lunes, 13 de abril de 2015

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (4.3)

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Dado que "a Dios nadie le ha visto jamás" (1 Jn 4, 12; Jn 1, 18a) sólo hay un modo de llegar a Él: a través de -y junto a- Jesucristo: "El Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo lo dio a conocer" (Jn 1, 18b). Por eso, "si alguien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (1 Jn 4, 15). No hay otro camino para llegar a Dios: "Nadie va al Padre sino por Mí"Y a Jesús, en este mundo, sólo lo conocemos a través de la fe. Esta fe es un Don del Espíritu Santo, pero un Don que Dios no niega a nadie que se lo pida con insistencia, como ocurrió con el amigo inoportuno de la parábola del Evangelio. Recordemos lo que Decía Jesús: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13). 

Esta fe se desenvuelve en la oscuridad pues "ahora vemos como por un espejo, confusamente" (1 Cor 13, 12a), pero arroja sobre nosotros luz suficiente que nos hace ver las cosas como realmente son, es decir, con la mirada de Dios, y nos proporciona la máxima felicidad posible en esta vida, por grandes que sean los sufrimientos a los que, como cristianos, nos veamos expuestos, ya que eso mismo hicieron con nuestro Maestro: "Si me persiguieron a Mí, también a vosotros os perseguirán" (Jn 15, 20) ... ¡no es la persecución lo que deseamos, pero si es por Él! ... entonces todo cambia: compartir la vida de Aquel que a quien amamos, y que tanto nos ama, no puede ser sino motivo de felicidad, la cual va siempre unida al amor. 

De ahí esas hermosas expresiones que aparecen en la Biblia, en infinidad de ocasiones. Tal ocurre, por ejemplo, cuando la Virgen María escucha de su prima Isabel: Dichosa tú, que has creído, porque se te cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Se puede ver también cuando Jesús, ya resucitado, le dice a Tomás: "Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que sin ver creyeron" (Jn 20, 29). Y finalmente, no se puede dejar de mencionar al apóstol Pedro, quien en su primera carta dijo, refiriéndose a Jesucristo: "Al cual amáis sin haber visto; en quien ahora, sin verle, creéis y exultáis con un gozo inefable radiante de gloria" (1 Pet 1, 8).


El don de la fe es motivo de inmensa alegría para un cristiano: una alegría que el mundo no conoce ni puede conocer, porque ha rechazado a Jesucristo. No hay más que pensar un poquito en esas palabras tan bellas, dirigidas a los primeros cristianos; y en las que se manifiesta una fe a prueba de bomba: "Al cual amáis sin haber visto". Cuando se habla de fe lo esencial no es asentir a unos conocimientos que son imposibles de comprender y que son un misterio para nosotros. No, lo verdaderamente importante, lo definitivo, es que tal asentimiento se da porque esos conocimientos provienen de Jesús. "Y nosotros, que hemos creído, conocemos el Amor que Dios nos tiene" (1 Jn, 16a): "En esto está el amor: (...) en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). La oscuridad de la fe se transforma en luz que nos guía en nuestro camino hacia Dios, conforme a las palabras de nuestro Señor: "El que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12b). 

Esa "luz y guía", que "en el corazón ardía", a la que hace referencia san Juan de la Cruz en su "Noche oscura del alma", proviene del seguimiento de Jesús, quien dice de Sí mismo: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8, 12a). La noche de la fe es luz para el alma y nos guía "más cierto que la luz del mediodía", pues nos señala el verdadero camino para llegar a Dios: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6).  Nuestro guía, nuestro camino, nuestra luz, nuestro todo es el Señor. El apóstol Pablo nos habla continuamente de ese amor:  "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20), palabras que podemos tomar prestadas de él y hacerlas nuestras. 



El hecho de que Dios mismo se haya interesado por nosotros (por cada uno de forma única y exclusiva) hasta el extremo de que "no consideró una presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-9) ... ¡este hecho, histórico y real, nos debería hacer pensar!: ¿Por que hizo esto Dios? ¿Tan importantes somos? 

Misterio de los misterios, que comienza ya en el mismo instante de la creación del hombre. Se lee en la Biblia: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó" (Gen 1, 27). No somos importantes por nosotros mismos, pero lo somos para Diosporque Él nos ha creado a su imagen y semejanza; luego somos realmente importantes. No debemos olvidar, sin embargo, y esto es esencial, que "nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3, 5) y que no podemos vanagloriarnos, pues como dice el Apóstol: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7).

Todo esto es de sentido común: sólo Dios es Dios y nosotros somos sus criaturas, por más que Él haya querido elevarnos por encima de toda la creación:  "Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla. Dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra" (Gen 1, 28). Es necesario que seamos conscientes de esta nuestra condición de criaturas que, por pura gracia, han sido elevadas a la condición de verdaderos hijos de Dios [en el caso de los cristianos y de aquellos que se conviertan al Cristianismo]: "Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y que lo seamos!" (1 Jn 3,1). 

Y siendo esto así, ¿qué es lo que nos ocurre? ¿Por qué tanto desconcierto? Pues, simplemente porque nos falta fe ... y, lo que es peor, no le damos importancia a nuestra incredulidad, siendo así que en ello nos va la salvación eterna, la vida eterna. No nos acabamos de creer las palabras de Jesús cuando dice: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque hubiera muerto, vivirá" (Jn 11, 25). [Tengamos en cuenta que, según Jesús, la muerte es tan solo una dormición: "No lloréis: la niña no está muerta, sino dormida" (Lc 8, 52)]




Acerca de la Vida con la que Jesús se identifica, tenemos las palabras que pronunció después de la última cena, dirigiéndose a su Padre y pidiéndole para que les diera la vida eterna a todos los que Él le había confiado: "Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Tí, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado" (Jn 17, 3). Es decir que, como ya hemos visto al principio de esta entrada, el único modo de conocer al Padre es conociendo y amando a Jesucristo: no hay otro camino. Y aquí Dios requiere de nuestra intervención, pues la Vida de Jesús en nosotros está condicionada a nuestra respuesta de auténtica fe en Él.  San Pablo lo tenía muy claro: "¡Sé muy bien a quién he creído!" (2 Tim 1, 12) ... una fe que provenía de su plena confianza en Jesucristo. Ojalá procediéramos nosotros de la misma manera.

Sigue siendo cierto lo que dijo Jesús: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). Por eso, cuando no veamos nada, cuando nos sintamos desanimados y confundidos, cuando parezca que todo está perdido y que los cristianos no tenemos nada que hacer, justo entonces es el momento de hacer presentes en nuestro corazón estas palabras de nuestro Maestro y Señor, o mejor, de nuestro Amigo: "En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). Jesús habla en presente. Su victoria sobre el mundo es definitiva; y también puede serlo la nuestra, si confiamos y tenemos fe en Él: "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4b). De manera que no tenemos motivos para estar tristes: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rom 8, 31)

Cuando un cristiano se encuentre en la tesitura de decidir a quién servir, su respuesta debe de ser tajante y, por supuesto, manifestarse en su propia vida. Me viene a la mente el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida (Jn 6, 26-71). Después de haberlo pronunciado "muchos de sus discípulos se echaron atrás y no andaban ya con Él" (Jn 6, 66). Ante la falta de fe de los que lo escuchaban, Jesús se quedó sólo con los Doce ... y entonces va y les pregunta: "¿También vosotros os queréis marchar? " (Jn 6, 67). No dijo que lo que había dicho debía de interpretarse bien o que, en realidad, quería decir otra cosa diferente de lo que la gente había entendido. Jesús no actuaba para tener "contenta" a la gente, sino para su salvación.

Los apóstoles tenían que decidirse a favor o en contra de Jesús, y tenían que hacerlo ya. La radicalidad en la respuesta es propia del verdadero Amor: "Quien no está conmigo, está contra Mí" (Lc 11, 23). Fue entonces cuando "Simón Pedro le respondió: ¿Y a quién iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). ¿Qué importan las adversidades cuando éstas se comparten con el Amigo por excelencia, que es Jesucristo?

(Continuará)

domingo, 12 de abril de 2015

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (4.2)

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Comencé a comentar la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz, aunque lo dejé a medio, por razones que no hacen al caso. Es lo cierto que la profundidad que posee cualquier poesía, si es auténtica, como en este caso, nos supera. Siempre dice mucho más de lo aparece escrito, a la hora de hacer un comentario, incluso aun cuando el comentarista sea el propio autor.

Es como si la Poesía adquiriese vida propia; y no se dejase ya atrapar en palabras: dice más de lo que el mismo autor quiso expresar cuando la escribió. Esto es verdad, en general, cuando se habla de auténtica poesía, pero lo es aún más si tal poesía hace referencia directamente a Dios, como es el caso que ahora nos ocupa; y máxime teniendo en cuenta que es un gran santo, un místico y doctor de la Iglesia, así como un literato el autor de la Poesía. De alguna manera, salvando las distancias, es Dios mismo quien, a través de su autor, se manifiesta en esa Poesía.

Dicho lo cual, y aun a sabiendas de que eso es así, y de que poco puedo aportar con mis comentarios al verdadero significado de estos versos me atrevo a continuar escribiendo, convencido de que siempre se quedarán cortos en cuanto que la realidad a la que se refieren va mucho más allá de mi corto entendimiento. Pero a mí me hace bien. Y puede que también a alguien más se lo haga. Pienso que cada cual debería leerla y meditarla despacio y atentamente; y a cada uno le diría algo, con toda seguridad. Es más: incluso a una misma persona la lectura de esta poesía puede decirle algo distinto si la lee en momentos diferentes de su vida. 

Continuamos, pues, con la estrofa cuarta (son ocho).



4. Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía


La luz que guía al poeta es la que "en su corazón ardía" Y de esa luz dice que le guía con absoluta seguridad ... "más cierto que la luz del mediodía". Una luz que, por otra parte, está íntimamente relacionada con la oscuridad de la noche en la que el alma se encuentra, es decir, con la cruz. La cruz es sinónimo de dolor, de sufrimiento, de contrariedades, de calumnias, etc... ¿Qué tipo de luz puede esperarse de la cruz? Desde un punto de vista meramente humano, que se queda sólo en el más acá, absolutamente ninguna. Y tiene sentido que sea así porque, en realidad de verdad, no es la cruz -en sí misma- la que nos sirve de guía ... ¡eso sería absurdo y enfermizo! ... ¿A quién puede gustarle padecer? Desde luego, a nadie que sea normal. Y Jesucristo, Nuestro Señor, que era completamente normal (perfecto hombre como cualquiera de nosotros) tampoco se sentía atraído por el sufrimiento. De hecho, curó a mucha gente durante su vida pública e incluso resucitó muertos. Jesús se compadecía de la gente, al verla sufrir. El pecado original fue la causa del sufrimiento y de la muerte

De manera que, por una parte, nos encontramos a Jesús, sufriendo intensamente, ante la proximidad de su pasión y muerte en una cruz, solo e incomprendido de todos, hasta el punto de que entró en agonía "y su sudor se hizo como gotas de sangre que caían en tierra" (Lc 22, 44). De ahí que ante un sufrimiento tan tremendo, ruegue a su Padre que, si es posible, pase de Él ese cáliz. Todo esto se entiende perfectamente porque Jesús era un hombre como cualquiera de nosotros, con un cuerpo y un alma humanos; y sus padecimientos eran reales; no eran fingidos, no "parecían" sufrimientos, sino que lo eran realmente.


Sin embargo, no perdía de vista que tenía una misión que cumplir, que explicaba la razón auténtica por la que había venido a este mundo: "Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6, 38). Y en otro lugar dice: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4, 34). La voluntad de su Padre (que es también la Suya) y dado que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) necesariamente tenía que estar relacionada con ese amor ... no cualquier amor, sino aquél que Él vino a enseñarnos: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Él dio su vida por nosotros, demostrándonos así el máximo amor posible. Al definirse como el buen Pastor, añadió lo que caracteriza realmente a un buen Pastor: "El buen Pastor da su vida por las ovejas".(Jn 10, 11). "Yo doy mi vida por las ovejas" (Jn 10, 15b). 


Conviene tener en cuenta algunos puntos que se nos podían pasar de largo y que son muy importantes. En primer lugar "Jesús da su vida porque quiere""Nadie me la quita -dice- sino que Yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18a). Y continúa: "Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla" (Jn 10, 18b). Aquí se explica el carácter voluntario de la muerte de Jesús (da su vida porque así lo quiere, ya que esa es la voluntad de su Padre, que es también su propia voluntad) y luego la vuelve a tomar (como se demuestra en el hecho histórico de su Resurrección, por su propio Poder: la muerte no tiene dominio sobre Él). Y acaba diciendo: "Éste es el mandato que he recibido de mi Padre" (Jn 10, 18). Puesto que Dios es Amor, su mandato no podía ser sino un mandato de Amor; por eso "habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1b). Jesús no se nos da de cualquier modo, sino en plenitud, completamente, ... hasta el fin (hasta el fin de su vida y hasta el máximo en intensidad). Lo dio todo. Siendo Dios no nos podía dar más, pues se dio a Sí mismo en la Persona de su Hijo. En expresión paulina, cada uno de nosotros puede decir también: "me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20b).  


De manera que Él es el Señor de la vida; aún más, Él mismo es la Vida: "Yo soy la Vida" (Jn 14, 6). Viene a este mundo para darnos su propia Vida y manifiesta así hacia nosotros el máximo amor posible ... Para eso ha venido:  "He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia" (Jn 10, 10).  La Vida que Jesús nos da es Él mismo, para que la hagamos nuestra, y podamos decir, con el apóstol Pablo: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). A cambio sólo nos pide que le demos nuestra pobre vida que, para Él, lo es todo (¡hasta ese extremo nos ama!). Siendo nuestro Creador ha querido necesitar de nosotros, de nuestro amor (por eso nos creó libres). Y porque así lo ha querido así es, realmente. Y como este amor aspira a ser verdadero, es por lo que Jesús desea con todas sus ansias (unas ansias que son infinitas, como infinito es su Amor) una respuesta amorosa de nuestra parte, también en totalidad, entregándole a Él nuestra vida al igual que Él ha hecho por nosotros. La reciprocidad entre los que se aman es imprescindible en el amor, si hablamos del amor auténtico, tal y como Dios lo entiende.

De modo que Jesús no sólo murió por nosotros, para que pudiéramos salvarnos, sino también (aunque no comprendamos la razón de ese Amor) porque quería -y además, lo deseaba ardientemente- ser nuestro amigo, amigo de verdad, amigo íntimo de cada uno de nosotros. Así se lee en el Credo: "Por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo".  Y así lo revelan estas bellas palabras (tomadas del Cantar de los Cantares) que el Esposo, refiriéndose a Jesús, dirige a la esposa, en la que estamos representados todos los seres humanos; palabras que cada uno de los que somos tendría que grabar a fuego en su corazón, pues salen de la boca de Jesús y están dirigidas a él, de modo exclusivo y único. Es conmovedor (pero aún no nos lo acabamos de creer del todo) que el mismo Dios, hecho carne en Jesucristo, nos ame -a nosotros, a cada uno- con ese amor de enamorado que intenta reflejarse, sin conseguirlo, en estas sublimes palabras de la Biblia:



¡Qué hermosa eres, amada mía,
qué hermosa eres!
Son palomas tus ojos
a través de tu velo. (Cant 4, 1)

Dame a ver tu rostro,
dame a oír tu voz,
que tu voz es suave
y es amable tu rostro. (Cant 2, 14b)


(Continuará)