jueves, 19 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [2 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943



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12.  Al meditar esta doctrina, Nos vienen, desde luego, a la mente las palabras del Apóstol: Donde abundó el pecado, allí sobreabundó la gracia [Rom 5,20]. Consta, en efecto, que el padre del género humano fue colocado por Dios en tan excelsa condición que habría de comunicar a sus descendientes, junto con la vida terrena, la vida sobrenatural de la gracia. Pero, después de la miserable caída de Adán, todo el género humano, viciado con la mancha original, perdió la participación de la naturaleza divina [ 2 Pet. 1, 4. ] y quedamos todos convertidos en hijos de ira.[Ef 2, 3]

Mas el misericordiosísimo Dios, de tal modo amó al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito [Jn 3, 16], y el Verbo del Padre Eterno, con aquel mismo único divino amor, asumió de la descendencia de Adán la naturaleza humana, pero inocente y exenta de toda mancha, para que del nuevo y celestial Adán se derivase la gracia del Espíritu Santo a todos los hijos del primer padre; los cuales, habiendo sido por el pecado del primer hombre privados de la adoptiva filiación divina, hechos ya por el Verbo Encarnado hermanos, según la carne, del Hijo Unigénito de Dios, recibieran el poder de llegar a ser hijos de Dios  [Jn 1, 12].

Y por esto Cristo Jesús, pendiente de la cruz, no sólo resarció a la justicia violada del Eterno Padre, sino que nos mereció, además, como a consanguíneos suyos, una abundancia inefable de gracias. Y bien pudiera, en verdad, haberla repartido directamente por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran los hombres, para que todos cooperasen, con El y por medio de aquélla, a comunicarse mutuamente los divinos frutos de la Redención. Porque así como el Verbo de Dios, para redimir a los hombres con sus dolores y tormentos, quiso valerse de nuestra naturaleza, de modo parecido en el decurso de los siglos se vale de su Iglesia para perpetuar la obra comenzada [Concilio Vaticano, Constitución de Ecclesia, pról. También  puede verse Mc 16, 15; Mt 16, 19; Col 1, 20].

13. Ahora bien: para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo -que es la Iglesia santa, católica, apostólica, Romana [Const. de fide cath, c.1] nada hay más noble, nada más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo místico de Cristo; expresión que brota y aun germina de todo lo que en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres frecuentemente se enseña.

14. Que la Iglesia es un cuerpo lo dice muchas veces el sagrado texto. Cristo -dice el Apóstol- es la cabeza del cuerpo de la Iglesia [13] [Col 1, 18,1 Cor 12, 27; Ef 1, 22-23]. Ahora bien; si la Iglesia es un cuerpo, necesariamente ha de ser uno e indiviso, según aquello de San Pablo: Muchos formamos en Cristo un solo cuerpo [Rom 12, 5;1 Cor 12, 12]. Y no solamente debe ser uno e indiviso, sino también algo concreto y claramente visible, como en su encíclica Satis cognitum afirma Nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria: Por lo mismo que es cuerpo, la Iglesia se ve con los ojos.[Cf. A.A.S., XXVIII, p. 710] Por lo cual se apartan de la verdad divina aquellos que se forjan la Iglesia de tal manera que no pueda ni tocarse ni verse, siendo solamente un ser pneumático, como dicen, en el que muchas comunidades de cristianos, aunque separadas mutuamente en la fe, se junten, sin embargo, por un lazo invisible.

15. Mas el cuerpo necesita también multitud de miembros, que de tal manera estén trabados entre sí, que mutuamente se auxilien. Y así como en este nuestro organismo mortal, cuando un miembro sufre, todos los otros sufren también con él, y los sanos prestan socorro a los enfermos, así también en la Iglesia los diversos miembros no viven únicamente para sí mismos, sino que ayudan también a los demás, y se ayudan unos a otros, ya para mutuo alivio, ya también para edificación cada vez mayor de todo el cuerpo.

16. Además de eso, así como en la naturaleza no basta cualquier aglomeración de miembros para constituir el cuerpo, sino que necesariamente ha de estar dotado de los que llaman órganos, esto es, de miembros que no ejercen la misma función, pero están dispuestos en un orden conveniente; así la Iglesia ha de llamarse Cuerpo, principalmente por razón de estar formada por una recta y bien proporcionada armonía y trabazón de sus partes, y provista de diversos miembros que convenientemente se corresponden los unos a los otros. Ni es otra la manera como el Apóstol describe a la Iglesia cuando dice: Así como… en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, mas no todos los miembros tienen una misma función, así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros [Rom 12, 4; 1 Cor 12, 12].

17. Mas en manera alguna se ha de pensar que esta estructura ordenada u orgánica del Cuerpo de la Iglesia, se limita o reduce solamente a los grados de la jerarquía; o que, como dice la sentencia contraria, consta solamente de los carismáticos, los cuales, dotados de dones prodigiosos, nunca han de faltar en la Iglesia. Se ha de tener, eso sí, por cosa absolutamente cierta, que los que en este Cuerpo poseen la sagrada potestad, son los miembros primarios y principales, puesto que por medio de ellos, según el mandato mismo del Divino Redentor, se perpetúan los oficios de Cristo, doctor, rey y sacerdote.

Sin embargo, con toda razón los Padres de la Iglesia, cuando encomian los ministerios, los grados, las profesiones, los estados, los órdenes, los oficios de este Cuerpo, no tienen sólo ante los ojos a los que han sido iniciados en las sagradas órdenes; sino también a todos los que, habiendo abrazado los consejos evangélicos, llevan una vida de trabajo entre los hombres, o escondida en el silencio, o bien se esfuerzan por unir ambas cosas según su profesión; y no menos a los que, aun viviendo en el siglo, se dedican con actividad a las obras de misericordia en favor de las almas, o de los cuerpos, así como también a aquellos que viven unidos en casto matrimonio. Más aún, se ha de advertir que, sobre todo en las presentes circunstancias, los padres y madres de familia y los padrinos y madrinas de bautismo, y, especialmente, los seglares que prestan su cooperación a la jerarquía eclesiástica para dilatar el reino del Divino Redentor tienen en la sociedad cristiana un puesto honorífico, aunque muchas veces humilde, y que también ellos, con el favor y ayuda de Dios, pueden subir a la cumbre de la santidad, que nunca ha de faltar en la Iglesia, según las promesas de Jesucristo.

18. Y así como el cuerpo humano se ve dotado de sus propios recursos con los que atiende a la vida, a la salud y al desarrollo de sí y de sus miembros, del mismo modo el Salvador del género humano, por su infinita bondad, proveyó maravillosamente a su Cuerpo místico, enriqueciéndole con los sacramentos, por los que los miembros, como gradualmente y sin interrupción, fueran sustentados desde la cuna hasta el último suspiro, y asimismo se atendiera abundantísimamente a las necesidades sociales de todo el Cuerpo.

En efecto, por medio de las aguas purificadoras del Bautismo, los que nacen a esta vida mortal no solamente renacen de la muerte del pecado y quedan constituidos en miembros de la Iglesia, sino que, además, sellados con un carácter espiritual, se tornan capaces y aptos para recibir todos los otros sacramentos. Por otra parte, con el crisma de la Confirmación se da a los creyentes nueva fortaleza, para que valientemente amparen y defiendan a la Madre Iglesia y la fe que de ella recibieron. A su vez, con el Sacramento de la Penitencia se ofrece a los miembros de la Iglesia caídos en pecado una medicina saludable, no solamente para mirar por la salud de sí mismos, sino aun también para apartar de otros miembros del Cuerpo místico el peligro de contagio, e incluso para proporcionarles un estímulo y ejemplo de virtud.

19. Y no es esto sólo: ya que, por la sagrada Eucaristía, los fieles se nutren y robustecen con un mismo manjar y se unen entre sí y con la Cabeza de todo el Cuerpo por medio de un inefable y divino vínculo. Y, por último, por lo que hace a los enfermos en trance de muerte, viene en su ayuda la piadosa Madre Iglesia, la cual por medio de la Sagrada Unción de los enfermos, si, por disposición divina, no siempre les concede la salud de este cuerpo mortal, da a lo menos a las almas enfermas la medicina celestial, para trasladar al Cielo nuevos ciudadanos -nuevos protectores para aquélla-, que gocen de la bondad divina por todos los siglos.

20. De un modo especial proveyó, además, Cristo a las necesidades sociales de la Iglesia por medio de dos sacramentos instituidos por Él. Pues por el Matrimonio, en el que los cónyuges son mutuamente ministros de la gracia, se atiende al ordenado y exterior aumento de la comunidad cristiana, y, lo que es más, también a la recta y religiosa educación de la prole, sin la cual correría gravísimo riesgo el Cuerpo místico. Y con el Orden sagrado se dedican y consagran a Dios los que han de inmolar la Víctima Eucarística, los que han de nutrir al pueblo fiel con el Pan de los Ángeles y con el manjar de la doctrina, los que han de dirigirle con los preceptos y consejos divinos, los que, finalmente, han de confirmarle con los demás dones celestiales.

21. Respecto a lo cual procede advertir que, así como Dios, al principio del tiempo, dotó al hombre de riquísimos medios corporales para que sujetara a su dominio todas las cosas creadas, y para que multiplicándose llenara la tierra, así también en el comienzo de la era cristiana proveyó a su Iglesia de todos los recursos necesarios, para que, superados casi innumerables peligros, no sólo llenara todo el orbe, sino también el reino de los cielos.


22. Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía. Ni la vida se aleja completamente de aquellos que, aun cuando hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando y, por lo tanto, se hayan hecho incapaces de mérito sobrenatural, retienen, sin embargo, la fe y esperanza cristianas, e iluminados por una luz celestial son movidos por las internas inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo a concebir en sí un saludable temor, y excitados por Dios a orar y a arrepentirse de su caída.


23. Ni puede pensarse que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el tiempo de esta peregrinación terrenal, conste únicamente de miembros eminentes en santidad, o se forme solamente por la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna. Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite. [Mt 18, 17]

24. Aborrezcan todos, pues, el pecado, con el cual quedan mancillados los miembros del Redentor; pero, quien miserablemente hubiere pecado, y no se hubiere hecho indigno por la contumacia de la comunión de los fieles, sea recibido con sumo amor, y con una activa caridad véase en él un miembro enfermo de Jesucristo. Pues vale más, como advierte el Obispo de Hipona, que se sanen permaneciendo en el cuerpo de la Iglesia, que no que sean cortados de él como miembros incurables [August., Epist., CLVII, 3, 22: Migne, P.L. XXXIII, 686] Porque no es desesperada la curación de lo que aun está unido al cuerpo, mientras que lo que hubiere sido amputado no puede ser ni curado ni sanado.[
August., Serm., CXXXVII, 1, 22: Migne, P.L. XXXVIII, 754]
Continuará
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