sábado, 26 de diciembre de 2015

Misericordia y salvación: ¿Se salvan todos los hombres? [José Martí]

Es tal la situación actual de desconocimiento de nuestra fe que son muchos los que piensan que toda persona que viene a este mundo se salva y esto independientemente de su conducta, puesto que Dios es bueno y misericordioso. 



Un cristiano que tenga las ideas claras sabe que eso no es así. Hay infinidad de citas evangélicas en las que queda suficientemente claro que la salvación no es para todos. Y esto es así lo veamos o no lo veamos. No es nuestro pensamiento el que hace la realidad.

La cuestión fundamental radica en el hecho de que Dios ha querido contar con nosotros en la tarea de nuestra salvación ... y esto es así porque así Él lo ha querido: misterio de los misterios. Habiéndonos amado, como nos ama, ha querido que también nosotros pudiéramos amarle a Él ... y el único modo de que tal amor, por nuestra parte, pudiera ser efectivo, era creándonos con libertad. De no haber procedido Dios así nos hubiera sido imposible corresponderle en reciprocidad de amor ... y no es eso lo que Él quiere.


Y aunque parezca increíble, porque lo es, nos encontramos con que, en el fondo, la razón por la que es posible la condenación es -ni más ni menos- que el Amor ... así como suena.


Esta idea viene reflejada en la Divina Comedia, en el Canto III de la primera parte en la que Dante habla del Infierno, del cual dice unas misteriosas palabras, escritas en negro en lo alto de la puerta infernal: "Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hasta la raza condenada. La Justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina Potestad, la suprema Sabiduría y el primer Amor. Anterior a mí no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza" 


¿El Amor misericordioso de Dios como causa del Infierno? Imposible de entender, como corresponde a un verdadero misterio, cual es la existencia del Infierno, pero así es. Es una Verdad Revelada, que -en cuanto tal- no admite la posibilidad de disentir de ella, si somos cristianos. Eso sí: se nos permite pensar y razonar, que para eso nos ha dado Dios la inteligencia. 


Hagamos un esfuerzo en ese sentido ... porque lo cierto y verdad es que si reflexionamos un poco, se puede llegar, con relativa facilidad, a la lógica que va encerrada en dicha afirmación ... ¡y es la idea -esencial en el amor- de que éste se da siempre entre dos personas: un yo y un tú que se dicen mutuamente el amor que se tienen!. Esta nota de reciprocidad es esencial en el verdadero amor ... sin la cual no hay amor en plenitud. El amor es cosa de dos. No lo olvidemos. Y sigamos razonando.


Si Dios nos salvara a todos, de modo obligatorio, lo quisiéramos o no, si eso fuese así, digo, entonces la relación entre Dios y nosotros no hubiese podido ser nunca una relación amorosa, puesto que el amor no puede imponerse: Dios -aun siendo todopoderoso- no puede obligarnos a que lo queramos. Si así hubiera procedido Dios con relación a nosotros, no podríamos hablar nunca de nuestro amor verdadero a Dios, puesto que éste nos habría sido impuesto. Y un amor impuesto es una contradicción. El amor es esencialmente libre, aparte de ser, por supuesto, recíproco: no es sólo amor de Dios hacia mí sino también, y de la misma manera, y con igual intensidad -hecha ésta posible por pura gracia- amor de mí hacia Dios. Ambos amores deben de darse. Y si no es así, no puede hablarse de amor.


Por las razones que sean -que siempre serán un misterio para nosotros- resulta que Dios desea realmente nuestro amor, pues así viene relatado expresamente en las Sagradas Escrituras. El único modo de que ese amor de nosotros hacia Dios pueda ser factible es que seamos creados libres, con verdadera libertad (y responsabilidad) ... pues si hemos sido creados libres, por Dios, es que realmente somos libres, auténticamente libres.


Esa libertad, en lo que concierne a nuestra relación con Él, hace que podamos amarle de verdad, en correspondencia a su Amor. Imposible de comprender, pero así es Dios, ése es su modo de Ser y de actuar. Por eso dice san Juan que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) ... aunque tal modo de proceder por parte de Dios no quepa en nuestra mente estrecha. Por más que lo intentemos nunca llegaremos a comprender cómo es posible que Dios haya querido establecer esas relaciones de Amor con todos y cada uno de nosotros. 


Sigue siendo cierto aquello que decía el profeta Isaías refiriéndose a lo que Dios nos dice: "Oráculo del Señor: mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni mis caminos vuestros caminos" (Is 55, 8). Dios, que es eterno e infinito, se "enamora" de todas y cada una de sus criaturas humanas, de manera única: "Única es mi paloma, mi preciosa" (Cant 6, 9). Todos y cada uno de nosotros hemos pasado a ser realmente importantes, desde el momento en que lo somos para Dios.


Su Amor hacia nosotros es tal que le lleva hasta el extremo de tomar nuestra carne, haciéndose uno de nosotros ... e incluso dando su vida, voluntariamente, para hacer posible que podamos salvarnos ... y hacer posible que podamos quererle. Nunca meditaremos esta realidad lo suficiente; y sin embargo de la fe en esta realidad del Amor de Dios hecho hombre así como de la respuesta que demos, depende nuestra salvación. 


Decía san Agustin: "Dios, que te creó sin tí, no te salvará sin tí". Es esencial que tengamos esta idea impresa siempre en la mente y en el corazón, pues es mucho lo que está en juego. No nos podemos tomar a broma el amor de Dios. No podemos jugar con su "misericordia" porque Dios, que es "rico en misericordia" (Ef 2, 4) es igualmente justo.


San Pablo habla del "justo juicio de Dios, el cual retribuirá a cada uno según sus obras" (Rom 2, 3-4). Y en otro lugar se lee que "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7) ... aunque, visto lo que está ocurriendo en el mundo, pudiera parecer otra cosa. 


[ ...De hecho se observa que la gente se ríe de Dios y no pasa nada. Para explicar que esto ocurra tenemos que echar mano de la parábola de la cizaña: hay una diferencia grande entre vencer batallas y ganar la guerra. Y no nos puede ni nos debe de caber ninguna duda de que la victoria definitiva será de Dios ... aunque, de momento, haya que pasar por situaciones inexplicables en las que parecerá que Cristo ha sido vencido por el mundo. Tengamos la absoluta seguridad de que la realidad, la auténtica realidad, no es ésa, pues -según le dice Jesús a Pedro "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18), hablando de la Iglesia que fundará ... y que será una roca contra la que se estrellarán todos sus enemigos, que serán muchos].


Queda meridianamente claro, pues, que Dios desea nuestra salvación y nuestro amor, porque nos ama, hasta el extremo de haberse hecho hombre (sin dejar de ser Dios) en la Persona del Hijo. En Jesucristo Dios nos ha manifestado todo su Amor. Dándonos a su Hijo se nos dio todo Él. Dice san Pablo en su segunda carta a los corintios: "Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). La totalidad es otra nota esencial del amor. Nos lo dio todo, se dio a Sí Mismo, para que también nosotros se lo demos todo: todo cuanto somos y tenemos le pertenece. Somos su obra maestra. El sentido de nuestra vida no es otro que el vivir para Él: "Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). "Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor; porque vivamos o muramos, somos del Señor" (Rom 14,8)


Y, sin embargo, debido a este mismo Amor que nos profesa ... y desde el momento en que nos ha creado realmente libres, con verdadera libertad (y consiguiente responsabilidad), como consecuencia, se ha hecho a Sí mismo impotente ... en el sentido de que, por más que lo quisiera,  jamás podría salvar a aquél que no quisiera ser salvado. 


Siendo omnipotente, se hizo pequeño para que pudiéramos amarle igual que Él nos ama ... aunque esa libertad, por desgracia, muchos la usan para odiarle y rechazar su Amor. 


Cuando nos creó libres, sabía muy bien lo que hacía. Y sabía que no todos le corresponderían con amor (tremendo misterio, también éste, de la libertad real del hombre y de la sabiduría de Dios). Sin embargo, se expuso a ello, porque consideró que eso era lo mejor, porque sólo haciéndose Él mismo frágil y pequeño el hombre podría amarle libremente y entonces el amor mutuo entre Dios y el hombre podría ser una realidad y no sólo una palabra hueca o una metáfora. 


Y si Él consideró que eso era lo mejor es porque realmente lo era -y lo es- pues el ser de las cosas es lo que Dios piensa acerca de ellas. Y esto es así, aun cuando -a resultas de ello- muchos, haciendo un mal uso de la libertad que habían recibido de Dios, se revolvieran contra Él, como así ocurrió ya desde el principio del mundo, cuando creó a nuestros primeros padres. Y tal ocurrirá también con todo aquel que rechace su amor y no se arrepienta de sus pecados: "Cuando venga en su gloria, acusará al mundo de pecado porque no creyeron en Él" (Jn 16, 9). Y en otra parte: "Si no hubiese venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15, 22).


De lo arriba expuesto queda claro que no todos se salvan. Si alguien hiciese tal afirmación estaría en contra de la Verdad Revelada, estaría tomando a Jesucristo por mentiroso. 


Todo se encuentra en el Evangelio. Por ejemplo, cuando le preguntaron a Jesús: "Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 23-24). Y, con más detalle, podemos leer en san Mateo, escrito con el verbo en imperativo: "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" 


Si se aplica la lógica, de estas palabras de Jesús se desprende el hecho cierto de que no todos se salvan ... aunque también se indica en ellas el camino a seguir para todo aquel que desee salvarse y que no es otro que el de la puerta estrecha, es decir, el camino de la Cruz y el sacrificio, como la máxima expresión de amor posible en este mundo, un camino que Él siguió y que es el que nos corresponde a nosotros seguir también pues "el discípulo no está por encima de su maestro" (Mt 10, 24). "Al discípulo le basta llegar a ser como su Maestro" (Mt 10, 25). 


Hemos razonado, a nuestra manera, cómo, efectivamente, tenía razón Dante cuando, hablando del Infierno, decía: "Me hizo el primer Amor", algo que sigue permaneciendo, por supuesto, en el terreno de lo misterioso y de lo incomprensible pero que tiene su lógica cuando nos movemos en el terreno de lo sobrenatural y nos creemos las palabras de Jesús ... 


Todo esto, por una parte, nos debe de llevar a la conclusión de que, si ponemos nuestra completa confianza en el Señor y creemos en Él, ayudados por su Gracia, que nunca nos va a faltar, algún día nos reuniremos con Él en su Gloria. 
Al mismo tiempo es una advertencia para que estemos siempre vigilantes y a la escucha, único modo de poder percibir su Voz y de actuar luego conforme a su Voluntad, "trabajando por nuestra salvación con temor y temblor" (Fil 2, 12)


Y en esto, como en tantas otras cosas, llevar mucho cuidado para no caer en el pecado de la presunción. Así lo advierte san Pablo: "Y quien piense estar en pie, mire no caiga" (1 Cor 10, 12). Pero, eso sí, conscientes de que "Dios no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, sino que, con la tentación, nos dará la fuerza para que podamos superarla" (1 Cor 10, 13) ... y, por lo tanto, esperanzados: "No perdáis vuestra esperanza, que tiene una gran recompensa" (Heb 10, 35)


José Martí

miércoles, 11 de noviembre de 2015

El misterio de la cruz y la confianza en Dios


La cruz de Cristo, humanamente hablando, no cabe en la mente humana: "Cristo crucificado es escándalo para los judíos y locura para los gentiles" (1 Cor 1, 23). El lenguaje de la cruz y de la entrega amorosa de la propia vida hasta la muerte (si fuese preciso) no puede entenderse si no es viéndolo todo desde la perspectiva de Jesus. Y tiene sentido por la sencilla razón de que, al hablar de Jesús, nos estamos refiriendo a Dios, a Aquél por quien todo fue hecho y sin el cual nada se hizo (Jn 1, 3), Dios hecho hombre: "En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12).

Todo cristiano debería de tener muy claro que su vida no tiene (ni puede tener) otro sentido si no es el de parecerse a su Maestro ... y no debe tratarse de una semejanza cualquiera, sino de una identificación con Él, de un conformar la propia vida a la suya, hasta el punto de poder decir, con san Pablo: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). Esa es la meta a la que aspiramos los cristianos: aspiración cuyo logro sería imposible de llevar a cabo si no fuese porque contamos con Su gracia ... pero sabemos que ésta no nos va a faltar, si ponemos de nuestra parte.

Y lo primero que tenemos que hacer para poder llegar a esa unión con Él es conocerlo; saber cómo pensaba y cómo sentía Jesús; a lo cual se llega mediante la lectura de los Evangelios y del Nuevo Testamento. Aunque esto no sea, ni mucho menos, suficiente es, al menos, el primer paso.

A modo de ejemplo, podemos escuchar el retrato que de Jesús nos hace San Pablo en su carta a los filipenses, cuando les dice: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 5-8). Y en otro lugar, a los corintios: "Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza" (2 Cor 8, 9).

Éste es Jesús. Así piensa y actúa. Su motivación para hacer lo que hizo es el Amor. Y la explicación de ese Amor es el propio Amor ... ¡no son nuestros méritos! ... lo cual es incomprensible, pero real. Así ama Dios. Y los cristianos, como discípulos suyos que somos, estamos llamados a amar del mismo modo.

Recordemos que cuando se habla de Amor deben de haber, al menos, dos personas. En el amor divino-humano, esa dualidad tiene lugar entre Dios y cada uno de nosotros, de manera única e irrepetible. La calidad de este amor mutuo va a depender, en gran medida, de nuestra generosidad para con Él; de hasta qué punto estamos dispuestos a entregarle nuestra vida al Señor (toda nuestra vida) y ponerla a su disposición, porque Él ya nos ha entregado la Suya por completo.

Y, sin embargo, aun siendo cierto, como lo es, que no existe un modo más auténtico para expresar el verdadero amor que éste de compartir la vida y la existencia de la persona amada, también lo es -y en la misma medida- que nuestra naturaleza es una naturaleza caída, aunque redimida, a consecuencia de lo cual experimentamos una incapacidad radical para lograr este objetivo; y podemos decir perfectamente con san Pablo: "No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero" (Rom 7, 19).

Dicho lo cual, es necesario añadir que eso no nos debe de llevar, en modo alguno, al desaliento. Todo lo contrario: experimentar en nosotros tal desgarro interior puede y debe conducirnos a poner nuestra confianza completamente en el Señor: "Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza" (2 Cor 12, 8).

Y ocurre, de este modo, que lo que era un mal (¡y lo era!) nos ha servido, sin embargo, para conocernos mejor a nosotros mismos y para ganar en humildad; y, sobre todo, nos ha llevado a darnos cuenta de que sin Él estamos absolutamente perdidos. Le necesitamos. Se cumplen también en nosotros, de alguna manera, aquellas palabras que dirigió san Pablo a los corintios, refiriéndose a sí mismo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12, 10). Dios no nos abandona a nuestras solas fuerzas, porque entonces caeríamos sin remedio. Y no es eso lo que Dios quiere, puesto que nos ama.

Eso sí: es preciso que acudamos a Él, conscientes de que solos, abandonados a nuestras solas fuerzas, no podemos hacer nada. Eso nos situará en la realidad de lo que verdadermos somos ... Y entonces entenderemos mejor la profunda verdad que encierran las palabras que Jesús les dirigió a sus discípulos cuando les dijo: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5) ... pero, al mismo tiempo, entendermos que son igualmente ciertas estas otras palabras del apóstol Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13) 





Y estaremos, entonces, en condiciones de entender que "todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28) ... y si somos humildes, llegaremos a la conclusión de que nunca hay motivo para el desaliento, suponiendo que actuamos conforme a la voluntad de Dios.

No debe de extrañarnos, por lo tanto, el vernos incapaces de comprender ciertas cosas que pertenecen al ámbito de lo sobrenatural. Pero ante ello debemos de tener la humildad suficiente para aceptar esa incapacidad natural. Al fin y al cabo, el entendimiento de las realidades sobrenaturales, por definición, es algo que nos sobrepasa. Sin la fe es imposible.

Y claro está: la fe es un don de Dios, es pura gracia. Nadie puede adquirirla por sí mismo, por mucho que se esfuerce. La fe no es el resultado de nuestro esfuerzo. Éste fue el error de Pelagio, que incurrió en herejía. Sólo Dios puede concedernos la fe. ¿Se la concede a todos? ¿Tenemos que poner nosotros algo de nuestra parte?

Bueno, acudamos a ver lo que nos dice la palabra de Dios: "Un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias" (Sal 51, 19). Éste es el sacrificio grato a Dios: nuestra humildad, el reconocimiento de nuestra impotencia para el bien. Y, desde luego, no nos puede caber la menor duda de que Dios no negará nunca la gracia de la fe a todo aquél que, esforzándose al máximo y poniendo todo cuanto esté de su parte, llegue al reconocimiento, tranquilo y humilde, de que, en verdad -por sí mismo- nada puede ...

Ante ello, Dios (que no se deja vencer en generosidad) le concederá cuanto pide y le dará la fe que necesita. Es en este ambiente de confianza en el que debemos de movernos los que aspiramos a identificarnos con Jesucristo y ser una sola cosa con Él. Si aspiramos a ello es porque lo amamos (o mejor, porque queremos amarle como Él nos ama): sabemos que ninguna otra cosa tiene sentido sino este amor de Dios para con nosotros y de nosotros para con Él.

sábado, 3 de octubre de 2015

El pecado, la muerte y la unión del cristiano con Jesucristo: el cuerpo Místico de Cristo (3 de 3) [José Martí]



Tal vez estemos ahora en mejores condiciones de comprender un poquito (dentro del misterio insondable) estas palabras del apóstol Pablo a los colosenses: "Ahora completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).

[Si Cristo padeció por unos pecados que no había cometido, aunque asumió como propios, realmente ... es lógico que nosotros padezcamos también por unos pecados que, en este caso, sí que hemos cometido]

La Iglesia como cuerpo de Cristo aparece en infinidad de ocasiones: "Él [Cristo] es la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 18). Se trata, como decimos, de un misterio y -por lo tanto- nos sobrepasa. Así, por ejemplo, en otro lugar se lee que la Iglesia "es santa e inmaculada" (Ef 5, 27), lo que tiene sentido puesto que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo ... y Cristo es Dios. En Dios no puede haber pecado ... luego la Iglesia es pura, santa e inmaculada. A pesar de las faltas de los miembros de este Cuerpo, que somos nosotros (los cristianos), la sustancia de la Iglesia permanece siempre pura, puesto que es el Cuerpo de Cristo: "Vosotros sois cuerpo de Cristo, y cada uno un miembro de Él" (1 Cor 12, 22). 



Insistimos en esta idea, que representa una realidad, una realidad misteriosa, ciertamente, pero real ... de modo que la Iglesia es santa, pese a que haya pecadores en su seno. Propiamente hablando, los miembros de la Iglesia son los cristianos que viven conforme al sentir de la Iglesia, o sea, aquéllos que están en gracia de DiosLos que están en pecado mortal están en la Iglesia, pero no de una manera salvífica mientras permanezcan en su estado de pecado. 

[Según el cardenal Journet "la Iglesia no expulsa a los pecadores de su seno, sino sólo su pecado; continúa manteniéndolos en sí con la esperanza de poder convertirlos. Lucha en ellos contra el pecado que cometieron"]

Esa es la razón por la que la santidad de la Iglesia, que es la santidad misma de Cristo, nunca se mancha por los pecados de sus hijos. A este respecto podría recordarse que el mismo Jesús comparó la Iglesia con una red barredera que recoge buenos y malos peces (Mt 13, 47-50); con un campo donde la cizaña crece junto al trigo (Mt 13, 24-30); y con una boda en la cual uno de los invitados se presentó sin el traje nupcial (Mt 22, 11-14). 


Hay una encíclica especial, relativa a este tema, la "Mystici Corporis Christi", del papa Pío XII en la que se recoge toda la doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo.

[Al enlazar a la encíclica se obtiene una página escrita en Inglés. Para leer la traducción al español hacer clic aquí ]

El pecado, la muerte y la unión del cristiano con Jesucristo: el cuerpo Místico de Cristo (2 de 3) [José Martí]



Al igual que Jesucristo somos realmente hijos de Dios, hijos en el Hijo, hijos por gracia y no por naturaleza, pero realmente hijos y hermanos, por lo tanto, de Jesucristo, con quien formamos un único Cuerpo. Sólo en Él podemos dirigirnos al Padre y dar fruto. Separados de Él somos extraños a Dios y como el sarmiento separado de la vid nos secamos y nada podemos hacer en orden a nuestra salvación: "Ningún otro Nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12)]


Tal vez ahora podamos entender un poco mejor esas misteriosas palabras que utiliza san Pablo cuando dice a los colosenses: "Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). Esto tiene una importancia trascendental en la vida de un cristiano y debe ser meditado y profundizado con asiduidad, pidiendole al Señor que nos conceda la comprensión de este misterio, en la medida en la que esto sea posible en esta vida, en la que estamos de paso. De ahí la expresión fuerte de san Pablo en su carta a los gálatas: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros" (Gal 4, 19). 

Y esto -y no otra cosa- es lo esencial en un cristiano y lo que lo diferencia de los demás: no la preocupación y el amor por el prójimo (un amor que, sin Cristo, es pura filantropía, en el mejor de los casos) sino la configuración con Jesucristo, nuestra transformación en Él, porque entonces nuestras obras son obras suyas y adquieren la eficacia propia de Jesucristo: "Os lo aseguro: quien cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas" (Jn 14, 12). 

Para un cristiano, lo esencial no son los demás sino el Amor: "Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me sirve" (1 Cor 13, 3). No se trata de amar a los demás porque sí, sino porque en ellos está Dios. Y si no se hace con esa intencionalidad, de nada aprovecha. El Amor es a Dios ... y al prójimo por amor a Dios. 

[El olvido de Dios poniendo como pretexto el amor a los demás es una farsa. Imposible querer a nadie, de verdad, si el Amor no está en nosotros (¡y ese Amor es Dios mismo, no un dios inventado por el hombre, sino el Único Dios, Aquél que se manifestó en Jesucristo, haciéndose hombre para que pudiéramos salvarnos y ser amigos suyos!). Si esto no se entiende entonces no se ha entendido nada]

De ahí la enorme importancia del contacto directo con Jesucristo en el Sagrario: ahí está Él realmente. Todos los cristianos formamos, en Cristo, un solo Cuerpo, que es la Iglesia, del que nosotros somos los miembros y Cristo la Cabeza: "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los demás comparten su gozo. Pues bien: vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (1 Cor 12, 26-27). 


Todo lo que lo ocurre a un miembro de ese cuerpo actúa sobre el resto del cuerpo, tanto lo bueno como lo malo. Así se explica que Santa Teresita de Lisieux fuese proclamada patrona de las misiones, siendo -como era- una monja de clausura (¡de las de antes!) y no habiendo salido del convento. La oración ferviente por los misioneros para que su labor produjese fruto abundante y llegase la Buena Noticia (que es Jesucristo) al mayor número posible de personas, fue realmente eficaz, sin salir del claustro. Y es que en la debilidad del ser humano es como mejor se manifiesta la grandeza del poder de Dios. La eficacia de la oración es la eficacia de Dios y Dios puede más que los hombres. Pero los hombres han perdido la fe, por desgracia. No se trata de "armar lío" sino de "hacer más oración"


(Continuará)

miércoles, 30 de septiembre de 2015

El pecado, la muerte y la unión del cristiano con Jesucristo: el cuerpo Místico de Cristo (1 de 3) [José Martí]



El pecado siempre es contra Dios: "Contra Tí, contra Tí sólo he pecado, y he hecho lo que es malo a tus ojos" (Sal 51, 6) ... o bien yendo directamente contra Él, a quien se rechaza, rechazando sus Leyes, que viene a ser lo mismo; o bien yendo contra aquellos a quienes Él ama. Recordemos el caso de Saulo. Se dirigía a Damasco para detener a todos los que creyeran en Jesucristo y -de repente- en el camino le envolvió un resplandor, como una luz del cielo y cayó al suelo (es de suponer que iba a caballo). Entonces oyó esta voz: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hech 9, 4). Saulo respondió: "¿Quién eres tú, Señor?" (Hech 9, 5a) y obtuvo esta respuesta: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hech 9, 5b).

El que persigue a los cristianos persigue a Jesús. El mismo Jesucristo lo dijo, de una manera que no da lugar a dudas: 
"Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40), frase que sólo tiene sentido si en Cristo somos uno, con unión real y no metafórica 


[Esto es algo que somos completamente incapaces de imaginar, por nosotros mismos: "Ni ojo vio ni oido oyó ni llegó al corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman" (1 Cor 2, 9)]

"Padre ... que el Amor con que Tú me has amado esté en ellos y Yo en ellos" (Jn 17, 26). La unión con Jesucristo, de la que estamos hablando, es posible sólo en el Amor, un Amor que se identifica con el mismo "Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5, 5b), y se nos ha dado sin mérito alguno por nuestra parte

[Esto no deberíamos de olvidarlo nunca: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo que tienes lo has recibido, ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7)]

Por pura gracia, hemos sido hechos capaces de participar en la misma vida de Cristo, formando con Él verdaderamente un solo Cuerpo: "Igual que todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo" (1 Cor 12, 12). 

Actuamos como cristianos, es decir, como aquello que somos, en la medida en que nuestra vida se conforma a la vida de Jesucristo, con quien formamos un solo cuerpo. En Él somos. Sólo así se entienden las palabras que pronunció Jesús: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5). 

La identidad de un cristiano sólo cobra sentido en la unión con Cristo; no una unión cualquiera, sino que ésta llega a lo más íntimo de nuestro ser, hasta el punto de que un cristiano no puede entenderse a sí mismo si no es en unión con Jesucristo: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5)



[Por supuesto que se trata de una meta a conseguir y que sólo se hará efectiva cuando lo hayamos dado todo, incluso nuestra propia vida. Sólo de este modo se puede entender un poco la expresión bíblica: "Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus fieles" (Sal 116, 15). ¿Cómo es esto posible? Pues porque en la muerte se hace realidad la máxima expresión de amor posible, según las palabras de Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

El Justo por antonomasia es Jesucristo. Su muerte fue preciosa a los ojos de su Padre, porque en ella manifestó el máximo amor posible (amor hacia su Padre, por obediencia, y amor hacia nosotros, para nuestra salvación). Una entrega libre de su propia vida: "Nadie me quita mi vida, sino que Yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre" (Jn 10, 18). Y junto al Amor siempre va unida la Alegría como la otra cara de la misma moneda. La muerte, así entendida (único modo de entenderla para que pueda tener algún sentido), como donación total y expresión del máximo amor que puede darse en el presente eón, se convierte así en preciosa y hermosa. Lo horrososo, como es la muerte, transformada así en lo más hermoso que puede darse a este lado del mundo. 

Por ella nos redimió Jesucristo del pecado e hizo posible, a su vez, que nuestra muerte tuviera -ahora- un sentido, si es que estamos verdaderamente unidos con Él por la gracia. Nuestra muerte y nuestra vida, todo cuanto somos y tenemos le pertenece: "Si vivimos para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Porque ya vivamos, ya muramos, somos del Señor" (Rom 14, 8).


Y esta realidad no nos hunde en la nada ni nos aniquila sino que nos hace vivir conforme a lo que realmente somos. Nuestra identidad como personas no se pierde sino que, por el contrario, nos sentimos más plenamente realizados en tanto en cuanto vivimos y estamos más unidos a Jesús. Y no solo nos "sentimos" realizados sino que "realmente" lo estamos. En Él somos más "nosotros mismos", vivimos una vida más real y vivimos en la Verdad, una verdad que nos dice que formamos con Él un solo Cuerpo: "Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y que lo seamos!" (1 Jn 3,1). 


(Continuará)

sábado, 8 de agosto de 2015

La responsabilidad de la propia vida y la confianza en Dios [José Martí]


Yo respondo de mi vida. Nadie puede hacerlo por mí ni yo puedo hacerlo por nadie. 

El hacer rendir los talentos que he recibido, superando cualquier tipo de dificultades que me surjan -que surgirán- es esencial si no quiero malograr mi vida. La responsabilidad de mi vida es sólo mía y no puedo descargarla sobre ninguna otra persona.


Todo el mundo recibe influencias de los demás, desde muy niños: de sus padres, de sus amigos y no tan amigos, etc. Unas son de signo positivo y otras, en cambio, son negativas. De lo que se trata es de saber seleccionar entre ellas y aprender. 


Y, aunque sea una tarea dificultosa y llena de inconvenientes, que supone tomar, a veces, decisiones muy fuertes, es fundamental llevarla a cabo si no se quiere acabar en una existencia frustrada. Por otra parte, es también el único modo de poder, luego, ejercer una influencia favorable y beneficiosa en la gente que se relacione con nosotros.


Todos tenemos problemas muy parecidos. Y el respeto hacia uno mismo es esencial, es el paso previo para poder respetar y apreciar de verdad a los demás. 


Ante las dificultades que vengan no hay que esconderse y adoptar la postura del avestruz. No hay que rehuir los problemas, sino mirarlos de frente, enfrentarse a ellos ... Sin miedo. Tenemos capacidad para eso y para mucho más.


Y no debe importarnos el hecho de que, anteriormente, por las razones que sean, no se haya procedido así. Simplemente se eligió mal, se optó por lo peor, se prefirió la huída y la cobardía. Afortunadamente, el hombre es un ser que se hace y que puede volver sobre sus pasos en cualquier momento de su vida, si se lo propone con seriedad, con gran seriedad, sabiendo que es mucho lo que está en juego y lo que depende de la decisión que tome.


Ello puede suponer una lucha hasta la sangre (cfr Heb 1, 4) contra todo el lastre que ha dejado en nosotros nuestra anterior vida. Sigue siendo una gran verdad que "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34) pues así es como nos encontramos, como realmente esclavos, pues lo somos, a consecuencia del pecado: incapaces de salir de la triste situación en la que hemos caído por nuestras decisiones libres y equivocadas tomadas en el pasado.


La lucha debe de ser "a muerte", sin concesiones de ningún tipo, con radicalidad ... y, al mismo tiempo, con esperanza, confiando en la misericordia de Dios, que no desea otra cosa sino que volvamos a Él. Por eso debemos actuar conforme a lo que dice san Pablo, citando el libro de los Proverbios: "Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando seas reprendido por Él; pues el Señor reprende a quien ama y azota a todo el que recibe por hijo" (Heb 12, 5.6)

Si actuamos así, nuestra vida puede dar un gran cambio. Ése es el gran milagro que Dios quiere hacer con nosotros, porque nos ama intensamente, pero espera para ello nuestra colaboración más ardiente.


El estar equivocado es algo negativo. Todo lo que favorezca el salir de una situación de error, sea bienvenido y aplaudido, pues la verdad nunca humilla sino que libera. Eso es lo propio de un hombre que actúe como tal: el amor a la verdad, a la verdad concreta, provenga ésta de donde provenga ... porque, en el fondo, siempre proviene de Dios.


¿Y qué leemos en el Nuevo Testamento? Éstas son palabras de Jesucristo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6). Y en otro lugar, a los judíos que habían creído en Él: "Si permanecéis en mi Palabra, seréis en verdad discípulos míos; conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres" (Jn 16, 32). "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15) pues "no todo el que me dice: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos" (Mt 7, 21).


Cuando Jesús comenzó a predicar así dijo: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). De ahí la importancia de la conversión y del arrepentimientos de nuestros pecados, confesándolos como tales pecados; y no excusándolos nunca. Jamás debemos consentir que la mentira se apodere de nosotros porque de ser así no tendríamos parte con Jesús, que dijo a los judíos, a los que no creían en Él: "¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi Palabra. Vosotros tenéis por padre al Diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio, y no se mantenía en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a Mí, que digo la verdad, no me creéis". (Jn 8, 43-45).


La vida puede ser muy hermosa, pese a los sufrimientos y al dolor, desde que el mismo Dios se ha hecho hombre en Jesucristo y tomando sobre sí el pecado de todos los hombres de todos los tiempos y lugares, nos ha librado de ellos, con su muerte en la Cruz, por amor a nosotros. Es éste un misterio, el misterio de la Cruz que es un escándalo para el mundo y que sólo tiene como explicación algo que es, a su vez, misterioso: el pecado, como "misterio" de iniquidad. 


El horror de la Cruz, al ser asumida por Jesucristo que se hizo un hombre como nosotros, se ha transformado en la gloria de la Cruz, pues ésta ha pasado a ser, desde entonces, la manifestación del máximo amor y, por lo tanto, de la máxima alegría posibles ... en este mundo. Gran misterio es éste, inaccesible a la pura razón "razonadora" y racionalista. 


Entramos en el terreno de la realidad sobrenatural, a la que sólo se accede por la fe ... pero de una auténtica realidad ... ¡aunque no la comprendamos! ¿Cuándo llegaremos a ser conscientes de que no podemos "comprender" el misterio de Dios ni podemos abarcarlo? ¿Por qué no aceptamos que Dios sea Dios y que nosotros somos criaturas suyas? Por inteligentes que seamos no dejamos de ser obra de Dios, manifestado en Jesucristo. Él es quien, al crearnos, nos ha hecho inteligentes. No tenemos el ser por nosotros mismos, sino recibido de Dios. ¿Tan difícil es esto de entender?


Al no aceptar esta realidad tan básica nos hacemos torpes y nos embrutecemos, pues vamos perdiendo nuestra semejanza con ese Dios que nos creó, pero en el que no creemos ... En el pecado llevamos la penitencia.


Si queremos de verdad ser todo lo felices que se puede ser ya en este mundo, es preciso vivir conforme al pensar de Dios que eso, y no otra cosa, es vivir en la realidad "real" (no la inventada por nosotros).  


Afirmar a Dios con todas las fuerzas de nuestro ser, aunque a veces no comprendamos algunas cosas: afirmarlo con nuestra razón, ejercida con libertad, porque es razonable creer en Él ... aunque -a veces- nuestros sentimientos se rebelen. Sí, es preciso optar por la auténtica razón, usándola correctamente, aun a fuer de parecer fríos y sin alma (pues se trata de una actitud activa) en lugar de optar por el sentimiento, como actitud pasiva y sentimentaloide que no produce en nosotros sino la aniquilación de nuestra verdadera personalidad, que es la de "ser en Dios" y no "ser contra Dios" ni "ser nosotros los únicos dioses" porque hemos decidido que Dios no existe.

Estos errores existenciales pasan factura: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. Quien me odia, odia también a mi Padre" (Jn 15, 22-23). Por eso, deberíamos actuar como se dice en esta "poesía" que compuse hace algún tiempo:


Si acaso le dejara
marcar ritmo en mi vida, sin demora,
como Él me señalara,
la vida, desde ahora,
tendría la dulzura de la aurora



jueves, 30 de julio de 2015

Dedicatoria de gratitud al padre Alfonso Gálvez




Le dedico al padre Alfonso esta "poesía", si es que se le puede llamar así, porque pienso que se la puede aplicar a sí mismo, con toda propiedad. Representa lo que ha sido y está siendo su vida, aquello por lo cual se ha consumido y se esta consumiendo:

Bregando sin descanso
mientras cumplo, a tu lado, mi faena …
aguardo, ansioso y manso,
con el alma serena,

compartir, tú y yo, la misma cena.

La inspiración para esta "poesía" surge del reconocimiento y de la gratitud, así como del cariño que siento por el padre Alfonso, con quien me he dirigido espiritualmente durante mi niñez y buena parte de mi juventud. Su influencia en mi vida ha sido decisiva, para conocer al Señor, "de verdad" (lo poquito que lo conozco) y para aprender a quererlo (aunque siempre estoy aprendiendo y nunca acabo de quererlo como Él merece ser querido)

La escucha de sus meditaciones, charlas y homilías me han hecho -y me siguen haciendo- mucho bien ... y lo mismo que a mí, a tantísima gente de buena voluntad que haya tenido la dicha de encontrarse con él o que, al menos, lo hayan escuchado.

Le doy gracias a Dios todos los días por haberlo puesto en mi camino. Poco le puedo ofrecer, a cambio. Pero eso sí: tiene todo mi cariño, mi corazón y mi amistad, además de mis continuas oraciones al Señor por él, de un modo muy especial.

José Martí

martes, 7 de julio de 2015

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (4.5)

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Conviene observar, no obstante, que de no haber respuesta por nuestra parte, no se daría el perfecto Amor. No es suficiente con escuchar su voz, sino que hay que "abrirle la puerta", entregarle nuestro yo, nuestro corazón. Él tiene que ser el todo para nosotros, igual que nosotros lo somos para él. Por eso nos ha hecho libres, porque el amor y la amistad no pueden imponerse. Él desea que lo queramos, pero porque así lo decidimos sin ningún tipo de coacción. La condición esencial para que el Amor y la Amistad entre Él y nosotros sean Perfectos es que hagamos de su Vida la nuestra, de modo que no hagamos lo que queremos, sino lo que Él quiere que hagamos. Ese es el condicional, sin el que no puede darse la amistad verdadera:  "Vosotros sois mis amigos ... si hacéis lo que Yo os mando(Jn 15, 14)


La noche dichosa guía al poeta con la única luz que en su corazón ardía; y lo guía con una seguridad mayor que la que podría proporcionarle la luz del mediodía. Pero, ¿adónde lo guía?

... adonde me esperaba
quien yo bien me sabía

El poeta busca a Dios pero Dios lo está esperando antes a él, con verdaderas ansias ... algo que va más allá de toda imaginación, pero cuya realidad hemos podido constatar: "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20) nos dice San Pablo. O también: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1b). De manera que, por incomprensible que nos parezca, es un hechoconocido por la feque a Dios le interesamosSomos importantes para Él (¡ y hasta qué punto!).

Porque así es: Jesús desea estar a mi lado, porque me quiere. Los que se quieren desean estar juntos y decirse el uno al otro su amor. La luz que guía a la esposa hacia su Amado es más luminosa que la luz del mediodía, como decimos, pero esa luz se manifiesta en la noche oscura del alma, en el sufrimiento, en la cruz, mediante la cual se autentifica el amor que decimos tener al Señor. No hay otro camino. La negación de uno mismo es condición "sine qua non" para que podamos encontrarnos con Jesús, según sus propias palabras dirigidas a nosotros"El que quiera venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y que me siga" (Lc 9, 23).



Por supuesto que, en este camino a recorrer, es necesaria la fe"Sin fe es imposible agradar a Dios, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11,6). Una fe que debemos pedirle continuamente al Señor"Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad" (Mc 9, 24), con la absoluta seguridad de que nos la concederá: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan" (Mt 7, 11). 

En el mundo en el que vivimos, en el que se ha perdido la fe, un mundo que lucha contra Dios y contra todo lo sobrenatural, nuestra petición de fe al Señor debemos hacerla con todas las fuerzas de nuestro ser e insistentemente, porque nadie puede considerarse seguro: "Quien piense estar en pie, mire no caiga" (1 Cor 10, 12). Pero no debemos de tener miedo, pues "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que, con la tentación, os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13).

La situación actual es de apostasía general y esto se da a nivel mundial y cada vez con mayor celeridad, como si hubiese prisa en el mundo por arrojar a Dios de la faz de la tierra. Imposible evitar que se nos pase por la mente aquellas terribles palabras del Señor, relativas al fin de los tiempos: "¿Pensáis que cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe en la tierra?" (Lc 18, 8). Y también estas otras:  "Seréis odiados por todos a causa de mi Nombre" (Lc 21, 17). Todo esto se está cumpliendo.

Frente a lo cual las palabras de Jesús son, como siempre, consoladoras. Y nos llenan de fortaleza. Nos sitúan en la verdad: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). La receta sigue siendo la vigilancia y la oración"Velad, pues, orando en todo tiempo, para que podáis escapar de todo lo que va a suceder, y podáis estar firmes ante el Hijo del Hombre" (Lc 21, 36). 


Por supuesto, la oración ha de ser personal, de tú a tú, en la intimidad"Cuando te pongas a orar entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará" (Mt 6, 6).


Por eso dice el poeta, cuando habla del encuentro con el Señor, que éste tendría lugar ...



... en sitio donde nadie aparecía.

Solamente en la intimidad de la oración -y, si puede ser, preferentemente, junto al Sagrario- en el recogimiento, donde nada nos perturbe en nuestro diálogo con el Señor, sólo ahí será posible el encuentro con Jesús: un encuentro dichoso. Dichoso para nosotros y también dichoso para Él"Mi alegría es estar con los hijos de los hombres" (Prov 8, 31). 

En realidad de verdad esto es lo único que importa. Todo lo que no sea amar a Dios y dejarse amar por Él, en una relación de intimidad amorosa y recíproca, es una pérdida de tiempo. La mayor desgracia del hombre de hoy es que no conoce a Jesucristo. Y ni el mundo, y ni siquiera la Iglesia (en algunos casos) están por la labor de darlo a conocer. El rechazo de Dios, que existe hoy a niveles insospechados, se debe al hecho innegable del rechazo de Jesucristo. Una vida sin Jesucristo es una vida perdida, una vida en la que falta lo más importante, lo esencial, que es el Amor. El vacío y la tristeza que consume a este mundo está íntimamente relacionado con el desconocimiento y el rechazo de Jesucristo en la sociedad actual. En el pecado se lleva la penitencia.

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (4.4)

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3.1
3.2
3.3
4.1
4.2
4.3
4.4
4.5
5 a 8

4. Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.

En realidad de verdad, la poesía (la "verdadera" poesía, como es ésta de San Juan de la Cruz) no puede explicarse. Todo intento de hacerlo está destinado al fracaso (incluso la interpretación que el propio San Juan de la Cruz hace de su propia poesía, también). Parece como si una vez que ha salido a la luz, para que todos puedan enriquecerse con su lectura, entonces la poesía adquiere vida propia ... Y la vida no puede definirse, no puede encerrarse en los estrechos límites de las palabras, por hermosas que éstas sean. 


La poesía de San Juan de la Cruz es un canto bello y amoroso a Jesucristo; aunque -todo hay que decirlo- la propia poesía, que en sí misma es sublime, se queda a años-luz de lo que el poeta querría explicar, a los demás y a sí mismo, es decir, la realidad del Amor de Dios.

Lo sublime está más allá de nuestras posibilidades de captación. El Amor, que se identifica con Dios: "Dios es Amor" (1 Jn 4,8) no puede ser apresado por nadie [ y esto vale incluso para el mero amor humano, pues el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios]. Dios está muy por encima de nuestros conceptos o imágenes ... Pero una vez que este Amor se ha manifestado a los hombres en Jesucristo ... ¡y lo hemos podido ver y tocar! (cfr 1 Jn 1-4) ... desde entonces Dios no es ya Algo abstracto, como pensaban los filósofos, sino que es Alguien y, además, un Alguien que, desde la venida de Jesucristo al mundo, no nos es ya inaccesible, pues "Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo nos lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18). 

"Sabemos -continúa diciendo san Juan en otro lugar- que vino el Hijo de Dios y nos dió entendimiento para que conociéramos al que es Verdadero. Y nosotros estamos en el que es Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la Vida eterna" (1 Jn 5, 20).



¿Por qué actuó Dios así? ¿Por qué se hizo hombre? Misterio de los misterios y, por lo tanto, incomprensible ... Sin embargo, es completamente real. La respuesta tiene un nombre, y es ésta: por Amor. En Jesucristo se ha revelado el Amor de Dios por nosotros: Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdaderoSiendo Dios como era, la segunda Persona de la Santísima Trinidad (el Hijo) obediente a su Padre, tomó nuestra naturaleza humana en el seno virginal de María y se hizo uno de nosotros, "en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Heb 5, 15).

Muchas cosas dijo e hizo Jesús a lo largo de sus tres años de vida pública. Pero lo más admirable de todo es que la razón fundamental que le llevó a actuar así es para conseguir nuestro amor. Su Amor hacia nosotros era una realidad, pero desconocida. Se trataba de un Amor incompleto, por decirlo de alguna manera, en el sentido de que tal Amor no podía ser correspondido por el hombre, de ninguna de las maneras: el amor se da entre iguales y, además, requiere de los sentidos, por nuestra parte: No tenemos otro modo de poder amar. 

Pero, ¿cómo íbamos a amar a Dios, a quien nadie ha visto jamás? Y es aquí donde interviene Dios, de modo ciertamente incomprensible e inimaginable. Él quiere ser nuestro Amigo (de cada uno en particular). Por eso toma nuestra naturaleza humana y se hace un niño, para que podamos besarlo y abrazarlo ... y quererlo, en una palabra, lo que de otro modo hubiera sido imposible.


 "Ya no os llamo siervos ... sino amigos" (Jn 15, 15), nos dijo, enseñándonos aquello en lo que consiste la verdadera amistad y el verdadero amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos ..." (Jn 15, 13-14a) 

Por otra parte, el verdadero amor supone siempre la reciprocidad entre los amantes.La amistad, al igual que el amor, se manifiestan como auténticos en la reciprocidad: yo para tí y tú para mí

Así lo encontramos en el Cantar de los cantares, en donde el Esposo (Jesús) dice a la esposa (cada uno de nosotros): "Dame a ver tu rostro, dame a oír tu voz, que tu voz es suave y es amable tu rostro" (Cant 2, 14). Eso es lo que Dios quiere con relación a nosotros: nuestro amor, nuestra amistad. Y nuestra respuesta no puede -no debería- ser otra que la de la esposa del Cantar: "Yo soy para mi Amado y a mí tienden todos sus anhelos" (Cant 7, 11).  "Mi Amado es para mí y yo para Él " (Cant 2, 16). 

Jesús, además de ser nuestro Dios, nuestro Creador, nuestro Señor, desea ser -sobre todo- nuestro Amigo y nos lo hace saber con súplicas, dirigidas a lo más hondo de nuestro corazón: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). No dice cenaremos juntos, sino Yo con él y él conmigo, indicando así la atmósfera de intimidad que Dios quiere que exista entre Él y nosotros, una atmósfera propia de los que están enamorados. Eso -y no otra cosa- es lo que Él nos está pidiendo a cada uno: nuestro yo, nuestra persona, nuestro corazón.
(Continuará)