domingo, 21 de octubre de 2018

Adán, ¿dónde estás?



Oyeron los pasos de Dios, que paseaba por el jardín a la hora de la brisa y el hombre y su mujer se escondieron de Dios, entre los árboles del jardín. Dios llamó entonces al hombre: “Adán, ¿dónde estás?”. Y Adán respondió: “Oí tus pasos por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo y me escondí.” (Gén 3, 8-10).
“¿Dónde estás?”. Es la primera palabra de Dios tras el pecado (terrible pecado del rechazo de Dios) de los progenitores Adán y Eva. Es el punto de partida de una larga, larguísima historia de reconciliación entre Dios y el hombre, historia que no se realizará sino al final de los tiempos.
Adán se escondió porque, tras la caída del pecado original, se vio desnudo, esto es, privado de los dones de la gracia santificante y elevante, que es la única que lleva a su realización a nuestra humanidad sedienta de infinito, sedienta de Dios. Y entonces lo agarra el temor y el temblor de Dios, el pánico de la vida que se convierte en escuálida y sin sentido, absurda y desesperada.
En la historia de los siglos, desde aquel día, hay una terrible “desnudez” del hombre, aun cuando crea el Partenón de Atenas, la Domus aurea de Roma, los arcos de triunfo de los generales y de los emperadores, aun cuando elabora los más complejos sistemas filosóficos, sin Dios y con sus solas fuerzas, aun cuando pretende con la fuerza del derecho, fundado solamente en el hombre, constituir las bases y la organización de la así llamada civilización del progreso, el futuro tecnológico de un mundo que pretende tener todo sin Dios Padre.
Mirad al hombre de hoy: se cree que ha construido la verdadera naturaleza, exaltante vida y sociedad, fruto de su ingenio y de su obra, pero a cada momento, siente el tormento secreto, pronto evidente, de la violencia, que explota por su complejidad; las tinieblas de sistemas filosóficos y de mentalidades que conducen a la desesperación; el “colocón” sin fin de vidas juveniles o de edad madura que se disuelven en la droga, en el sexo desordenado, en la borrachera y en la alteración de todos los valores.
Pero Dios desciende, sigue descendiendo al jardín que ya no es el del paraíso terrenal, sino que dejado en manos del hombre se ha convertido en “l’aiuola che ci fa tanto feroci / el parterre que nos hace tan feroces”[1], que nos desencadena contra nosotros mismos y contra los demás hombres. Dios sigue descendiendo y permanece entre nosotros, preguntando con su corazón de padre: “Adán, ¿dónde estás?”; “Oh hombre, ¿dónde estás?”. 
Esta pregunta, bajo una forma u otra, resuena a lo largo de la historia de los hombres. Resonó potente, infinitamente potente, en Jesús, Hijo de Dios hecho hombre. Cuando Jesús llama a Sí a los hombres, “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15); “La obra que debéis hacer es creer en Aquel que el Padre ha enviado”, esto es, en Él (Jn 6, 29); “Venid, vosotros todos que estáis oprimidos y Yo os aliviaré” (Mt 11, 28); “Yo soy la luz del mundo, Yo soy el agua que salta y sacia hasta la vida eterna, Yo soy el Pan de la vida, Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6); es Dios quien repite su pregunta hecha ya al primer Adán: “Hombre, ¿dónde estás?”.
El hombre está llamado, no ya a esconderse por estar despojado de todo como el hombre viejo, el hombre decaído, sino a no tener ya miedo porque Dios, en Cristo, “nuevo Adán” lo quiere revestir de su mismo Hijo, el “Hombre nuevo” en la gracia divina y en la santidad. Sucede que, en Cristo, el hombre, también el hombre de hoy, como el hombre de siempre, encuentra luz para las “preguntas profundas” sobre el sentido de la vida, del dolor y de la muerte, pero también para las preguntas sobre cómo construir o reconstruir la sociedad, la economía, el trabajo, la cultura, la medicina, la justicia, la política y todo lo que de humano existe, porque todo ha sido pensado y querido por Dios solamente en Cristo. 
No es difícil comprender cómo el hombre aspira al humanismo completo, que sacie al hombre y le haga sentir la plenitud, pero el verdadero humanismo se realiza solamente en Jesucristo. No puede existir un humanismo ateo, ni un humanismo comunista, aunque digan que el joven Marx fue un humanista. Existe solamente el humanismo en Jesucristo nuestro Señor, como escribe San Pablo 164 veces en sus cartas. 
Por lo tanto, hermano y amigo que me lees, debes vivir “en Cristo Jesús”. A Dios que te interpela: “Hombre, ¿dónde estás?”, debes poder responder, no: ‘voy por donde me da la gana’, ni: ‘estoy en la luna’, esto es, donde no debo estar, sino que debes responder, sin miedo: “¡Estoy en Cristo Jesús, Hijo tuyo y Salvador, y no quiero separarme jamás de Él!”.
Como escribe La imitación de Cristo“Estar sin Jesús es el infierno, estar con Jesús es dulce Paraíso”. Como predica San Pablo: “Ser uno en Cristo”.
Insurgens
[1] Dante Alighieri, Paraíso XXII, 151.
(Traducido por Marianus el eremita /Adelante la Fe)

lunes, 15 de octubre de 2018

Fiesta de Santa Teresa de Ávila - 15 de octubre

SANTA TERESA DE ÁVILA
Santa Teresa de Ávila (1515-1582), cuya fiesta celebramos el 15 de octubre, fue la fundadora de las carmelitas descalzas. Apóstol incansable, escritora, poeta, mística excepcional. Es una de las grandes maestras de la vida espiritual.

"En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo...".

En este mes de octubre misionero el santoral nos ofrece la vida de dos insignes carmelitas, ambas de nombre Teresa, que unieron a Jesús. Teresa de Lisieux, de cuya trayectoria se hizo puntual eco esta sección de ZENIT hace unos días, y la fundadora Teresa de Cepeda y Ahumada, considerada una de las grandes figuras de la Iglesia, de poderoso influjo en santos y beatos. Imposible precisar el número de personas anónimas que la eligieron y continúan tomándola como modelo, pero seguro que son multitud. Se han vertido tantas reflexiones en torno a ella que nada nuevo se puede añadir. Seguimos admirados de su entrega, agradeciendo a Dios su fecunda existencia. Hoy se inician los actos programados para el V centenario de su nacimiento y año jubilar teresiano.
Vino al mundo el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España; tenía una personalidad impactante. Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta…, ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad. Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron. La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles. Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar. Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años. Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.
Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes. Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537. Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas. En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light. Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: «La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez. Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero...». Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida […]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo…».
Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla [...]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación. Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo. Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.
Era una excepcional formadora. Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir. Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida. La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor. Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.
Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción».Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento… Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.

Oración de Santa Teresa

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,

La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.

Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.

"El amor no es amado" P JAVIER MARTIN FM


Duración 12:28 minutos

“Hacer las cosas por agradecimiento " P SANTIAGO MARTIN FM


Duración 15:48 minutos