lunes, 15 de septiembre de 2014

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (3.3)

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Recordemos el episodio evangélico en el que cuando los discípulos de Emaús reconocen a Jesús, y éste desaparece, se dicen luego el uno al otro: "¿No es verdad que nuestro corazón ardía dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32) ... Era de noche, también en el corazón de estos discípulos que habían perdido toda esperanza, pero la Luz, que era Jesucristo, iluminó sus corazones y los hizo vibrar, los hizo "arder", según sus propias palabras. La luz y el calor van siempre acompañados, no solo en la realidad física, sino también en la espiritual. "La luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9) es Jesucristo. Él mismo lo dijo muy claramente: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Cuando esa Luz invade nuestro corazón, toda tiniebla desaparece.

Porque así es: cuando alguien, de alguna manera, se ha encontrado con el Señor, ya no hay nada -en el mundo- que pueda proporcionarle satisfacción alguna: no tiene otro deseo ni vive para otra cosa que no sea el estar junto a su Maestro, su Amigo y su Señor; y vivir conforme a lo que entiende que es Su voluntad con relación a Él. Al fin y al cabo, no para otra cosa vino Jesús al mundo: "Yo he venido- decía- para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10) ... no la vida como la entiende el mundo, sino la Vida (con mayúscula), que se identifica con Jesucristo, quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Y también: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn 11, 25)


Así pues: si Jesús está en mi corazón, mediante su Espíritu, entonces tengo su Vida y mi vida está iluminada por su Presencia. Esto es cierto ... pero es preciso recordar que para que sea realmente de este modo es preciso que yo le haya dado también mi vida a Él.  Por expresarlo de alguna manera: se podría decir que el amor es celoso y no quiere ser compartido con nadie. De ahí esas expresiones que, cuando menos, nos pueden parecer raras, en el mejor de los casos: " Si alguno viene a Mí y no odia a su padre y a su madre y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 26). 


¿Cómo es posible que Jesucristo nos pueda pedir que "odiemos" si Él mismo es Amor? La expresión debe ser entendida como formando parte del conjunto del Evangelio, pues así es. Y si así lo entendemos no tendríamos por qué echarnos las manos a la cabeza, ni escandalizarnos.
[Esto supone, evidentemente, que hemos leído y meditado la Sagrada Escritura, en particular el Nuevo Testamento]. No olvidemos que el profeta Isaías, refiriéndose a Dios, decía: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos" (Is 55,8). ¿Por qué? Pues porque nuestro modo de pensar es según el mundo; y es, por lo tanto, muy distinto al modo de pensar de Dios ... ¡Pero es el pensamiento de Dios, y no el nuestro, el que está en conformidad con la realidad ...! Al fin y al cabo, es Dios quien lo ha creado todo,..., ¿ y quién, mejor que Él, puede conocer cómo son las personas y cómo son las cosas?  


Siempre, y por todas partes, aparece el misterio de la Cruz, de una u otra manera, porque no otra es la "noche dichosa" a la que se refiere San Juan de la CruzEl amor verdadero se manifiesta compartiendo el destino de la persona amada. Decía san Pablo: "Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8, 38-39) ... 


Y es en este sentido como pueden entenderse esas palabras de Jesús acerca del "odio a lo que más amamos" que tanto suelen "escandalizarnos". La respuesta la tenemos en el hecho de que, si queremos ser cristianos, es preciso anteponer a Dios a todas las cosas: ni siquiera nuestra familia (padre, madre, hijos, hermanos) e incluso ni siquiera nosotros mismos (buscando nuestra vida) debemos poner trabas a la acción de Dios, con la absoluta seguridad de que eso es lo mejor para nosotros

¿Qué es, si no, lo que hizo Jesús: "Estaba sentada a su alrededor una muchedumbre, y le dicen: 'Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas, te buscan fuera'. Y, en respuesta les dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?. Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice: 'Éstos son mi madre y mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mc 3, 32-35). ¿Y acaso no quería Jesús a su madre?
[aparte de que nadie ha habido, ni habrá, en el mundo, que haya hecho la voluntad de Dios mejor que María, la madre de Jesús que, en este sentido también, era aún más madre que ninguno de los que estaban allí escuchando] ... pero nada podía interponerse en el camino que su Padre Dios había pensado para Él. Otro ejemplo: cuando el niño Jesús se perdió a los doce años y lo encontraron tres días después, entre doctores, y su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos (...) Él les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 48-49)

El seguimiento de Jesús debe ser siempre en totalidad. Y es en ese sentido como debemos entender la palabra "odiar" [odiar todo aquello que nos impida cumplir la voluntad de Dios en nosotros, aunque eso suponga enfrentarse a nuestros seres más queridos]. En este contexto es donde hay que situarse para entender, por ejemplo, la contestación que dio Jesús a Pedro cuando éste, tomándolo aparte, se puso a reprenderlo y a decirle que eso de que había de padecer y de morir era algo que no le iba a suceder. "Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí, satanás! pues eres para mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres" (Mt 16, 23). ¿Acaso "odiaba" Jesús a Pedro? [Por supuesto que no: Pedro era uno de los tres discípulos predilectos de Jesús]Y, sin embargo, tuvo que dirigirle esas palabras tan duras, e incomprensibles, si nos situamos en un plano meramente humano. A eso a lo que se refiere el Señor cuando habla de "odiar" al padre, a la madre, ..., incluso la propia vida.


Es necesario, por lo tanto, transformar nuestra mente y nuestro corazón para entender la Palabra de Dios y poder ser así iluminados por ella en nuestra corazón. Porque -y esto es muy importante- sólo en la noche; o si se quiere, pues viene a ser lo mismo, sólo llevando nuestra cruz con total disponibilidad a la voluntad de Dios, es posible que Cristo se nos haga el encontradizo y nos haga entender todo lo que nos parecía extraño y sin sentido [¡era porque no pensábamos como Dios sino como los hombres!].

Para ser iluminados por Él y para que nuestro corazón arda de amor, es preciso que sólo Él cuente, por encima de todas las cosas, por muy buenas que éstas sean, incluso por encima de nuestra propia vida: "El que quiera salvar su vida  la perderá; pero el que pierda su vida por Mí, la encontrará" (Lc 16, 25). Sólo si le entregamos nuestro corazón, Él nos dará, a cambio, el suyo; y entonces, y sólo entonces, seremos verdaderamente felices, con la máxima felicidad posible en este mundo.



Cuando sólo Tú cuentes,
porque haya mi cáliz apurado,
sentiré como sientes ...
Y, en tus ojos mirado,
veré mi cuerpo todo iluminado

(José Martí)