lunes, 7 de abril de 2014

La venida de Dios al mundo (1 de 4) [José Martí]


5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)


Sobre el tema de la venida de Jesucristo a este mundo se podría estar hablando indefinidamente y nunca lo agotaríamos. Por otra parte, sería bueno que tomáramos conciencia de que dicho tema nos afecta muy directamente, siendo, en realidad, el único que verdaderamente importa, porque está muy relacionado con el sentido de toda nuestra existencia. La pregunta que nos hacemos es: ¿Por qué y para qué vino Dios a este mundo?

Aunque ya conocemos la respuesta puede ocurrir que necesitemos que se nos recuerde una y otra vez, de modo insistente, pues somos muy tozudos; y no acabamos de aceptar, de corazón, esta realidad, pero no basta con saber que es así...Es que si no caemos en la cuenta de estas cosas no vamos a ser nunca verdaderamente felices. Por lo tanto, aun a fuer de repetir algo que haya publicado ya en algún artículo anterior, no me importa demasiado, pues de lo que se trata aquí es de cumplir la voluntad de Dios, "que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a cuantos están afligidos, con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios.(2 Cor 1,4). Y, como decía San Pablo: "Escribiros las mismas cosas a mí no me resulta molesto y para vosotros es motivo de seguridad" (Fil 3,1)




A. EL HOMBRE PECA Y DIOS LE PROMETE UN REDENTOR


El amor de Dios hacia nosotros (hacia cada uno) es algo misterioso, puesto que somos tan solo sus criaturas. Conocemos la realidad de este amor porque Dios vino al mundo encarnándose en la Persona de su Hijo Unigénito. Acerca de esto hay toda una toda una serie de citas (en este mismo blog aquí, aquí, aquí y aquí). Hay muchísimas más citas (sólo he colocado las más importantes escritas por los cuatro evangelistas, pero se podrían multiplicar si se recorre todo el Nuevo Testamento). En resumidas cuentas, la razón fundamental de la venida de Dios viene expresada en el siguiente versículo de San Juan: "Quien no ama, no conoce a Dios, porque Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). Y prosigue: "En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por Él" (1 Jn 4,9) 

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Pero, en fin, todo comenzó cuando, una vez creados Adán y Eva, en estado de gracia y sin estar sometidos al dolor y a la muerte, y con la misión de procrear y de trabajar [trabajo sin "sudor de frente"; la misión de trabajar fue encomendada por Dios al hombre antes de que éste pecara], fueron sometidos a una prueba. Tentados por el demonio, en forma de serpiente, según cuenta el relato bíblico, quisieron "ser como Dios", cuando lo suyo era ser criaturas; se dejaron engañar, libremente, conscientes de lo que hacían y desobedeciendo a Dios. Éste fue el primer pecado. Una vez que pecaron nuestros primeros padres en ellos pecó toda la humanidad, reducida entonces a sólo dos personas; este pecado se transmitió a toda su descendencia y es el que conocemos como pecado original; un pecado de naturaleza, con el que nacemos todos los hombres. No se trata, como sabemos, de un pecado personal. Una persona que muriese con sólo el pecado de origen y no hubiese cometido pecados personales no se condenaría sino que iría al Limbo, donde permanecería en un estado de felicidad natural, aunque sin la visión beatífica.



El pecado de Adán y Eva fue una negativa al amor de Dios y trajo consigo el alejamiento de Dios y, como consecuencia, el sufrimiento y la muerte; y todo por no aceptar la realidad, por no admitir su carácter de criaturas; y así, siendo simples criaturas, se enfrentaron a su Creador, quien habiéndoles dado el ser, al crearlos libremente, quería ser amigo de ellos y ser correspondido libremente con un amor semejante al que Él les tenía, pues los creó a su imagen y semejanza (Gen 1,27), capaces, por lo tanto, de amar y de ser amados. Lo que ocurrió ya lo conocemos: el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de preferir a Dios y lo rechazóDios no podía obligar al hombre a que lo quisiera, pues de haberlo hecho, sus relaciones con el hombre ya no serían relaciones de amor, que son las que Dios, inexplicablemente, quiso tener con nosotros. El amor no se puede imponer jamás ... o ya no sería amor. El resultado fue la expulsión del paraíso y la pérdida de todos los dones recibidos, tanto para sí como para su descendencia.


Podríamos pensar que, después de esto, nos dejó solos, que Dios no quería ya saber nada de nosotros, y que no habría ya remisión posible. Ciertamente, en estricta justicia (humana), eso es lo que nos merecíamos. Pero, como su Amor era verdaderamente Amor, no nos dejó a nuestra suerte sino que nos prometió un Redentor, un nuevo Adán, que haría posible la reconciliación con Dios y el poder disfrutar con Él en el cielo por toda una eternidad, en comunión de Amor mutuo y recíproco entre Él y cada uno de nosotros. Conviene recordar que sin amor no existe felicidad auténtica; y esto es cierto también en este mundo. 


Según explica Santo Tomás, puesto que la culpa tenía un carácter infinito, en razón de la Persona ofendida, sólo un Ser infinito podría conseguir la remisión de la culpa. Pero el hombre, como tal hombre, ser finito y limitado, no podía dar a Dios la satisfacción que requería el pecado cometido, de modo que la solución era inviable, pues era preciso que fuese un hombre quien tenía que satisfacer por el pecado cometido. No había, pues, salvación posible. Y es aquí donde interviene la imaginación de Dios que supera todo entendimiento humano; y fue que Dios, en su infinito Amor, tomó un cuerpo, haciéndose real y verdaderamente hombre, sin dejar de ser Dios. Este Dios-hombre es Jesucristo. Sólo Él cumplía las condiciones requeridas para satisfacer por nuestros pecados. Ante una ofensa infinita se precisaba de una reparación infinita, lo cual se daba en Jesús, pues era verdaderamente Dios y, por lo tanto, infinito. Pero como quien había pecado era una criatura humana, era preciso que fuese también un hombre quien reparase por el pecado cometido; lo que se hizo posible cuando "el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Y así, siendo realmente Dios pudo, como verdadero hombre que también era, tomar sobre sí todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares ... y se presentó ante su Padre como "pecador", no siéndolo. Hizo suyos los pecados de toda la Humanidad, siendo Él el Inocente entre los inocentes y el Justo entre los justos. En palabras fuertes de San Pablo: "A Aquel que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotrospara que nos hiciéramos justicia de Dios en Él" (2 Cor 5,21). 

(Continuará)

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