sábado, 13 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DE DIOS Y LA RESPUESTA DEL HOMBRE (3 de 4) [José Martí]


Así es. Dios nos ha hablado. Nos ha dicho todo lo que necesitamos saber para ser auténticamente felices ya en este mundo. En Jesucristo se encuentra la respuesta a todas las preguntas de todos los hombres de todos los tiempos y lugares, pues su Palabra siempre es actual: " El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35).

Ahora nos toca mover pieza a nosotros, conscientes en todo momento de que nada podemos hacer sin su ayuda, pero sabedores también de que poseeremos esa ayuda siempre, si se la pedimos con fe. En este sentido, aunque todo depende de Dios, pues sin Él nada somos ni podemos, sigue siendo cierto igualmente que todo depende de nosotros, porque al crearnos libres para que pudiéramos dar una respuesta amorosa al Amor que Él nos tiene, nuestra actitud ya no puede ser pasiva.

Está el Amor que Dios nos tiene y que nos ha revelado en Jesucristo, llamándonos a ser sus amigos;  y ahora lo único que queda es la respuesta que demos a ese amor. En ello nos jugamos nuestra verdadera felicidad, no ya solamente la del cielo, sino también nuestra felicidad terrena, desde este mismo momento, aquí y ahora.


El secreto de la felicidad no es otro que el de actuar, vivir y sentir como actuaría, viviría y sentiría Jesús; es decir, el de conformar nuestra vida a la suya, sin perder por ello nuestra personalidad: no nos "perdemos" en Él, sino que en Él nos reconocemos a nosotros mismos, tal y como somos en realidad, tal y como hemos sido "pensados" por Dios cuando fuimos creados. En Él encontramos nuestro "yo" auténtico al sentirnos interpelados por ese "tú" amoroso que Él nos dirige:

 "¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! (CC, 4,1)...
"Me robaste el corazón, hermana mía, esposa,
me robaste el corazón..." (CC, 4,9).

La correspondencia al Amor que Dios nos tiene: ese -y no otro- es el sentido de la existencia cristiana. Una correspondencia amorosa, que necesita de la poesía, de la verdadera poesía, para expresarse, para expresar lo que es inexpresable e inefable. Dios mismo ha querido utilizar este lenguaje de la poesía. En cierto sentido, la Biblia entera es un libro poético, porque toda ella nos habla del Amor de Dios.

Aunque no se debe olvidar, porque es fundamental, que el amor es siempre bilateral, necesita de un "yo" y de un "tú" que "se dicen" mutuamente el uno al otro, y el otro al uno. El Amor de Dios hacia nosotros, hacia cada uno, está claro. Lo que no queda tan claro es cómo ha de ser nuestra correspondencia a ese amor, para que se dé esa amistad tan deseada por el Señor, cuando le pedía a su Padre, en la oración de la Última Cena: "Que todos sean uno: como tú, Padre, en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn, 17,21).

El mismo Padre nos da la respuesta acerca de lo que tenemos que hacer para complacerle, tanto a Él como a su Hijo. Así, por ejemplo, durante la Transfiguración del Señor, una nube luminosa cubrió a sus tres discípulos predilectos (Pedro, Santiago y Juan) y una voz desde la nube dijo: "Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido; ESCUCHADLE" (Mt 17,5).

Escuchar al Señor, oir su voz con atención y disponibilidad. Tened el oído atento y el corazón preparado para que Su voz no nos pase desapercibida, para responder con prontitud a su llamada. Una llamada que siempre es para hoy, para este momento. Y que requiere una respuesta: "Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95,7)