sábado, 26 de diciembre de 2015

Misericordia y salvación: ¿Se salvan todos los hombres? [José Martí]

Es tal la situación actual de desconocimiento de nuestra fe que son muchos los que piensan que toda persona que viene a este mundo se salva y esto independientemente de su conducta, puesto que Dios es bueno y misericordioso. 



Un cristiano que tenga las ideas claras sabe que eso no es así. Hay infinidad de citas evangélicas en las que queda suficientemente claro que la salvación no es para todos. Y esto es así lo veamos o no lo veamos. No es nuestro pensamiento el que hace la realidad.

La cuestión fundamental radica en el hecho de que Dios ha querido contar con nosotros en la tarea de nuestra salvación ... y esto es así porque así Él lo ha querido: misterio de los misterios. Habiéndonos amado, como nos ama, ha querido que también nosotros pudiéramos amarle a Él ... y el único modo de que tal amor, por nuestra parte, pudiera ser efectivo, era creándonos con libertad. De no haber procedido Dios así nos hubiera sido imposible corresponderle en reciprocidad de amor ... y no es eso lo que Él quiere.


Y aunque parezca increíble, porque lo es, nos encontramos con que, en el fondo, la razón por la que es posible la condenación es -ni más ni menos- que el Amor ... así como suena.


Esta idea viene reflejada en la Divina Comedia, en el Canto III de la primera parte en la que Dante habla del Infierno, del cual dice unas misteriosas palabras, escritas en negro en lo alto de la puerta infernal: "Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hasta la raza condenada. La Justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina Potestad, la suprema Sabiduría y el primer Amor. Anterior a mí no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza" 


¿El Amor misericordioso de Dios como causa del Infierno? Imposible de entender, como corresponde a un verdadero misterio, cual es la existencia del Infierno, pero así es. Es una Verdad Revelada, que -en cuanto tal- no admite la posibilidad de disentir de ella, si somos cristianos. Eso sí: se nos permite pensar y razonar, que para eso nos ha dado Dios la inteligencia. 


Hagamos un esfuerzo en ese sentido ... porque lo cierto y verdad es que si reflexionamos un poco, se puede llegar, con relativa facilidad, a la lógica que va encerrada en dicha afirmación ... ¡y es la idea -esencial en el amor- de que éste se da siempre entre dos personas: un yo y un tú que se dicen mutuamente el amor que se tienen!. Esta nota de reciprocidad es esencial en el verdadero amor ... sin la cual no hay amor en plenitud. El amor es cosa de dos. No lo olvidemos. Y sigamos razonando.


Si Dios nos salvara a todos, de modo obligatorio, lo quisiéramos o no, si eso fuese así, digo, entonces la relación entre Dios y nosotros no hubiese podido ser nunca una relación amorosa, puesto que el amor no puede imponerse: Dios -aun siendo todopoderoso- no puede obligarnos a que lo queramos. Si así hubiera procedido Dios con relación a nosotros, no podríamos hablar nunca de nuestro amor verdadero a Dios, puesto que éste nos habría sido impuesto. Y un amor impuesto es una contradicción. El amor es esencialmente libre, aparte de ser, por supuesto, recíproco: no es sólo amor de Dios hacia mí sino también, y de la misma manera, y con igual intensidad -hecha ésta posible por pura gracia- amor de mí hacia Dios. Ambos amores deben de darse. Y si no es así, no puede hablarse de amor.


Por las razones que sean -que siempre serán un misterio para nosotros- resulta que Dios desea realmente nuestro amor, pues así viene relatado expresamente en las Sagradas Escrituras. El único modo de que ese amor de nosotros hacia Dios pueda ser factible es que seamos creados libres, con verdadera libertad (y responsabilidad) ... pues si hemos sido creados libres, por Dios, es que realmente somos libres, auténticamente libres.


Esa libertad, en lo que concierne a nuestra relación con Él, hace que podamos amarle de verdad, en correspondencia a su Amor. Imposible de comprender, pero así es Dios, ése es su modo de Ser y de actuar. Por eso dice san Juan que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) ... aunque tal modo de proceder por parte de Dios no quepa en nuestra mente estrecha. Por más que lo intentemos nunca llegaremos a comprender cómo es posible que Dios haya querido establecer esas relaciones de Amor con todos y cada uno de nosotros. 


Sigue siendo cierto aquello que decía el profeta Isaías refiriéndose a lo que Dios nos dice: "Oráculo del Señor: mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni mis caminos vuestros caminos" (Is 55, 8). Dios, que es eterno e infinito, se "enamora" de todas y cada una de sus criaturas humanas, de manera única: "Única es mi paloma, mi preciosa" (Cant 6, 9). Todos y cada uno de nosotros hemos pasado a ser realmente importantes, desde el momento en que lo somos para Dios.


Su Amor hacia nosotros es tal que le lleva hasta el extremo de tomar nuestra carne, haciéndose uno de nosotros ... e incluso dando su vida, voluntariamente, para hacer posible que podamos salvarnos ... y hacer posible que podamos quererle. Nunca meditaremos esta realidad lo suficiente; y sin embargo de la fe en esta realidad del Amor de Dios hecho hombre así como de la respuesta que demos, depende nuestra salvación. 


Decía san Agustin: "Dios, que te creó sin tí, no te salvará sin tí". Es esencial que tengamos esta idea impresa siempre en la mente y en el corazón, pues es mucho lo que está en juego. No nos podemos tomar a broma el amor de Dios. No podemos jugar con su "misericordia" porque Dios, que es "rico en misericordia" (Ef 2, 4) es igualmente justo.


San Pablo habla del "justo juicio de Dios, el cual retribuirá a cada uno según sus obras" (Rom 2, 3-4). Y en otro lugar se lee que "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7) ... aunque, visto lo que está ocurriendo en el mundo, pudiera parecer otra cosa. 


[ ...De hecho se observa que la gente se ríe de Dios y no pasa nada. Para explicar que esto ocurra tenemos que echar mano de la parábola de la cizaña: hay una diferencia grande entre vencer batallas y ganar la guerra. Y no nos puede ni nos debe de caber ninguna duda de que la victoria definitiva será de Dios ... aunque, de momento, haya que pasar por situaciones inexplicables en las que parecerá que Cristo ha sido vencido por el mundo. Tengamos la absoluta seguridad de que la realidad, la auténtica realidad, no es ésa, pues -según le dice Jesús a Pedro "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18), hablando de la Iglesia que fundará ... y que será una roca contra la que se estrellarán todos sus enemigos, que serán muchos].


Queda meridianamente claro, pues, que Dios desea nuestra salvación y nuestro amor, porque nos ama, hasta el extremo de haberse hecho hombre (sin dejar de ser Dios) en la Persona del Hijo. En Jesucristo Dios nos ha manifestado todo su Amor. Dándonos a su Hijo se nos dio todo Él. Dice san Pablo en su segunda carta a los corintios: "Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). La totalidad es otra nota esencial del amor. Nos lo dio todo, se dio a Sí Mismo, para que también nosotros se lo demos todo: todo cuanto somos y tenemos le pertenece. Somos su obra maestra. El sentido de nuestra vida no es otro que el vivir para Él: "Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). "Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor; porque vivamos o muramos, somos del Señor" (Rom 14,8)


Y, sin embargo, debido a este mismo Amor que nos profesa ... y desde el momento en que nos ha creado realmente libres, con verdadera libertad (y consiguiente responsabilidad), como consecuencia, se ha hecho a Sí mismo impotente ... en el sentido de que, por más que lo quisiera,  jamás podría salvar a aquél que no quisiera ser salvado. 


Siendo omnipotente, se hizo pequeño para que pudiéramos amarle igual que Él nos ama ... aunque esa libertad, por desgracia, muchos la usan para odiarle y rechazar su Amor. 


Cuando nos creó libres, sabía muy bien lo que hacía. Y sabía que no todos le corresponderían con amor (tremendo misterio, también éste, de la libertad real del hombre y de la sabiduría de Dios). Sin embargo, se expuso a ello, porque consideró que eso era lo mejor, porque sólo haciéndose Él mismo frágil y pequeño el hombre podría amarle libremente y entonces el amor mutuo entre Dios y el hombre podría ser una realidad y no sólo una palabra hueca o una metáfora. 


Y si Él consideró que eso era lo mejor es porque realmente lo era -y lo es- pues el ser de las cosas es lo que Dios piensa acerca de ellas. Y esto es así, aun cuando -a resultas de ello- muchos, haciendo un mal uso de la libertad que habían recibido de Dios, se revolvieran contra Él, como así ocurrió ya desde el principio del mundo, cuando creó a nuestros primeros padres. Y tal ocurrirá también con todo aquel que rechace su amor y no se arrepienta de sus pecados: "Cuando venga en su gloria, acusará al mundo de pecado porque no creyeron en Él" (Jn 16, 9). Y en otra parte: "Si no hubiese venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15, 22).


De lo arriba expuesto queda claro que no todos se salvan. Si alguien hiciese tal afirmación estaría en contra de la Verdad Revelada, estaría tomando a Jesucristo por mentiroso. 


Todo se encuentra en el Evangelio. Por ejemplo, cuando le preguntaron a Jesús: "Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 23-24). Y, con más detalle, podemos leer en san Mateo, escrito con el verbo en imperativo: "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" 


Si se aplica la lógica, de estas palabras de Jesús se desprende el hecho cierto de que no todos se salvan ... aunque también se indica en ellas el camino a seguir para todo aquel que desee salvarse y que no es otro que el de la puerta estrecha, es decir, el camino de la Cruz y el sacrificio, como la máxima expresión de amor posible en este mundo, un camino que Él siguió y que es el que nos corresponde a nosotros seguir también pues "el discípulo no está por encima de su maestro" (Mt 10, 24). "Al discípulo le basta llegar a ser como su Maestro" (Mt 10, 25). 


Hemos razonado, a nuestra manera, cómo, efectivamente, tenía razón Dante cuando, hablando del Infierno, decía: "Me hizo el primer Amor", algo que sigue permaneciendo, por supuesto, en el terreno de lo misterioso y de lo incomprensible pero que tiene su lógica cuando nos movemos en el terreno de lo sobrenatural y nos creemos las palabras de Jesús ... 


Todo esto, por una parte, nos debe de llevar a la conclusión de que, si ponemos nuestra completa confianza en el Señor y creemos en Él, ayudados por su Gracia, que nunca nos va a faltar, algún día nos reuniremos con Él en su Gloria. 
Al mismo tiempo es una advertencia para que estemos siempre vigilantes y a la escucha, único modo de poder percibir su Voz y de actuar luego conforme a su Voluntad, "trabajando por nuestra salvación con temor y temblor" (Fil 2, 12)


Y en esto, como en tantas otras cosas, llevar mucho cuidado para no caer en el pecado de la presunción. Así lo advierte san Pablo: "Y quien piense estar en pie, mire no caiga" (1 Cor 10, 12). Pero, eso sí, conscientes de que "Dios no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, sino que, con la tentación, nos dará la fuerza para que podamos superarla" (1 Cor 10, 13) ... y, por lo tanto, esperanzados: "No perdáis vuestra esperanza, que tiene una gran recompensa" (Heb 10, 35)


José Martí

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.