domingo, 17 de julio de 2011

POESÍA DE CARLOS CARDONA


Digamos primeramente algo del autor: Carlos Cardona (1930-1993) cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, donde se licenció. Doctor en Filosofía por las Universidades de Navarra (Pamplona) y Letrán (Roma) y Profesor de Metafísica en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. 

Relata otro filósofo, que lo conoció en 1970 (Tomás Melendo) que, tras concluir los estudios de filosofía y teología, recibió la ordenación sacerdotal en 1957, y que desde entonces se dedicó, de manera prioritaria, a tareas pastorales y de dirección de almas. El poco tiempo que sacaba para sus estudios fue una meditación estrictamente metafísica. De ahí su predilección, y su «amistosa» familiaridad, con la doctrina de Tomás de Aquino, en cuyo estudio se fue  concentrando progresivamente después de varias incursiones  en diversas corrientes de pensamiento, clásicas, modernas y contemporáneas. Tras más de veinte años de lectura atenta y sistemática de toda la producción de Santo Tomás de Aquino-desde sus grandes tratados a las obritas más breves y circunstanciales-, Cardona llegó a la madura convicción de que los principios en ella contenidos (participación y actus essendi, sobre todo) constituían un punto de arranque ineludible para la reconstrucción de la metafísica del ser y, con ella, para devolver vigor y pujanza a una civilización a la que varias centurias vividas en el «olvido del ser» habían acabado por sumirla en la desorientación más profunda. Y a esa tarea de rehabilitación dedicó lo más granado de su esfuerzo intelectual. El resultado es una obra homogénea centrada en todo momento en lo fundamental. Grandiosa culminación de una vida gastada toda ella en servicio de la Verdad y, como él mismo dejara escrito en uno de sus poemas, "a la luz del amor estando atento”.

Entre sus libros más importantes podemos destacar: "La metafísica del bien común", "La metafísica de la opción intelectual", "René Descartes: Discurso del Método", "Metafísica del bien y del mal", "Ética del quehacer educativo", "Tiempo interior (poemas)" y la obra póstuma "Olvido y memoria del ser".
"Casualmente" me encontré con la obrita de poemas de este autor, denominada "Tiempo interior", la abrí por una página cualquiera y apareció a mi vista el siguiente poema, escrito en 1951, cuando Carlos Cardona contaba tan solo con 21 años:

Hay otro vagón a mi lado:
Está colgado en mi brazo.
Y chispas rojas lo rayan:
me duelen.
¿Soy yo una chispa roja?
No. ¿Tú? Tampoco. Es él.
Yo soy una piedra negra.
Tú quizá una piedra blanca.
Son dos piedras que no pesan,
Que se hablan y se ríen.
Enmudecen.
Pasa él. No lo quieren.
El es chispa. Tú eres tú.
Yo soy yo.
Yo es piedra. Tú también.
Son dos piedras que no pesan.

Mi futuro yerno la leyó luego en voz alta y no diré que se reía... no, es que se destornillaba de risa, porque no entendía absolutamente nada de lo que el poeta en cuestión quería transmitir. Como yo conocía ya al autor del poema por sus escritos de metafísica (que eran extraordinarios), me extrañaba de que escribiese un poema sin ningún significado. Así es que me puse manos a la obra, intentando encontrarle un sentido, convencido de que lo tenía, en la seguridad de que de esta búsqueda, sincera y pertinaz, siempre saldría algo bueno, aunque fuese tan solo un aspecto de la realidad que se pretende conocer y comunicar. Esto fue lo que encontré (en noviembre de 2003) y lo que ahora os comunico, por si os puede ser de alguna "utilidad", en el sentido más profundo de esa palabra:

          Lo primero que es de notar en esta poesía es que la persona que habla no está sola sino  dialogando con otra: Al decir que hay otro vagón a su lado, (y, no sólo a su lado sino colgando en su brazo), se sobreentiende implícitamente que la persona con la que habla tiene también otro vagón colgando en su brazo. Dos personas, pues, una al lado de la otra, entre dos vagones: vagones que están colgados en sus brazos; y que tiran de ellas, de cada una, para que se separen.
Los vagones son pesos muertos, cuyo objetivo es el de separar a las dos personas que están juntas. Estos vagones, además, están rayados por chispas rojas. Las chispas son atrayentes, atractivo simbolizado por el color rojo. Sin embargo, estas chispas duelen, hacen daño a la persona que habla, y también a la otra persona: el prestar atención a estas chispas provoca distracción con relación a la  persona que está a su lado. Por eso le duelen, le duelen en el alma, porque le separan de su compañero, creando en él una tensión interior muy grande.
Dos tendencias operan aquí en la persona, una de unión y otra de separación, en un difícil equilibrio, que se romperá si presta atención a la atractiva chispa roja.
A veces se pregunta si no será él una chispa roja, o si lo será su compañero. O, lo que es igual, ¿está en ellos la causa de su tendencia a la separación? La respuesta es contundente: No. Ninguno de ellos es chispa roja. Es más: la chispa roja no es algo, no es una cosa (¡No!). Es alguien. Es inteligente. Es él, con una misión muy clara: la de separarles, de modo que no sean felices. Ese “él”  (que es el maligno) es difícilmente identificable, pues se presenta atrayente y deslumbrador. Y, sin embargo, es necesario identificarle, en primer lugar; en segundo lugar, ver en él una influencia perniciosa, que tiende a separarlos, distrayendo su atención. Y, en tercer lugar, lo más importante, apoyarse el uno en el otro, de modo decidido, para no sucumbir, debido al peso del vagón y a la atracción de la chispa.
Una vez identificada la chispa roja del modo que se ha dicho, es preciso que no pierdan de vista su propia identidad. Para el poeta, yo es una piedra negra y tú una piedra blanca. Ni el blanco ni el negro son colores, propiamente dichos.
Es un modo de matizar lo que más adelante aclara: yo soy yo; tú eres tú. Es decir: yo y tú son dos piedras, pero son piedras distintas, no son la misma piedra: una es blanca, la otra es negra. El concepto de piedra va siempre ligado a la idea de peso. Sin embargo, en esta poesía, para  evitar equívocos, se aclara, por dos veces, que se trata de “dos piedras que no pesan”. ¿Por que se definen como piedras? Tal vez para indicar el por qué son atraídas por los vagones, debido a su masa. De lo contrario, no entenderíamos la razón de esa atracción. Aunque enseguida matiza: se trata de “dos piedras que no pesan”: El “no pesan” no es propio de las piedras, sino de los espíritus, de lo que no tiene masa. De una manera curiosa –aunque así es el lenguaje de la poesía- bajo el símbolo de piedras que no pesan aparece –oculta, pero real- el concepto de persona, como ser individual animado por un alma, formando cuerpo y alma una unidad sustancial: no se dice tengo una piedra, sino soy piedra.
O lo que es igual, no es correcto decir “tengo un cuerpo”, sino “soy mi cuerpo”. El cuerpo no es algo añadido a la persona; de todos modos, para evitar equívocos de tipo materialista, el poeta se apresura a añadir que se trata de “piedras que no pesan”. Con ese matiz de ausencia de pesadez se alude aquí al alma, como principio de vida, que hace de esas piedras unas piedras muy especiales. Si fuésemos espíritus puros, en lugar de decir “tengo un alma” habría que decir “soy mi alma”. En los seres humanos, lo auténticamente correcto es decir, simbólicamente, “somos piedras que no pesan”, esto es: “somos cuerpo y alma”, ni sólo cuerpo, ni sólo alma, sino unidades sustanciales cuerpo-alma; en definitiva, somos personas.
El meollo de la poesía se encuentra cuando el poeta  habla de la relación entre estas “piedras que no pesan”. Dos consideraciones:
Lo primero de todo es que son dos piedras, a las que da el nombre de “tú” y de “yo”. Inconfundibles: “yo soy yo”, “tú eres tú”; aunque, de algún modo, iguales: “yo es piedra. Tú también”.
En segundo lugar, estas “piedras” se hablan y se ríen. En estos dos verbos viene quintaesenciado el secreto de la unión. Se hablan porque son importantes la una para la otra, dialogan para conocerse más y mejor; y, sobre todo, se ríen; se ríen porque se quieren, porque se aceptan mutuamente, porque cada una encuentra su “yo” en el “tú” de la otra. No hay “yo” sin “tú”, en mutua reciprocidad. El “yo” de cada una es experimentado como tal “yo” cuando es pronunciado como un “tú” por la otra.  Y eso constituye su vida y su unión, en la cual se gozan mutuamente; por eso se ríen.
            Claro está: el poeta, que conoce de la vida, conoce que hay peligros graves para esa unión, un peligro que expresa, de modo un tanto misterioso, cuando dice: “Enmudecen”.  Lo que significa, ni más ni menos, que deja de existir el diálogo entre ellos; ya no se hablan, ni se ríen; su unión languidece. ¿Y esto por qué? La respuesta no se hace esperar: “Pasa él”. Y recuerda: “Él es chispa”. ¿Qué ha ocurrido? La respuesta es sencilla: el poeta quiere hacer ver a la pareja que su unión debe ser conquistada, día tras día, momento tras momento; y que éste es el único modo en que esa unión puede durar, porque existen otras atracciones (“él”, “la chispa”) que tienden, con gran fuerza, a desunirlos.
Es el momento de la prueba, un momento que se va a repetir con frecuencia, porque él siempre está ahí, procurando perturbar su amor como sea; además, es mentiroso y aparece disfrazado como “chispa roja” atractiva y llena de poder, oscureciendo incluso su mente, la mente de los dos, que llegan a preguntarse, confundidos: “¿Soy yo una chispa roja? ¿Lo eres tú?” La victoria se encuentra en la verdad: ¡No! Ni “yo” ni “tú” somos “chispas rojas”. Nuestra lucha no es contra nosotros mismos, sino contra él. Él –el maligno- es el enemigo, cuya presencia les hace enmudecer y quedar incomunicados. Pero ellos “no lo quieren”. En la medida en que  hablen y se rían la victoria está asegurada: Ante el amor que se tienen –alimentado con diálogo sincero y risas que salen del corazón - el enemigo está  completamente indefenso, y nada hay que temer.
Por supuesto que habrá muchas interpretaciones de dicho poema. Y que, probablemente, no coincidirán con la mía. Pero eso sería una señal clara de que estaríamos ante una poesía verdadera. Sería interesante conocer qué pensaba su propio autor acerca de la misma, qué fue aquello que lo inspiró a escribirla; tal vez esa sería la interpretación más correcta. Aunque hay que decir que la verdadera poesía, una vez escrita, va incluso más allá de la interpretación personal del poeta que la escribió; siempre dice algo nuevo a las distintas personas que la leen con ansias de sacar provecho de ella. En cualquier caso, ahí queda mi pequeña contribución a una posible interpretación de dicho poema. Si a alguien le sirve, bienvenido sea el tiempo que me llevó; y, en cualquier caso, a mí me ha servido. Eso solo pienso que merece la pena.


José Martí