sábado, 15 de junio de 2013

Dios quiere mi corazón (2 de 4) [José Martí]


Y en el pecado va la penitencia, porque el hombre de hoy no es feliz (¡no puede serlo!). Alejado de Dios, se ha alejado del Amor, de la fuente de todo amor verdadero y, por lo tanto, de la alegría verdadera, de toda alegría que merezca tal nombre.


El Evangelio entero rebosa de alegría; y podría ocurrir –lo que sería una desgracia- que pasáramos por esta vida sin habernos enterado de esta realidad del amor de Dios, que es lo único que nos puede hacer verdaderamente felices, ya desde ahora. Pues la verdadera alegría, la única que merece ser llamada así, es la que proviene de Dios. Es por eso que el segundo de los frutos del Espíritu Santo, inmediatamente después del amor, es la alegría: "Los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, etc" (Gal 5,22). 
Amor y alegría van íntimamente unidos: son inseparables. 

Lo que tiene mucho sentido. Al fin y al cabo "Dios es Amor" ("Deus caritas est")  (1 Jn 4,8), expresión que podríamos también traducir (si pensamos en el amor de Dios para con nosotros) como: Dios me ha dado su corazón. Dios me quiere con locura. Mi creador ha querido ser también mi amigo: es realmente mi amigo, mi amigo del alma, pues sus palabras no son metáforas, sino pura realidad:"Ya no os llamo siervos sino amigos" (Jn 15,15). 
Si Él nos llama amigos es que lo somos. Pero nos lo ha podido decir, y nosotros lo hemos podido oír porque se hizo hombre, verdaderamente hombre, como cualquiera de nosotros, sin dejar de ser Dios: "probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado" (Heb 4,15). 

De no haber tomado nuestra naturaleza humana, nuestra relación con Él hubiese sido, como mucho, la de adorarle, pedirle cosas y darle gracias (como Dios que es) pero nunca hubiera podido ser una relación tierna y amorosa que es la que Él ha querido tener con cada uno de nosotros. 


Nuestra naturaleza es de tal índole que necesita de los sentidos (la vista, el oído, el tacto, etc) para poder conocer y para poder amar.  Por eso cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta",  Jesús le contesta: "Tanto tiempo como estoy con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe? El que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 8-9). Realidad ésta que lleva a Jesús a clamar: "El que me ve a mí ve al que me ha enviado" (Jn 12,45). Pues es lo cierto que "a Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18)


Jesús ha sido enviado por el Padre con una misión, una misión que lo es todo para Jesús. Para eso vive: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y acabar su obra" (Jn 4,34).  Y en otro lugar: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6,38). Y  "ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40). 

Cuando Jesús dice: "Como el Padre me amó así Yo os he amado", añade: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y es que, puesto que "Dios es Amor" ( 1 Jn 4,8)  lo que Él quiere de cada uno de nosotros es precisamente nuestro amor, que permanezcamos en su amor. Aunque esto parezca increíble, porque realmente lo es, resulta que Dios desea mi amor. Él me lo ha dado todo (dándose a Sí mismo) y quiere que yo también se lo dé todo: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mt 6,24). "Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios" (Lc 9,62). "Si alguno quiere venir detrás de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la encontrará" (Mc 8, 34-35).  En todos estos versículos del Evangelio se observa la radicalidad que supone el seguimiento de Jesús. Y es que el Amor total que Dios nos tiene, manifestado en Jesucristo, requiere una respuesta de amor en totalidad, por nuestra parte. 


¿Es que Dios quiere acaso fastidiarnos nuestra existencia? Todo lo contrario. Hemos sido creados por el Amor y hemos sido creados para amar: sólo el Amor puede dar sentido a nuestra existencia, es el sentido de nuestra existencia. 
No puede ser de otra manera: Si Dios se introduce en nuestra vida y nos lo pide todo, es porque quiere hacernos entender que esta totalidad en la respuesta que se nos pide es una exigencia propia del Amor, del verdadero amor.

No debemos olvidar que "nosotros amamos porque Él nos amó primero" (1 Jn 4,19) y que este "amor de Dios se manifestó entre nosotros enviando a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por Él la vida" (1 Jn 4,9), pues en palabras del propio Jesús con respecto a su Persona, dice: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Dios se da todo Él a Sí Mismo en su Hijo. En el Hijo Dios nos lo da todo, pues el Hijo es consustancial al Padre (es el mismo y único Dios). De modo tal que, aun siendo Dios, el Ser infinito no nos podía dar más. Y esto por una única "razón", porque nos quiere: "razón" ciertamente incomprensible para nosotros, pero real.