lunes, 25 de marzo de 2013

EL CAMBIO ES POSIBLE (3 de 5) [José Martí]

Ciertamente el cambio es posible, pero esto no significa que sea sencillo o que sea fácil. Todo lo contrario. Es más: si, como creo, estoy en lo cierto, tal cambio, humanamente hablando, sería imposible. ¿Por qué digo esto? Hablo así no llevado de razonamientos meramente teóricos, sino basado en una experiencia secular: la historia es una buena maestra en este sentido, como en tantos otros. En teoría no habría ningún problema en que tal cambio se produjera. Pero el hecho es que raramente se produce. Como hemos dicho, cada persona se va forjando a sí misma en un determinado sentido a lo largo de su vida, mediante la toma de decisiones personales libres; observar a una persona es observar, en cierto modo, toda su trayectoria vital. Somos, aquí y ahora, lo que hemos decidido ser y hemos ido llevando a cabo en nuestra vida, un día tras otro. Esto no se puede cambiar. Lo que ha sido, ha sido.

El problema se plantea cuando ese "lo que ha sido" no ha sido, precisamente, ejemplar. Más bien, todo lo contrario. ¿Es posible que una persona que se ha ido dejando dominar, poco a poco, por sus pasiones, por sus apetencias, por su dejadez, por su avaricia, por su afán de poder ... y otras cosas por el estilo, de pronto se vea libre de ese dominio... un dominio que, por otra parte, él mismo ha buscado, siendo consciente de lo que estaba haciendo? Tal vez, tal vez sea "posible". Se han dado algunoscasos en la historia en los que así ha ocurrido. Pero han sido casos muy excepcionales, como veremos. No es lo corriente. Lo habitual es, más bien, aquello de "genio y figura hasta la sepultura".


¿Significa esto que estamos determinados? ¿Y que no somos libres para cambiar y ser de otra manera? Genéticamente, es indiscutible que estamos determinados: "somos como somos", pero no nos estamos refiriendo aquí a ese tipo de cambio que, obviamente, no es posible. Tomada la palabra cambioen un sentido más amplio, al menos teóricamente, somos libres para cambiar. De hecho, eso es lo que ocurre cuando el hombre se propone metas y las va llevando a cabo a lo largo de su vida... va cambiando, se va desarrollando. ¡Y esto es bueno y necesario!... Se va configurando como persona, en el recto sentido de la palabra persona.


Ahora bien: ¿Nos vamos configurando siempre como personas en todas nuestras acciones? La respuesta es contundente: ¡No! Eso sería lo ideal. Lamentablemente, nos encontramos, (con demasiada frecuencia) con personas cuya "configuración" como tales personas, como seres creados por Dios a su imagen y semejanza, deja mucho que desear: vagos, egoístas, avaros, corruptos, que sólo piensan en medrar, ladrones, lujuriosos, mentirosos, incapaces de hacer nada bueno por los demás, dados al alcohol o a la droga, desleales, etc... Pues justamente es a estos casos a los que yo me refiero en este escrito. Las personas que así son, ¿pueden cambiar? ¿O están también determinadas?

La verdad es que, a poco que se piense, y visto lo visto, considerando los casos que conocemos (o bien personalmente, o bien por la historia) la experiencia nos lleva a concluir que tales personas "no tienen remedio". ¿Es acaso Dios injusto por consentir que eso ocurra? Bueno, lo primero de todo sería distinguir entre permitir y querer: Dios permite el mal pero no lo quiere.  Así aparece en la Biblia, en donde se dice claramente que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Dios no quiere que nadie se condene: "La voluntad de Dios es vuestra santificación" (1 Tes 4,3)



La voluntad de Dios con relación a nosotros es muy clara: que nos santifiquemos, que nos salvemos y que estemos con Él. Pero, y esto lo sabemos muy bien, Él no obliga a nadie a que lo quiera. Su Amor se nos brinda, pero no se nos impone, porque el Amor que nos ofrece espera ser correspondido. La reciprocidad es una nota esencial del verdadero amor: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. SI ALGUNO ESCUCHA MI VOZ, Y ABRE LA PUERTA, Yo entraré a él, y cenaré con él, y él cenará conmigo" (Ap 3,20). La ternura del Amor de Dios hacia cada uno de nosotros es indescriptible. Dios ha querido necesitar de nosotros. Y, por lo tanto, realmente nos necesita, necesita de nuestro amor, igual que nosotros necesitamos del suyo. Y  es por eso que, siendo Dios, se ha hecho un niño, para que podamos responderle en reciprocidad total de amor, lo que sería imposible si Él no se hubiera hecho, verdaderamente, uno de nosotros. Dios ha querido hacer suya nuestra vida para que nosotros hagamos nuestra Su Vida. Pero todo ello en perfecta libertad, sin ningún tipo de imposiciones. No nos obliga: "Si alguno escucha mi voz..." (Ap 3,20)

Y es aquí donde aparece el tremendo misterio del pecado. El hombre reniega de Dios, no quiere saber nada de su Amor: "Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). "En Él estaba la Vida, y la Vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron" (1 Jn 4-5). Recordemos, por ejemplo, la escena en la que cuando Pilato les dijo a los judíos: "Aquí está vuestro Rey" ellos gritaron: "¡Fuera, fuera, crucíficalo!". Y cómo cuando les dijo: "¿A vuestro Rey voy a crucificar?", los príncipes de los sacerdotes le respondieron: "No tenemos más rey que al César". Y fue entonces cuando Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran. (Jn 19, 14-16)



Dios no es injusto. El problema no es de Dios, sino nuestro. El nos quiere y desea que nos salvemos, y que estemos a su lado, porque nos quiere. Y esto hasta el extremo de dar su Vida por nosotros para que, SI QUEREMOS, podamos también salvarnos. No puede haber un amor mayor: "Nadie tiene amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Y Él la dio, voluntariamente, por todos nosotros, y además una muerte de Cruz. Pero nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Somos sensibles al hecho maravilloso del Amor que Él nos tiene y le correspondemos también amándole o más bien nos tiene sin cuidado lo que Él hizo por nosotros y pasamos de Él y no queremos saber nada de su Amor?  

Parece ser que es esto último lo que está ocurriendo hoy en día, y además de un modo alarmante. El mundo entero le ha declarado la guerra a Dios. Rechaza su Amor. Pues bien: dado que el Amor no se puede imponer, aun queriéndonos Dios como nos quiere, por el inmenso respeto que tiene por nuestra libertad (una libertad que Él mismo nos ha dado para que hagamos un recto uso de ella), nos deja en nuestras propias manos... nos deja solos, sencillamente. Ése es, en verdad, nuestro mayor castigo... un castigo del que somos nosotros mismos los únicos responsables. Y es de aquí de donde se derivan los males que hoy estamos  padeciendo: todos ellos son una consecuencia clara y directa de nuestros pecados...


Y ciertamente son permitidospor Dios (¡pues nada puede ocurrir si Él no lo permite!), pero no queridos por Él: "Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en Mí no quede en tinieblas... Yo no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (Jn 12, 46-47). "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero quien rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él" (Jn 3,36). Dios ha hecho posible que podamos salvarnos, en su Hijo y con su Hijo, pero, porque es Amor, ha querido contar con nosotros en ese proceso de salvación: no obliga a nadie a permanecer junto a Él, que en eso consiste la salvación; de modo que no todo el mundo se salvará, sino sólo aquellos que deseen salvarse. Dios no nos impone su salvación, que es lo mismo que decir que no nos impone su Amor, aunque no desea otra cosa para nosotros. El que no cree en Él ni quiere tener nada con Él, se queda fuera. No es Dios quien lo juzga. Es el propio hombre el que decide quedarse fuera, el que renuncia a su salvación.

De lo que venimos diciendo queda claro que el cambio al que me estoy refiriendo, en todo momento, es lo que se llama conversión. Todos tenemos necesidad de convertirnos. Y todos podemos cambiar, si queremos. Tan solo es necesario abrir nuestro corazón al Amor de Dios, manifestado en Jesucristo, quien dijo de Sí mismo, con relación a nosotros: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Reconocer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos; y confiar en Jesús, confiar en todo lo que Él dijo: "las palabras que os he hablado son espíritu y son vida" (Jn 6,63). "Yo no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores" (Lc 5,32).Y actuar conforme a las palabras del salmo 95: "¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95, 8). Si procedemos así, el cambio es posible... ¡y seguro!... pues tenemos su Palabra:  "Un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias" (Sal 51,19).


En cambio, para las personas que rechazan abiertamente a Dios, esto es, a Jesucristo, y no quieren saber nada de Él ni de sus Leyes, ni oír de su Amor por ellos, para las personas que no confiesan sus pecados y se arrepienten de ellos, entre otras cosas porque no creen que tales pecados existan, para las personas que consideran que son ellos los únicos que deciden lo que está bien y lo que está mal, para los que son así y no quieren oír, en absoluto, de cambio o de conversión, para ellos el cambio es imposible.

Es más: en estos casos, ni siquiera Dios, aun siendo Dios, podría cambiarlos, aunque quisiera. Dios no puede imponer a nadie su Amor; si tal hiciera no podría hablarse ya de amor, pues la libertad y la reciprocidad son las señas propias del amor. Si éstas no se dan, es que sencillamente no hay amor. Y las relaciones con Dios o son relaciones de amor o no son nada, pues "Dios es Amor" (1 Jn 4,8). ¡Hasta tal extremo Dios se ha hecho "impotente" con relación a nosotros: hasta el extremo de no poder salvarnos, aunque quisiera, y esto tan solo porque verdadero es su Amor para con nosotros!



Recordemos que esto ya nos ha sido anunciado por el Señor:  "En verdad os digo que todo se les perdonará a los hijos de los hombres: los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reto de delito eterno" (Mc 3,29). O también: "A todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará" (Lc 12, 10).Pero, no lo olvidemos ¿qué son los pecados contra el Espíritu Santo sino pecados contra el mismo corazón de Dios, que es Amor? Imposible entrar en el Amor de Dios obligados; imposible entrar en el Amor de Dios rechazandoese Amor. Imposible que en el mismo Dios, que es todo Amor, haya un rechazo de ese mismo Amor: ¡imposibilidad metafísica! Dios no puede ser Dios (¡todo Amor!) y simultáneamente ¡no ser Amor! (es decir, dejar de ser Dios), lo que ocurriría si alguien que odia a Dios, estuviera en el mismo seno de Dios.

Claro que... existen los milagros... ¡en esta vida!

(Continuará)