lunes, 3 de marzo de 2014

La nueva criatura [José Martí]

Según San Pablo, Jesucristo "murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí sino para Aquél que por ellos murió y resucitó" (2 Cor 5, 15); de modo que "si uno murió por todos, todos murieron" (2 Cor 5,14). Por eso dice: "habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Ya no tenemos vida propia. O mejor, nuestra vida es realmente nuestra verdadera vida cuando no es nuestra, sino que se la hemos entregado completamente a Él, cuando estamos unidos a Jesucristo por su Espíritu, que es el Espíritu Santo (lo que es pura gracia); entonces su Vida es también la nuestra: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6, 19). "Por tanto, si uno está en Cristo es nueva criatura. Lo antiguo pasó: todo se ha hecho nuevo" (2 Cor 5,17). "Nada vale... sino la nueva criatura" (Gal 6,15)

Lo que dice San Pablo no es sino otro modo de expresar lo que dijo Jesús en la oración sacerdotal hablando con su Padre y refiriéndose a sus discípulos: "Ellos no son del mundo, como Yo no soy del mundo" (Jn 17,16). Y prosigue: "Como me enviaste al mundo así Yo los he enviado al mundo" (Jn 17, 18). "Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo, y Yo voy a Tí" (Jn 17, 11a). Sin embargo, no los deja solos (no nos deja solos): "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20b) y los consuela (nos consuela) con su Palabra: "En el mundo tendréis tribulación; pero CONFIAD: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). 


Los discípulos de Jesús tienen (tenemos) la misión de hacerle presente en toda la faz de la tierra: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28,19-20a). Él se va: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Pero nos deja con la esperanza y la seguridad de su venida, de su segunda y definitiva Venida, la que tendrá lugar al final de los tiempos: "Vosotros ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría" (Jn 16,33). Por eso no debemos  (¡no podemos!) estar tristes: "Os digo la verdad: OS CONVIENE QUE ME VAYA, porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16, 7). 




Los cristianos no son del mundo, puesto que son miembros del Cuerpo Místico de Cristo;  y Cristo no es del mundo: "Yo no soy de este mundo" (Jn 8,23 b). Y a sus discípulos les dice: "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como NO SOIS DEL MUNDO, SINO QUE YO OS ESCOGÍ DEL MUNDO, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 19).  Él es la Cabeza y nuestro destino es el de configurarnos con Él en un solo Cuerpo, una labor que supone toda una vida, una vida que tiene que desarrollarse mediante la fidelidad a Sus palabras, si es que de verdad queremos ser sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y que me siga. Pues quien quiera salvar su vida la perderá; mas quien pierda su vida por Mí, ése la encontrará" (Mt 16, 24-25; Lc 9, 23-24). Ese es el sentido de la vida cristiana: la identificación con Jesucristo, una identificación que pasa por la muerte como la máxima manifestación posible de amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Y Jesucristo, "sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos, que estaban en el mundo, LOS AMÓ HASTA EL FIN" (Jn 13,1). Jesús nos amó hasta el fin en intensidad; y hasta el fin, en el sentido de entregar su vida por completo, por amor a nosotros, para salvarnos. No cabe un amor mayor.

Todo lo que no sea amarle (y dejarse amar por Él) es una verdadera pérdida de tiempo. El amor siempre produce fruto, pero en el presente eón tal fruto es imposible sin el sacrificio de uno mismo, para vivir en nosotros la Pasión del Señor. Recordemos sus Palabras: "Os lo aseguro: si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto" (Mt 12,24). ¿A qué fruto se refiere el Señor? Él mismo nos da la respuesta: "El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5b). Hablar más claro es imposible. El Señor no se anda con paños calientes. Sus palabras no son ambiguas. Lo que dice es lo que quiere decir. Y añade: "En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos" (Jn 15,8). 


San Pablo, como buen discípulo de Jesús, tenía muy clara esta idea, tanto para sí mismo, cuando decía: "Con Cristo estoy crucificado; y VIVO, PERO NO YO, sino que ES CRISTO QUIEN VIVE EN MÍ" (Gal 2, 19b-20), como también para todos aquellos a quienes evangelizaba: "Hijitos míos, por quienes SUFRO de nuevo dolores de parto HASTA QUE CRISTO SE FORME EN VOSOTROS" (Gal 4,19). 


Y así es: es el mismo Jesús quien, a través de los cristianos (y de un modo especial a través de sus sacerdotes), está presente en este mundo. La gente tendría que ver a Jesús en un cristiano que lo fuese de veras; o mejor, que intentase vivir la vida de Cristo en su propia vida, pues ¿quién se atreve a considerarse un buen cristiano?: "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Mc 10, 18b); pero, al menos, que se vea que luchamos, día a día y minuto a minuto, por asemejarnos a Jesús y ser también luz del mundo, como Él lo fue: "Yo soy la luz del mundo; QUIEN ME SIGUE no andará en tinieblas, sino que TENDRÁ LA LUZ DE LA VIDA" (Jn 8,12). Esa es nuestra misión en el mundo (no tenemos otra) en conformidad con el mandato que Él mismo nos dio: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). "Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5,16). Y esto sólo será posible si nuestra vida se asemeja a la suya, si vivimos conforme a su Voluntad, rogándole que nos conceda su Espíritu para que seamos capaces de esta labor que nos sobrepasa, que es sobrehumana, a menos que Él acuda en nuestra ayuda... Pero, ¿cómo no va a acudir si nos amó hasta dar su Vida por nosotros? Tenemos la seguridad de su ayuda, porque tenemos la seguridad de su amor. Tan solo tenemos que pedírselo. Y Él, que no desea otra cosa que nuestro amor, nos lo concederá: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24). Y en otro lugar: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?" (Lc 11,13)