienen en la sociedad cristiana un puesto honorífico, aunque muchas veces humilde, y que también ellos, con el favor y ayuda de Dios, pueden subir a la cumbre de la santidad, que nunca ha de faltar en la Iglesia, según las promesas de Jesucristo.

18. Y así como el cuerpo humano se ve dotado de sus propios recursos con los que atiende a la vida, a la salud y al desarrollo de sí y de sus miembros, del mismo modo el Salvador del género humano, por su infinita bondad, proveyó maravillosamente a su Cuerpo místico, enriqueciéndole con los sacramentos, por los que los miembros, como gradualmente y sin interrupción, fueran sustentados desde la cuna hasta el último suspiro, y asimismo se atendiera abundantísimamente a las necesidades sociales de todo el Cuerpo.

En efecto, por medio de las aguas purificadoras del Bautismo, los que nacen a esta vida mortal no solamente renacen de la muerte del pecado y quedan constituidos en miembros de la Iglesia, sino que, además, sellados con un carácter espiritual, se tornan capaces y aptos para recibir todos los otros sacramentos. Por otra parte, con el crisma de la Confirmación se da a los creyentes nueva fortaleza, para que valientemente amparen y defiendan a la Madre Iglesia y la fe que de ella recibieron. A su vez, con el Sacramento de la Penitencia se ofrece a los miembros de la Iglesia caídos en pecado una medicina saludable, no solamente para mirar por la salud de sí mismos, sino aun también para apartar de otros miembros del Cuerpo místico el peligro de contagio, e incluso para proporcionarles un estímulo y ejemplo de virtud.

19. Y no es esto sólo: ya que, por la sagrada Eucaristía, los fieles se nutren y robustecen con un mismo manjar y se unen entre sí y con la Cabeza de todo el Cuerpo por medio de un inefable y divino vínculo. Y, por último, por lo que hace a los enfermos en trance de muerte, viene en su ayuda la piadosa Madre Iglesia, la cual por medio de la Sagrada Unción de los enfermos, si, por disposición divina, no siempre les concede la salud de este cuerpo mortal, da a lo menos a las almas enfermas la medicina celestial, para trasladar al Cielo nuevos ciudadanos -nuevos protectores para aquélla-, que gocen de la bondad divina por todos los siglos.

20. De un modo especial proveyó, además, Cristo a las necesidades sociales de la Iglesia por medio de dos sacramentos instituidos por Él. Pues por el Matrimonio, en el que los cónyuges son mutuamente ministros de la gracia, se atiende al ordenado y exterior aumento de la comunidad cristiana, y, lo que es más, también a la recta y religiosa educación de la prole, sin la cual correría gravísimo riesgo el Cuerpo místico. Y con el Orden sagrado se dedican y consagran a Dios los que han de inmolar la Víctima Eucarística, los que han de nutrir al pueblo fiel con el Pan de los Ángeles y con el manjar de la doctrina, los que han de dirigirle con los preceptos y consejos divinos, los que, finalmente, han de confirmarle con los demás dones celestiales.

21. Respecto a lo cual procede advertir que, así como Dios, al principio del tiempo, dotó al hombre de riquísimos medios corporales para que sujetara a su dominio todas las cosas creadas, y para que multiplicándose llenara la tierra, así también en el comienzo de la era cristiana proveyó a su Iglesia de todos los recursos necesarios, para que, superados casi innumerables peligros, no sólo llenara todo el orbe, sino también el reino de los cielos.


22. Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía. Ni la vida se aleja completamente de aquellos que, aun cuando hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando y, por lo tanto, se hayan hecho incapaces de mérito sobrenatural, retienen, sin embargo, la fe y esperanza cristianas, e iluminados por una luz celestial son movidos por las internas inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo a concebir en sí un saludable temor, y excitados por Dios a orar y a arrepentirse de su caída.


23. Ni puede pensarse que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el tiempo de esta peregrinación terrenal, conste únicamente de miembros eminentes en santidad, o se forme solamente por la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna. Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite. [Mt 18, 17]

24. Aborrezcan todos, pues, el pecado, con el cual quedan mancillados los miembros del Redentor; pero, quien miserablemente hubiere pecado, y no se hubiere hecho indigno por la contumacia de la comunión de los fieles, sea recibido con sumo amor, y con una activa caridad véase en él un miembro enfermo de Jesucristo. Pues vale más, como advierte el Obispo de Hipona, que se sanen permaneciendo en el cuerpo de la Iglesia, que no que sean cortados de él como miembros incurables [August., Epist., CLVII, 3, 22: Migne, P.L. XXXIII, 686] Porque no es desesperada la curación de lo que aun está unido al cuerpo, mientras que lo que hubiere sido amputado no puede ser ni curado ni sanado.[
August., Serm., CXXXVII, 1, 22: Migne, P.L. XXXVIII, 754]
Continuará
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viernes, 13 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [1 de 15]

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Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943



1. La Doctrina sobre el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia [1: Col 1, 24], recibida primeramente de labios del mismo Redentor, por la que aparece en su propia luz el gran beneficio (nunca suficientemente alabado) de nuestra estrechísima unión con tan excelsa Cabeza es, en verdad, de tal índole que, por su excelencia y dignidad, invita a su contemplación a todos y cada uno de los hombres movidos por el Espíritu divino, e ilustrando sus mentes los mueve, en sumo grado, a la ejecución de aquellas obras saludables que están en armonía con sus mandamientos. Hemos, pues, creído Nuestro deber hablaros de esta materia en la presente Carta encíclica, desenvolviendo y exponiendo principalmente aquellos puntos que atañen a la Iglesia militante. A hacerlo así Nos mueve no solamente la sublimidad de esta doctrina, sino también las presentes circunstancias en que la humanidad se encuentra.

2. Nos proponemos, en efecto, hablar de las riquezas encerradas en el seno de la Iglesia, que Cristo ganó con su propia sangre [2: Hech 20, 28] y cuyos miembros se glorían de tener una Cabeza ceñida de corona de espinas. Lo cual ciertamente es claro testimonio de que todo lo más glorioso y eximio no nace sino de los dolores y que, por lo tanto, hemos de alegrarnos cuando participamos de la pasión de Cristo, a fin de que nos gocemos también con júbilo cuando se descubra su gloria [3: 1 Pet. 4, 13].

3.  Ante todo, debe advertirse que, así como el Redentor del género humano fue vejado, calumniado y atormentado por aquellos mismos cuya salvación había tomado a su cargo, así la sociedad por Él fundada se parece también en esto a su Divino Fundador. Porque, aun cuando no negamos, antes bien lo confesamos con ánimo agradecido a Dios, que, incluso en esta nuestra turbulenta época, no pocos, aunque separados de la grey de Cristo, miran a la Iglesia como a único puerto de salvación; sin embargo, no ignoramos que la Iglesia de Dios no sólo es despreciada, y soberbia y hostilmente rechazada, por aquéllos que, menospreciando la luz de la sabiduría cristiana, vuelven misérrimamente a las doctrinas, costumbres e instituciones de la antigüedad pagana, sino que muchas veces es ignorada, despreciada y aun mirada con cierto tedio y enojo, hasta por muchísimos cristianos, atraídos por la falsa apariencia de los errores, o halagados por los alicientes y corruptelas del siglo.

4. Hay, pues, motivo, Venerables Hermanos, para que Nos, por la obligación misma de Nuestra conciencia y asintiendo a los deseos de muchos, celebremos, poniéndolas ante los ojos de todos, la hermosura, alabanza y gloria de la Madre Iglesia a quien, después de Dios, debemos todoY abrigamos la esperanza de que estas Nuestras enseñanzas y exhortaciones han de producir frutos muy abundantes para los fieles en los momentos actuales, pues sabemos cómo tantas calamidades y dolores de esta borrascosa edad que acerbamente atormentan a una multitud casi innumerable de hombres, si se reciben como de la mano de Dios con ánimo resignado y tranquilo, levantan con cierto natural impulso sus almas de lo terreno y deleznable a lo celestial y eternamente duradero y excitan en ellas una misteriosa sed de las cosas espirituales y un intenso anhelo que, con el estímulo del Espíritu divino, las mueve y, en cierto modo, las impulsa a buscar con más ansia el Reino de Dios.Porque, a la verdad, cuanto más los hombres se apartan de las vanidades de este siglo y del desordenado amor de las cosas presentes, tanto más aptos se hacen ciertamente para penetrar en la luz de los misterios sobrenaturales. En verdad, hoy se echa de ver, quizá más claramente que nunca, la futilidad y la vanidad de lo terrenal, cuando se destruyen reinos y naciones, cuando se hunden en los vastos espacios del océano inmensos tesoros y riquezas de toda clase, cuando ciudades, pueblos y las fértiles tierras quedan arrasados bajo enormes ruinas y manchados con sangre de hermanos.

5. Confiamos, además, que cuanto a continuación hemos de exponer acerca del Cuerpo Místico de Jesucristo no sea desagradable ni inútil aun a aquellos que están fuera del seno de la Iglesia Católica. Y ello no sólo porque cada día parece crecer su benevolencia para con la Iglesia, sino también porque, viendo como ven al presente levantarse una nación contra otra nación y un reino contra otro reino y crecer sin medida las discordias, las envidias y las semillas de enemistad; si vuelven sus ojos a la Iglesia, si contemplan su unidad recibida del Cielo -en virtud de la cual todos los hombres de cualquier estirpe que sean se unen con lazo fraternal a Cristo-, sin duda se verán obligados a admirar una sociedad donde reina caridad semejante, y con la inspiración y ayuda de la gracia divina se verán atraídos a participar de la misma unidad y caridad.

6. Hay también una razón peculiar, y por cierto gratísima, por la que vino a Nuestra mente la idea de esta doctrina, y en grado sumo la receta. Durante el pasado año, XXV aniversario de Nuestra Consagración Episcopal, hemos visto con gran consuelo algo especial, que ha hecho resplandecer de un modo claro y significativo la imagen del Cuerpo místico de Cristo en todas las partes de la tierra. Hemos observado, en efecto, cómo, a pesar de que la larga y homicida guerra deshacía miserablemente la fraterna comunidad de las naciones, Nuestros hijos en Cristo, todos y en todas partes, con una sola voluntad y caridad levantaban sus ánimos hacia el Padre común que, recogiendo en sí las preocupaciones y ansiedades de todos, guía en tan calamitosos tiempos la nave de la Iglesia. En lo cual, ciertamente, echamos de ver un testimonio no solo de la admirable unidad del pueblo cristiano, sino también de cómo mientras Nos abrazamos con paternal corazón a todos los pueblos de cualquier estirpe, desde todas partes los católicos, aun de naciones que luchan entre sí, alzan los ojos al Vicario de Jesucristo, como a Padre amantísimo de todos, que con absoluta imparcialidad para con los bandos contrarios y con juicio insobornable, remontándose por encima de las agitadas borrascas de las perturbaciones humanas, recomienda la verdad, la justicia y la caridad, y las defiende con todas sus fuerzas.

7. Ni ha sido menor el consuelo que Nos ha producido el saber que espontánea y gustosamente se había reunido la cantidad necesaria para poder levantar en Roma un templo dedicado a Nuestro santísimo Antecesor y Patrono Eugenio I. Así, pues, como con la erección de este templo, debida a la voluntad y ofertas de todos los fieles, se ha de perpetuar la memoria de este faustísimo acontecimiento, así deseamos que se patentice el testimonio de Nuestra gratitud por medio de esta Carta encíclica, en la cual se trata de aquellas piedras vivas que, edificadas sobre la piedra viva angular, que es Cristo, se unen para formar el templo santo, mucho más excelso que todo otro templo hecho a mano, es decir, para morada de Dios por virtud del Espíritu [4: Eph. 2, 21-22; 1 Pet. 2, 5.].

8. Nuestra pastoral solicitud, sin embargo, es la que Nos mueve principalmente a tratar ahora con mayor extensión de esta excelsa doctrina. Muchas cosas, en verdad, se han publicado sobre este asunto; y no ignoramos que son muchos los que hoy se dedican con mayor interés a estos estudios, con los que también se deleita y alimenta la piedad de los cristianos. Y este efecto parece que se ha de atribuir, principalmente, a que la restauración de los estudios litúrgicos, la costumbre introducida de recibir con mayor frecuencia el manjar Eucarístico, y por fin el culto más intenso al Sacratísimo Corazón de Jesús, de que hoy gozamos, han encaminado muchas almas a la contemplación más profunda de las inescrutables riquezas de Cristo que se guardan en la IglesiaAñádase a esto que los documentos publicados en estos últimos tiempos acerca de la Acción Católica, por lo mismo que han estrechado más y más los lazos de los cristianos entre sí y con la jerarquía eclesiástica y, en primer lugar, con el Romano Pontífice, han contribuido, sin duda, no poco, a colocar esta materia en su propia luz. Mas, aunque con justo motivo podemos alegrarnos de las cosas arriba señaladas, no por eso hemos de ocultar que no sólo esparcen graves errores en esta materia los que están fuera de la Iglesia, sino que entre los mismos fieles de Cristo se introducen furtivamente ideas o menos precisas o totalmente falsas, que apartan a las almas del verdadero camino de la verdad.

9. Porque, mientras por una parte perdura el falso racionalismo, que juzga absolutamente absurdo cuanto trasciende y sobrepuja a las fuerzas del entendimiento humano y, mientras, se le asocia otro error afín, el llamado naturalismo vulgar, que ni ve ni quiere ver en la Iglesia nada más que vínculos meramente jurídicos y sociales; por otra parte, se insinúa fraudulentamente un falso misticismo que, al esforzarse por suprimir los límites inmutables que separan a las criaturas de su Creador, adultera las Sagradas Escrituras.

10. Ahora bien: estos errores, falsos y opuestos entre sí, hacen que algunos, movidos por cierto vano temor, consideren esta profunda doctrina como algo peligroso y por esto se retraigan de ella como del fruto del Paraíso, hermoso, pero prohibido. Pero, a la verdad, no rectamente: pues no pueden ser dañosos a los hombres los misterios revelados por Dios, ni deben, como tesoro escondido en el campo, permanecer infructuosos; antes bien, han sido dados por Dios, para que contribuyan al aprovechamiento espiritual de quienes piadosamente los contemplanPorque, como enseña el Concilio Vaticano [El Concilio Vaticano I, que es el único que entonces se conocía], la razón ilustrada por la fe, cuando diligente, pía y sobriamente busca, alcanza, con la ayuda de Dios, alguna inteligencia, ciertamente fructuosísima, de los misterios, ya por la analogía de aquellas cosas que conoce naturalmente, ya también por el enlace de los misterios entre sí con el último fin del hombre; por más que la misma razón, como lo advierte el mismo santo Concilio, nunca llega a ser capaz de penetrarlos a la manera de aquellas verdades, que constituyen su propio objeto. [Sessio III; Const. de fide cath., c.4.)

11. Pesadas maduramente delante de Dios todas estas cosas; a fin de que resplandezca con nueva gloria la soberana hermosura de la Iglesia; para que se dé a conocer con mayor luz la nobleza eximia y sobrenatural de los fieles, que en el Cuerpo de Cristo se unen con su Cabeza; y, por último, para cerrar por completo la entrada a los múltiples errores en esta materiaNos hemos juzgado ser propio de Nuestro cargo pastoral proponer por medio de esta Carta encíclica a toda la grey cristiana la doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo y de la unión de los fieles en el mismo Cuerpo con el Divino Redentor; y al mismo tiempo sacar de esta suavísima doctrina algunas enseñanzas, con las cuales el conocimiento más profundo de este misterio produzca siempre más abundantes frutos de perfección y santidad.
(Continuará)
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