jueves, 26 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [3 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943


26. Al querer exponer brevemente cómo Cristo fundó su cuerpo social, Nos viene ante todo a la mente esta frase de Nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria: La Iglesia, que, ya concebida, nació del mismo costado del segundo Adán, como dormido en la Cruz, apareció a la luz del mundo de una manera espléndida por vez primera el día faustísimo de Pentecostés 
[ LÉON XIII, Lettre encyclique Divinum illud du 9 mai 1897. ASS XXIX (1897) 649. Cf. SVS n. 9]. Porque el Divino Redentor comenzó la edificación del místico templo de la Iglesia cuando con su predicación expuso sus enseñanzas; la consumó cuando pendió de la Cruz glorificado; y, finalmente, la manifestó y promulgó cuando de manera visible envió el Espíritu Paráclito sobre sus discípulos.

27. En efecto, mientras cumplía su misión de predicar, elegía a los Apóstoles, enviándolos, así como El había sido enviado por el Padre [cfr Jn 17, 18], a saber, como maestros, jefes y santificadores en la comunidad de los creyentes; les nombraba el Príncipe de ellos y Vicario suyo [de Cristo] en la tierra [cfr. Mt 26, 18, 19], y les manifestaba todas las cosas que había oído al Padre [Jn 15, 15; Jn 17, 8.14]; establecía, además, el Bautismo [Jn 3, 5], con el cual los futuros creyentes se habían de unir al Cuerpo de la Iglesia; y, finalmente, al llegar el ocaso de su vida, celebrando la última cena, instituía la Eucaristía, admirable sacrificio y admirable sacramento.

28. Los testimonios incesantes de los Santos Padres, al atestiguar que en el patíbulo de la Cruz consumó su obra, enseñan que la Iglesia nació -en la Cruz- del costado del Salvador, como una nueva Eva, madre de todos los vivientes [Gen 3, 20]. Dice el gran Ambrosio, tratando del costado abierto de Cristo: Y ahora se edifica, ahora se forma, ahora… se figura, y ahora se crea…, ahora se levanta la casa espiritual para constituir el sacerdocio santo [San Ambrosio, In Lucam II, 87. PL 15, 1585]. Quien devotamente quisiere investigar tan venerable doctrina, podrá sin dificultad encontrar las razones en que se funda.

29. Y, en primer lugar, con la muerte del Redentor, a la Ley Antigua abolida sucedió el Nuevo Testamento; entonces en la sangre de Jesucristo, y para todo el mundo, fue sancionada la Ley de Cristo con sus misterios, leyes, instituciones y ritos sagrados. Porque, mientras nuestro Divino Salvador predicaba en un reducido territorio -pues no había sido enviado sino a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel [Mt 15, 24]- tenían valor, contemporáneamente, la Ley y el Evangelio [Santo Tomás, STh, I-II, q.103, art. 3 ad 2]; pero en el patíbulo de su muerte Jesús abolió la Ley con sus decretos [Ef 2, 15], clavó en la Cruz la escritura del Antiguo Testamento [Col 2, 14], y constituyó el Nuevo en su sangre, derramada por todo el género humano [Mt 26, 28; 1 Cor 11, 25]. Pues, como dice San León Magno, hablando de la Cruz del Señor, de tal manera en aquel momento se realizó un paso tan evidente de la Ley al Evangelio, de la Sinagoga a la Iglesia, de los muchos sacrificios a una sola hostia, que, al exhalar su espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente de arriba abajo aquel velo místico que cubría a las miradas el secreto sagrado del templo [San León Magno, Serm LXVIII, 3, PL 54, 374].

30. En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja, que en breve había de ser enterrada y resultaría mortífera 
[ Cf. S. JÉRÔME et S. AUGUSTIN, Epist. CXII, 14 et CXVI, 16. PL 22, 924 et 943; S. THOMAS, Somme théol. I-II, q. 103, art. 3 ad 2; art. 4 ad 1; Concile de Florence: Décret pro Iacobitis, MANSI XXXI, 1738. Denzinger n. 712], para dar paso al Nuevo Testamento, del cual Cristo había elegido como idóneos ministros a los Apóstoles [2 Cor 3, 6]; y desde la Cruz nuestro Salvador, aunque constituido, ya desde el seno de la Virgen, Cabeza de toda la familia humana, ejerce plenísimamente sobre la Iglesia sus funciones de Cabeza, porque precisamente en virtud de la Cruz -según la sentencia del Angélico y común Doctor-, mereció el poder y dominio sobre las gentes  [S. THOMAS, Somme théol. III, q. 42, art. 1.]; por la misma aumentó en nosotros aquel inmenso tesoro de gracias que, desde su reino glorioso en el cielo, otorga sin interrupción alguna a sus miembros mortales; por la sangre derramada desde la Cruz hizo que, apartado el obstáculo de la ira divina, todos los dones celestiales, y, en particular, las gracias espirituales del Nuevo y Eterno Testamento, pudiesen brotar de las fuentes del Salvador para la salud de los hombres, y principalmente de los fieles; finalmente, en el madero de la Cruz adquirió para sí a su Iglesia, esto es, a todos los miembros de su Cuerpo místico, pues no se incorporarían a este Cuerpo místico por el agua del Bautismo si antes no hubieran pasado al plenísimo dominio de Cristo por la virtud salvadora de la Cruz.

31. Y con su muerte nuestro Salvador fue hecho, en el pleno e íntegro sentido de la palabra, Cabeza de la Iglesia, de la misma manera, por su sangre la Iglesia ha sido enriquecida con aquella abundantísima comunicación del Espíritu, por la cual, desde que el Hijo del Hombre fue elevado y glorificado en su patíbulo de dolor, es divinamente ilustrada. Porque entonces, como advierte San Agustín [
 Cf. S. AUGUSTIN, De gratia Christi et peccato originali, XXV, 29. PL 44, 400.], rasgado el velo del templo, sucedió que el rocío de los carismas del Paráclito -que hasta entonces solamente había descendido sobre el vellón de Gedeón, es decir, sobre el pueblo de Israel-, regó abundantemente, secado y desechado ya el vellón, toda la tierra, es decir, la Iglesia Católica, que no había de conocer confines algunos de estirpe o de territorio. Y así como en el primer momento de la Encarnación, el Hijo del Padre Eterno adornó con la plenitud del Espíritu Santo la naturaleza humana que había unido a sí substancialmente, para que fuese apto instrumento de la divinidad en la obra cruenta de la Redención, así en la hora de su preciosa muerte quiso enriquecer a su Iglesia con los abundantes dones del Paráclito, para que fuese un medio apto e indefectible del Verbo Encarnado en la distribución de los frutos de la Redención. Puesto que la llamada misión jurídica de la Iglesia y la potestad de enseñar, gobernar y administrar los sacramentos deben el vigor y fuerza sobrenatural, que para la edificación del Cuerpo de Cristo poseen, al hecho de que Jesucristo pendiente de la Cruz abrió a la Iglesia la fuente de sus dones divinos, con los cuales pudiera enseñar a los hombres una doctrina infalible y los pudiese gobernar por medio de Pastores ilustrados por virtud divina y rociarlos con la lluvia de las gracias celestiales.

32. Si consideramos atentamente todos estos misterios de la Cruz, no nos parecerán oscuras aquellas palabras del Apóstol, con las que enseña a los Efesios que Cristo, con su sangre, hizo una sola cosa a judíos y gentiles, destruyendo en su carne… la pared intermedia que dividía a ambos pueblos; y también que abolió la Ley Vieja para formar en sí mismo de dos un solo hombre nuevo -esto es, la Iglesia-, y para reconciliar a ambos con Dios en un solo Cuerpo por medio de la Cruz [Ef 2, 14-16].

33. Y a esta Iglesia, fundada con su sangre, la fortaleció el día de Pentecostés con una fuerza especial bajada del cielo. Puesto que, constituido solemnemente en su excelso cargo aquel a quien ya antes había designado por Vicario suyo, subió al Cielo, y, sentado a la diestra del Padre, quiso manifestar y promulgar a su Esposa mediante la venida visible del Espíritu Santo con el sonido de un viento vehemente y con lenguas de fuego [Hech 2, 1-4]. Porque así como Él mismo, al comenzar el ministerio de su predicación, fue manifestado por su Eterno Padre por medio del Espíritu Santo que descendió en forma de paloma y se posó sobre Él [Lc 3, 22; Mc 1, 10], de la misma manera, cuando los Apóstoles habían de comenzar el sagrado ministerio de la predicación, Cristo nuestro Señor envió del cielo a su Espíritu, el cual, al tocarlos con lenguas de fuego, como con dedo divino indicase a la Iglesia su misión sublime.


Continuará
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