miércoles, 30 de abril de 2014

Breves comentarios a la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz (1)


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4.4
4.5
5 a 8

1. En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada

La oscuridad de la noche no es un obstáculo serio para un alma enamorada. Y no sólo no es un obstáculo sino que es un reto en el que puede demostrar a su amado que lo quiere de verdad y que sus palabras de amor no son falsas. El versículo del Cantar: "la bandera que [mi amado] ha levantado contra mí es una bandera de amor" (Cant 2,4) se lo aplica a sí misma y acepta el reto, en un acto de valentía y confianza. Y lo hace, además, "con ansias en amores inflamada" (todo lo contrario a una actitud mediocre, rutinaria y calculada) pues no desea otra cosa (¡y lo desea ardientemente!) que estar junto a su amado, que es lo único que hace que su vida tenga sentido. 

Por eso no se dedica a mirarse el ombligo, sino que quiere salir de sí misma ... y lo hará, pero no "con bombo y platillo", porque su más ferviente anhelo  (¡y en realidad el único!) es establecer una relación íntima de amor con aquel que es su vida. Por eso dice: "salí sin ser notada": los ruidos, las distracciones, etc, ..., la pueden perturbar y alejar de ese objetivo. Para llevar a cabo esta "salida" necesita paz y sosiego interior ("estando ya mi casa sosegada") ... y no deja de ser curioso (¡y digno de ser muy tenido en cuenta!) que este sosiego lo ha encontrado, precisamente, en medio de grandes oscuridades y sufrimientos, ... y es que la oscuridad aceptada pone de manifiesto la autenticidad del amor que dice tener

No  importa que el camino que conduce hacia el amado sea angosto, oscuro y lleno de todo tipo de dificultades. Elegir ese camino supone embarcarse en una auténtica aventura, que es la gran aventura de su vida, con todo lo que ello supone de riesgo, de caídas, de heridas, de emoción, etc... ¡Esto hace que la vida sea cualquier cosa menos aburrida! Y lo más maravilloso ("¡oh dichosa ventura!") es que, siguiendo este camino oscuro y difícil, tiene la total seguridad de que conseguirá alcanzar la meta que persigue, conforme a las palabras de su amado: "Qué angosta es la senda que lleva a la vida" (Mt 7,14). Entonces se hará realidad en ella tanto la petición de Jesús a su Padre en la oración sacerdotal de la Última Cena: "Padre, quiero que donde Yo estoy estén también conmigo los que Tú me has confiado" (Jn 17,24) como la promesa que les hizo a sus discípulos: "De nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá quitaros vuestra alegría" (Jn 16,22).

Por eso podría decir (y podría también decirlo todo el que estuviese enamorado de Jesús)



Por estrechos senderos
he buscado, sin tregua, a aquél que amo,
entre los limoneros:
suspirando le llamo
y acude, presuroso, a mi reclamo.
(J. Martí)

Siempre la senda estrecha ("Por estrechos senderos"): no hay otro camino para encontrar a Jesús, si es que de veras queremos encontrarlo. Y esta búsqueda no admite paradas ni descansos ("he buscado, sin tregua, a aquél que amo"). No se ama a intervalos: hoy sí, mañana no, otra vez sí, etc... ¡O se ama en totalidad, sin ningún tipo de reservas, o es que no se ama realmente! Porque, además, esta totalidad supone también la máxima intensidad posible; no se puede amar a medias, de cualquier modo; todos nuestros afectos y deseos deben estar implicados, desde lo más profundo de nuestro ser ("suspirando le llamo"). 

Por otra parte, la búsqueda amorosa, si quiere llegar a ser efectiva ("Buscad y hallaréis" Mt 7,7) debe realizarse en un ambiente de silencio ("entre los limoneros") para que ningún ruido (externo o interno) nos pueda distraer de lo que, con ansias, perseguimos ... que no es un algo, sino un alguien muy concreto: Jesús. 

Y, desde luego, no nos debe quedar la menor duda de que lo encontraremos, pues el deseo que Él tiene de encontrarnos es infinitamente mayor que el que tenemos nosotros con relación a Él. De ahí que, ante la insistencia y la tenacidad de mi búsqueda Él "acude, presuroso, a mi reclamo". En realidad, de verdad, la iniciativa en esta búsqueda ha sido suya: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno (¡alguno!) oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré y cenaré con él y él cenará conmigo" (Ap 3,20). ¡Hasta ese extremo llega la intimidad de amor y de amistad que Él quiere tener conmigo! ( en este "conmigo" nos podemos incluir todos). Eso explica la premura con que Él acude a mi reclamo. Este anhelo amoroso del Señor hacia cada uno de nosotros viene reflejado muy bellamente en el Cantar de los Cantares:

"Paloma mía,
en los huecos de las peñas,
en los escondites de los riscos,
dame a ver tu rostro,
dame a oír tu voz,
que tu voz es suave,
y es amable tu rostro" (Cant 2,14)

miércoles, 16 de abril de 2014

La venida de Dios al mundo: ANEXO (3 de 3) [José Martí]

5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

Gracias, como digo, a la venida de Dios al mundo, hemos conocido el amor. Veamos algunas de las características propias del amor perfecto, a través de los textos bíblicos del Nuevo Testamento.

1. Reciprocidad y bilateralidad:


"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido!" (Mt 23,37) 

"Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él y él cenará conmigo." (Ap 3,20)


"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? "Sí, señor, Tú sabes que te amo" (Jn 21,15)


"Mira que vengo pronto y conmigo mi recompensa para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22,12) 


2. Totalidad:


"Como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1) 


3. Unidad y compartición de vidas:


"Que todos sean uno: como Tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17,21)


"Padre Santo, guarda en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11) 


4. Intimidad:


"Al que venza le daré del maná escondido; y una piedrecita brillante, y escrito sobre ella un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe" (Ap 2,17) 


5. Igualdad y ausencia de secretos:


"Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15) 


6. Gozo compartido:


"Ahora voy a Tí y digo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos " (Jn 17, 13)



Todas estas notas, que son características propias del verdadero amor: la entrega recíproca y total de los que se aman, la igualdad, la intimidad, la vida compartida, donde cada uno es del otro y viceversa, gozo, ... todo esto y mucho más se encuentra expresado de un modo inigualable y extraordinariamente bello en el Cantar de los cantares (Antiguo Testamento). Si lo leemos a la luz del Nuevo Testamento podemos ver en el esposo a Jesús y en la esposa a cada uno de nosotros (individualmente considerado) 


Esposo


"¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!" (Cant 4,1) 


"Me robaste el corazón, hermana mía, esposa, prendiste mi corazón en una de tus miradas" (Cant 4,9). 


"Dame a ver tu rostro, dame a oír tu voz, que tu voz es suave y es amable tu rostro" (Can 2,14)


Esposa:


"¡Qué hermoso eres, Amado mío! ¡Qué gracioso!" (Cant 1,16). 


"Más deliciosos que el vino son tus amores" (Cant 1,3)


 "Yo soy de mi amado y mi amado es mío; él pastorea entre azucenas" (Cant 6,3).


 "Yo soy para mi amado y a mí tienden todos sus anhelos" (Cant 7,11)


Conocemos, con gran perfección, el Amor que Dios nos tiene. Y esto lo conocemos después de que Adán y Eva cometieran el pecado de origen que dio lugar a la venida de Jesucristo al mundo para salvarnos y hacernos partícipes de su propia Vida, si nosotros lo aceptábamos. 


Ante esta realidad, ahora ya conocida, del Amor de Dios; una realidad conocida posteriormente al pecado cometido, tenemos a nuestra disposición una serie de características propias del amor verdadero. Mi razonamiento es el siguiente. Si, como así es, Dios es Amor (¡aunque esto lo sepamos ahora y no antes!) entonces Dios ha sido siempre Amor desde toda la eternidad, por expresarlo de alguna manera. Y si en Dios todo es perfección, su Amor ha de ser perfecto. [Y partimos del hecho de que Dios ama al hombre]. Pero no cabe hablar de perfección en el amor si no se da la reciprocidad entre los que se aman. Y tal reciprocidad entre Dios y cada uno de nosotros no hubiese sido posible si Él no se hubiese hecho hombre como nosotros, porque ¿cómo podríamos amar a Aquel a quien no vemos, una vez que hemos entendido que la perfección del Amor supone bilateralidad en el amor? 


Por lo tanto, y como conclusión: siendo el Amor de Dios un amor perfecto y dado que el amor perfecto supone la perfecta reciprocidad entre los que se aman, no es concebible que el hombre pueda amar a Dios como su amigo, como su otro yo, a menos que pueda verlo, tocarlo, palparlo, besarlo y abrazarlo; en definitiva, a menos que exista como hombre, con un cuerpo verdadero de carne y hueso como el nuestro. Esa es la razón por la que pienso que, aunque el hombre no hubiera pecado, Dios se habría hecho hombre de todas maneras, pues verdadero y perfecto es su Amor hacia nosotros, el cual, si es perfecto, nunca puede ser unilateral.


En fin, todas estas cosas no dejan de ser más que meras elucubraciones. Lo cierto y verdad es que lo que ha ocurrido es lo que ha ocurrido. Y lo que ocurrió es que Jesús vino realmente al mundo para librarnos del pecado y hacer posible que, unidos a Él mediante su Espíritu, nosotros pudiéramos amar también al Padre, como el Padre se merece, de la misma manera en que somos amados por Él. Esto sólo es posible en Cristo Jesús. Y en ningún otro. Y con su venida nos ha enseñado a vivir, pues nos ha enseñado a amar, ya que sólo amando y siendo amados la vida tiene sentido. Para eso hemos sido creados. 


La exclamación "¡Feliz culpa!", que pronunció San Agustín en una homilía, se refiere a la falta de Adán y Eva, pues ésta determinó la venida del Redentor. Sin ese pecado original de nuestros primeros padres, ¿hubiera conocido la humanidad a Jesucristo? [Yo pienso que sí, pero es una mera opinión personal. Y lo que ocurrió es algo que no se puede cambiar] De ahí la calificación de feliz dada al error de Adán: Feliz culpa que nos ha traído a tal Salvador.  La Iglesia Católica canta en el Sábado Santo la siguiente estrofa: 



"Necesario fue el pecado de Adán, 
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
 ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!"

La venida de Dios al mundo: ANEXO (2 de 3) [José Martí]

5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

Gracias a la venida de Dios al mundo, encarnándose en la Persona de su Hijo y manifestándose así, también, como hombre verdadero (además de ser Dios), en Jesucristo, podemos conocer en qué consiste el amor; no aquello a lo que el mundo llama amor, sino el auténtico amor, cuyas características propias se nos han revelado con la venida de Jesús. 

Este amor (el Amor de Dios manifestado en Jesucristo) al que todos estamos llamados, es el único que puede llamarse propiamente amor; y el  único que puede dar sentido a nuestras vidas. Pues ésa es la razón por la que estamos en este mundo: para amar y para ser amados. Recordamos aquí estas bellas palabras de San Agustín, dirigidas a Jesús: "Nos hiciste, Señor, para Tí y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí" 


Podríamos pensar que estamos en desventaja con respecto a los apóstoles, quienes estuvieron en contacto directo con el Señor y pudieron decir, con toda verdad: "Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos también a vosotros" (1 Jn 1,3). Pero no es tan sencillo como esto, porque, si así fuese todos sus contemporáneos hubieran creído en Él, lo que no ocurrió, como sabemos, no ocurrió: "Aunque había hecho tantos signos delante de ellos no creían en Él" (Jn 12,37). Y es más: fue precisamente, a raíz de la resurrección de su amigo Lázaro, cuando los príncipes de los sacerdotes y los fariseos convocaron un Sanedrín "y desde aquel día decidieron darle muerte" (Jn 11,53).


De modo que, aunque nosotros no hayamos visto al Señor con nuestros ojos ni lo hayamos oído con nuestros oídos, si creemos en el testimonio de los apóstoles, sabemos que eso es así. Podemos conocer su vida y su mensaje, sin temor a equivocarnos. Y en ese sentido podríamos decir que también lo hemos visto: tenemos la misma certeza que ellos (o incluso más). Y si no, ahí están las palabras del Señor, dirigidas a Tomás: "Bienaventurados los que sin haber visto, han creído" (Jn 20, 29). Según lo cual, podríamos aventurarnos a decir que, si tuviéramos fe, nuestra dicha sería aún mayor que la de sus mismos discípulos, a los que Jesús recriminó, en varias ocasiones, por su falta de fe; por ejemplo, en el episodio de la tempestad calmada les dijo: "¿Dónde está vuestra fe?" (Lc 8,25)


Mediante la lectura sosegada y atenta de los Evangelios y del Nuevo Testamento, y teniendo en cuenta la Tradición de la Iglesia para que sepamos interpretar correctamente el mensaje de Jesús, podemos conocer, con verdad, si ponemos de nuestra parte, cómo es el Amor de Dios, un amor del que rebosa toda la Biblia. 


Si recordamos las palabras del Génesis, cuando dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1,26) queda claro que cuanto más nos parezcamos a Dios, mejor cumplimos en nosotros aquello que somos esencialmente. Somos más hombres cuanto más nos parecemos a Dios (salvadas las distancias, en cuanto que Dios es Creador y nosotros sus criaturas). Por otra parte, "a Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18) puesto que Dios es Espíritu. En el Antiguo Testamento, al hombre le era imposible conocer bien a Dios, pues necesitamos de los sentidos para conocer"Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu", decía Santo Tomás de Aquino. 


Hubo que esperar: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos" (Gal 4, 4-5). Y continúa diciendo San Pablo: "Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: 'Abba, Padre'. De manera que ya no eres siervo, sino hijo; y como eres hijo, también heredero por gracia de Dios(Gal 4, 6-7). "Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y que lo seamos!" (1 Jn 3,1). Con la venida de Jesús al mundo todo ha cambiado. Ahora sí que tenemos la posibilidad de hacer realidad en nosotros esa semejanza con Dios a la que se hace referencia en el Génesis. Pero no hay que olvidarlo: tal semejanza con Dios sólo es posible en Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Es igual al Padre en todo: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10,30), pero ahora, al haberse hecho hombre, mirándolo a Él estamos viendo al Padre"El que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14,9). 


todo el mensaje del Evangelio es un mensaje de amor. Cuando un doctor de la Ley, para tentar a Jesús, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la Ley?, Él le dijo: 'Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley los Profetas" (Mt 22, 36-39)


Todo lo que sabemos, con seguridad, sobre el auténtico amor se lo debemos a Jesús, que nos lo ha dado a conocer, al darnos a conocer el misterio de Dios como Amor que es en sí mismo (misterio trinitario) y como Amor que tiende a derramarse y a llenarlo todo: "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dado" (Rom 5,5). O como decía el gran poeta Dante Alighieri en la última frase de su Divina Comedia, cuando hablaba sobre el cielo, diciendo: "Al llegar a este punto le faltaron las energías a mi elevada fantasía; mas ya eran movidos mi deseo y mi voluntad, como rueda cuyas partes giran al unísono, por el amor que mueve al Sol y las demás estrellas"

(Continuará)

martes, 15 de abril de 2014

La venida de Dios al mundo: ANEXO (1 de 3) [José Martí]

5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

Hay una pregunta que tengo "in mente" desde hace ya mucho tiempo. Y es ésta: Si nuestros primeros padres no hubiesen pecado, ¿habría venido Jesús al mundo?. Es imposible conocer la respuesta. Se podrán aventurar algunas, pero ninguna (en mi opinión) podría enunciarse como indiscutible, porque la pregunta, en sí, es un futurible: nunca se podrá obtener una respuesta segura acerca de algo que podría haber sido, pero que jamás ocurrió.

Razonando, desde la lógica, y haciendo uso de los datos de los que dispongo  actualmente voy a esbozar lo que me parece a mí que podría ser una respuesta plausible; y pienso, además, que no es descabellada. El dato que tomo como cierto, y como punto de partida, es la existencia real de Jesucristo. Esto es un hecho histórico que nadie puede negar: podemos leerlo en este enlace , en este otro  y, sobre todo, en éste

Dado que es indiscutible la existencia histórica de Jesucristo, es preciso conocer la vida de Jesús. Aunque haya algún escrito pagano y judío al respecto, la lectura de estos escritos sirve, más que nada, para corroborar que Jesús existió realmente, pero poco más. En cambio, si queremos conocer lo que ocurrió realmente necesitamos leer los Evangelios; todos ellos, tanto los sinópticos (de San Mateo, San Marcos y San Lucas) como el Evangelio de San Juan. Y eso sí: hacerlo desde la fe o, al menos, desde el convencimiento de que lo que se relata en  ellos es verdad (aunque algunas cosas no se entiendan).

Si se quiere profundizar más en la vida de Jesús y en la Historia de la Iglesia por Él fundada necesitaríamos entonces estudiar en profundidad todos los escritos del Nuevo Testamento y, al menos, algunos del Antiguo Testamento, aquellos que hacen referencia a Él. En cualquier caso, nunca llegaríamos a abarcar por completo su conocimiento, puesto que son palabra de Dios ... y Dios es infinito. Por otra parte, tampoco es necesario ser un exegeta para alcanzar el conocimiento mínimo necesario. De hecho, esto son palabras del mismo Jesús: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11,28). De donde se deduce que no tenemos que ser sabios ni nada por el estilo para conocer lo esencial del mensaje evangélico. 

¿Y qué es lo esencial?  Aparte de que se encuentra en diversos lugares de los Evangelios, sin embargo, vamos a echar mano también del Nuevo Testamento. Así, por ejemplo, queda claro, en primer lugar que "sin fe es imposible agradar a Dios, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11,6). Eso por una parte. De hecho decía San Juan: "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5,4). Pero lo más importante de todo es la caridad, pues "aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy" (1 Cor 13,2).  A continuación San Pablo explica cómo se manifiesta esa caridad y en qué consiste: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, no es ambiciosa, no busca su propio interés, no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad no acaba jamás" (1 Cor 13, 4-8). Viene a ser como una explicación, aunque incompleta, de lo que dijo Jesús: "Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; COMO YO OS HE AMADO, AMAOS TAMBIÉN UNOS A OTROS. En esto conocerán todos que sois mis discípulos" (Jn 13,34-35). 

Ésta es, pues, la enseñanza fundamental que Jesucristo nos vino a traer, una enseñanza que podemos resumir en las palabras del apóstol Juan, el discípulo amado, cuando dice: "Quien no ama no conoce a Dios, porque DIOS ES AMOR. En esto se manifestó el amor de Dios: en que envió a su Hijo Unigénito para que vivamos por Él. En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 8-10). Y más adelante: "Nosotros vimos y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo(1 Jn 4,14)....Por eso, "nosotros que hemos creído, conocemos el amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4,16). Se trata, pues, de amar; y de amar como Él nos amó; y para esto no es necesario ser ningún sabio ni ningún exegeta. Una persona sencilla, que tenga fe en Dios, manifestado en Jesucristo, y que viva conforme a la ley de Dios, "sabe" mucho más de Dios que cualquier renombrado teólogo que no tuviese esa sencillez de corazón. Ésa es la clave: "Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4,16). No hace falta nada más.


(Continuará)

martes, 8 de abril de 2014

La venida de Dios al mundo (4 de 4) [José Martí]


5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

D. RAZÓN DEL AMOR DE DIOS y RESPUESTA A ESE AMOR

Retomando el hilo inicial, recordemos que Jesucristo, siendo Dios, [en todo igual al Padre: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) aunque distinto del Padre en cuanto Persona: "Nada hago por mí mismo, sino que hablo lo que me enseñó mi Padre" (Jn 8,28) ; "mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4,34) ], "no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8) 


Dios se hizo hombre, en la Persona del Hijo, haciéndose en todo semejante a nosotros, menos en el pecado [el pecado es un postizo; no es propio de la naturaleza humana]; y, por amor a nosotroscargó sobre sí con todos nuestros pecados (los de toda la Humanidad de todos los tiempos), haciéndolos realmente suyos, y apareciendo ante su Padre "como pecador" (sin serlo). Al asumir Jesucristo nuestro pecado como realmente propio, éste fue destruido completamente, quedando así satisfecha la Justicia de Dios. Y así, mediante el sacrificio de su Vida, por amor a nosotros, nos mereció la Salvación a todo el género humano: esto es lo que se conoce con el nombre de Redención objetiva. Desde que tuvo lugar este acontecimiento trascendental de la muerte de Cristo en la Cruz, ningún otro sacrificio es agradable a Dios: sólo el de su Hijo Unigénito, hecho hombre. De este modo, nuestros sacrificios sólo tienen valor en la medida en que estamos unidos al Hijo, por el Espíritu Santo ... ¡sólo así es posible nuestra Salvación! La Redención objetiva se hará realidad en nosotros si nuestra vida se asemeja a la vida de Jesús, conforme a las palabras de San Pablo: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24). De este modo, nos hacemos, de algún modo, corredentores con Cristo y somos efectivamente redimidos. Es lo que se conoce como Redención subjetiva.


Es verdaderamente increíble e incomprensible el Amor que Dios ha mostrado por nosotros, un amor tan grande y tan inmenso que le ha llevado a hacerse uno de nosotros para compartir nuestra vida, pues verdadero es su Amor. ¿Dónde quedaría el Amor de Dios sin la Encarnación del Hijo en Jesucristo? Desde luego, no podría ser nunca un amor perfecto, pues el amor entre dos requiere una cierta "igualdad". Al hacerse Dios hombre, esta "igualdad" es posible. Ahora comparte nuestra vida, con todo lo que eso conlleva: trabajo, cansancio, dolor, sufrimientos, alegrías, pasando incluso por la muerte (aunque venciéndola, pues verdadero hombre como era, también era Dios). Y nosotros podemos igualmente verlo, tocarlo, abrazarlo,..., (lo mismo que Él a nosotros) lo que hubiera sido imposible sin la Encarnación


¿Por qué actuó así? Por muy incomprensible que sea -¡locura de amor!- está claro que somos realmente importantes para Él: cada uno de nosotros lo es. Las puertas del cielo estaban cerradas, debido al pecado de origen de nuestros primeros padres. Pero al igual que "por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán todos murieron, así también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor 15, 21-22).


Por eso cuando padecemos por cualquier motivo (el que sea) deberíamos pensar que mientras que Jesús murió por unos pecados (los nuestros) que Él no había cometido, y lo hizo porque deseaba nuestro amor y que pudiéramos salvarnos... es lo propio, y lo justo, que nosotros padezcamos por unos pecados que sí que hemos cometidoHay ahora una gran diferencia con respecto a lo que sucedía antes de la venida de Jesucristo. Antes no era posible, pero ahora tenemos la certeza de que, si sufrimos por amor a Él, unidos a Él por su Espíritu, nos hacemos merecedores "realmente" de la entrada en nuestra verdadera Patria, que es el Cielo. Este merecimiento es un don: nos ha sido concedido por pura gracia. En ese sentido decimos que es Dios quien nos salva. Pero es un merecimiento real, porque cuando Dios concede algo lo concede de verdad. En ese sentido podemos decir que somos nosotros los que nos salvamos. (No confundir con el pelagianismo que es una herejía propia de aquellos que piensan que, con sus solas fuerzas, pueden salvarse. No, la salvación es un don, pero al mismo tiempo, Dios nos ha hecho capaces de merecerla, porque amándonos como nos ama, desea también nuestro amor, desea nuestra colaboración en nuestra propia redención)


¿Podemos decir entonces que somos merecedores del Cielo? Con el matiz que se ha señalado más arriba podemos decir, con toda verdad, que sí que lo somos. Sí, porque somos realmente hijos de Dios (hijos en el Hijo). Así lo dice San Juan: "Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios ¡y que lo seamos!(1 Jn 3,1).




Ahora sí que tenemos la oportunidad (renovada día tras día) de, UNIDOS A CRISTO, responder con amor al Amor que el Padre nos tiene. Y es entonces, y sólo entonces, cuando se podrá hacer realidad en nosotros la Redención que Jesús nos mereció de una vez para siempre. Cuando eso ocurra, cuando amemos a Jesús como Él nos ama, entonces la Redención objetiva será también la Redención subjetiva para cada uno.


Él nos ha amado primero y espera de nosotros una respuesta de amor. Puesto que  "Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más y la muerte ya no tiene dominio sobre Él" (Rom 6,9) podemos estar seguros de que "si morimos con Él, también viviremos con Él" (2 Tim 2,11). En otras palabras: si le damos nuestra vida, Él nos dará, a cambio, la Suya. Y no cabe ninguna duda de que saldríamos ganando en este intercambio de vidas.


Ponemos fin a esta entrada releyendo con fe el siguiente pasaje del Cantar de los Cantares (Cant 2, 13-14). Y cuando lo hagamos pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine para que sepamos ver en el Amado a Jesús; y para vernos a nosotros (cada uno de forma única y exclusiva) reflejados en la amada. 


¡Levántate, ven, amada mía,
hermosa mía, vente!
Paloma mía,
en los huecos de las peñas,
en los escondites de los riscos,
muéstrame tu cara,
hazme oir tu voz:
porque tu voz es dulce,
y tu cara muy bella.

La venida de Dios al mundo (3 de 4) [José Martí]


5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

C. SENTIDO DEL SUFRIMIENTO

Cuando sufrimos, si este sufrimiento (ayudados por la gracia divina) somos capaces de aceptarlo de corazón, por amor a Jesús  ... pues bendito sea tal sufrimiento: no por el sufrimiento en sí, lo que sería completamente absurdo (el cristiano no es un masoquista), sino porque sufriendo nos estamos uniendo al sufrimiento de Jesús, estamos compartiendo su Vida ... ¡lo estamos amando! ... ¿Y habrá algo más hermoso que el amor al Señor? Esa es la razón por la que el sufrimiento y la alegría, para un cristiano, no son incompatibles, en absoluto


Cualquier otra explicación que se le quiera dar al sufrimiento está abocada al fracaso. Según el mundo, el sufrimiento es absurdo y no tiene ningún sentido. Lo que, si se actúa con lógica y se lleva este pensamiento hasta sus últimas consecuencias, nada tiene de extraño que en aquellos países en los que se rechaza a Dios (que van en aumento) se esté implantando "legalmente" la eutanasia. Como digo, tiene su lógica: bajo una perspectiva atea y anti-Dios, ¿qué sentido tiene vivir cuando se está sufriendo mucho y cuando se sabe que tal sufrimiento va a acabar inexorablemente en la muerte, que es el mayor de los sinsentidos? ... Perodesde una perspectiva cristiana, sabemos que aquí estamos de paso: un cristiano que tenga fe, [una fe que debemos pedirle constantemente al Señor que nos la conceda y que nos la aumente] no debe tener miedo a la muerte. Y debe actuar conforme a las palabras de Jesús"No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, más bien, al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10,28). [Ése es el único temor que debemos tener, el que se refiere al "lago de fuego, que es la muerte segunda" (Ap 20,14)]. 


Al fin y al cabo"no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la venidera" (Heb 13,14), pues "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas" (Fil 3, 20-21) 




Por lo tanto, tengamos siempre presentes, en nuestra mente y en nuestro corazón, estas consoladoras palabras que nos dirige el Señor: "Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,29-30). ¡Eso sí: tiene que ser su yugo! ... pues es el único que puede hacernos realmente libres. Cualquier otro yugo que nos busquemos, y que no sea el suyo, sólo puede conducirnos a la esclavitud, según nos dice la palabra de Dios: "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34).


(Continuará)

La venida de Dios al mundo (2 de 4) [José Martí]


5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

B. LA VENIDA DEL REDENTOR Y EL RECHAZO DEL MUNDO


Viniendo a este mundo, el Hijo de Dios (Dios mismo) nos dio a conocer cómo era realmente Dios (no la idea que nosotros nos pudiéramos fabricar acerca de Dios, que no tiene nada que ver con la realidad de Dios): "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo lo dio a conocer" (Jn 1,18). Lo tremendo es que que "el mundo se hizo por Él"; y, sin embargo, "el mundo no le conoció" (Jn 1,10).  "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron"(Jn 1,11). De nuevo tenemos el rechazo a Dios. ¿Por qué ese rechazo? Parece ser que la idea que el hombre se hace de Dios (el dios que imagina y fabrica la mente humana) está en las antípodas del Dios real. Se cumple aquí el oráculo del Señor, vaticinado por el profeta Isaías: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos" (Is 55,8). La profecía de Isaías referente al Mesías prometido (Is 53) tiene su perfecto cumplimiento en  Jesucristo, de quien dice que "fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados: el castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus llagas hemos sido curados" (Is 53,4-5), lo que está en perfecta coherencia con lo que anunciaba San Pablo, hablando de Jesucristo: "Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles" (1 Cor 1, 22-23).


Afortunadamente, "a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios, a los que creen en su Nombre, que no han nacido de la sangre ni del querer del hombre, sino de Dios" (Jn 1, 12-13); por eso continúa diciendo San Pablo que "para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1,24). Nuestra fe ha de fundarse "no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2,5). "Hablamos -continúa diciendo San Pablo- una sabiduría divina, misteriosa, oculta ... esa que ninguno de los príncipes de este mundo conoció, pues de haberla conocido, no hubieran crucificado al Señor de la gloria" (1 Cor 2, 7-8). 


De nuevo la cruz como escándalo y locura; no cualquier cruz sino la cruz de Jesucristo, que nos revela el pensamiento de Dios; un pensamiento que sigue siendo rechazado, porque no se puede entender, razonando a lo humano. De nuevo, como Adán y Eva, queremos ser nosotros los que decidamos acerca del bien y del mal. De nuevo el rechazo a Dios, manifestado en Jesucristo; un rechazo que ahora es mucho más grave:
"Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22). De nuevo el rechazo al Amor, que en eso consiste el pecado, causa de todos los males; y en concreto el odio a Jesucristo. Y, sin embargo: "Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre" (Jn 15,23). No hay otra posibilidad para llegar a Dios si no es en Jesucristo: Quien rechaza a Jesucristo, rechaza a Dios. [Aquí radica la diferencia esencial entre el catolicismo y el conjunto de las demás religiones. Y de aquí procede esa verdad tan desconocida (culpablemente) de que "fuera de la Iglesia no hay salvación"; pues la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo: no tiene sentido decir que se quiere a Cristo pero no se quiere a su Iglesia: es una contradicción. La Iglesia puede estar enferma en sus miembros, pero sigue siendo la verdadera Iglesia, y sólo en ella es posible la unión con Jesucristo y, por lo tanto, la salvación. Y ésta es también la razón por la que no tiene ningún sentido hablar del diálogo interreligioso, sino que habría que hablar de conversión. No obstante, no quiero salirme del tema] 


El mundo no puede entender el mensaje de la cruz; le está vedado; no puede comprender que la gran victoria de Dios esté unida al sacrificio de Cristo en la cruz. Y, sin embargo, ésa es, precisamente, la auténtica manifestación de cómo es Dios realmente, tanto en Sí mismo ["Dios es Amor" (1 Jn 4,8)] como en relación con nosotros [Jesucristo "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin" (Jn 13,1), llevando a su cumplimiento las palabras que les había dicho antes a sus discípulos: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos..." (Jn 15,13-14).]


Y por si aún quedase alguna duda acerca de la importancia de la cruz como esencial al Cristianismo, no tenemos más que recordar que cuando Cristo se apareció a los discípulos de Emaús, recién resucitado, les dijo precisamente: "Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas. ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?" (Lc 24,25-26). "Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él" (Lc 24,27). Y este mensaje no cambia, porque es palabra de Dios.




En esta vida, el sufrimiento y el amor van siempre unidos. Sólo ama de verdad a otra persona quien está dispuesto a todo por ella; ese estar dispuesto a todo conlleva "esfuerzo, sacrificio, olvido de sí, pensar siempre en lo mejor para el otro... en definitiva, la cruz". No hay otro camino, en esta vida, para manifestar la autenticidad de nuestro amor. Esto (que sabemos, además, por experiencia personal) nos fue anunciado por Jesús en infinidad de ocasiones; por ejemplo, cuando dijo: "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto" (Jn 12,24). 


La "muerte" a uno mismo no es algo triste. Así escribía San Pablo a los romanos: Estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11). Y a los colosenses: "Estáis muertos y vuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios" (Col 3,3). En términos bíblicos eso es la muerte: la entrega total de nuestra vida por amor al Señor (una entrega que se manifiesta en el tiempo, día a día, minuto a minuto). La muerte, así entendida, es sinónimo de amor, y de mano del amor va siempre la alegría. Este "morir" en Jesucristo es lo que nos da la Vida. Y es el que explica que se diga en los Salmos: "Es preciosa, a los ojos del Señor, la muerte de sus fieles" (Sal 116,15). 



(Continuará)

lunes, 7 de abril de 2014

La venida de Dios al mundo (1 de 4) [José Martí]


5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)


Sobre el tema de la venida de Jesucristo a este mundo se podría estar hablando indefinidamente y nunca lo agotaríamos. Por otra parte, sería bueno que tomáramos conciencia de que dicho tema nos afecta muy directamente, siendo, en realidad, el único que verdaderamente importa, porque está muy relacionado con el sentido de toda nuestra existencia. La pregunta que nos hacemos es: ¿Por qué y para qué vino Dios a este mundo?

Aunque ya conocemos la respuesta puede ocurrir que necesitemos que se nos recuerde una y otra vez, de modo insistente, pues somos muy tozudos; y no acabamos de aceptar, de corazón, esta realidad, pero no basta con saber que es así...Es que si no caemos en la cuenta de estas cosas no vamos a ser nunca verdaderamente felices. Por lo tanto, aun a fuer de repetir algo que haya publicado ya en algún artículo anterior, no me importa demasiado, pues de lo que se trata aquí es de cumplir la voluntad de Dios, "que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a cuantos están afligidos, con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios.(2 Cor 1,4). Y, como decía San Pablo: "Escribiros las mismas cosas a mí no me resulta molesto y para vosotros es motivo de seguridad" (Fil 3,1)




A. EL HOMBRE PECA Y DIOS LE PROMETE UN REDENTOR


El amor de Dios hacia nosotros (hacia cada uno) es algo misterioso, puesto que somos tan solo sus criaturas. Conocemos la realidad de este amor porque Dios vino al mundo encarnándose en la Persona de su Hijo Unigénito. Acerca de esto hay toda una toda una serie de citas (en este mismo blog aquí, aquí, aquí y aquí). Hay muchísimas más citas (sólo he colocado las más importantes escritas por los cuatro evangelistas, pero se podrían multiplicar si se recorre todo el Nuevo Testamento). En resumidas cuentas, la razón fundamental de la venida de Dios viene expresada en el siguiente versículo de San Juan: "Quien no ama, no conoce a Dios, porque Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). Y prosigue: "En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por Él" (1 Jn 4,9) 

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Pero, en fin, todo comenzó cuando, una vez creados Adán y Eva, en estado de gracia y sin estar sometidos al dolor y a la muerte, y con la misión de procrear y de trabajar [trabajo sin "sudor de frente"; la misión de trabajar fue encomendada por Dios al hombre antes de que éste pecara], fueron sometidos a una prueba. Tentados por el demonio, en forma de serpiente, según cuenta el relato bíblico, quisieron "ser como Dios", cuando lo suyo era ser criaturas; se dejaron engañar, libremente, conscientes de lo que hacían y desobedeciendo a Dios. Éste fue el primer pecado. Una vez que pecaron nuestros primeros padres en ellos pecó toda la humanidad, reducida entonces a sólo dos personas; este pecado se transmitió a toda su descendencia y es el que conocemos como pecado original; un pecado de naturaleza, con el que nacemos todos los hombres. No se trata, como sabemos, de un pecado personal. Una persona que muriese con sólo el pecado de origen y no hubiese cometido pecados personales no se condenaría sino que iría al Limbo, donde permanecería en un estado de felicidad natural, aunque sin la visión beatífica.



El pecado de Adán y Eva fue una negativa al amor de Dios y trajo consigo el alejamiento de Dios y, como consecuencia, el sufrimiento y la muerte; y todo por no aceptar la realidad, por no admitir su carácter de criaturas; y así, siendo simples criaturas, se enfrentaron a su Creador, quien habiéndoles dado el ser, al crearlos libremente, quería ser amigo de ellos y ser correspondido libremente con un amor semejante al que Él les tenía, pues los creó a su imagen y semejanza (Gen 1,27), capaces, por lo tanto, de amar y de ser amados. Lo que ocurrió ya lo conocemos: el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de preferir a Dios y lo rechazóDios no podía obligar al hombre a que lo quisiera, pues de haberlo hecho, sus relaciones con el hombre ya no serían relaciones de amor, que son las que Dios, inexplicablemente, quiso tener con nosotros. El amor no se puede imponer jamás ... o ya no sería amor. El resultado fue la expulsión del paraíso y la pérdida de todos los dones recibidos, tanto para sí como para su descendencia.


Podríamos pensar que, después de esto, nos dejó solos, que Dios no quería ya saber nada de nosotros, y que no habría ya remisión posible. Ciertamente, en estricta justicia (humana), eso es lo que nos merecíamos. Pero, como su Amor era verdaderamente Amor, no nos dejó a nuestra suerte sino que nos prometió un Redentor, un nuevo Adán, que haría posible la reconciliación con Dios y el poder disfrutar con Él en el cielo por toda una eternidad, en comunión de Amor mutuo y recíproco entre Él y cada uno de nosotros. Conviene recordar que sin amor no existe felicidad auténtica; y esto es cierto también en este mundo. 


Según explica Santo Tomás, puesto que la culpa tenía un carácter infinito, en razón de la Persona ofendida, sólo un Ser infinito podría conseguir la remisión de la culpa. Pero el hombre, como tal hombre, ser finito y limitado, no podía dar a Dios la satisfacción que requería el pecado cometido, de modo que la solución era inviable, pues era preciso que fuese un hombre quien tenía que satisfacer por el pecado cometido. No había, pues, salvación posible. Y es aquí donde interviene la imaginación de Dios que supera todo entendimiento humano; y fue que Dios, en su infinito Amor, tomó un cuerpo, haciéndose real y verdaderamente hombre, sin dejar de ser Dios. Este Dios-hombre es Jesucristo. Sólo Él cumplía las condiciones requeridas para satisfacer por nuestros pecados. Ante una ofensa infinita se precisaba de una reparación infinita, lo cual se daba en Jesús, pues era verdaderamente Dios y, por lo tanto, infinito. Pero como quien había pecado era una criatura humana, era preciso que fuese también un hombre quien reparase por el pecado cometido; lo que se hizo posible cuando "el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Y así, siendo realmente Dios pudo, como verdadero hombre que también era, tomar sobre sí todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares ... y se presentó ante su Padre como "pecador", no siéndolo. Hizo suyos los pecados de toda la Humanidad, siendo Él el Inocente entre los inocentes y el Justo entre los justos. En palabras fuertes de San Pablo: "A Aquel que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotrospara que nos hiciéramos justicia de Dios en Él" (2 Cor 5,21). 

(Continuará)