jueves, 2 de octubre de 2014

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (4.1)

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4. Aquesta me guiaba
más cierto que la luz d el mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía

Esta luz que arde en el corazón del poeta y lo ilumina con tanta seguridad, pese a la oscuridad, es, como ya se ha explicado, el mismo Espíritu del que dijo Jesús: "El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26). 

La certeza que produce en el alma la noche dichosa y la oscuridad por la que atraviesa, es decir, la Cruz, es superior a cualquier otra certeza que podamos imaginar, incluso a la certeza que produce en nosotros lo evidente. Esa Luz hace de guía segura para que el poeta no se extravíe en el camino de su vida terrena.

Recordemos de nuevo las palabras de los discípulos de Emaús: "¿Acaso no ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32). Su corazón ardía al mismo tiempo que su mente se aclaraba con la explicación que Jesús les iba dando acerca de las Escrituras. Ellos iban tristes por el camino porque habían perdido la Esperanza. Pensaban que Jesús sería quien redimiera a Israel y los librara del poder romano. No les cabía en la cabeza que Jesús el Nazareno, "profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo" (Lc 24, 19) hubiera sido "entregado por los príncipes de los sacerdotes y por sus magistrados para ser condenado a muerte y crucificado" (Lc 24, 20)


La Cruz, otra vez y siempre ... "escándalo para los judíos y necedad para los gentiles" (1 cor 1, 23). No entendemos los caminos de Dios ni podemos entenderlos a menos que Él mismo nos los explique ... y eso fue precisamente lo que hizo enviándonos a su Hijo, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4, 4) ... "para redimir a los que estaban bajo la Ley" (Gal 4, 5). El Amor de Dios hacia los hombres le llevó a hacerse, Él mismo, hombre [en la Persona Única de su Hijo] tomando una naturaleza humana y haciéndose en todo "semejante a nosotros y probado en todo, excepto en el pecado" (Heb 4, 15). Se hizo uno de nosotros, un hombre de carne y hueso exactamente igual que nosotros ... sin dejar de ser Dios: éste es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. 

[Recordemos que el pecado no pertenece a la naturaleza humana: el hombre nació sin pecado. Éste no es natural ni es propio del hombre como tal hombre, sino un pegote, un añadido, un 'postizo', consecuencia de la rebeldía contra Dios de nuestros primeros padres ]

El pecado es un "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7). Todos nacemos con el pecado original, pues "en Adán todos pecamos" (1 Cor 15, 22). Como misterio de desamor que es el pecado sólo podía ser vencido con otro misterio aún más grande, un misterio de amor. Y, en concreto, por el misterio del Amor de Dios, que se manifestó en Jesucristo: "Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre [vino] la resurrección de los muertos" ( 1 Cor 15, 21). 

Hoy hay muchos que se dicen católicos y que niegan la existencia del pecado original. Hoy casi nadie habla del pecado, como si éste no existiera y fuera un cuento chino. Y en el caso de que exista tampoco debe ser para tanto ... Lo mejor es "vivir" y no calentarse la cabeza ... 

Parece ser, sin embargo, que Dios no piensa de la misma manera. Los criterios de Dios no son los nuestros. Y los suyos son verdad. Pues bien, para Dios, como se ha dicho, el pecado es un "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7); y tal es la gravedad del pecado que ha dado lugar a que Dios en la Persona del Hijo [idéntico al Padre en cuanto a su naturaleza, pues hay un solo Dios, pero distinto del Padre como Persona] se haya hecho hombre en Jesucristo y haya ofrecido su Vida por la Redención de todos aquellos hombres que quieran ser salvados [lo que antes de su venida era imposible]; además, no lo ha hecho de cualquier modo, sino muriendo en una cruz. La cruz se ha convertido así en la mayor manifestación de amor que es posible, en este mundo: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13)


El pensamiento del Dios real, el Único Dios, manifestado en Jesucristo "en quien todas las cosas fueron creadas" (Col 1, 16) viene bastante bien explicado en los siguientes versículos de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses: "Hermano, tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" ( Fil 2, 5-8) 

De este modo, san Pablo pudo decir: "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). Y san Agustín dijo aquello de "feliz culpa" refiriéndose al pecado original, pues gracias a eso, hemos conocido y podemos amar a Jesucristo. Esta expresión agustiniana, pronunciada en una homilía, está incluida en el himno Exultet o pregón pascual que la Iglesia Católica canta el Sábado Santo. He aquí la estrofa:


 "Necesario fue el pecado de Adán,
 que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!".

Lo que no podemos entenderlo si Jesús mismo no nos lo da a entender. Por eso debemos acudir a Él cada día y a cada instante, meditando atentamente el Nuevo Testamento pues ahí es donde se encuentran sus palabras: "Las palabras que os he hablado son Espíritu y son Vida" (Jn 6, 63)
[siempre interpretadas, como ya se ha dicho tantas veces, a la luz de la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, que es la que posee la recta interpretación de los textos evangélicos]


Volviendo a los discípulos de Emaús, escuchemos las palabras que Jesús les dice: "¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?" (Lc 24, 25-26). "Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él" (Lc 24, 27)


La cruz hace referencia al dolor, el trabajo, los sufrimientos, las contrariedades, la lucha diaria contra las tentaciones, etc. La cruz no es cómoda. Pero desde el momento en que Dios se ha hecho uno de nosotros y ha tomado la cruz sobre Sí, a partir de ese momento, la cruz ya no es una maldición. Al ser la cruz la máxima expresión posible del amor y del olvido de uno mismo para entregarse a la persona amada, que fue lo que hizo Jesús al dar su vida por amor a nosotros (a cada uno), nuestra vida debe ser siempre una vida crucificada para ser una vida cristiana auténtica: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí" (Mt 10, 38)


No debemos tener miedo de la cruz como si se tratase de una desgracia. Así era antes de la venida de Jesucristo, pero ahora -unidos a Jesucristo- la cruz cobra el más hermoso de los significados posibles en esta vida, pues se ha convertido en la máxima expresión de amor hacia Dios y hacia los demás y, por lo tanto, resulta que ahora, en el presente eón, es lo único que hace posible nuestra felicidad. 


Por una razón muy simple, y es que no se concibe la verdadera alegría ni la felicidad auténtica en una persona egoísta, que sólo va a lo suyo y a quien Dios y los demás le tienen sin cuidado. Una persona así es un auténtico desgraciado y digno de lástima, por mucha salud, dinero, poder o influencias que tenga; pues, en realidad, está solo; con una soledad que le sumerge en el más horroroso de los vacíos y le hace completamente desdichado, todo ello por no querer saber nada con ese Dios, que lo ama, y que por eso mismo, ha dado su vida por él, para salvarlo y hacerlo feliz. 


Ojalá que pudiéramos decir, con el apóstol san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado; y vivo, pero ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20); porque es así como la noche y la densa oscuridad en la que vive el poeta (que son el equivalente a la cruz de Cristo) se convierten en esa luz que arde en su corazón y de la que dice:

"Aquesta  me guiaba,
 más cierto que la luz del mediodía"

(Continuará)