miércoles, 18 de enero de 2017

¿Qué es la Misa? (Adelante la Fe) [2 de 4]




Causa final
La causa final es el fin por el que algo es hecho.
La causa final de la Misa es cuádruple porque los fines de la Misa (Catecismo del Concilio de Trento, II parte, § 3, n. 238. Cit., p. 292) son los mismos del Calvario

(1º) Adorar a Dios, reconociendo que El es Todo y nosotros nada.
(2º) Darle gracias por todos los dones que nos ha dado
(3º) Obtener el perdón de nuestros pecados (propiciación) y la remisión de la pena debida a la culpa (satisfacción)
(4º) Impetrar y obtener todas las gracias espirituales que necesitamos para nuestra alma y, condiciondamente a ella, para nuestro cuerpo.
Tanto en el primero como en el segundo Sacrificio, por lo tanto, Jesús, Sacerdote principal y víctima, se ofrece para los mismos cuatro fines.
Ahora bien, “una sola oración de Cristo tiene un valor infinito y puede obtenernos todo” (San Alfonsio de Ligorio). Por lo tanto, el medio verdaderamente  infalible para obtener las gracias (si son para nuestro bien) es la Santa Misa.
Causa material
La causa material  es la cosa sensible que es ofrecida, o sea, la víctima u hostia.
Ahora bien, en el Sacrificio del Gólgota y en el de la Misa, la Víctima ofrecida a Dios para la Redención del género humano es la misma, o sea, Jesucristo, como enseña el Concilio de Trento: “una sola y misma es la Víctima y Aquel que ahora la ofrece, mediante el ministerio de los sacerdotes, es Aquel mismo que entonces se ofreció a Sí mismo en la Cruz en el Calvario. Es diferente sólo el modo en el que la Víctima es ofrecida [de manera cruenta en el Calvario y de manera incruenta en la Misa]” (sesión XXII, cap. 2).
Causa formal
La causa formal es lo que constituye la esencia de una cosa

La esencia de la Misa es la ofrenda de la Víctima divina, que se hace presente en el altar, por manos del sacerdote y a su palabra consecratoria, bajo los símbolos y con las mismas disposiciones de obediencia al Padre que tuvo en el Calvario. 

La causa formal del Sacrificio es la misma tanto en el Calvario como en los altares de la Misa. Este es el punto fundamental: la identidad sustancial de la Inmolación o Sacrificio del Calvario y de la Misa

El Sacrificio de la Cruz y el de la Misa cambian sólo accidentalmente, o sea, en cuanto al modo, pero siguen invariados en cuanto a la sustancia

En efecto, en cuanto al modo, la Inmolación es cruenta (con derramamiento físico de Sangre) en el Calvario, ya que en él se dio una real separación física del Cuerpo y de la Sangre de Jesús y, por lo tanto, una muerte cruenta. Por el contrario, en el Sacrificio de la Misa se da una separación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo incruenta, mística, alegórica, representativa, ya que la doble consagración primero del pan y después del vino representa místicamente (misteriosa pero realmente) la Muerte de Jesús, sin derramamiento físico de Sangre, o sea, de manera no cruenta[v].
Aquí reside la diferencia entre la Misa y el Calvario: el Viernes Santo, en el Gólgota, Jesús derramó físicamente Su Sangre y murió realmente; en la Misa Su Sangre aparece separada de Su Cuerpo, por cuanto parece que Su Sangre esté bajo la especie del vino y Su Cuerpo bajo la apariencia del pan y, por ello, en la Misa no hay muerte real, sino sólo mística, figurada por la doble consagración del pan y del vino.
Sin embargo, la oblación de la Víctima o de la Hostia se ofrece realmente a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para la salvación de los hombres, como se ofreció en el Calvario.
El Concilio de Trento lo enseña de fe e infaliblemente: “en el Sacrificio divino que se realiza en la Misa está contenido e inmolado de manera incruenta Cristo mismo, el cual se inmoló una vez sola cruentamente en la Cruz del Calvario” (sesión XXII, cap. 2).
Debe advertirse, contra un error hoy cada vez más difundido, que la comunión del sacerdote pertenece a la integridad y no a la esencia de la Misa, que reside en la doble consagración del pan y del vino (Concilio de Trento, ses. XXII, c. 6). Por el contrario, la comunión eucarística de los fieles no es exigida para la integridad del Sacrificio del Altar. Pío XII enseña: “la comunión del Augusto Sacramento es absolutamente necesaria para el ministro sacrificador, mientras que a los fieles debe sólo ser recomendada” (Encíclica Mediator Dei, 20.XI.1947).
En cuanto a la comunión frecuente de los fieles, Monseñor Antonio de Castro Mayer, Obispo de Campos en Brasil, en su Carta pastoral sobre El Sacrificio de la Santa Misa (12.IX.1969), enseña: “acerquémonos a la Mesa del Señor con la preparación ascética, el combate contra los vicios y las malas inclinaciones y la práctica de la virtud. […]. Si los fieles se habituaran a comulgar con frecuencia y con las necesarias disposiciones, alcanzarían la santificación con certeza y en poco tiempo. Si hasta hoy no han llegado a ella, se debe al hecho de que no han prestado toda la debida atención a las condiciones necesarias para comulgar bien. […]. San Pío X exige, además del estado de gracia, una voluntad seria de progresar en la vida espiritual […] evitando las ocasiones de pecado […] y combatiendo seriamente las inclinaciones pecaminosas” (cfr. sì sì no no, 15 de octubre de 2016, pp. 6-7). 

Se advierte que el Concilio de Trento (ses. XIII, c. 8) enseña también que la práctica según la cual los fieles reciben la Eucaristía en la comunión de las manos de los Sacerdotes consagrados es de Tradición apostólica y debe ser conservada.
Valor y frutos de la Misa
El valor de la Misa es infinito porque en ella se ofrece una Víctima infinita: Jesucristo

Por el contrario, los frutos de la Misa son aquellos bienes y dones que Dios concede a los hombres en virtud de la Misa

El Catecismo del Concilio de Trento (II parte, § 3, n. 236. Cit., p. 290) enseña que “aquellos que participan en el Sacrificio de la Misa merecen participar de los frutos de la Pasión de Jesús y, por lo tanto, de Su obra de Redención y Satisfacción”

Ahora bien, ninguna criatura, siendo finita, puede recibir un don, que es de por sí infinito, de manera infinita. Por lo tanto, cada hombre recibe de él más o menos según sus disposiciones, pero nunca infinitamente.
Para mayor exactitud podemos hacer la siguiente distinción: 

(1º) En cuanto Sacrificio de adoración y de acción de gracias, la Misa produce inmediatamente e infaliblemente su efecto de manera infinita porque la Santísima Trinidad recibe realmente una Ofrenda de valor infinito: Jesucristo. 
(2º) En cuanto Sacrificio propiciatorio, la Misa: 

  • (a) No cancela directamente nuestros pecados, como la absolución sacramental, pero obtiene para los pecadores la gracia de convertirse y los predispone a la gracia santificante. 
  • (b) En cuanto a la satisfacción de la pena debida a la culpa, la Misa perdona inmediata e infaliblemente a los justos la pena de las culpas según su disposición y ellos pueden destinar esta satisfacción a las almas del Purgatorio.
(3º) En cuanto Sacrificio impetratorio, la Misa da inmediata e infaliblemente una cierta medida de gracias actuales; obtiene también gracias temporales, pero sólo a condición de que sean para el bien del alma.
En conclusión: Quien asiste a la Misa con fe y la “ofrece” a Dios mediante el sacerdote ministerial, según los cuatro fines que quiso Jesús, 


  • Si está en pecado mortal adora y da gracias a Dios por todos los dones que le ha dado; obtiene indirectamente las gracias actuales para salir del estado de pecado y recuperar  la gracia habitual santificante, arrepintiéndose y confesándose; puede aplicar no a sí mismo (no teniendo la gracia santificante), sino a las almas del Purgatorio las satisfacciones de la pena debida a la culpa
  • Por el contrario, quien asiste con fe y en gracia de Dios no sólo adora y da gracias a Dios “ofreciendo”, a través del sacerdote celebrante, una Víctima infinita al Señor, sino que obtiene también infalible y directamente las gracias espirituales para el bien de su alma; obtiene siempre directa e infaliblemente al menos la remisión de una parte de la pena temporal debida a sus culpas (remisión que puede guardar para sí o ceder a las almas purgantes); obtiene inmediatamente, pero sólo condicionalmente, bienes temporales, esto es, a condición de que sean para el bien espiritual de su alma. La medida con la que se obtienen estos dones depende de nuestra disposición más o menos perfecta.
(Continúa)