viernes, 1 de octubre de 2010

LA PRINCESA ESTÁ TRISTE (1 de 4) [José Martí]

Leyendo diversos artículos relacionados con la situación actual del mundo en que vivimos, cayó en mis manos, por casualidad, una bella sonatina del Modernismo, formada por ocho estrofas de seis versos alejandrinos cada una, que riman en consonante: AABCCB. Su autor es Rubén Darío, poeta nicaragüense, de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que vivió tan solo 49 años (1867-1916). Su lectura, detenida y cuidadosa, me ha confirmado aún más, en aquella verdad, de todos conocida, cual es la perennidad -y actualidad- de lo auténticamente clásico.

Ciertamente fue escrita hace más de 100 años, y está relacionada con lo que el poeta sintió y vivió cuando la escribió. Pero, como sucede con todo lo que es auténtico, constituye también una descripción, muy viva y muy real, de lo que hoy día está sucediendo. Es más: su actualidad es incluso mayor ahora que cuando fue escrita.

En esta poesía aparecen, con claridad meridiana, los síntomas de la terrible enfermedad de la tristeza, por la que atraviesa el mundo actual (enfermedad tanto más terrible y temible en la medida en que no se es consciente de que se la padece). Y, lo que es más importante, aparece también la única solución que hace posible la curación de esa tristeza.

Sólo entresacaremos algunos versos, los más significativos, que enseguida comentamos. Así comienza esta bellísima sonatina de Rubén Darío:

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La descripción de la tristeza de la princesa ocupa casi toda la sonatina, dando algunas explicaciones al porqué de esa profunda tristeza que la consume.

Por razones obvias, no vamos a transcribir aquí toda la sonatina, pero al leerla nos encontramos con que la princesa "ya no toca el piano, ni cuida las flores"; " está pálida en su silla de oro"; " no ríe, no siente", por más que esté rodeada de aires festivos y de bufones a su servicio, que hacen todo tipo de piruetas para poder sacarle una sonrisa, y no lo consiguen.

¿Por qué está triste la princesa? "Aparentemente" no le falta nada; tiene todo cuanto quiere. Y, sin embargo… ¡no tiene lo esencial!

El motivo principal de la tristeza de la princesa que, de alguna manera, los abarca a todos, es que "vive" sutilmente engañada; y engañada, además, por aquellos que, en buena lógica, deberían decirle siempre la verdad (aunque es posible que ni ellos mismos la sepan: tal es el poder tremendo de la mentira).

El entorno en el que se mueve parece decirle: "Tú eres princesa: por lo tanto, come, bebe, ríe, duerme, diviértete. No tienes que hacer nada: todos están a tu servicio. Todo te pertenece. ¿Qué más necesitas para ser feliz?". Pero la princesa no es feliz, aunque nadie es capaz de entender la causa de su tristeza.

Su palacio de mármol es un mundo de mentiras, en donde cada uno va a lo suyo. La verdadera alegría brilla por su ausencia; y es sustituida por lo banal, lo grosero, lo cómico, lo burlesco y lo superficial. Todo cuanto la rodea es puro teatro, una comedia, una farsa, una pantomima. Nada es verdad… "de verdad", "de corazón". En medio de tanto bullicio, la princesa está sola. Es por eso que la princesa está triste. ¿Y quién no lo estaría en su lugar?

Tiene un palacio precioso de mármol, sillas de oro, un lago con cisnes, un halcón adiestrado, inmensos jardines, con dalias, rosas y jazmines,…, pero no es feliz.
Tiene a los guardas que vigilan el palacio, cien negros que la custodian con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal,…, pero no es feliz.

¿Cuál es la gran mentira en la que vive? Es muy sencillo. Ha tergiversado la idea de aquello que es lo natural en el ser humano, aquello para lo cual ha sido creado: para salir de sí mismo y amar. Ha considerado que lo natural es vivir para sí misma, ser servida por los demás, ser admirada, que todos estén pendientes de ella. Todo se lo han dado hecho. La consecuencia lógica y prevista de ese "vivir" artificioso y no natural, es que la princesa se ha quedado realmente sola. Y con la soledad, la tristeza, la melancolía, el hastío, el aburrimiento, la palidez propia del que está muerto.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real.

A pesar de todo, la princesa es mucho más afortunada que los que la rodean. En cierto modo… es bueno que la princesa esté triste, que sea consciente de su tristeza. En medio de un ambiente tan adverso, la princesa tiene algo muy importante a su favor: aunque está presa en su jaula de mármol, sabe que eso no es lo normal, sabe que ha nacido para ser mariposa y volar bajo el cielo, en libertad.

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa;
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar, …

La princesa es consciente de la artificialidad en la que vive. Razona, piensa, se rebela, no se deja anestesiar. Sabe que no es natural vivir como vive. No quiere seguir viviendo en ese mundo de mentiras, en el que se siente asfixiada. Al actuar así, se está abriendo a la verdad acerca de su propio ser, que es lo primero que necesita para curarse de su tristeza: admitir que está triste. Y acto seguido, procurar por todos los medios encontrar una solución a su tristeza.

Es cierto que la princesa sufre, pero es un sufrimiento que merece la pena, porque debido a él vislumbra que hay algo esencial, algo de lo que carece, algo sin lo cual su vida no merece la pena de ser vivida. En cierto modo, gracias a su tristeza, la princesa va cayendo en la cuenta, poco a poco, de que no son cosas lo que necesita. Sus aspiraciones más íntimas salen a florecer, y comienza a sentir y a darse cuenta de que lo natural, lo propio de su naturaleza humana, es la necesidad vital que tiene -como la tiene cualquier ser humano- de que alguien la quiera, por sí misma, y a quien ella pueda querer a su vez, de igual manera.

Y es esa esperanza que no pierde, esa esperanza contra toda esperanza, la que va a hacer posible lo que parecía imposible; y es que pueda salir, por fin, de esa triste jaula en la que malvive.

Calla, calla, princesa” –dice el hada madrina-,
en caballo con alas hacia aquí se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero, que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor...”

¿Por qué tiene que callar la princesa? En realidad es muy sencillo contestar a esta pregunta: La princesa necesita hacer silencio en su interior, debe separarse de ese ambiente artificial que la asfixia, y prestar profunda atención a cuanto la rodea (y a su propio corazón) poniendo en ello todos sus sentidos. No importa el esfuerzo que ello conlleve ni las dificultades a las que tendrá que enfrentarse.

Lo único que importa de verdad es que la princesa llegue a darse cuenta de que está "viviendo" en una gran mentira, una mentira radical acerca de aquello en lo que consiste la auténtica felicidad. Y es en el silencio donde podrá escuchar la voz y sentir los latidos del corazón de ese "feliz caballero", que la quiere con locura y que la conoce muy bien, desde aquel primer día en que la vio y se enamoró de ella.

De esto hace ya mucho tiempo. No hubo entonces respuesta ("ella estaba en otras cosas" y no podía entender que ese caballero pudiera quererla por sí misma y no por su dinero). De todos modos, su mirada se le quedó grabada en el corazón. El caballero abandonó el palacio. No así el amor que sentía por ella y que continúa sintiendo y aumentando.

Es cierto que este caballero ya no la ve, desde hace mucho tiempo, pero lo sabe todo acerca de ella: sus criados lo mantienen actualizado, sin que ella lo sepa. Impaciente, no desea otra cosa que volver a verla, abrazarla y besarla; pero tal cosa es imposible mientras la princesa no caiga en la cuenta de que lo único que necesita para ser feliz es responder con su amor al amor que este caballero le profesa. 

Pero el caballero quiere demasiado a la princesa y por eso la respeta profundamente, respeta su voluntad, no puede imponerle su amor. El amor se ofrece, nunca se impone.

Sin embargo, cuando el enamorado caballero tuvo noticias de la mortal tristeza en la que se encontraba su amada princesa, no pudo soportar por más tiempo que ella continuara así, conocedor, como era, del único remedio que la podía curar, que no era otro sino el amor que él sentía hacia ella (y que ella desconocía; o mejor, había olvidado).

Con prisa y con ansias, el caballero fue venciendo todo tipo de obstáculos que encontraba en su camino. No le importaba la distancia, ni las incomodidades; cualquier sacrificio le parecía pequeño, con tal de poder verla de nuevo y curarla de su tristeza, encendiendo sus pálidos labios con un beso de amor.

Fue el amor del que, a partir de entonces fue su esposo para siempre, el que curó a la princesa de su tristeza y le devolvió la alegría; una alegría cuya raíz y consistencia provenía de sentirse amada y querida en totalidad por este "feliz caballero" al que un día ella rechazó, por su torpeza, pero al que ahora también ella le correspondía de la misma manera, dándose entre ambos una mutua reciprocidad de amor y de alegría compartida.

Es cierto que la princesa del poema estaba triste, pero era consciente de su tristeza y deseaba salir de ella; era esclava, (aunque todos la hacían libre), pero deseaba ser liberada; estaba sola, con la soledad del que no se siente amado, pero ansiaba, con todas sus fuerzas, salir de esa soledad asfixiante.

La princesa puso todo de su parte: Al admitir que estaba triste (es decir, al admitir su propia realidad y no negarla), se puso en el camino que la conduciría hasta su curación.

Obedeció a su hada madrina, haciendo silencio en su interior, un silencio activo y esperanzado, que escucha con atención… Y escuchó el aleteo de las alas del caballo, montado por aquel feliz caballero que la amaba y que, desde muy lejos, venía a encenderle sus labios con un beso de amor y a devolverle la alegría que había perdido.

Y es que, como decía el gran poeta Dante en su Divina Comedia, "…es el amor, que al Sol mueve y a las estrellas", la única solución para transformar una vida triste en una vida feliz, auténticamente feliz, con una felicidad que comienza ya aquí, en este mundo, y que continúa y permanece para siempre, porque así es: "El amor es más fuerte que la muerte"

(Continuará)