Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE
CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII
promulgada el 29 de junio de 1943
1. La Doctrina sobre el Cuerpo
Místico de Cristo, que es la Iglesia [1: Col 1, 24], recibida primeramente de labios del mismo Redentor, por la
que aparece en su propia luz el gran
beneficio (nunca suficientemente alabado) de nuestra estrechísima unión con tan excelsa Cabeza es, en verdad,
de tal índole que, por su excelencia y dignidad, invita a su contemplación a
todos y cada uno de los hombres movidos
por el Espíritu divino, e ilustrando sus mentes los mueve, en sumo grado, a la ejecución de aquellas obras
saludables que están en armonía con sus mandamientos. Hemos, pues, creído Nuestro deber hablaros de
esta materia en la presente Carta
encíclica, desenvolviendo y exponiendo principalmente aquellos puntos que
atañen a la Iglesia militante. A
hacerlo así Nos mueve no solamente la
sublimidad de esta doctrina, sino también las presentes circunstancias en que
la humanidad se encuentra.
2. Nos proponemos, en efecto, hablar de las
riquezas encerradas en el seno de la Iglesia, que Cristo ganó con su propia
sangre [2: Hech 20, 28] y cuyos miembros se glorían de tener una Cabeza ceñida de
corona de espinas. Lo cual
ciertamente es claro testimonio de que todo lo más glorioso y eximio no
nace sino de los dolores y que, por lo tanto, hemos de alegrarnos cuando participamos de la pasión de Cristo, a fin de que nos gocemos también con júbilo
cuando se descubra su gloria [3: 1 Pet. 4, 13].
3. Ante todo, debe advertirse que, así como el Redentor del género
humano fue vejado, calumniado y atormentado por aquellos mismos cuya salvación
había tomado a su cargo, así la sociedad por Él fundada se parece también en
esto a su Divino Fundador. Porque, aun cuando no negamos, antes bien lo confesamos con ánimo agradecido a Dios, que, incluso en esta nuestra turbulenta
época, no pocos, aunque separados de la
grey de Cristo, miran a la Iglesia como a único puerto de salvación; sin embargo,
no ignoramos que la Iglesia de Dios no sólo es
despreciada, y soberbia y hostilmente rechazada, por aquéllos que,
menospreciando la luz de la sabiduría cristiana, vuelven misérrimamente a las
doctrinas, costumbres e instituciones de la antigüedad pagana, sino que muchas veces es ignorada, despreciada y aun
mirada con cierto tedio y enojo, hasta por muchísimos cristianos, atraídos por
la falsa apariencia de los errores, o halagados por los alicientes y
corruptelas del siglo.
4. Hay,
pues, motivo, Venerables Hermanos, para que Nos, por la obligación misma
de Nuestra conciencia y asintiendo a los deseos de muchos, celebremos, poniéndolas ante los ojos de todos, la hermosura,
alabanza y gloria de la Madre Iglesia a
quien, después de Dios, debemos todo. Y abrigamos la esperanza de que estas Nuestras enseñanzas y
exhortaciones han de producir frutos muy abundantes para los fieles en los
momentos actuales, pues sabemos cómo tantas calamidades y dolores de
esta borrascosa edad que acerbamente atormentan a una multitud casi innumerable
de hombres, si se reciben como de la mano de Dios con ánimo resignado y
tranquilo, levantan con cierto natural impulso sus almas de lo terreno y
deleznable a lo celestial y eternamente duradero y excitan en ellas una
misteriosa sed de las cosas espirituales y un intenso anhelo que, con el
estímulo del Espíritu divino, las mueve y, en cierto modo, las impulsa a buscar
con más ansia el Reino de Dios.Porque, a
la verdad, cuanto más los hombres se
apartan de las vanidades de este siglo y del desordenado
amor de las cosas presentes, tanto más aptos se hacen ciertamente para
penetrar en la luz de los misterios sobrenaturales. En verdad, hoy se echa
de ver, quizá más claramente que nunca, la futilidad y la vanidad de lo
terrenal, cuando se destruyen reinos y naciones, cuando se hunden en los vastos
espacios del océano inmensos tesoros y riquezas de toda clase, cuando ciudades,
pueblos y las fértiles tierras quedan arrasados bajo enormes ruinas y manchados
con sangre de hermanos.
5. Confiamos, además, que cuanto a continuación hemos de exponer acerca
del Cuerpo Místico de Jesucristo no sea desagradable ni inútil aun a aquellos
que están fuera del seno de la Iglesia Católica. Y ello no sólo porque cada día
parece crecer su benevolencia para con la Iglesia, sino también porque, viendo
como ven al presente levantarse una nación contra otra nación y un reino contra
otro reino y crecer sin medida las discordias, las envidias y las semillas de
enemistad; si vuelven sus ojos a la Iglesia, si contemplan su unidad recibida
del Cielo -en virtud de la cual todos los hombres de cualquier estirpe que sean
se unen con lazo fraternal a Cristo-, sin duda se verán obligados a admirar una
sociedad donde reina caridad semejante, y con la inspiración y ayuda de la
gracia divina se verán atraídos a participar de la misma unidad y caridad.
6. Hay también una razón peculiar, y por cierto
gratísima, por la que vino a Nuestra mente la idea de esta doctrina, y en grado
sumo la receta. Durante el pasado año, XXV aniversario de Nuestra Consagración
Episcopal, hemos visto con gran consuelo
algo especial, que ha hecho resplandecer de un modo claro y significativo la
imagen del Cuerpo místico de Cristo en todas las partes de la tierra. Hemos
observado, en efecto, cómo, a pesar
de que la larga y homicida guerra deshacía miserablemente la fraterna comunidad
de las naciones, Nuestros hijos en
Cristo, todos y en todas partes, con una sola voluntad y caridad levantaban sus
ánimos hacia el Padre común que, recogiendo en sí las preocupaciones y
ansiedades de todos, guía en tan
calamitosos tiempos la nave de la Iglesia. En lo cual, ciertamente, echamos
de ver un testimonio no solo de la admirable unidad del pueblo cristiano, sino
también de cómo mientras Nos abrazamos con paternal corazón a todos los pueblos
de cualquier estirpe, desde todas partes los
católicos, aun de naciones que luchan entre sí, alzan los ojos al Vicario de
Jesucristo, como a Padre amantísimo de todos, que con absoluta imparcialidad
para con los bandos contrarios y con juicio insobornable, remontándose por
encima de las agitadas borrascas de las perturbaciones humanas, recomienda la
verdad, la justicia y la caridad, y las defiende con todas sus fuerzas.
7. Ni ha sido menor el consuelo que Nos ha
producido el saber que espontánea y gustosamente se había reunido la cantidad
necesaria para poder levantar en Roma un templo dedicado a Nuestro santísimo
Antecesor y Patrono Eugenio I. Así, pues, como con la erección de este templo,
debida a la voluntad y ofertas de todos los fieles, se ha de perpetuar la memoria
de este faustísimo acontecimiento, así deseamos que se patentice el testimonio de Nuestra gratitud
por medio de esta Carta encíclica, en la cual se trata de aquellas piedras
vivas que, edificadas sobre la piedra viva angular, que es Cristo, se unen para
formar el templo santo, mucho más excelso que todo otro templo hecho a mano, es
decir, para morada de Dios por virtud del Espíritu [4: Eph. 2,
21-22; 1 Pet. 2, 5.].
8. Nuestra pastoral
solicitud, sin embargo, es la que Nos mueve principalmente a tratar ahora con
mayor extensión de esta excelsa doctrina. Muchas cosas, en
verdad, se han publicado sobre este asunto; y no ignoramos que son muchos los
que hoy se dedican con mayor interés a estos estudios, con los que también se
deleita y alimenta la piedad de los cristianos. Y este efecto parece que se ha de atribuir,
principalmente, a que la restauración de
los estudios litúrgicos, la costumbre
introducida de recibir con mayor frecuencia el manjar Eucarístico, y por
fin el culto más intenso al Sacratísimo
Corazón de Jesús, de que hoy gozamos, han
encaminado muchas almas a la contemplación más profunda de las inescrutables
riquezas de Cristo que se guardan en la Iglesia. Añádase a esto que los documentos publicados en
estos últimos tiempos acerca de la Acción Católica, por lo mismo que han
estrechado más y más los lazos de los cristianos entre sí y con la jerarquía
eclesiástica y, en primer lugar, con el Romano Pontífice, han contribuido, sin
duda, no poco, a colocar esta materia en su propia luz. Mas, aunque con justo motivo
podemos alegrarnos de las cosas arriba señaladas, no por eso hemos de ocultar que no sólo
esparcen graves errores en esta materia los que están fuera de la Iglesia, sino
que entre los mismos fieles de Cristo se introducen furtivamente ideas o menos
precisas o totalmente falsas, que apartan a las almas del verdadero camino de
la verdad.
9. Porque,
mientras por una parte perdura el falso racionalismo, que juzga
absolutamente absurdo cuanto trasciende y sobrepuja a las fuerzas del
entendimiento humano y, mientras, se le asocia otro error afín, el
llamado naturalismo vulgar, que ni ve ni quiere ver en la Iglesia nada más que
vínculos meramente jurídicos y sociales; por otra parte, se insinúa fraudulentamente un falso
misticismo que, al esforzarse por suprimir los límites
inmutables que separan a las criaturas de su Creador, adultera las Sagradas Escrituras.
10. Ahora bien: estos
errores, falsos y opuestos entre sí, hacen
que algunos, movidos por cierto vano temor, consideren esta profunda doctrina como algo peligroso y por esto se
retraigan de ella como del fruto del Paraíso, hermoso, pero prohibido. Pero, a la verdad, no rectamente: pues no pueden ser dañosos a los hombres los misterios revelados
por Dios, ni deben, como tesoro escondido en el campo, permanecer infructuosos;
antes bien, han sido dados por Dios, para que contribuyan al aprovechamiento
espiritual de quienes piadosamente los contemplan. Porque, como enseña el Concilio Vaticano [El Concilio Vaticano I, que es el único que entonces se conocía], la
razón ilustrada por la fe, cuando diligente, pía y sobriamente busca, alcanza,
con la ayuda de Dios, alguna inteligencia, ciertamente fructuosísima, de los
misterios, ya por la analogía de aquellas cosas que conoce naturalmente, ya
también por el enlace de los misterios entre sí con el último fin del hombre; por
más que la misma razón, como lo advierte el mismo santo Concilio, nunca llega a
ser capaz de penetrarlos a la manera de aquellas verdades, que constituyen su
propio objeto. [Sessio III; Const. de fide cath., c.4.)
11. Pesadas maduramente delante de Dios todas estas cosas; a fin de que resplandezca con nueva gloria la soberana hermosura de la Iglesia; para que se dé a conocer con mayor luz la nobleza eximia y sobrenatural de los fieles, que en el Cuerpo de Cristo se unen con su Cabeza; y, por último, para cerrar por completo la entrada a los múltiples errores en esta materia, Nos hemos juzgado ser propio de Nuestro cargo pastoral proponer por medio de esta Carta encíclica a toda la grey cristiana la doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo y de la unión de los fieles en el mismo Cuerpo con el Divino Redentor; y al mismo tiempo sacar de esta suavísima doctrina algunas enseñanzas, con las cuales el conocimiento más profundo de este misterio produzca siempre más abundantes frutos de perfección y santidad.
(Continuará)
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